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        «Andrés Bello: libertad, imperio, estilo» (Roneo, 2019) de Joaquín Trujillo Silva
        
          Por Iván Jaksić
          Stanford University
          Publicado en Anales de Literatura Chilena. Año 21, junio 2020, N°33.
            
        
        
          
            
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El bellismo internacional ha tenido  altos y bajos. Ha nacido, renacido y decaído 
          de acuerdo con una variedad de factores  culturales y políticos. Si bien la obra de Bello fue publicada y antologada en  varios países durante su vida, fue Chile el que inauguró de forma sistemática  la investigación sobre su vida y obra. El ejemplo clásico es la biografía de  Miguel Luis Amunátegui, Vida de don Andrés Bello (1882) y la publicación  de la primera edición de las obras completas (1881-1893). Por varias décadas,  el país no tuvo rival en la investigación bellista, hasta que experimentó un  descenso a partir de la década de 1920. Quizás un ejemplo emblemático es que  por decreto de 1927 se eliminó oficialmente la llamada “ortografía de Bello”.  Si bien se mantuvo una importante producción desde entonces, si bien algo  menguada, fue Venezuela la que a partir de la década de 1940 asumió un claro  liderazgo, el que fue reafirmado durante las celebraciones del bicentenario del  nacimiento de Bello (1981), hasta sucumbir ante los embates del chavismo en  años recientes. 
Países como Colombia mantuvieron un nivel sólido de producción  bellista, y en el ámbito anglosajón comenzó a manifestarse un interés cada vez  mayor por la obra del pensador hispanoamericano. En Chile, el bellismo recobró  fuerzas en algunos períodos, como en el centenario de su fallecimiento en 1965,  pero volvió a decaer durante la dictadura de Augusto Pinochet, cuando las  figuras de Diego Portales y Bernardo O’Higgins recibieron el respaldo oficial.  Además, la generación que mantuvo vivo el estudio de Andrés Bello durante el  siglo XX comenzó a desaparecer. El libro que aquí se reseña representa, junto  con la creación de la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Chile, una  renovación de los estudios bellistas que por largo tiempo se destacaron en los  diferentes ámbitos de la cultura, desde el lenguaje hasta las relaciones  internacionales, pasando por la literatura y la historia.
        
 En su libro, Joaquín Trujillo declara  que “El Bello de sus letras y papeles  ha sido sin duda el más estudiado…  Sin embargo, el Bello del espíritu ha invitado a menos incursiones... Este es  un intento por complementar algunos puntos e inventar otros tantos. Ha hecho  falta algo más que contextos espirituales de Bello” (39). El autor se propone  entonces examinar la sensibilidad de Bello a través de una lectura que enfatiza  no tanto la unidad de su pensamiento, cuanto la impresionante variedad de sus  intereses. Dado esto último, Trujillo propone clasificar la obra de Bello en  tres grandes esferas: libertad, imperio y estilo, todas ellas  interrelacionadas. A esto agrega una sección que involucra a Bello, pero que va  más allá de él: el surgimiento de figuras que el autor denomina “gramócratas”.        
        
 Trujillo estudia la libertad en Bello a  la luz de tres aspectos principales: el 
          sentido de la autoridad, la supresión de  los mayorazgos y el espíritu dramatúrgico de sus escritos. En cuanto al  primero, el autor aclara que autoridad no significa autoritarismo sino más  bien, en el sentido del derecho romano, un respeto por las palabras y las obras  de las personas sin que medie un acto coercitivo. Para ello es necesaria una  autoridad del espíritu, que a su vez requiere que el raciocinio y las normas se  caractericen por su claridad, es decir una escritura capaz de educar y persuadir,  a la que no es ajeno el mundo de las humanidades. En cuanto a los mayorazgos,  en cuya abolición Bello jugó un papel decisivo, el autor ve otra dimensión de  la libertad: en este caso la libre circulación de los bienes, pero siempre en  un contexto de estricto respeto por el derecho a la propiedad. El tercer  aspecto, el dramatúrgico, aparece en Bello a través de una voz dialogante y  colectiva, a veces en tono de debate, que se manifiesta en su poesía y en su  “prosa medida”, esto es, un recurso mnemotécnico que permite tener siempre  presentes, como en un himno o un poema, las normas que permiten actuar y  expresarse con libertad.        
        
