Algunos se extrañan de que los sectores populares de antaño hayan hablado tan bien. Y es que existe una antiquísima tradición popular-erudita, en Chile y el mundo. Se cree, equivocadamente, que las culturas popular y erudita son antónimas, universos paralelos y rivales que solamente se han relacionado de forma antagónica. No es así. La tradición popular-erudita es un traspaso inmemorial de una cultura que entra y sale de los libros, casi siempre enriqueciéndose. Es madre e hija tanto de la oralidad como de la escritura, están unidas, pero no subordinadas. Es una mezcla en que ambos componentes no son separables.
Impacta desde la mejor poesía, rumia en la herbaria popular atenta a los progresos de la ciencia formal y viceversa. Otro tanto ocurre con los saberes jurídicos. Es siempre impresionante comprobar cómo conceptos complejos del derecho romano, que algunos pudieran creer monopolio de especialistas, reaparecen una y otra vez en las categorías de la moralia popular. Lo mismo con sucesos del platonismo, el aristotelismo y la filosofía de Kant. Este último pensó su propia ética como un reforzamiento de la moral popular.
Sin duda, esta tradición resplandece innegable en la historia de la música. La distinción entre una música popular y otra docta, observó el compositor Kurt Weill, es un error. Él mismo practicó esta máxima. No se puede distinguir claramente si su obra es o no música de cantina o la prolongación de una fuga de Bach, tal vez precisamente porque Bach no fue otra cosa que la partitura de las expresiones estéticas de la religiosidad popular evangélica en una Alemania humilde.
En Chile ha habido muchísimos exponentes. Por ejemplo, la secuela de Papelucho, uno de los pocos personajes de la literatura chilena cuya fisonomía es reconocible aquí y allá, por el sentido común, como don Quijote, Drácula, Alicia o Poirot. Porque no ha sucedido en todos los casos. La figura heroica del Cid, que en España pasó de las tradiciones populares a los libros, en Chile apenas logró volver de los libros a la oralidad, a pesar de los esfuerzos del currículum.
Pues en la tradición popular-erudita persiste una durísima selección que nadie tiene el poder de dictaminar. Se produce de las maneras más misteriosas. Inútiles han sido los intentos por constreñirla a los intereses del supuesto mercado y de la política supuesta.
En Volver a los 17, de Violeta Parra, se escucha un intertexto que pueda ser tal vez el de un poema de Víctor Hugo, en traducción de Andrés Bello que antiguamente en la precaria escuela pública chilena se recitaba de memoria: La oración por todos ("Volver a sentir profundo / como un niño frente a Dios").
Cuando los secuestradores del espíritu quieren arrinconarnos para vendernos su falsa mercancía, recordemos que esa tradición es la que ventila los encierros reduccionistas. Sin su componente erudito, la cultura popular cae en eso que se llama vulgaridad. Sin su elemento popular, la erudita es pura fatuidad hueca.
Fotografía: Pescadores buscando pepitas de oro. Valparaíso c. 1930. J. Bottger
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Tradición popular-erudita
Por Joaquín Trujillo
Investigador del Centro de Estudios Públicos
Publicado en La Tercera, 15 de septiembre de 2021