En 1774, Goethe publicó su "Werther"; en 1951, J. D. Salinger su "Cazador en el centeno''. En la época que media ambos libros, incontables novelas de iniciación o formación salieron a librerías, pero esas dos novelas siguen siendo algo así como los axiomas del género, o quizá tan solo las más celebres. Werther y el joven Holden Caulfield comparten rasgos como desafección social, misantropías originadas en la timidez, total falta de agencia, una psique inestable, incertidumbre sexual, etc., o por decir lo mismo, son adolescentes. Leer estas novelas en plena pubertad es tan redundante como redentorio: todo lo que en ellas les ocurre a sus desvelados protagonistas en algún grado le ocurre al desafortunado lector. La novela de Salinger, por ejemplo, causó tanta impresión en Alberto Fuguet que éste decidió copiarla. O trasplantarla. La historia de Matías Vicuña es la historia de Holden Caulfield justamente porque la historia de Holden Caulfield es la historia de buena parte de los adolescentes.
"La condena de todos" de Jaime Valdivieso —publicada originalmente en 1966— pertenece a la tradición de las "bildungsroman" o novelas de iniciación o formación. Su protagonista, Alberto Lazcano, oriundo de la quinta región, donde sus padres son propietarios de un pequeño fundo en Limache, es inseguro, cada vez que debe tomar una decisión se ve sobrellevado por la ansiedad, sus ideas operan con poco orden y definitivamente sin concierto, sus experiencias homosexuales lo cautivan y le provocan repulsión a partes iguales y, como no podía ser de otra forma, Dios es el culpable de todos sus males. En otras palabras: Alberto Lazcano es un adolescente.
La novela está organizada como una sala de espera. Habiendo recién completado el bachillerato —"con apenas diecinueve puntos"—, Lazcano tiene que decidirse por una carrera. Mientras repta por un Santiago que Valdivieso elige apenas describir, quizá con la idea de que para efectos del protagonista lo que lo rodea está envuelto en una suerte de niebla, en una fuente de soda ve a una mesera y fantasea con llevársela a la cama. La fantasía adquiere realidad cuando la moza responde a sus miradas (mal podrían tildarse de avances). Hecha manifiesta la fantasía, el terror se anida en Lazcano. ¿Cómo cumplir el deseo? Lazcano no tiene idea.
La moza en cuestión se llama Gladys, vive en un conventillo, y sus pasajes son casi incomprensibles en un relato en que la perspectiva de Lazcano debiera ser omnipresente. Sospecho que "la vida de Gladys" es parte de un esfuerzo de Valdivieso por enfatizar las diferencias de clase entre Lazcano y su objeto de deseo. Es una exposición completamente innecesaria dado que Valdivieso dedica pasajes enteros de "la vida de Lazcano" a hacer visibles los distintos estatus sociales.
"La condena de todos" —un título excesivamente dramático— no lidia bien con el cambio, con la evolución de su protagonista. Lazcano nace adolescente y en la novela, figurativamente, muere adolescente. Allí cuando Valdivieso quiere demostrar cambios, lo hace de manera expositiva, con una brocha obesa. Lazcano no es ningún Holden Caulfield, ni siquiera un Matías Vicuña, y si algo demuestra la reedición de esta novela,
cuarenta y cinco años después de su publicación original, es que Enrique Lihn —autor del entusiasta prólogo— no era infalible o tenía un sentido del humor más o menos macabro.
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"La condena de todos", Jaime Valdivieso B.
Alfaguara, 2011, 138 páginas
Por Tal Pinto
Publicado en THE CLINIC, 14 de abril 2011