“Mojigata orgullosa a la que habría que dejar embarazada para humillarla ante el mundo.”
Schiller dijo de Goethe
No es de chismosa que le cuento estas cosas
(porque soy cristiana hecha y [de] derecha),
pero se las cuento igual, no pierde nada.
El otro día llegó de Atenas (sí, de donde los platones)
un cabrito que nadie conocía, ni su propia madre.
Llegó a Corinto pero a una casa decente
donde viven amigos de su padre
que le dieron alojamiento.
Bueno, ¿me creerá
que lo habían comprometido hace tiempo,
cuando aquí mandaba Zeus,
con la hija, esa misma, la más así?
Créame, que no miento… ni en los cuentos.
Bien, lo barato cuesta caro; y lo caro: ¡caro!;
y este cabro llegó aún pagano
mientras todos por aquí somos cristianos,
y la chiquilla y sus papás y sus abuelos
estaban todos recién bautizados
como perros mojados revolcándose en la arena.
(Cuando surge una nueva fe
hay que extirpar el sagrado corazón
de entre las espinas
para que no se pinche y reviente.)
Llegó tan tarde que todos dormían
excepto la madre (la cual es mi amiga)
que lo invitó a pasar a la cocina
y le dio las mejores golosinas.
Pero, ¿me creerá
que este cabro mal agradecido
rechazó todo lo servido
y se fue directo a la cama,
en la que parece se quedó tirado
mirando el techo con mala cara
de brazos cruzados y muy vestido?
(Sí, los de Atenas son así. Lo advertí.)
Parece que se estaba quedando dormido
cuando en la habitación
se escabulló algo así como un ratón
del porte de un oso polar mas no tan gordo.
Puesto que estaba gastando la luz
(pese a que se estaba quedando dormido)
vio que eso era una niña de blanco
con un cintillo dorado
que se acercaba muy señorita,
es decir, solo mostraba la piel de su boca.
(No como antes,
que se mostraban cosas aparte.)
Entonces la niña dijo
¿que no se hallaba en su propia casa?,
que no le avisaban que había visitas
que le ocupaban la cama
y que se sonrojaba de hallarse ante hombre
aunque estuviera tan vestido, etc. etc.
—Quédese ahí, no se mueva
cual una momia sin amenaza.
Yo me iré a dormir a la pradera
acompañada de flores y de ratas—.
Eso le dijo ella, pero él
empezó al tiro con cuestiones raras:
—Póngase por aquí, donde caben uno
caben dos y tres son multitud,
y usted está muy pálida, medio congelada.
¡No se vaya, mijita, no se vaya!—
—No se me acerque así, caballero —dijo ella—
yo no estoy dispuesta a tantas alegrías.
Cuando estuve enferma, mi mamá,
a cambio de mi mejoría,
me hizo visible ante los ojos del cielo.
(Por eso ahora no muestro piel a los humanos.)
Y ante todo, todos los dioses paganos
fueron sacados a patadas de esta casa,
y sólo quedó un dios, ese que murió
en la cruz y al cual no se sacrifican
ni terneros ni perdices,
pero sí nada menos que sus propios hijos—.
Así hablaba esta niña mal agradecida,
tan pálida que su vestido blanco era negro,
y el joven le preguntaba y se callaba
porque se quedaba pensando puras cochinadas:
—(Esta parece que es mi novia
pues me busca vestida de primera comunión.)
Esponsales, boda, invitados
todo eso es innecesario,
ya nos comprometieron nuestros padres,
así que seamos fieles a ese juramento—.
—Mi hermana para ti, yo para Dios,
no me digas que seamos de a dos.
Pero cuando estés con ella,
acuérdate de mi como si conmigo…
para que ella no sea más
que los dos cuerpos que nos separan.
Por mientras me hundiré bajo tierra
hacia laberintos donde ríen ardillas,
donde vivo como pulgarcita
durmiendo en cáscara de nuez—.
—Nada de eso, juro por esta vela,
que te llevaré aunque sea a la rastra
a la casa de mis padres.
Si bien no perteneces ni al cielo ni a mi
tú serás mi señora.
¡Hagamos ahora la boda! —
Intercambian en señal de amor
partes crecidas de sus cuerpos.
Él se corta una uña,
ella una mata de pelos.
