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Desmarejada de Luisa Aedo Ambrosetti:
Escritura en el litoral y Voces de Casandra

Por Erick Chávez Salguero




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¿Qué es lo que oculta y trae el mar? ¿Cuál es la gramática que escribe en la página abierta de los litorales? Estas y otras, son las preguntas que se abren luego de leer el poemario Desmarejada de Luisa Aedo Ambrosetti.

Búsqueda de nombres y memorias, van apareciendo en la navegación e inmersión en las aguas oscuras de este libro. Búsqueda en medio de un estrépito de silencios que ha borrado los nombres de la infancia, heredando unos colores ajenos y voces escindidas con los apellidos que se portan.

Hay una confesión y una invitación a sumergirse en las aguas de la memoria personal y colectiva desde el inicio de este libro, confesión que ocurre desde la experiencia padecida, desde un pathos del cuerpo. Miguel de Unamuno cuya vocación por las contracorrientes, le llevó a afirmar una «intra-historia» frente a la Historia con «H» mayúscula, es decir, frente a la historia de ganadores: teórica, libresca, de movimiento lineal, y de héroes luminosos que dejan a la sombra, los relatos comunes de las personas anónimas.

Frente a esa Historia, Unamuno afirma una «intra-historia», que del mismo modo como en Walter Benjamin invitan a re-contar la historia desde la singularidad de cada quien, desde el fragmento, desde la experiencia sentida por cada quien. Ese mismo ánimo, lo encontramos en Desmarejada de Luisa Aedo, quien ocupa el cauce de la poesía, para dar cuenta de su propio relato. Cito aquí a la poeta:

«Es hora de contar la historia/ que he callado/ de crear el propio cuento/el propio abrazo/ de buscar las piezas/ para reconstruir la casa/ de buscar adentro de lo roto/ lo perdido».

Esta «intra-historia», que es una navegación por la infancia propia, por la historia personal, por las heridas y dolores, es un modo de “recogerse» de recobrar los nombres perdidos, cito:

«Dentro de la carne no siempre están los huesos» nos dice en su poema «Pleamar» o también «Me recojo/ es un ir hacia atrás en lo profundo» Más adelante «No creo que esté muerta porque aún sufro/ No creo que estés muerto solo herido/ Mi felicidad se bebe junto al fuego/ la embriaguez eterna de mi noche sin amado» nos dice la poeta en su poema «Mortaja».

La elección de contar la propia historia desde el cauce de la poesía, con todos los acentos vitales que ésta permite, y donde la poesía además cumple la función de ser un modo de visibilidad personal y colectivo, acercan a Luisa Aedo en este poemario, al método de la «Razón Poética» de la filósofa española María Zambrano, en particular cuando esta sostiene en su obra El hombre y lo divino que entrar en razón es un modo de recobrarse, de adentrarse sin temor en la historia personal, cito: “como el hombre que ha perdido la felicidad hace también, si encuentra el valor: volver la vista atrás, revivir su pasado a ver si sorprende el instante en que se rompió su dicha».

El poemario Desmarejada, está animado por este afán de recobrar, nombres, hechos, fechas y casas, en este sentido no es solamente un libro más de poesía, sino la bitácora hacia el encuentro de una lengua propia, más allá del lenguaje al uso, lo que busca es las cifras de experiencias límites, en las aguas del alma. Interesante entonces resulta, la continuidad de algunos temas que ya habían aparecido en el primer poemario de Luisa Aedo, Desierto marino (2018) como son: el poder de la mirada, ya sea de la mirada propia o, cómo ingresa la mirada del otro; el desprendimiento de las palabras ajenas en búsqueda de una lengua propia, que se corresponde estilísticamente con una continua depuración del lenguaje poético en la obra de nuestra poeta; y particularmente el tema de la dualidad, la cual es una constante que aparece como interrogación, como diálogo, o como reconocimiento en la figura del mar, que es en definitiva «lo otro». Al leer ambas obras, no pude evitar asociarlos a unos versos claves del poemario Desmesura (1985), del poeta salvadoreño Hugo Lindo, quien fuese exembajador de El Salvador en Chile durante la década de los años 50’s del siglo pasado, dichos versos enuncian:

«Dije del mar/ Ya mencioné su nombre/ No es más viejo que yo, porque nacimos/ a un mismo tiempo el mar y yo, recuerdo/ antes de que la espuma o el cabello/ alzaran su blancor de harina antigua/ Dije su nombre que es mi nombre acaso/ por lo que lleva de inconstancia y viaje/ o por su terquedad que ola sobre ola/ construye y alza eternidades vanas».