 En cuanto a la noción de imperio,  Trujillo aclara que no es el imperio español, 
          o cualquier otro imperio de la historia,  el que Bello quiere restaurar, sino más bien ciertas funciones  del  imperio, como la lengua y la ley. Al respecto, el autor explica que “la gran  tarea de Bello fue la conformación literaria, lingüística y jurídica de una  función imperial que no se rigiera por España” (206). El imperio español, al  menos en gran parte de Hispanoamérica, ya no existía, pero Bello veía en la  lengua española un factor, quizás el más importante, de unidad e independencia.  Unidad, en el sentido de que los pueblos hispanoamericanos retenían el  castellano, pero ya no regido por la metrópolis. Independencia, en el sentido  de que el uso de cada país era legítimo, con su léxico y pronunciación propios.  En cuanto al imperio de la ley, Trujillo hace una distinción importante  respecto de la lengua: “Bello entendió que la hermandad de las nuevas  repúblicas estaba garantizada por la lengua común, pero, como conocedor del  Derecho, sabía además que era una garantía que debía ser respaldada por otras  garantías” (395-96). De allí su énfasis tanto en el Derecho Internacional, como  en la codificación de la ley civil. Lenguaje y ley son parte del mismo proceso  dinámico de pertenencia e independencia.        
        
 En materias de estilo, Trujillo aborda  las diferentes formas en que Bello aplicó 
          el lenguaje a diferentes contextos. En  esta sección, el autor pondera la relación entre lo neoclásico y lo romántico,  que ha dado lugar a tantos debates en Chile a partir de la década de 1840.  Bello no es ni lo uno ni lo otro, pero aplicó lo neoclásico para las leyes de  la República y difundió lo romántico a través de la literatura ya sea mediante  traducciones o “imitaciones” (la más conocida de las cuales es “La oración por  todos”).        
        
 Su énfasis en el Poema del Cid,  cuyo estudio se remonta a los años londinenses de Bello, es un ejemplo de tema  romántico tratado con perspectiva neoclásica. Además 
          de traducciones e imitaciones, Bello se  preocupó de la divulgación, que era una forma de estilo que ponía a disposición  del público temas científicos (como la cosmografía), literarios y jurídicos de  gran complejidad.        
        
 Cierra esta obra una sección sobre  “gramócratas”, que Trujillo define como “un tipógrafo con poder, un gramático,  abogado o historiador que hace sentir la presencia de la ley. Casi siempre un  liberal moderado, de un romanticismo de época 
          y afín al positivismo”, agregando que  “el imperio de la ley será la patria común de los gramócratas” (683-84). El  término se refiere evidentemente a la gramática, tema tan central a todos los  intereses de Bello y varios de sus discípulos. Pero no es una gramática en un  sentido meramente técnico, sino que la médula, el núcleo central de un mundo  gobernado por la escritura, un mundo crecientemente alfabetizado y en el cual  la imprenta difunde el conocimiento a niveles desconocidos hasta entonces. “La  gramática es el control sobre la lengua”, sostiene el autor, y concluye que “la  lengua es la libertad, pero la gramática su imperio” (199). Tal es la razón por  la que los discípulos de Bello se habrían caracterizado por fomentar la  alfabetización a través de la educación pública. Es decir, un mecanismo tanto  de libertad como de control. Trujillo observa, sin embargo, que los discípulos  liberales y antiespañoles de Bello cumplieron su ciclo, para dar paso a un  neohispanismo que valoraba el período colonial como parte integral de la  historia de Chile. Como en todo lo de Bello, no había una única vertiente, sino  un sistema complejo de irrigación.        
        
 El libro de Joaquín Trujillo es una obra  de largo aliento, cuyo propósito es aportar 
          a una mayor comprensión de las dimensiones  espirituales del pensamiento de Bello.        
        
 Rescata, de este modo, textos que no son  en absoluto canónicos, pero que importan para identificar elementos biográficos  y también el diálogo que Bello mantuvo con 
          siglos y tradiciones, con Europa y  América, con sus contemporáneos, y consigo mismo.        
        
 La obra abre nuevas puertas de  investigación, y promete una nueva sensibilidad 
          para entender una figura tan importante  como lo es, y seguirá siendo, Andrés Bello.