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PRESENTACIÓN DE “CIUDAD SUR”
Christian Rodríguez Büchner
Viernes 16 de diciembre de 2011, Museo Nacional Ferroviario “Pablo Neruda” de Temuco
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“No ha habido rey jamás que sujetase esta soberbia gente libertada”, publicó Alonso de Ercilla en el año 1574, durante la resistencia mapuche a la ocupación extranjera que él mismo representaba. Cinco siglos después, y tras incontables capitulaciones fallidas y barridos militares y económicos, la zona centro sur es hoy parte de la periferia de Chile, de los extramuros de un Santiago que pareciera abarcarlo todo, desde el presupuesto nacional, las noticias, los conciertos, la libertad sexual y el revival de las vanguardias literarias, hasta los grandes movimientos sociales. Pero es un Santiago que nos resulta lejano, mezquino y no menos provinciano en términos de su verdadero lugar en el mundo.
Si bien en la región donde se sitúa Temuco la situación económica no puede calificarse de desesperada (aunque en algunas comunas sí), los bienes culturales llegan a goteras. El 50% de los eventos consiste en homenajes o tributos, y la creación como posible contraparte (hay que decirlo) se divide entre quienes confunden a la poesía con la política (o con el sexo), y quienes aún se aferran nerviosamente a su ingenuidad lírica contando libélulas frente al río Imperial.
Pero el panorama no es tan malo como suena. Quiero pensar que esta nueva diversidad, es un signo de nuestro crecimiento: el signo de nuestro ingreso definitivo hacia la adolescencia artística.
Ahora, quiero hablar un poco acerca de esta premonición de la madurez. Pero de una madurez rabiosa, ilustrada y no menos adolescente, que no tiene nada que ver con esa parodia triste que es la adultez.
Luis Antonio Marín (Lota, 1972) maneja un detallado conocimiento de la historia reciente de Temuco, tanto como testigo y como víctima de su vertiginoso crecimiento tras el fin de la dictadura; desde el nacimiento de la Universidad de Temuco en el año 1990 (que marca el inicio de la educación superior precaria en el sur de Chile), hasta la segunda mitad de la primera década recién pasada, que se caracteriza, según el libro, por iniciativas culturales rebeldes y bellas en sus intenciones, pero con caudillos no menos puristas, intolerantes e hiperviolentos que las mafias económicas a las que pretenden atacar.
Ciudad Sur es un libro de 17 relatos “imbricados” (epíteto que remarca, más que la relación entre sus argumentos, la continuidad de un mismo lugar, o el detallado progreso de ese lugar), contados con la agilidad de la crónica y la adjetivación de la gran narrativa, y cuyos protagonistas comparten un antivalor que tuerce la trama de cada una de las 17 historias: la ambición desmedida. Hay escritores, artistas visuales, gestores culturales, profesores y empresarios, que creen ser los elegidos en un sentido u otro; para revolucionar la economía de la ciudad, para superar a Shakespeare en su propio idioma, o para reinventar por completo la poesía de occidente. Personajes que son capaces de “tajearle el seno a su mujer” o de calcinar vivo a un vagabundo si es que esa acción es capaz de confirmarles su frágil omnipotencia en una ciudad con una inercia cada vez más aplastante, y que crece a tres horas por segundo.
Los epígrafes, apenas esbozados, de los Libros Sapienciales de La Biblia al inicio de cada historia, no son para forzar una marca de solemnidad; Ciudad Sur es un libro católico, Ciudad Sur representa una vía no tradicional hacia el misterio; una vía mística pero al revés. Si algo tienen en común sus héroes más complejos, es que, en el clímax del egoísmo, la sangre, las drogas y la depravación; en esas páginas donde el lector tiene que mirar a la pared por un segundo buscando la consolación de que sólo está leyendo un libro. En ese cénit del horror es donde logran tocar una revelación personal e intransferible de algo parecido a la gracia o a la sabiduría. Refuerzan su credo personal ante la adversidad para retomar su camino furioso hacia el éxito y el reconocimiento social. Lo místico, aquí, no sería un camino sublime o extraterrenal, sino que tan sólo una desproporción de lo humano.
Un diagnóstico lúcido que hace Marín es incluir a artistas y a empresarios como un solo grupo más o menos semejante. Allí es donde se percibe la única influencia posmoderna en su escritura; Roberto Bolaño. Uno de los títulos tentativos que el autor manejó para su libro era “Emprendedores”. El título fue descartado, pero aún se percibe en cada página el recordatorio de que las militancias de los escritores pueden ser disfraces oportunistas que ocultan fines tan viles como los del resto de la humanidad. No hay que perder de vista esa afirmación en tiempos en que los nuevos movimientos sociales chilenos están despertando con fuerza, secundados por una enorme camada de artistas y políticos que buscan influenciarlos y hasta dirigirlos.