Suena sin ruidos la hora
de los fantasmas enemigos.
Dichosos ambos beben el vino negro
de una misma copa negra
debajo de un cielo negro.
Pero en los labios de la novia
el vino aparece rojo
y el trozo de pan que le ofrece,
ella lo aleja, blanco lo deja.
Él se bebe todo el vino
y le pide ahora el amor.
Ella lo aleja, blanco lo deja
pero enrojecido por el llanto
y la cara contra la almohada.
Ella se le acerca a la oreja
y se toca con la mano de él.
--Tócame —dice— para que sientas
que estoy fría como una nevera,
que no soy blanca sólo de piel.
Te refalarás en el tobogán de un glaciar
cuando vengas al encuentro
de esta novia de hielo.
Él la engulle como un abrigo de las pieles
de un depredador que ya no mata.
—Yo te calentaré —le dice—
aunque procedas de un cementerio.
Como a una medio muerta
te haré respiración artificial
mientras te beso;
tanto lo haré que el glaciar
hervirá bajo la piedra fundida
pues un volcán hay siempre entre los hielos
y entre los pechos; no olvidar—.
Se queman mientras se mojan
de tantas lágrimas mutuas.
Ella succiona el fuego que de la boca
él lanza como dragón pirómano.
Un solo circuito de sangre conforman
y esta sangre arde
mas solo un corazón la impulsa.
El de Ella… no late.
Mientras tanto la madre (sí, mi amiga)
barre el corredor frente a la puerta,
y la música feliz la maravilla.
La oreja contra la madera
de la puerta caliente, pega,
y pegada se queda temperada
como junto al horno del hogar.
Oye gemir las gargantas
de todos los conductos humanos.
La queja del placer repica
junto al crujir de la casa.
Inclinada se mantiene
escuchando juramentos y suplicios.
Quiere convencerse de que imagina,
pero el pudor confirma lo real.
—Canta el macho cabrio de la gallina.
—Pero ven mañana —llora él.
La madre indignada abre la puerta
y con ella entran los vientos del ártico.
—¡Qué significa esto! Esta es casa decente
¡Quién es la puta de mierda!
¡Sale, exit, adieu, fuera de aquí!—
Pero la ve, es su hija y está muy ahí.
Él cubre a la hija con todo:
sábanas, frazadas, almohadas,
cortinas, tapices y hasta un biombo,
todo, por cubrir a la desnuda,
le va tirando encima.
Pero la hija con poder psíquico
retira todo cuanto la oculta
y se muestra completa, abierta,
como una pornografía inmensa,
y se alarga hacia arriba
cual una jirafa espectral.
—Madre —dice la muy cochina—
arruinaste mi propio cielo.
Yo que salí a pasear por la vida
que un día viví, mas prohibida.
¿No te bastó amortajarme
y dejarme blanca bajo tierra,
así la luna cuando cae?
¡Pero del lecho mal sellado de la tumba
vengo a esta tumba más abierta,
pues las misas de los curas
sólo sirven pa despertar muertos!
El agua bendita y la tierra
no apagan el fuego que les creó.
Este joven me fue prometido
cuando aquí mandaba Venus,
con los senos al aire y el templo lleno,
cuando la luz y el fuego
eran misma palabra.
Madre, eres una vieja traidora,
porque al matar a los dioses,
pensaste que el compromiso no valdría
ante los nuevos colores del día.
¡Eres una loca, una deicida!
Fuerzas raras me arrancan
fuera de la fosa séptica,
me arrastran hacia la sangre
del esposo que nunca fue,
y hacía la de otros que nunca serán
para sorberla mientras amo.
Y tú, cabrito, están contadas
tus horas como ser vivo mas vivirás
con cabello blanco y cara negra.
Madre, por tu parte, ayuda en algo:
Profana nuestras tumbas,
saca los cuerpos
y lánzalos al fuego de los viejos,
para que trenzados en las llamas nos elevemos
como luciérnagas hacia los dioses negados—.
Así dicen que dijo ella.
¿Cómo dice? ¿Qué dicen que fui
la que de noche visitó
la cama del joven pagano?,
¿que soy yo la novia vampiresa?
Por favor… Yo no ando de novia
ni menos con el vestido fuera de la cartera;
estoy felizmente casada. ¡Chúpese esa!