Justo estos mismos versos, cabrían para describir un poemario como Desmarejada, donde aparece el tema del doble como identidad y diferencia: Valcracio y Antonia son los más evidentes, pero también aparece el doble como el mar, como el pasado, o como el enigma que pugna ser nombrado, quizá la poesía misma; en el poema cinco» de «Bajamar» la poeta nos dice:

«Ella se detuvo/ el agua se muda/ avanza en retroceso/ acá también se puede/ bajar hacia arriba/ subir hacia abajo/ y cuando descanso/ me detengo en esa mar calma/ subo/bajo/ zigzagueando/ eso me enseñó el puerto en secreto».

O en el poema «Tormenta» nos dice:

«Ya no quiero a nadie que me hable sin tu boca/ ya no quiero a nadie que hable por mi boca». En «Fortuna» también: «Mi boca aprendió de tu lengua/ finas palabras que desconocía/la letra invadió mi nido/ de siete años en el mundo/ abrió su voz en tu voz»y más claramente en el poema que le da nombre al libro «Desmarejada»nos dice: «Así es la lejanía de los puertos binarios/ 1 y 0 siempre es así la soledad/ así enlutada de esta mar espesa/ No hay movimiento ya/ Desmarejada estoy y no».

Hacia el final del libro, la voz poética nos advierte que ya no bastan los mitos, que quizás haya que darles vuelta, que hay que leer con otros ojos, esa otra gramática más telúrica que escribe el mar, en los litorales de Valcracio y de Antonia.

Por ello, quiero traer a cuenta una de las variantes del mito de Casandra, donde se relata que Casandra pasó una noche en el templo de Apolo, junto a su hermano gemelo Héleno y las serpientes del templo les chuparon y limpiaron las orejas, de modo que pudieron a partir de ese momento, oír el futuro.

En el mito, Casandra decidió ignorar el amor de Apolo y este en venganza la castiga, no quitándole el don para predecir el futuro, sino, con el hecho que siempre sería ignorada al momento de predecir el futuro, como efectivamente ocurre, en los distintos relatos griegos que nombran a Casandra. En este sentido, Casandra es una heroína trágica en relación al tiempo humano, no puede nada contra el destino, no puede nada contra la historia. Parece entonces hallarse emparentada, con el Ángel de la Historia que Walter Benjamin enuncia en su IX Tesis sobre la historia, donde el Ángel, se haya inerme, suspendido en el aire viendo la cadena de catástrofes que deja la Historia, donde él quiere salvar a las víctimas, pero se lo impide el poderoso viento que baja del cielo y que lo empuja hacia adelante, ese viento que, como símbolo, es utilizado por Benjamin para nombrar el progreso.

Durante los años anteriores a la Segunda Guerra mundial, hubo en Europa y en Alemania en particular, una reedición y exégesis del mito de Casandra, simbolizando entonces a una profetiza que traía buenas nuevas, nuevos inicios, y un gran progreso; pero a condición de conexionarse con un pasado mítico, un origen basado en un «alma subterránea», en oposición al «espíritu», de índole liberal-racional que organizaba a las sociedades capitalistas en ese momento. Se trataba de un regreso narcisista a los significantes de «sangre» y «tierra» germánicos, esto en la lectura proto-fascista de Ludwig Klages, promocionada en la sociedad secreta «Ronda Cósmica» fundada por él.

