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Niños que hablan fuerte
Hablan los hijos: Discursos y estéticas de la perspectiva infantil en la literatura contemporánea.
Andrea Jeftanovic,
María José Navia, María Belén Pérez y Lucía Sayagués.
Santiago: Cuarto Propio, 2011

Por Lorena Amaro
Instituto de Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile
lamaro@uc.cl

Revista Nomadías. Julio 2012, Número 15, 289-294



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La aparición de Hablan los hijos es un signo del lugar que ha cobrado, en los últimos años, la reflexión sobre la infancia en la literatura continental, reflexión inaugurada por Rodrigo Cánovas, Nora Domínguez, Marta López Luaces, entre otros. ¿Por qué los niños? Intentando ofrecer una respuesta, referiré el argumento de dos ficciones casi contemporáneas, publicadas ambas el 2009 en Argentina, en una misma colección del sello Emecé: “Bajo tierra”; de Samanta Schweblin y “Chicos que faltan”, de Mariana Enríquez. En el primero, se relata lo que ocurrió en un pueblo minero repleto de niños que solían jugar todo el día en la calle, quienes descubren, en un descampado, que la tierra está “como hinchada” (135). Comienzan a escarbar, hacen un pozo, se interesan solo en eso, no escuchan a sus padres ni hablan con ellos, obsesionados cavan y cavan. Una tarde no vuelven a sus casas. Sus padres los buscan desesperados. Van a buscarlos al pozo, pero ya no existe, ni rastros de que haya habido una excavación. Y son ahora los padres quienes cavan. Una madre grita: “van a darles con las palas en la cabeza” (138). Pero no los encuentran. Oyen ruidos bajo el piso de las casas. Arrancan con las manos las maderas del piso, hacen agujeros, tiran cosas dentro, las cosas de sus hijos. Pero nada, los niños no regresan. En el otro cuento, “Chicos que faltan”, se produce un movimiento inverso al que narra Schweblin. Es Buenos Aires y una niña que estaba desaparecida, una joven prostituta, vuelve. Ella y muchos otros niños ausentes, buscados por la policía. Comienzan a aparecer en los parques, donde los recogen sus padres, incrédulos y alborozados. Poco dura esta emoción: “Después del desconcierto eufórico de la primera semana, el escalofrío fue decantando”. Esos mismos padres comienzan a devolver a los niños a los parques donde los rescataron. Hay algo extraño en ellos. Esos chicos que vuelven tienen la misma edad que cuando desaparecieron. Esos chicos no dicen dónde estuvieron todo ese tiempo. Muchos de esos chicos, además, constan ya muertos en los registros oficiales, pero de eso nadie quiere hablar. Algunos padres se vuelven locos, otros se suicidan. La protagonista de esta historia aventura una teoría que leyó en alguna parte: “Los japoneses creen que después de morir, las almas van a un lugar que tiene, digamos, un cupo limitado. Y que cuando se llegue a ese límite, cuando no quede más lugar para las almas, van a empezar a volver a este mundo” (189). Pero si las almas vuelven, los protagonistas de esta historia se preguntan por qué a Buenos Aires. En tanto, ocurre algo. Los chicos comienzan a abandonar los parques donde los han abandonado: “Se iban en procesiones, en medio de la noche, entre la niebla (…) Tan silenciosamente como habían llegado, se retiraban” (190).

La desaparición de los niños en uno de los relatos, y su inesperada reaparición, en el otro, revelan inquietudes, pesadillas, sombras de las sociedades latinoamericanas. “Bajo tierra” es donde han habitado los niños víctimas del abuso y el mercado, la pornografía y el gobierno; sus padres los echan en falta una vez que ya todo es irreversible y la presencia de ellos sigue palpitando subterráneamente, como el corazón delator de Poe. Los que faltan y retornan, por otro lado, rasgan el recuerdo de la dictadura, un recuerdo henchido, siempre colmado; en la presencia de esos muertos vivientes que son los niños de este relato se trazan los rostros de otros que retornaron sin ser los mismos, nunca más, otros incómodos. La teoría japonesa de las almas que regresan puede ser leída, pues, como un amargo colofón de las dictaduras en nuestro continente, en que las ciudades latinoamericanas han copado la cuota de la ausencia.

Existe una sintonía bastante grande entre estos cuentos y los temas que abordan en su libro Andrea Jeftanovic, María José Navia, María Belén Pérez y Lucía Sayagués, un texto que es fruto de una larga elaboración por parte de Jeftanovic, quien encabeza este laboratorio de escritura crítica en torno a la infancia en la literatura, y cuyo trabajo en esta línea se inició antes de elaborar su tesis doctoral, presentada en Berkeley en 2006, con su novela Escenarios de guerra, del 2000.

