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Arresto domiciliario

Por Jorge Volpi
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 19 de abril de 2020


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Frente a la enfermedad, el encierro. Desde la antigüedad sabemos que el mayor peligro durante una epidemia somos nosotros mismos. Mucho antes de que descubriésemos el avieso poder de los virus, ya habíamos aprendido a aislarnos unos de otros. De la plaga de Atenas reportada por Tucídides a la gripe española, pasando por la peste negra, el remedio ha sido el mismo: el enclaustramiento en la propia casa y, de ser posible, en la propia habitación. Para romper la cadena de contagio se impone quebrar justo esa compleja red de vínculos que nos convierte en humanos.

No existe medida más extrema: al encerrarnos solo con nuestras personas cercanas —y desconfiar de los extraños—, erosionamos los vínculos comunitarios, derruimos nuestras instituciones económicas y políticas, y nos introducimos en un limbo cercano a la animación suspendida. Nos volvemos un paréntesis. La ansiedad se exacerba con una incertidumbre que no soportan ni los presos: ¿Cuándo terminará esto? O: ¿saldremos vivos y nuestros familiares saldrán vivos? Sin duda, la cuarentena puede inspirar el Decamerón, el Rey Lear o las leyes de la gravedad, pero por lo general provoca que la vida se parezca a un remedo de vida.

Nuestra insólita capacidad de adaptación nos permite que, en el interior de nuestras celdas, organicemos una agenda diaria, repartamos las horas como señores feudales, anhelemos el futuro y nos convenzamos de que el agónico contacto virtual con el mundo es mundo, pero nada de ello nos arrancará del arresto domiciliario. Foucault, cuyas ideas sobre la vigilancia, el control y el biopoder tanto han renacido en estos días, de seguro se habría rebelado, a riesgo de su propia vida, contra el aislamiento decretado por el poder médico y sus inconsecuentes aliados políticos. En México, cada noche a las 7 escucharnos la orden médica, quédate en casa, cuya contravención se convierte en falta administrativa o delito en otras latitudes.

Desde que se inició la pandemia de covid-19, hemos regresado al Medievo. Ante un patógeno frente al cual no tenemos defensas naturales no queda, otra vez, sino el encierro, solo que ahora no lo aliviamos contándonos un cuento cada día, sino con los mil cuentos de la red, la radio o la tele. Parecería que, tras milenios de enfrentarnos a las enfermedades contagiosas, no hemos avanzado nada. Si pudiésemos vernos desde el futuro, como ahora miramos a los supervivientes de la peste, el juicio sobre nuestra respuesta a la pandemia de covid-19 de 2020 debería ser mucho más severo.

Aunque se nos diga que esto era inimaginable, en realidad las sociedades más desarrolladas de la historia son responsables del desastre que hoy experimentamos. En primer lugar, porque también somos las sociedades más desiguales de la historia, lo cual provoca que el encierro no sea equivalente para todos. Cada año mueren 9 millones de personas por hambre o enfermedades asociadas con el hambre, aunque se trata de 9 millones que a nadie le importan. Si cerramos el planeta entero por el covid-19 es porque afecta, en cambio, a las élites. Élites dispuestas a encerrarse a cal y canto en sus hogares mientras —igual que en la Edad Media— millones de desafortunados mantienen la producción y el abasto de bienes y servicios indispensables para sobrevivir cómodamente al arresto. Para colmo, no nos encerramos para controlar la pandemia, sino para evitar que nuestros destartalados sistemas de salud colapsen. Sistemas de salud que hemos derruido o abandonado desde hace décadas y cuyas fallas dañarán sobre todo a los más pobres.

Por arduo que nos sea, nosotros podemos inventarnos mundos alternos en nuestros departamentos, casas o palacios, dedicándonos incluso a redactar apasionantes diarios del encierro, mientras los más desfavorecidos siguen allá afuera, cosechando o trabajando en fábricas de ventiladores o mascarillas o llevándonos viandas gourmet o paquetes a domicilio. Si el encierro es el infierno, en sociedades tan equitativas como México o el resto de América Latina también es un privilegio.



 

 

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Arresto domiciliario
Por Jorge Volpi
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 19 de abril de 2020