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ESTRELLA Y EL CALEIDOSCOPIO
 de Lila Calderón

Presentación
 María Loreto Mora Olate
Universidad del Bío-Bío

“Chillán Poesía”. Sala Schäfer, Centro de Extensión, Universidad del Bío-Bío, Chillán, 22 de abril de 2015.

 


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Busco si se me quedó una página enredada, pero no, la historia llegó a su fin en el capítulo nueve…¿Es idea mía o es curioso que una novela no termine en un capítulo par?  Y mientras cierro el libro, con un nudo en la garganta,  miro el paisaje de la carretera cinco sur que separa mi tierra de la infancia y adolescencia, con este Chillán mío de la adultez. Y en este punto, me uno a la voz de Luis, protagonista de  “Estrella y el caleidoscopio” (2013, Zig-Zag) en su regreso, a través de este viaje en racconto, a su patria íntima de la niñez, que fue visitada por Estrella, nombre emblemático de la misteriosa y bella  niña gitana. Por alguna razón, el protagonista tiene conciencia que su testimonio puede resultarnos inverosímil y dice:  “todo lo que recuerdo de Estrella, es cierto, porque lo tengo escrito y dibujado en un cuaderno. La conocí hace muchos años, pero aún conservo el dibujo de la primera vez que la vi”

Cómo olvidar a una niña gitana con un vestido de velos de distintos colores, que peleaba con el viento porque le volaba la falda! Era como un espejismo que se balanceada entre la tierra y el sol de ese pueblo árido, seco y caluroso ¿Y si era solo yo quien la veía?(p.8).

En este viaje interior los jóvenes lectores, se encontrarán con una infancia que hoy escasea, ya que la de Luis transcurre en una aldea que goza permanentemente de una tranquilidad como de un domingo por la tarde,  con niños que ocupan el espacio público de la calle, para entretenerse en juegos como jugar a las escondidas, a las bolitas, al trompo, a contar historias de fantasmas;  permaneciendo inocentes de varios avances de la ciencia y de la tecnología, sin electricidad y sin imaginarse que el resto del mundo disfruta del séptimo arte. Con casas que mantenían sus puertas abiertas, sin miedo al otro, una realidad que se ambienta en algún pueblito de aquellos que aún quedan escondidos en nuestro país.

Por eso, la llegada de los gitanos rompe aquel equilibrio, y el relato pone en evidencia los arraigados prejuicios que la sociedad chilena ha manifestado acerca de esta etnia, más bien los adultos, cuyos discursos los niños replican; así Francisco, en relación con los gitanos afirma: “mi mamá dice que son los mismos que vinieron hace unos años, cuando yo era chico y…que traen cajas de magia…dicen que ven la suerte con cartas de naipes y que tienen una bola de vidrio donde se ve la fortuna y el más allá. Y que saben todo lo que te va a pasar en el futuro….” Ahora leemos la voz de Pedro: “Mi papá dice que traen cosas muy raras y que hay que tener cuidado, pero que está bien que vengan, porque le dan color y vida al pueblo”, dice Pedro. Si recordamos, en “Cien años de soledad”, es también un gitano, Melquíades, quien actúa como portavoz de las novedades; si en el pueblo de Macondo fueron  los imanes y el hielo, en este pueblo sin nombre, lo que marca un punto de quiebre es la llegada del cine.

Aquí Lila Calderón, luce su faceta audiovisual y construye con delicadeza y con notas de humor, el relato de los incrédulos y hasta confundidos habitantes de pueblo, quienes nunca en su vida habían escuchado siquiera, la palabra “cine”; el protagonista rememora el asombro de la primera función así:

Lo más impresionante de la película sucedió cuando se encendió fuego durante una fiesta nocturna; era tan real, que parecía que se incendiaría todo en unos segundos. Tanto, que una señora del público se levantó y fue a ver detrás del telón si no saltaban brazas que pudieran pasarse a los maderos de la cerca o a la ropa de la gente. Alguien gritó que los gitanos iban a incendiar el pueblo con el cine” (p.66).

