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DESPERTAR A LOS MUERTOS
Fuera de campo, de Manuel Vicuña. Hueders, Santiago de Chile, 2014
Lorena Amaro
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Resulta muy acertado el título que da Manuel Vicuña a su aventura biográfica, Fuera de campo, publicada recientemente por Hueders, editorial que desde hace un tiempo viene iluminando con sus libros algunas zonas de la producción literaria chilena que permanecían mudas. En estos retratos, el académico e historiador desarrolla cautelosamente un aspecto de su trabajo que ya se apreciaba en sus libros propiamente “históricos”: su capacidad para relatar y su interés por el mundo de las memorias, las autobiografías, los diarios, los relatos de vida. Es sabido que esos géneros sirven de fuentes (muchas veces secundarias) a los historiadores. Pero en Vicuña es diferente. Siempre lo ha sido. En libros como el agotadísimo La belle époque chilena (Sudamericana, 2001), él daba un amplio lugar a las citas extraídas de esas fuentes, citas seleccionadas con placer lector, citas que utilizaba con acierto, como detonantes de una argumentación impecable. Seguramente la indagación en esa enorme masa de escritos dejados por notables y no tan notables incidió en el desarrollo de esta idea de escribir biografías, un género poco valorado en nuestro país, pero que ha dejado algunos libros importantes, como Algunos, de José Santos González Vera o Historia personal de la literatura chilena, de Alone (gran lector de biografías).
El libro de Vicuña aborda, entonces, ese primer “fuera de campo”, por el hecho de incursionar en un universo textual que, insisto, no es que no haya existido, sino que ha sido poco atendido, invisibilizado en la construcción de los cánones literarios chilenos, más abiertos a la poesía o la narrativa de ficción. Pero la contratapa del libro pone énfasis en otro aspecto, otro modo de estar “fuera”: los biografiados que aquí se incluyen son, según Germán Marín, “excéntricos”. Para Beatriz Sarlo son “desubicados”, “antihéroes, furiosos (…) contradictorios”, lo que nos habla de otra forma de concebir el título. Ya no, digamos, el fuera de campo que está detrás de la cámara, sino más bien los contornos que se fugan de la imagen que está en el cuadro de honor de la literatura chilena, los que no entraron en los grandes relatos críticos, los que por sus textos y también por sus vidas resultaron ajenos a sus pares y en el juego –la batalla- de construcción del campo cultural, resultaron soslayados. Excéntricos en el sentido más básico del término: no por su descentramiento anímico o social, sino primariamente por el hecho de no encontrarse centrados en el cuadro. Los elegidos para animar este relato que sigue siendo, a su modo, un libro de historia de Manuel Vicuña, son Carlos Pezoa Véliz, Tancredo Pinochet, Joaquín Edwards Bello, Marta Vergara, Alfredo Gómez Morel, Eugenio Lira Massi y Mauricio Wacquez. Este corpus es en su mayoría un corpus de autobiógrafos, que con sus textos ciertamente impúdicos (sobre todo en el caso de Edwrads, Gómez Morel, Vergara y Wacquez) se encargaron de oponer sus individualidades a las corrientes del tiempo, a las construcciones hegemónicas y homogeneizadoras de la nación y sus valores, con discursos que les valieron detractores, soledades, salidas de canon.
Llama la atención hasta qué punto algunos de ellos, debiendo ser autores centrales en la historia literaria chilena, han sido soslayados por los planes de estudio o puestos en un segundo plano permanente, como ocurre por ejemplo con toda la literatura de Joaquín Edwards Bello, ese gran e irónico desmantelador de mitos, tan difícil de alinear políticamente, que ocupa un lugar central en el libro de Vicuña, siendo abordado no sólo en la biografía que le corresponde, sino que también citado en las demás.
Éstas son, pues, verdaderas biografías intelectuales que, si bien dejan entrever algunos aspectos singulares de la vida cotidiana, plantean sobre todo el pensamiento, los valores y los problemas que animaron el camino intelectual de estos autores, de los cuales “ninguno (…) es muy conocido”: “Tampoco son muy leídos. Algunos pasaron al olvido. Otros sobreviven en la periferia del interés general, como especies exóticas preservadas en el invernadero de los entendidos. Escribieron como si nadaran contra la corriente e intentaran remontar el curso de un lenguaje contaminado por la impostura, la hipocresía y el palabreo”, escribe con razón Vicuña, haciendo así su propia elección por las vidas de los hombres (y mujeres) infames, elección que en el plano de las biografías contrasta con la adulación victoriana, con la hagiografía, con el encomio, para internarse en zonas mucho más delicadas, en que ciertamente la elección por el fracaso, la lateralidad, la enfermedad, la pobreza y el abandono, dicen relación con el ánimo intelectual y los derroteros estéticos del narrador/biógrafo, quien opta por una particular construcción de la historia chilena, la historia de los vencidos u olvidados.