Posteriormente, pasada la guerra, el mito de Casandra pervivió en Alemania, ya que en definitiva se trataba de un símbolo en relación al porvenir, y por lo tanto en relación directa al problema del tiempo y de la historia. De esta manera, en plena ejecución del Plan Marshall a partir de 1948, la crisis civilizatoria puesta en evidencia por el existencialismo y la Escuela de Frankfurt, donde se cuestionaba justamente lo humano y la historia, la exégesis de Casandra seguía teniendo adeptos, ya no entendida en su inmersión subterránea y fascista, pero si manteniendo implícitamente una teleología progresista.

Quienes advirtieron, nuevas catástrofes de no abandonar el modelo antropológico y epistémico exclusivamente conciencial, basado en un sujeto fuerte, incapaz de abrirse a lo «otro», y que había estado a la base del pensamiento político que permitió las guerras mundiales, no fueron escuchados: Bloch, Benjamin, Camus, por mencionar tres. Este mismo modelo antes mencionado, pervivía en el discurso político-histórico progresista de la posguerra. La tensión entre pensamiento y poesía, alcanza en esta época, sus más altas notas. Heidegger por ese entonces, se refería a la necesidad de abrir el pensamiento hacia un pensar poetizante, para abandonar la lógica civilizatoria del pensamiento técnico-calculador basado en una discursividad solipsista de dominación, y para evitar esta misma dominación a escala planetaria, tampoco fue lo suficientemente escuchado. El relato de Casandra entonces, empezó a tener dobleces. Y es aquí donde aparece la figura de una Casandra oscura, mezclada con el gnosticismo, que no anuncia el futuro, sino el pasado, pero no un pasado mítico, basado en un relato prefabricado con pretensiones destinales para un solo pueblo, sino más emparentada con la mirada abismática de Perséfone, que va y viene en movimientos circulares desde los infiernos, y que no les teme a los propios infiernos de la historia.

Es justo aquí, donde cabe ubicar un libro como Desmarejada de Luisa Aedo, donde a partir de la experiencia personal se realiza un viaje hacia el origen, un regreso hacia la infancia, hacia las cifras del desencanto, del dolor, de las ausencias las cuáles, son abismadas en la profundidad de las aguas colectivas.

Nuestra poeta nos dice:

«Suenan canciones de cuna/ que nadie cantó en mi oído/ Tosen el cuello/ crujen los pasos en el pasillo/ en el sofá sólo queda/ el olor a humo de mis muertos» en el poema «Pleamar».

O también:

«Me gustan las canciones/ que nadie cantó/ en los oídos de la infancia/ Es un sordo rumor de abrazos no dados/ un estrépito de silencios que borraron mis nombres/ recorro el mundo con colores ajenos/ ninguna voz responde a mis apellidos/ Todo es confusión de imágenes en rojo/ los vestidos junto al árbol/ los regalos en las manos/ el columpio de madera/ los sueños». En «Canto de Infancia».

En el relato mítico, luego que las serpientes limpiaran con sus lenguas los oídos de Casandra, adquiere esta la cualidad de escuchar más allá de la lengua de los hombres, las voces de la naturaleza, de los animales y más allá de ellos, las voces del tiempo. Pero Casandra, nunca es consciente de lo que dice, su decir ocurre en un arrobamiento, en el cauce del delirio, y aquí en Desmarejada, parece que asistimos a la inmersión del mismo encantamiento cuando nos dice la poeta:

«Hay cantos que entonan/ las serpientes/ ya no bastan los mitos de las musas/ ni las sirenas que pierden al incauto/ hay bocas y manos que escriben/ de este lado y el otro».

¿Cuál es el otro lado? ¿Desde dónde viene esta poesía? El poemario avanza, por un tiempo donde el árbol en el patio de la infancia fue cortado, y solo permanece su viejo tronco, donde ya no está el propio nombre, ya no hay nidos que sostener, donde «Nadie quiere mirar de frente a la muerte».¿Será la historia?

Hay una confesión del descenso: «Allá debajo de tanta tierra mojada/habita el duende/ allá debajo de tanto silencio/ descansa la niña muerta al fin» Pero también de un ascenso, cito: «En la altura un eterno/ mirar a la mar/ así en calma/ -Nunca digo a veces-/ Sola/ tomo el camino de regreso».