Hablan los hijos tiene el valor de rescatar con sagacidad y calidad literaria a un sujeto “periférico” (en el decir de Nelson Osorio, citado en el libro), que si bien comienza a ser observado en Chile desde la vereda histórica (por autores como Gabriel Salazar o Jorge Rojas Flores), ha sido poco abordado hasta ahora por los estudios culturales y literarios chilenos. La publicación de estos ensayos es un signo de que eso está cambiando. En su conjunto, ellos barajan temas como la liminalidad de la figura infantil, su particular relación con el lenguaje y las instituciones, su potencia como imagen del flujo y del devenir, su dramática fetichización, también su resiliencia en tiempos de conflicto. Pero lo que me parece más destacable es la manera en que dialogan con el momento político, social y cultural: en el título, sabiamente, hablan los hijos y no los niños, porque las autoras comprenden perfectamente la incidencia de la relación filial en países como Chile o Argentina. Si miramos a nuestros vecinos, nos encontramos con aportes críticos valiosísimos, que leen la literatura postdictatorial desde esta perspectiva, la del relato postraumá- tico, la de los que no protagonizaron nada pero vivieron todas las consecuencias, o, como dice Josefina Ludmer en el Buenos Aires del 2000, los que son “nadie” al lado de sus padres, que fueron famosos (62). Los niños que se pierden y los que irrumpen en las calles de las novelas y piezas dramáticas analizadas por las autoras son, también, ante todo hijos, lo que además nos permite enfocarnos en el lugar que 292 Revista NOMADÍAS Nº 15, 2012 ocupa el relato familiar dentro de un sistema económico y social que explota y lucra a través de la familia. Desde ahí la relación filial se desborda a las instituciones, a las relaciones que hoy observamos entre ciudadanía y minoría de edad, en una sociedad minorizada que desea recuperar ciudadanías. La interrogante por y desde los hijos cobra, pues, potencia en un medio como el nuestro, en que, citando el título del ensayo de María José Navia sobre La casa de los conejos, de Laura Alcoba, “el lobo sí está”.

El objetivo de los ensayos es intentar “comprender la estrategia y función literaria” (13) de la perspectiva infantil en textos dramáticos y narrativos contemporáneos. Las autoras reúnen, pues, con bastante audacia, estudios sobre narrativa de impacto internacional (como la de Clarice Lispector o de António Lobo Antunes), con análisis de piezas teatrales chilenas y extranjeras de gran interés (pienso por ejemplo en el impecable estudio que hace Jeftanovic del texto de Gemelos, adaptación teatral de El gran cuaderno, de Agota Kristof, o en el ensayo sobre una interesante obra chilena, como Kinder, de Ana Harcha). Es así como el libro va más allá de sus objetivos declarados, abriendo la mirada de los estudios literarios hacia la dramaturgia y ofreciendo a los lectores no solo agudas reflexiones sobre el tema de la infancia en la literatura, sino también un corpus coherente de lecturas en que destacan, aparte de los prodigios de un artificio textual, la calidad estética y la potencialidad política de las obras analizadas. En otro plano, Hablan los hijos reúne en un todo coherente desde propuestas locales, importantísimas y sin embargo escasamente atendidas, como Óxido de Carmen, de Ana María del Río, hasta trabajos colectivos muy recientes que ponen de relieve los alcances de lo que se ha llamado lo glocal, en este caso de sus horrores, como en La cruzada de los niños, dramaturgia a seis voces recogidas por el español José Sanchís Sinisterra. Los capítulos abordan con solidez teó- rica y escritural los efectos de la violencia y el autoritarismo en el cuerpo infantil, la relación filial, los nexos entre infancia, lenguaje y mercado, las posibilidades de la memoria como indagación temporal y existencial. Se registran y aplican diversos conceptos psicológicos, filosóficos, históricos y literarios (recogidos en autores como Giorgio Agamben, Walter Benjamin, Gilles Deleuze, Sigmund Freud, Philippe Ariés, por nombrar solo algunos), generando un rico tejido de voces, un mosaico crítico. Cada ensayo reenvía a estas referencias y existe una coherencia entre ellos que sólo puede deberse al trabajo de escritura, lectura y relectura conjunto, propia de un seminario o taller, en que confluyeron, bajo la guía de Jeftanovic, lecturas de investigadoras de distintas edades y formaciones.

En uno de los artículos, referido a la obra de teatro La cruzada de los niños. Jeftanovic cita a un personaje que dice que no quedan niños en el mundo: “Los echamos a todos a la calle. Han huido… Y nosotros corrimos tras ellos como lobos” (216); los niños de esta obra teatral, sin embargo, no han desaparecido, sino que se han rebelado y han emprendido una marcha multitudinaria. Plantea la ensayista: “Estas figuras abducidas, expuestas al sufrimiento, a la mutilación, a la expropiación, se retiran del escenario del lucro ajeno para seguir una utopía, porque nadie les asegura qué habrá más allá del océano, pero de ese modo “reencarnan” su cuerpo, su integridad que les ha sido despojada” (215). Pienso en esta marcha de los niños de la calle, al tiempo que se trasponen imágenes de los cruzados de Marcel Schwob y, por otro lado, de los jóvenes chilenos entre el 2006 y el 2011, tantas marchas y luchas por llegar a utopía, al lugar de la voz. No en vano, al abordar las infancias literarias lo que leemos una y otra vez es que todo intento textual no es más que impostación, porque nadie pudo volver nunca a la experiencia pre-edípica ni al origen del lenguaje y por eso nunca nadie podrá hablar con la voz auténtica del niño o niña que fue. Hay una cita de Juan Carlos Onetti, que plantea precisamente esto, aunque con palabras más bellas: “Decir la infancia implica sin remedio un fracaso equivalente a contar los sueños” (Prego, 27). Es esa la materia, sin embargo, con que se hace la literatura que, en el decir de las autoras de Hablan los hijos, procura dar una voz a esos sujetos “menores” para que, cito, “señalen arbitrariedades, denuncien injusticias y se rebelen” (11). Para que de algún modo hablen fuerte y de ese modo se consolide, en los lectores, en la sociedad, un compromiso con aquellos que ocupan, no siempre silenciosos, la calle, las escuelas, los hogares: los niños reales.

 

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Referencias Bibliográficas

- Enríquez, Mariana. “Chicos que faltan”. En Los peligros de fumar en la cama. Buenos Aires: Emecé, 2009.
- Ludmer, Josefina. Aquí, América Latina. Una especulación. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2010.
- Prego Gadea, Omar. Onetti. Perfil de un solitario. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2009.
- Schweblin, Samanta. “Bajo tierra”. En Pájaros en la boca. Buenos Aires: Emecé, 2009.



 



 

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