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Amores siniestros
Seres queridos, Vera Giaconi, Anagrama, 2017, 152 páginas

Por Lorena Amaro
Publicada en http://revistasantiago.cl/


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Suyos son dos libros de cuentos: el primero, Carne viva  (Eterna Cadencia, 2011) y;  Seres queridos, publicado recientemente por Anagrama y felizmente en Chile. Su nombre es Vera Giaconi y nació en Montevideo en 1974, pero se ha radicado en Buenos Aires toda su vida. Con gran suspenso narrativo, sabe dotar sus historias de varios sentidos posibles, desde la observación más concreta y cotidiana sobre la realidad global, hasta cuestiones que rozan lo metafísico y existencial.

Los mundos narrados por Giaconi en este libro, cuyo título no alude a ninguno de los cuentos contenidos en él, sino que parece una sintética lectura de todos ellos, están marcados por los afectos familiares y cercanos. La tensión entre el cariño y la envidia es uno de los dilemas frecuentes en sus personajes, los cuales son descritos en su mayoría desde una tercera persona que hace foco en ellos, dotándolos de fuertes subjetividades. Los menos son narrados directamente, en primera persona: es el caso de los cuentos de apertura y cierre, que coinciden en mostrarnos a narradoras construidas a partir de la incertidumbre, generada por vivir relaciones a distancia con sus  seres queridos  (y también odiados). En el primero de ellos, “Survivor”, una mujer relata el romance de su hermana, radicada en Estados Unidos, con un famoso protagonista del  reality homónimo; en “Reunión”, uno de los mejores relatos del conjunto, es la amiga entrañable de un excéntrico matrimonio la que trata de escudriñar lo que ocurre con ellos después de un año de no tener noticias de su vida en Bangkok.

En ambos relatos, el amor no es garantía de bondad ni generosidad. Ciertas formas de poseer o extrañar al otro pueden ser devastadoras, y esta es la tónica de estos relatos, que lejos de reivindicar la familia o la amistad, miran las relaciones humanas con cierto sarcasmo. Como dice el epígrafe elegido por Giaconi, de Clarice Lispector: “Y consideró la crueldad de la necesidad de amar. Consideró la malignidad de nuestro deseo de ser feliz. Consideró la ferocidad con que queremos jugar. Y el número de veces en que mataremos por amor”. Sin embargo, los amores descritos por Giaconi en realidad no matan: hieren, perturban, atan lazos siniestros. Se quedan un poco más acá de la muerte, pero pueden llegar a ser peores que ella. Así ocurre con el amenazante cuento “Reunión”, ya mencionado, en que la presencia de la pequeña Mali parece sacada de una película japonesa de horror.

Los amores que describe Giaconi se encuentran en el límite de lo humano, ya sea por la proximidad de la muerte o porque han atravesado alguna barrera moral o social. Su abandono es el de quienes se comunican por Skype, temiendo, como niños, la desaparición radical del ser amado: “Cortar la comunicación y quedarme frente a la pantalla en negro me parecía terrorífico. En mi cabeza me había fabricado la idea de que hacer eso era como darle al mundo la oportunidad de tragársela; que, del otro lado, el monitor oscuro se volvía una gran boca que se abría para tragarse a mi hermana…” (“Survivor”); o el de los viejos que duermen sin postura, reducidos por los años o la enfermedad, o que caminan arrastrando los pies antes de tomar el teléfono que les anunciará un fallecimiento con un escueto “Se terminó” (“Los restos”).

Tales son los fantasmas que cruzan este libro impecable, en que la clase social es también un cerco para el solitario y el desesperado. En el mismo cuento “Los restos”, dos hermanas solitarias rapiñan lo que quedó de una hermana menor, aparentemente más afortunada que ellas, mostrando hasta dónde puede llegar la codicia y el desprecio entre personas de una misma familia. O en “Bienaventurados”: una señora con dinero intenta suicidarse ante la mirada atónita y compasiva de su empleada, trama en que la posición social articula en gran medida la construcción narrativa, la cual dará un vuelco inesperado hacia el final.

Si bien Giaconi maneja la frase corta y el realismo descriptivo del cuento norteamericano, no lo hace mal con los desbordes imaginativos y oníricos que permiten dar una atmósfera adecuada a sus personajes, protagonistas de verdaderas pesadillas: “Soñé que menstruaba papelitos con los nombres de ciudades que no conozco. Soñé que cosía lentejuelas al traje de un gigante y que tenía que hacerlo mientras él dormía, sin despertarlo. Soñé que estaba en el zoológico y se me caía un ojo en el estanque de los patos. Soñé que inventaban una cura”, dice la mujer enferma que protagoniza “Limbo”, un efectivo cuento sobre una paciente crónica.

Las ficciones de Giaconi abren el apetito novelesco. Terminar de leer “Survivor”, un cuento de apenas 15 páginas, es algo triste, porque se trunca una historia que podría continuar por muchas, muchas páginas. Esta autora, sin embargo, opta por la síntesis, como si estos 10 cuentos fueran breves rasgaduras de lo real, de las que brotan con naturalidad muy bien administrada las figuras incoagulables de lo  unheimliche, lo  uncanny, lo siniestro. En dos de ellos la fisura dice relación con el período de la dictadura argentina, en que la penumbra amenaza particularmente a los niños (“Dumas”, “A oscuras”). Narraciones que dejan deliberadamente muchos cabos sueltos, que no explican nada a nadie, robustas y amenazantes. También tristes.


 

 

 

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Seres queridos, Vera Giaconi, Anagrama, 2017, 152 páginas
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