El movimiento de descenso y ascenso por los infiernos personales simbolizados por la profundidad del mar, van dibujando una espiral, donde hay un intento de bordear las experiencias límites, y traer desde ahí otros sentidos y otras palabras más cercanas a un nombre verdadero, cito «Postparaíso»:

«Ya nada precisa/ ser nombrado/ las cosas abundan en su desperdicio de ser/ Nadie ya quiere ser nombrada/ con la historia ardiente/ de los árboles”

Y también: «Yo quisiera decir un nombre que no es el mío/ un nombre» nos dice el poema «Desmarejada». También en el mismo poema: «Va y viene/ no sabe dónde al despertar/ el origen y el destino se confunden». «Nada se entendido nunca/ en este país rompecabeza- sin cabeza». Va surgiendo la voz colectiva, donde el origen y el final parecen reunirse, ¿Cómo se reúnen? ¿Cuál es el eje que los enlaza? Parece ser que es el dolor del pasado lo que los une, más adelante en el mismo poema nos enuncia de manera clarividente:

«Hay siempre que esperar a que baje la mar/ recoger los restos en la orilla/ reconstruir el cadáver sin apuro/ Marta ya tu hablaste/ ahogando el silencio de este país sin memoria».

La imagen de los restos a la orilla del mar, nos hablan de esa gramática telúrica que escribe el mar en movimiento por el litoral; una frase borrosa que no es la de la Historia con «H» mayúscula de los libros, sino la del continente de la tierra encontrándose con el continente de las aguas, un encuentro de apertura hacia la «intra-historia», hacia lo inconsciente, hacia los infiernos de la vida personal y colectiva, donde ocurre la posibilidad de abrir mediante la poesía, un lenguaje balbuceante que quizá traiga otros sentidos sepultados por el lenguaje hegemónico de la Historia.

En este país, donde los nombres y las personas, donde las pequeñas historias de infancia han sido usurpadas y escondidas en las profundidades del mar, mediante desapariciones y torturas, dejando abiertas las heridas en el cuerpo colectivo; Luisa Aedo, mediante su Desmarejada nos invita a sumergirse en esos mares, donde fueron lanzados los muertos y sus nombres, con sus niñeces a cuestas.

Interesante es la posición que toma la poeta, también frente a quien ha hecho uso de la palabra hegemónica, en su poema «Las Infantas Terribles»donde sienta las bases de su ética y política, donde se distancia de Neruda y de Rimbaud, y escoge como la Casandra gnóstica el lado siniestro de la historia, para leer desde el envés de la hegemonía, el lado oscuro de la experiencia.

Quisiera cerrar señalando la valentía de este poemario, aquí la poeta se nos muestra desnuda tal como ella misma lo dice, subiendo y bajando por las galerías en espiral de su infierno personal, haciéndose cargo de su sombra tal como puede leerse en los poemas Cinco y Seis de «Bajamar», cito:

«Hay bocas diciendo y manos que escriben/ de este lado y del otro/ aunque baje o suba la mar/ sigue allí el despojo/ el resto/ que rescata la orilla».

María Zambrano, hacia el final de la introducción de su obra El Hombre y lo Divino, enuncia de manera clarividente:

«El que no sabe lo que le pasa, hace memoria para salvar la interrupción de su cuento, pues no es enteramente desdichado el que puede contarse a sí mismo su propia historia».

Casandra, cuando escucha las voces, habla desde la confusión, sin saber lo que dice, pero la Casandra del revés, escucha las voces del tiempo, del propio y del colectivo, para desde las tinieblas encontrar la posibilidad de una nueva vida, un nuevo amanecer después de la muerte. «Ver de frente a la muerte» nos desafía Luisa Aedo en su Desmarejada, desafío que implica re-encontrar por los caminos del dolor, la posibilidad de escribir y leer otra historia, otra historia escrita desde la propia experiencia.



 

 

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