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LAS “CONSTELACIONES” DE CHRISTIAN RODRÍGUEZ BÜCHNER, RELATOS

Luis Antonio Marín Cruces

 

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Ciudad Sur. 29 de noviembre de 2011
Parafraseando a Tagore, podríamos decir que el hecho de que un libro venga al mundo significa que la Literatura no se ha aburrido de los escritores. La afirmación es discutible. Pero el hecho incontrovertible es que, a despecho de las vicisitudes –neo-analfabetismo ciudadano, hacinamiento e  invisibilidad de los cultores, entre otras desventuras–, se sigue escribiendo literatura en Chile. Y publicando, por angas o por mangas, lo que no pocas veces le hace un flaco favor a la Literatura. No es el caso de la presente y auto gestionada edición de Christian Rodríguez Büchner, profesor de lenguaje que a sus 26 y hurtándole horas al trabajo semanal, ha configurado un libro bastante bien logrado y  sin falencias evidentes.

“Constelaciones” (título quizá si algo errático) está configurado por seis relatos, protagonizados por jóvenes de diversas edades, de suyo solitarios y cuya excepcionalidad, como en cierta narrativa posterior al siglo XIX, radica precisamente en no ser excepcionales. Veterinarios insensibles, estudiantes sicópatas, profesores agobiados y aventureros insensatos son parte de la fauna que el autor posiciona en una geografía incierta, que va desde Puerto Saavedra a Temuco y desde Chiloé hasta el Canadá. Pero cuya atmósfera es el desamparo y cuyo sino es el desarraigo, ese estar fuera de ninguna parte tan caro al existencialismo en sus diversos lineamientos.

Javier y la Virgen
“Tania”, suerte de anti-historia de amor o disquisición en primera persona sobre la soledad y el desencanto, es quizá el menos logrado de los seis relatos, pero tiene el mérito de zambullirnos de lleno en el asunto, en esa forma del mal que es la ausencia de bien. “Puerto Saavedra”, ambientado a fines de los 80’s, trata de un veterinario joven que intenta manipular a un matrimonio valiéndose de la amistad que fomenta con el hijo minusválido, y acá es evidente el desamparo, tanto del paisaje como de las –vaya paradoja– asfixiantes relaciones personales en un entorno circular, rubricado por una banda sonora que nos recuerda que, a 20 años de distancia, “no hay nada más pasado de moda que lo que recién pasó de moda”. En “Javier y la Virgen”, el mejor logrado de los seis relatos, el niño lisiado del anterior cuento es ahora un desencantado profesor adicto al cine, que tras renunciar a su horrible trabajo (hay instantáneas notables del decadentismo estudiantil) y soslayando cualquier determinismo, intenta enamorar a la adolescente hija de un pastor evangélico. Y es en esta relación un tanto anómala, donde hallamos un tono más entusiasta y condescendiente con la vida.   

Esa tierra helada
En el violentísimo “Lluvia de barro”, la acción se desplaza a un desvencijado liceo (quizá campesino), cuyo profesor de lenguaje descubre, ante la apatía sospechosa de la directora, una red de tráfico de pasta base entre los bestiales alumnos. La suerte entonces está echada, y al desamparo y a la soledad, Rodríguez agrega un tercer eje del mal: la educación precarizada y mojigata que –mediante la simulación de una enseñanza y un aprendizaje inexistentes– reproduce la corrupción y la miseria, tema que también se tematiza en “El cielo y el mar”, un misterioso relato que parece escrito como desde la antesala del fin de los tiempos. Por último, “Esta tierra helada”, un extenso relato que un escritor poco sagaz habría convertido en novela adicionando anécdotas, nos habla del golpe de suerte de un recién egresado de la secundaria, que gana un juicio millonario a sus empleadores y decide viajar con su hermana a los confines de la tierra para conquistar el mundo, pero recala en Canadá y conoce a un sospechoso comerciante de oro. Es el sueño neoliberal –la pesadilla– forjado a base de ingenio, de libre iniciativa y certidumbres temerarias, de un individualismo muchas veces despiadado.

Las “Constelaciones” de Rodríguez nos remiten a varios y bien disfrazados autores, lo que impide que nos extraviemos en el vicio de las referencias estériles, tan caro a algunos escritores menores; acá es la Literatura la que tiene la palabra y no el estéril enciclopedismo de los malos lectores de Bolaño. Y aunque debiera ser un texto de lectura obligatoria para las autoridades educacionales, tampoco hallamos intención moralizante o de denuncia, y la ausencia de finales evidentes nos conduce, a veces de manera galopante, hacia la incertidumbre, que es una de las formas de la libertad en la Literatura.

 




 

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