Nuestra autora, alejándose del relato ramplón y moralizador de la literatura de antaño, no solo rompe con los prejuicios hacia los gitanos, más bien legitima la voz de este grupo humano, situándolos, más allá de la novedad y de la superstición, sino como fuente de conocimiento, ya que son ellos quienes nos relatan cómo surgió el cine, explicando su funcionamiento, casi con un  saber enciclopedista.

Son los gitanos también, cuales mediadores culturales, los encargados, por una parte, de acercar la civilización a los habitantes del pueblo, y por otra, de dar vida a la narración oral de relatos de su literatura vernácula,  como “Drácula” y la narración de las películas.  Este recurso del relato dentro del relato y el guiño intertextual, corroboran el empoderamiento de la voz  gitana. No obstante, y sin caer en una postura maniqueísta, nuestra autora no olvida la contracara y también aparece la voz del prejuicio y la desconfianza:

-Son húngaros-dijo la señora María, la mamá de Anita (…) seguro que algo nos van a pedir, ya sea agua o azúcar o cualquier cosa que se les antoje.
-¿Entonces si son húngaros no son gitanos?-preguntó Luis intrigado (…)
-No sé. Pero don Pepe dice que andan siempre de pueblo en pueblo, que así viven (…)
-¿No será que ahora vienen a quedarse para siempre, porque ya no tienen espacio en su tierra? –preguntó Francisco, muy preocupado- ¿Qué pasaría si empiezan a venirse así los húngaros y se quedan aquí y nos arrinconan y después nosotros tenemos que irnos a vivir en las carpas de ellos y ellos se quedan en nuestras casas… (p.14).

Dicho de otra forma, el relato pone en tensión dos culturas, por una parte,  develando nuestros prejuicios frente al otro, y por otra, nos  hace ver la realidad multicultural que nos hemos negado como país, y que actualmente la llegada creciente de inmigrantes pone como un  desafío social. Aquí está el caleidoscopio que recibimos de regalo por parte de Estrella, una clave de lectura ya instalados en el contexto del aula escolar, donde el texto literario funciona como elemento mediador intercultural, porque la lectura literaria viene a favorecer procesos educativos críticos frente a las actitudes discriminatorias, estereotipadas e intolerantes; estableciendo un puente entre culturas, que “contribuye a superar y abrir nuestro juicio crítico sobre los demás y nos abre a la aceptación de la diversidad”( Malik, B. y Sutil, M. 2013).

Y el relato novelesco, sin recurrir a una instrumentalización moral, naturalmente la evolución de los personajes, derivan en la aceptación mutua: “Con el paso de los días los gitanos comenzaron a hacerse amigos de todos los que habitábamos en el pueblo. Se acercaban hasta nuestras casas, ya sin temor alguno de ser rechazados, para ofrecer vernos la suerte o contarnos películas que se proyectaban en otros países. Ya nadie hablaba con desconfianza de ellos y mi mamá, que nunca había tenido prejuicios, ayudó a que se iniciara una buena convivencia con estos singulares visitantes” (p.80)

El nombre de Estrella, ya aporta con el carácter emblemático del personaje: la figura principal del espectáculo circense, el primer amor,  y a pesar de su paso fugaz, dejó una especie de polvo de estrellas, que cual miguitas de pan como en “Hansel y Gretel”, marcaron el destino vocacional de Luis con el caleidoscopio, el  particular regalo que recibió por parte de la niña. Asumiendo la paradoja, en ese sentido, la niña romaní  fue una estrella perenne para Luis aún en su adultez.

Los lectores podrán descubrir que Luis y Estrella, nunca hablaron solo intercambiaron miradas y un obsequio, un amor platónico en ese tránsito de la niñez a la adolescencia, tema que pareciera estar un tanto ausente en la literatura chilena para los no tan niños. Me atrevo a decir que existe cierta deuda con aquellos lectores  que están en dicho tránsito, más aún en tiempos donde la pulsión social insiste en acortar la infancia. En la actual oferta literaria hay un salto brusco entre los relatos de fantasía pura propios de la niñez y las historias de amor entre vampiros, de jóvenes que batallan contra una enfermedad, que los adolescentes devoran.

