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Franz Kafka | Enrique Lihn | Autores |



 





Leer a Kafka


Por Enrique Lihn
( En la revista del diario Granma, La Habana, 3 de junio de 1967)


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Leer a Kafka es someterse a una de las experiencias más extraordinarias, por su intensidad y por su complejidad, que nos pueda proporcionar la literatura moderna; y no porque se trate de un autor que se haya propuesto envolver la realidad en el misterio, mistificándola, sino justamente porque penetra en ella tan profundamente, de tal modo que "hay pocos escritores —escribe Georg Luckács— que hayan podido plasmar con tanta fuerza como él, la originalidad y la elementabilidad de la concepción y representación de este mundo, y el asombro ante lo que jamás ha sido todavía".

La sinceridad es de todas las cualidades kafkianas la que, paradójicamente, se relaciona más estrechamente con la dificultad que debe vencer el lector para familiarizarse con el carácter difícil, "anormal" del genial escritor, pero los especialistas de la misma tampoco se han distinguido siempre —como lo ha puesto de relieve Roger Garaudy en De un realismo sin riberas, colección Arte y Sociedad, UNEAC— por la corrección de sus interpretaciones de áquella, en general unilaterales. Un amigo personal de Kafka, Max Brodt, pudo equivocarse —Ernst Fischer insiste en ello—, al presentar erróneamente el mundo de Kafka "como una especie de cábala, un registro misterioso de experiencia e iluminación religiosas". Ha sido necesario comprender que el judaísmo de Kafka nada tiene que ver con la religión judía o con la fe en un sistema cualquiera de creencias, y que es justamente "la búsqueda de una verdad que no se encuentra en ninguna parte" —La de la ley en El proceso— la que movió a Kafka a asumir, como él mismo lo dice, la negatividad de su época a la que no se sentía con derecho a combatir pero a la que representó poniendo en evidencia su decrepitud. "Con el mundo, contra el mundo, por el mundo", así entendió su misión de escritor. "Kafka —explica Garaudy— se agota en una interminable lucha contra la alienación dentro de la alienación misma"; por la ley dentro de un mundo absurdo que en El proceso aparece regido por un tribunal que ignora la ley; por la humanidad dentro de un mundo deshumanizado como al que Kafka le tocó vivir, en que "el capitalismo es un estado del mundo y un estado del alma". Un mundo en que "un solo verdugo puede reemplazar a todo el tribunal" como ocurrió en la Alemania nazi de la que, como se ha repetido, Kafka presentó una imagen anticipada en su obra.

El lector cubano de El proceso dispone de varios de los textos esclarecedores con que la crítica literaria marxista ha situado, en estos últimos años, la obra de Kafka, rescatándola del "sociologismo y esquematismo vulgares" en que la hundieron los teóricos de un realismo socialista mal entendido. Este público puede consultar las obras de Roger Garaudy, Ernst Fischer y del profesor alemán Helmut Richter, del que trae la edición cubana de El proceso un magnífico ensayo. Todos ellos participaron en el "Encuentro de Franz Kafka" celebrado en Liblice, una reunión de los especialistas de Kafka procedentes de los países socialistas y de los partidos comunistas de Austria (Fischer) y Francia (Garaudy) en 1963.

La conclusión a que se llegó en esa oportunidad puede expresarse así: Kafka no fue ni un revolucionario ni un autor de vanguardia decadente, nihilista, tesis ésta que expuso en el encuentro el profesor Luckács, para el cual sólo cuenta "la conciencia de la totalidad de la sociedad en su dinamismo, en su orientación y en sus etapas más importantes" como aporte positivo de un escritor a la transformación del mundo. La actitud general fue en cambio no sólo la de celebrar la indisputable genialidad del autor de El proceso, sino la de presentar la obra de Kafka -como lo hace Richter- bajo la especie de "un testimonio desesperado de la absoluta deshumanización del mundo histórico que le tocó vivir".