Las biografías son hoy un campo de investigación casi inexplorado en el ámbito literario chileno. Experimentos como el de Roberto Bolaño, con La literatura nazi en América, parodia que como su mismo autor plantea, tiene sus referentes en las biografías imaginarias escritas por Marcel Schwob, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Rodolfo Wilcock, ocupan un espacio singular, que han prolongado otros autores sobre todo argentinos, como Luis Chitarroni en Siluetas (1992, reeditado por La bestia equilátera en 2010) y más recientemente Daniel Guebel en Genios destrozados (Eterna Cadencia, 2014). Al leerlos es inevitable preguntarse por qué los autores latinoamericanos, siguiendo la tradición inaugurada por Schwob y también el humor de un crítico de la literatura victoriana, como Lytton Strachey, deciden biografiar a personajes anónimos o desmantelar las grandes biografías, o bien contar las vidas periféricas, menores, incluso modestamente malditas. ¿Qué hay en ese tipo de biografías que se alejan de la luz de los reflectores para mostrar –y aquí cito a Didi Huberman- el brillo a veces demoníaco de las luciérnagas? El libro de Vicuña, sin ser paródico, tiene también algo del tono borgeano que se hunde en la infamia, como este cierre del increíble texto que dedica a Carlos Pezoa Véliz, al cual accede, entre otras fuentes, a través de unos diarios (¿alguien irá a publicarlos?): “´Los funerales fueron muy humildes, tan humildes como fue la vida del poeta y fecundo escritor’, consignó el diario La Reforma. ‘Un grupo reducidísimo de amigos acompañó sus restos a la última morada, sin que hubiera, siquiera, al borde de su tumba, una sola frase de despedida? Al igual que el entierro del pobre diablo del poema ‘Nada’, ‘nadie dijo nada, nadie dijo nada’. La literatura y la vida, con la complicidad de la muerte, a veces proponen extrañas simetrías”.
Vicuña escribe, además, con un lenguaje envalentonado, que combina la expresión erudita con los usos comunes de la calle, buscando de este modo acercarnos sus personajes, hacerlos cotidianos y, en su lateralidad, hacerlos también bellos. Opta, sí, en casi todos los casos, por un ordenamiento clásico, cronológico, para dar cuenta tanto de las vidas individuales como del conjunto de estos textos.
¿Qué es una biografía sino una singular mixtura de historia y literatura? Desde hace ya mucho tiempo que Vicuña viene aunando estas disciplinas en su singular forma de adentrarse en los meandros de la vida chilena, revelándonos la vida de las mujeres, de los psíquicos, de los perdedores e invisibles que no tuvieron su lugar en las grandes leyendas nacionales modernizadoras. No ha sido el único, ni lo será, ya que algo ocurre con las figuras del pasado en el Chile del último lustro. Sucesivas reediciones y ediciones de obras completas buscan sacar del olvido a figuras que hoy parecían perdidas. Sin ir más lejos, dos de los personajes biografiados aquí, lo fueron también en un volumen de silenciosa aparición el año pasado: Dueños de la palabra. Maestros de la prensa escrita chilena (Ediciones Finis Terrae), compilado por Marcela Aguilar: Edwards Bello y Lira Massi. Hoy volvemos la mirada a esos autores que escribieron sobre un Chile doloroso y oscuro. Jornadas sobre Carlos Droguett, libros sobre Nicomedes Guzmán y otros novelistas sociales chilenos, interés por libros inhallables como Las ferreterías del cielo. Necesidad de ir más allá de los grandes héroes culturales –Neruda, Huidobro, cierta versión de la Mistral- para reconstruir el tramado de la crítica y la política antes del advenimiento del golpe militar. Necesidad de hacer y transmitir la memoria, una necesidad vasta que comprende un anhelo de volver a nuestras bases culturales y las discusiones que animaron desde comienzos del siglo XX la escena del pensamiento.
En un texto ya muy conocido, Walter Benjamin analiza el Angelus Novus de Klee y dice: “Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona ruina tras ruina y las va arrojando ante sus pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado”. Algo de eso hay en esta nueva e imprescindible propuesta de Vicuña.