Por último, Ciudad Sur es un libro que está destinado a recibir varios piedrazos e intentos de sabotaje. Y no sólo por la referencia a personajes reconocibles, sino que también por las incontables transgresiones, o más bien por la absoluta no-consideración de la estética y la moralina contemporáneas (prefiriendo así a Nietzsche en lugar de a Foucault, o a Borges en vez de a Philip K. Dick), des-idealizando a las minorías culturales apuntándolas con el mismo calibre en presencia de los mismos vicios.
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F R A G M E N T O S
BIOGRAFÍA DE UN EMPRENDEDOR
Job 12, 6 .. .. .. .. . .
LA PRIMERA VEZ QUE CARLOS BARRA ACÚN consumió cocaína fue en agosto de 1977. Estudiaba Ingeniería Comercial en Valdivia y la esposa de un consorte adelantado que volvía del gran país del norte, lo llevó al paraíso artificial de la caspa del diablo y a entender que esta sustancia que sabía a medicamento era parte de un futuro venturoso para LOS EMPRENDEDORES, expresión todavía desusada. Barra intuía que el poder físico y mental de ese polvo anestesiante, era indisociable al verdadero liderazgo, destinado a los seres implacables que el futuro de Chile requería. Los risueños delirios del cannabis, que compartía con sus consortes peor vestidos (“casi tanto como los humanistas”), le hacían sentir que perdía el tiempo en elucubraciones incompletas y sueños petrificados, y el abrazo algo más terrenal del dulce alcohol le dejaba los sesos como esponja, porque Barra era ante todo un ser desmesurado.
Quizá porque Barra era más bien ateo, ya en ese entonces su madre, una escritora de rondas que pertenecía a un grupo católico conservador, organizaba oraciones para pedir por el alma de su hijo y alejarlo, si no del pecado venial y de aquellos que claman venganza al alto cielo (“¡abuso del débil, sodomía incluso mi Dios Santo!”), al menos del pecado mortal. Se reunían temprano y mientras comentaban la dolorosa aunque justificada represión de Ramón contra los enemigos de la patria y la familia, erigían plegarias al Altísimo pidiendo por la paz del universo y por el alma del perdido Carlos Barra…
VIOLENTO SUR
Salmos 14, 3 .. .. .. .. . .
ESTAMOS EN LA PRIMAVERA del año 2007. La oficina de Punto de Fuga, la productora audiovisual del publicista Libardo Quijano, donde en las mañanas llega un sol esplendoroso, se ubica en el segundo piso de un desvencijado inmueble de Miraflores 330, dentro de un barrio conocido como el Triángulo de la Muerte. Su parte más pintoresca es la adoquinada calle Blanco, que desemboca en una glorieta de avenida Balmaceda contigua al cementerio, rodeada de pérgolas y kioscos de comida.
Quijano está asociado con el profesor Saulo Maquiavelo y con el cantinero de las artes Aliro Perver-rroel. Si bien se conocen desde la adolescencia, ya no existe entre ellos la amistad, y el alto fin que los congrega es puramente instrumental: la extorsión del empresario Carlos Barra Acún. Pretenden sacarle una tajada millonaria y organizar un FESTIVAL DE ARTE Y POESÍA MONUMENTAL, como no se ha visto en Chile y quizá ni en Sudamérica. La idea es arriesgada, pero estos seguidores del Robin Hood inglés se sienten amparados por el dios del arte y un principio solidario, pues el plan que los ha reunido incluye a gente del teatro sin escena, a jubilados épicos del rock, a poetas de tres versos al año y narradores sin lectores, artistas circenses sin circo (casi todos de la ex Fábrika), bailarines, bebedores de jarabe, escultores y pintores. Se trata de una nueva revolución que pretende soslayar la burocracia “y su sistema de inmundicia y cobardía” (Perver-rroel), que ellos encarnan ante todo en el encargado de Cultura Hugo Alinco (nota 42) y en el aparato universitario de gente sin mundo, “como la empleada doméstica Novoa” (Maquiavelo). Cansados de las trabas y de cierta miopía sospechosa, cansados de actuar durante años como unos lamepuertas, estos tres emprendedores meditan una respuesta donde lo delincuencial se exalte hasta la redención y la historia.