II

(En la revista Bohemia, La Habana, año 59, número 31, 1967)


El Instituto del Libro, con la reciente publicación de El proceso, propone al lector cubano una tarea especial: la lectura de Kafka a través de una de sus obras más fascinantes y enigmáticas; o simplemente absurdas, desde el punto de vista de un lector desprevenido. Tarea que se le propone al pueblo —de ahí su novedad— pues si bien Kafka es, desde hace largo tiempo, uno de "los grandes soñadores de la literatura mundial", hubo un periódo en que la crítica seudomarxista lo consideró un autor decadente; y en Latinoamérica, contra ese prejuicio superado, Cuba es, obviamente, el primer país que intenta socializar su lectura.

La edición de El proceso trae la ficha bibliográfica de Kafka y una reseña de los acontecimientos más importantes de la época que le tocó vivir; un prólogo de Adolfo Sánchez Vázquez y, en el anexo, un ensayo del profesor alemán Helmut Richter, uno de los teóricos de la literatura que más y mejor han contribuido a la valorización justa de Kafka desde el punto de vista marxista y a su divulgación en los países socialistas.

Se recomienda a los lectores que se interesen más profundamente en el caso kafkiano dos libros editados en Cuba: De un realismo sin riberas, de Roger Garaudy —ediciones Arte y Sociedad— y en la misma colección La necesidad de arte de Ernst Fischer. Este, Richter y Garudy participaron como congresales u observadores en un coloquio consagrado a Kafka por los especialistas marxistas de este escritor, procedentes de los países socialistas y de los partidos comunistas de Austria y Francia, el año 1963 en Checoslovaquia.

Para un primer contacto con la obra de Kafka, el siguiente dato es particularmente importante: Franz Kafka es un escritor judío de lengua alemana nacido en Praga en 1883, bajo la monarquía austro-húngara de los Hamburgo.

Su situación de judío —explica Garaudy— de idioma alemán, viviendo en un país hecho bajo la dominación austro-húngara exasperó en él el sentimiento de soledad y de desarraigo.

El antisemitismo se desencadenaría bestialmente poco después de la muerte de Kafka ocurrida en la Alemania nazi; pero el escritor pudo presentir su cabal desarrollo en el clima de exaltación chovinista y racista, pangermanista, que lo impregnaba todo en vísperas de la Primera Guerra Mundial, y sentir el peligro que significaba para la comundad judía de Praga la decadencia del liberalismo. Pero el judaísmo kafkiano subjetivizado, llevado hasta su máxima complejidad, es una de las claves que permite explcarse en gran medida varias de las características de la vida y la obra del autor de El proceso.

"¿Qué tengo de común con los judíos? —se preguntaba. Apenas tengo nada en común conmigo mismo; debería ocultarme, contento de poder respirar". Pero a la vez son reiteradas las referencias que hace a la necesidad de explicar sus rasgos individuales y su carácter literario por su condición judía, y la caracterización que hace de "la situación de inseguridad de los judíos, a los que sólo se les permite poseer lo que aferran en la mano o entre los dientes" es idéntica a la que hiciera de sí mismo, con el agravante de que es el suyo un caso de aislamiento dentro del aislamiento, pues se segregó espiritualemnte de su comunidad desde el punto de vista de la religión en la que no creía y desde el punto de vista de su antipatía por el capitalismo en cuya órbita giraba esa comunidad.

La falta de relación con la vida y el anhelo de reconciliarse con ella integrándose a un mundo que imaginaba a semejanza de la vieja patria perdida del judaísmo y rechazo de la sociedad en una época en que "el capitalismo era un estado del mundo y un estado del alma", son motivaciones kafkianas que se encuentran en la base de su fantástica vida interior.

