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Máquinas de escribir
La condena de todos de Jaime Valdivieso; Concentración de bicicletas de Carlos Olivárez

Por Mario Valdovinos
Revista de Libros de El Mercurio, 22 de enero de 2012


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La literatura como forma de combatir el olvido representan Valdivieso y Olivárez. El primero con La condena de todos (Alfaguara) cuya primera edición es de 1966 y venía precedida por dos epígrafes, Erich Fromm y Neruda, que en la actual, su autor, Jaime Valdivieso, eliminó, no así el ajustado prólogo de Enrique Lihn ni una voz narrativa situacional, en cursiva, que describe la presencia de las luces y las sombras sobre los espacios de la novela. Al mismo tiempo, ofrece otras dos perspectivas, una voz en tercera persona que sirve de marco a los hechos y la del protagonista, Alberto Lazcano, que dan al texto variedad para expresar la historia de un joven lleno de incertidumbres ante el presente y el futuro, más su fe en romper con el pasado y con una familia conservadora, ante la que Alberto se rebela pues lo confina a un internado religioso que rechaza toda forma de erotismo. Su puerta de escape es la búsqueda en el autoerotismo, las mujeres y el asombro ante la atracción homosexual.

Así, se refugia en el mundo rural, donde las aguas sexuales corren más libres: la chacra  familiar de Las Acacias. Se trata, entonces, de una novela de ingreso en la vida adulta, el relato de la difícil juventud de los 50 y 60; son las tribulaciones del estudiante porteño Alberto. No aparecen inquietudes ideológicas explícitas, no obstante, ya viene la oleada social que dejará una fractura en el país. Importa por el momento saber del mañana, indagarlo, fugarse a Europa, lo que hará su álter ego en las siguientes novelas de Valdivieso. Son los años venideros de los niños expulsados de la pieza oscura.

Publicados originalmente en 1971, tras ser considerado su autor el heredero de Skármeta, los cuentos de Carlos Olivárez constituyen una radiografía de la época. Gobierna  Allende, los hippies y la beatlemanía deslumbran; Dylan aúlla que los tiempos están cambiando y lo demuestra el Che al intentar la revolución continental en Bolivia. La atmósfera no podía ser más propicia, de hecho no se ha repetido.

Los siete relatos reunidos en Concentración de bicicletas (Simplemente editores) hablan de ensueños y de perplejidades ante el erotismo que se desata en un territorio en veda. Cortázar dejó huella con sus finales de knock out, la máquina de escribir corre con la velocidad de las ilusiones adolescentes. El país aún no sangra y los relatos del joven Olivárez exudan una atmósfera de romanticismo e insurrección; sus personajes son perdularios y marginales, enamorados y obsesos, y el estilo, cercano al delirio y al asma.

Sus historias están elaboradas en un estilo expresionista que diluye las anécdotas, el lenguaje aparece en primer plano. Allí está el uso frecuente de verbos como runrunear, hemiplejear y farawelear. Los temas: conseguir pareja y el requerimiento de amores, siempre picarescos, un partido de pool, la búsqueda de apoderado de un estudiante provinciano que vivirá en un pensionado universitario.

Los relatos de Olivárez nos recuerdan que, por esos años, nadie nos trancaría el paso.



 



 

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"La condena de todos" de Jaime Valdivieso; "Concentración de bicicletas" de Carlos Olivárez
Por Mario Valdovinos
Revista de Libros de El Mercurio, 22 de enero de 2012