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«Desmarejada», de Luisa Aedo Ambrosetti
(Santiago, RIL editores, 2021, 52 p.)

Prólogo

Natalí Aranda Andrades




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¿Qué se esconde en el agua? ¿Qué restos trae la marea? Preguntas que nos hacen entrar en los poemas de Desmarejada, entrar en esa humedad que es un llamado, aviso de una profundidad que necesita ser comprendida más allá del dolor.

¿Cuánta noche hay en estos poemas? ¿Cuánto grito, cuánta sombra? Es la marea, símbolo de un inconsciente repleto de una memoria personal y también colectiva.

Cito del libro: «Las olas están golpeando el bandejón del puerto Antonia/ atrás de la Iglesia/ {…} La inmensidad se come toda vacilación marina/ Todo es engaño de los sentidos –dijo él–». Atrás, siempre es atrás de una Iglesia donde las olas comienzan a golpear. Iglesia, máscara, ícono. ¿Cómo sentir el golpe de las olas sin caer en la locura? ¿Cómo mirar la oscuridad de las aguas?

La autora declara: «dentro de la carne no siempre están los huesos». ¿Qué hay dentro de la carne? Hay una mano que nos lleva de golpe a la otra orilla, donde el nido, la infancia, el lugar del juego desaparecen. La niña nunca jugó, dice un poema que habla sobre un árbolcortado, un ciruelo que fue parte de una infancia arrebatada porque: «ya sus ramas no sostenían ningún nido». Ningún hogar que la salve del peligro de las olas. Como nos dice en el poema La boca abierta: «Perdí la cuenta/ de las veces que el viento/ voló el techo de esta casa». Descentramiento, todo intento de volver al centro, al nido, es destruido por las fuerzas de la naturaleza, símbolos de un inconsciente que destruye todo puerto, todo nido. El inconsciente también es una boca abierta.

La hablante dice: «No conocemos la oscuridad/ de las sombras/ que nos dejó el apagón/ Nadie nos ha contado en que/ tinieblas puede detenerse el cariño». Leo estos versos y veo en ellos no solo un enfrentamiento con elpasado personal. Veo también una oscuridad colectiva, una sombra compartida. ¿En qué tinieblas puede detenerse el cariño?

Escribo este prólogo un 11 de septiembre y es inevitable extrapolar estas palabras a esa oscuridad, a esa herida. Cito del poema Frías voces: «ferocidades ocultas/ de añeja patria/ recuerdos ahumados/ exhumados o quemados/ se hunden en los pechos/ cuchillas nuevas y viejas/ aumentando innumerables/ cantos que quieren salir/ dejando cicatrices/ que aún no puedo/ lavar ni lamer». La poeta escribe desde el dolor de la experiencia propia, pero también deja testimonio de un dolor colectivo. Una cicatriz que no ha sido lamida sigue recorriendo esta tierra, cicatriz que nos mantiene unidos a los cuerpos torturados, asesinados y desaparecidos que todavía cargamos sobre nuestras espaldas. 

Observo en este libro un viaje hacia las profundidades del ser,siendo una parte del viaje el encuentro inevitable con lo otro, con ese inconsciente que es lo otro. La autora señala: «yo quisiera decir un nombre que no es el mío». ¿Qué late allí y espera ser nombrado, reconocido? Es interesante ir viendo las señales que la autora nos va entregando para comprender este encuentro. Ella nos indica lo siguiente en el último verso de un poema que lleva el mismo nombre del libro y en el que se hace referencia a lo binario: «Desmarejada estoy y no». Esta aparente contradicción rompe con el pensamiento binario desde el cual se estructura nuestra forma habitual de pensar las cosas, siendo este quiebre un camino para ir al encuentro con lo otro, que es también la otra.

¿De qué forma este encuentro se puede relacionar con lo político? Un viaje hacia el interior es un viaje que se proyecta en el mundo. Nuestra estructura binaria nos hace creer en la separación de ambas categorías. El viaje interno de la poeta, que la ha llevado a ver a la otra en ella, también la ha llevado a contactar con la otra en el mundo. Es importante señalar al respecto el compromiso de la autoracon el movimiento feminista, compromiso manifestadoen su escritura. En su libro nos encontramos con un poema llamado Las infantas terribles donde escribe: «Sus manos son fuertes y rudas/ por el desgaste de la mano diestra/ esa que azota el pesar del mundo». El mundo se ha visto desbordado por una cultura que se sustenta en la dominación y el sometimiento de lo otro. Todo lo que no es comprendido como «sujeto» o «mismidad» es lo otro. Cuerpos y territorios que pueden ser violados, conquistados, explotados por la exacerbación de «la diestra», siguiendo la imagen de la poeta.

Quien escribe estos poemas ha decidido contar la historia como una forma de empezar a reconocer y a mirar de frente el dolor para exorcizarlo. Cito del poema Canto de infancia: «Es hora de contar la historia/ que he callado/ de crear el propio cuento/ el propio abrazo/ de buscar las piezas para reconstruir la casa/ de buscar adentro de lo roto/ lo perdido/ Allá lejos/ ninguna reja/ se ha cerrado en el puerto Antonia». La memoria, esa herida abierta construida de fragmentos, va configurando un nuevo relato, va creando un cuento en el que el propio abrazo nos recibe, nos acoge, nos entrega el cariño que la oscuridad hizo desaparecer.

«Desmarejada estoy y no», repito nuevamente este verso, me recuerda al movimiento del agua, de las olas y la eternidad. El movimiento de los contrarios desde donde surge la vida: «La mar se encrespa/ se eriza/ {…} y también descansa».

El libro termina con el siguiente mensaje: «Hoy me voy del puerto/ Hoy me voy del cuerpo que me hirió». Esta es la muerte después de un proceso de agonía. Poemas agónicos, catárticos, cantos oscuros, fragmentos de cuerpos que trae la marea, golpes de olas dentro de la carne. Poemas que te enfrentan a la oscuridad, pero,al mismo tiempo, creadores de una luz sutil, temblorosa, naciente. Como una luz naciendo bajo las aguas.



 

 

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(Santiago, RIL editores, 2021, 52 p.)
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