Por eso estimo, que la novela  “Estrella y el caleidoscopio”, viene a llenar dicho vacío generacional y temático, al abordar la temática del amor platónico, en las postrimerías de la infancia, desde una focalización de la remembranza, pero que a la vez, pone perspectiva  al niño/a lector que hoy vive esa experiencia de amor, y que formará parte del tesoro del recuerdo de la adultez de un hombre.

En este punto, percibo una ruptura del estereotipo aún arraigado en nuestra sociedad machista, en cuanto a educación emocional se refiere: la autora construye a un Luis adulto que nos habla de sentimientos, de emociones, evidenciando una memoria emotiva, casi romántica, que se permite este recuerdo íntimo, sensible, abriendo así una puerta a nuestros  lectores preadolescentes. No solo las mujeres tienen en determinada época un diario de vida, Luis también lo tuvo y lo conserva, quizás como muchas de nosotras. Como animador de la lectura observo que aquí se abre pretexto de diálogo con los adultos mediadores de la lectura, padres, profesores, bibliotecarios, cómo fue su experiencia de niñez, de las primeras ilusiones amorosas, de aquellos amores libres de la imagen comercial.

Sin duda que este relato novelesco abre un espacio para la narración del mundo interior en ebullición de Luis, donde todo preadolescente se sentirá identificado frente a esta sensación nueva del amor:

No podía dejar de mirar a la gitanilla que se peleaba con el viento, cubriéndose los ojos y bajándose la falda, tratando de arreglarse el pelo largo y tan negro como una noche de invierno (…) y yo me preguntaba cómo serían sus lágrimas. En ese momento no lo supe, quizás algún día lo descubriría…Había algo en ella que me llamaba  la atención y no podía quitarle los ojos de encima”. (p.10)

Es destacable que la novela también aborde el amor adulto, representado por la madre de Luis y el tío Guillermo, amor mirado con los  ojos de hijo un tanto celoso, relatándolo así: “El asunto es que a mi mamá le había comenzado a parecer tan simpático el tío (Guillermo) que ahora preparaba dulces y postres nuevos para cuando él nos visitaba… Risas iban y venían y yo no podía evitar que algo me molestara. Nina me dijo que yo estaba celoso y me hizo ver que los dos estaban solos y que todavía podían pensar en compartir una bonita amistad, que al final nos haría bien a todos”. (p.78)

“Estrella y el caleidoscopio” al poner sobre la mesa el tema intercultural, podemos ubicarla en la línea realista de la Lij latinoamericana, donde el especialista Luis Cabrera Delgado destaca que en género narrativos se pueden distinguir “particularidades en el orden temático-argumental” tales como el tratamiento de problemáticas sociales y la migración. Es así como,  Lila Calderón enfrenta al lector en tránsito hacia la adolescencia, con la verdad de lo cotidiano, poniendo en valor la naturalidad de la existencia de los matices de los pensamientos y sentimientos de los personajes que construye; y por qué no decirlo, rompe con el horizonte de expectativas del “final feliz”, al que nos tenía acostumbrados el antiguo paradigma de literatura para niños. 

Por el contrario, nos vemos enfrentamos a un final abierto, con algunos nudos que no se han resuelto, tal como en la vida misma.

 


Durante la presentación

 

 

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Referencias

- Cabrera, Lui. (2010) Panorama actual de la literatura infantil y juvenil en Latinoamérica. Actas del Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil, Santiago de Chile, 24 al 28 de febrero de 2010. Fundación SM. 225-225. Recuperado de
http://www.fundacion-sm.com/ArchivosColegios/fundacionSM/Archivos/LIJ/132195_ACTAS_primera%20parte.pdf
- Malik, Beatriz y Sutil, Inmaculada. (2013). Comunicación intercultural y literatura en contextos educativos. Diversidad. Revista de estudios interculturales, 1, 40-63. Recuperado de 
http://www.uned.es/grupointer/COMYLITERATURA_malik_sutil_13.pdf

 


 



 

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