Como Kafka, el señor K (K. de Kafka) busca una verdad —el Tribunal Supremo— que no se encuentra en parte alguna. Y si Kafka se sentía incapaz de combatir al mundo para cambiarlo, asumiendo, en cambio, "poderosamente la negatividad de mi tiempo" (Kafka inicia El proceso en 1914, en la atmósfera de crimen ritual —escribía Rosa de Luxemburgo— en el que el agente de policía, en la calle es el único representante de la dignidad humana) el señor K, por su parte, es la encarnación de la impotencia misma del individuo ante un tribunal cuyas leyes nadie conoce, ni los acusados ni los funcionaros de la "justicia", tribunal que lo condena a muerte por un delito igualmente miserioso o deconocido.

El proceso puede parecer absurdo, pero es que se trata justamente de presentar lo absurdo y de un mundo desprovisto de leyes y a la vez centrado en un tribunal abominable que puede ser reemplazado —como observa K— por un solo verdugo. ¿No ocurriría otro tanto con las víctimas de la "legalidad imperialista?". "En un mundo en que la ley ha dejado de ser algo viviente —explica Richter—, el tribunal sólo puede aparecer terriblemente deformado". En ese mundo —y son numerosas las ocasiones en que el escritor judío que no parece haber sido afectado, en lo inmediato, por la guerra, prefigura el carácter perverso, irracional del "nuevo orden germánico" y la suerte que correrían ulteriormente sus hermanos de raza—"los inocentes —observa K— se ven deshonrados ante asambleas enteras en vez de ser interrogados normalmente. Sus pertenencias les son arrancadas y conservadas en depósitos en los cuales se coloca lo que pertenece a los acusados" y "donde la propiedad penosamente amasada se pudre sin fruto mientras espera a que la roben funcionarios criminales".

Las correspondencias entre el mundo subjetivo, irreal, fantástico de Kafka y la realidad histórica objetiva de su época son tantas que bien puede decir Garaudy: "El mundo de Kafka, el mundo que lo rodea y su mundo interior son el origen de las cosas sino en una situación social determinada. En este sentido, El proceso es, por ejemlo, un cuadro expresionista, minuciosamente objetivo, de la alienación burocrática". "A fuerza de pasar día y noche —así presenta K a los funcionarios de la justicia— sumidos en sus reflexiones, terminaban por perder el sentido exacto de las relaciones humanas y se notaba la falta de esos sentidos en los casos a que nos referimos". Pasajes como éste han sido empleados correctamente para ilustrar la antipatía de Kafka por el capitalismo y la teoría marxista de la deshumanización y cosificación del hombre en un mundo en que, para decirlo con palabras que Kafka emplea para describir, en su diario, una empresa capitalista. "Sólo el odio mutuo logra el equilibrio, y concede perfección a la empresa".

Pero el esencialismo kafkiano (análogo al intento paralelo que hacía el objetivismo abstracto en pintura) supone lo que llama Richter "la errónea tesis de que el esfuerzo humano es totalmente inútil". "Kafka —explica Fischer— no creía fundamentalmente en el progreso sino en la eterna repetición de las mismas cosas". Una concepción estática de la historia, ahistoricismo o suprahistoricismo, más bien, antidialécticos. Distanciamiento del individuo respecto de la sociedad, del que Kafka era consciente como un médico puede serlo de su enfermedad, "... mi miedo, por otra parte, aumenta constantemente, porque significa un alejarse del mundo, por lo tanto un recrudecimiento de su presión, y por lo tanto un recrudecimiento del miedo".

Palabras como éstas son las que parece tener inmediatamente presente el profesor Georg Luckács cuando afirma que Kafka "es la figura clásica de esta actitud inerte de miedo pánico y ciego a la realidad". Sólo que el proceso que le sigue Luckács a Kafka no tuvo éxito en el encuentro de Praga cuyo espíritu fue —así se lo definió en la sesión inaugural— el de honrar en Kafka al hombre que en el caos luchaba por la grandeza del hombre, por la ley verdadera de la vida. Kafka asumió el caos en la nostalgia indecible de un orden humano, nunca demasiado humano.


 

 

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Leer a Kafka.
Por Enrique Lihn. (1967)
En El circo en llamas: una crítica de la vida. Enrique Lihn
Edición de Germán Marín. Santiago. Lom, 1997.