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La parodia de la parodia
Lobelia. Joaquín Trujillo Silva. RIL Editores, 2017, 448 pp.

Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, 24 de Diciembre de 2017


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La primera novela de Joaquín Trujillo Silva es un relato complejo, sorprendente en su conjunto -cerca de 450 páginas- y con numerosos hallazgos en su ejecución.

En la dimensión más visible e inmediata, Lobelia narra la formación de Luisa Manso, una niña abandonada por su familia al cuidado de una "tía", Lorena Carrasco, en un pequeño pueblo al norte de Santiago, San Estanislao. La narración sigue ágilmente, sin miedo a la digresión, las peripecias de Luisa entre la primera niñez y el término de su juventud en busca de su pasado, en la reivindicación de su sangre y linaje y en la persecución de una venganza.

La trama reescribe, completamente subvertido, el mito de Electra, donde Luisa pasa a ocupar el papel de la heroína griega, promoviendo incesantemente el restablecimiento de la justicia que fue dañada cuando su madre -Cristina Manso- da muerte a su padre -Diego Manso-, siendo ella niña, y se casa con su amante cómplice -Herbert Lenzmann-, venganza para la cual reclama y encuentra finalmente a su hermano perdido, Clemente. Cada personaje de la novela tiene otro correlativo en el mito griego, el subtexto oculto solo a medias, porque hay múltiples referencias explícitas en la novela y, así, Cristina es Clitemnestra; Diego, Agamenón; Lenzmann, Egisto, y, por cierto, Orestes es Clemente.

Este paralelismo, sin embargo, es solo el principio del juego, a veces triste, la mayor de las veces divertido y otras tantas grotesco, de las variantes y transposición que lleva a cabo el autor cuando pone en escena esta historia antigua en el territorio y los tiempos chilenos.

La peripecia griega cuando aterriza en Chile adquiere un aire de opereta, de ópera bufa -es indudable que la estética de la ópera se halla también presente de modo poderoso en este relato-, como si nuestra historia y nuestra genética mestiza, fronteriza y remota produjera la alquimia de lo trágico en lo grotesco, del dolor ciego e implacable impuesto por el destino, en una comicidad triste también, pero casi circense, barroca y travesti, lo cual, en cierto modo, aproxima a Lobelia de Trujillo a la comedia del Camondo, de Adolfo Couve.

La reescritura del mito es, con todo, un pretexto del autor para desplegar una imaginación singular, atrabiliaria, felliniana y tierna. Los rasgos y recovecos que adquieren concretamente las variantes chilenas del mito son notables en su bizarra concepción. Luisa, por ejemplo, una heroína precoz, anticonvencional, en extremo rebelde y tornadiza, y dotada de una sensibilidad religiosa tan intensa como proteica y delicuescente: según las circunstancias recurre a una médium espiritista y astróloga, es testigo de Jehová -se casa "In extremis" con un miembro de la congregación-, devota católica que se duerme en la misa y refuta con energía el catecismo del cura del pueblo o sacrificada novicia carmelita. Clemente, un personaje entrañable, es un Orestes que descubre dolorosamente su sexualidad homoerótica y reviste su dolor e identidad culpable, asumiendo la figura de un recargado transformista en una "boite" de pueblo.

Uno de los atributos más sobresaliente de la novela de Trujillo es su singular y permanente sentido del humor, que es el modo oblicuo a que se aferra el autor para infiltrar discursos y peripecias que se abran a lecturas atinentes a cuestiones esenciales de la condición humana -el amor, la sexualidad, Dios, el sentido de la familia y el linaje, la ambigua relación con el pasado personal, familiar y colectivo, la belleza, la música y el dolor-, pero eludiendo la gravedad y la grandilocuencia que, cuando se asoma, es conjurada con un chispazo de humor insoslayable que deja en el perplejo lector flotando una sonrisa inefable. Toda la incursión de la protagonista en el mundo de los Testigos de Jehová es hilarante, aunque termina trágicamente, y la misma comicidad maldadosa fluye y se rebalsa por los poros del texto cuando Luisa se presenta como postulante de novicia al Carmelo. La entrevista con la madre superiora es de antología. La historia de Chile concurre también convertida en un gracioso sainete, ya sea en la forma de manifiesto revolucionario o de crónica de la familia Manso, en los que desliza joyas como las siguientes afirmaciones: el gobernador Casimiro Marcó del Pont es el extranjero de mejor gusto que ha pisado Chile, el chisme es el emblema nacional no reconocido por la Constitución o los burgueses victorianos decidieron que Chile bien podía hacerse el independiente de la decadente provincia europea que era España, pero no de un imperio vivito y coleando.

Lobelia, si bien por momentos parece añadir demasiados elementos a la narración -un reparo en el que suelen incurrir las primeras novelas-, es un relato poderoso, bien estructurado y escrito con una prosa disciplinada y de abundante y preciso léxico, poniendo en escena a un autor con una cultura, sensibilidad y visión inusual, estrambótica y perspicaz. 


 

 

 

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Lobelia. Joaquín Trujillo Silva. RIL Editores, 2017, 448 pp.
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