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Piel de Maniquí
Poesía de Lila Calderón (Santiago, LOM. 1999)

Por Hernán Ortega Parada
De la Sociedad de Escritores de Chile.


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Biblioteca Nacional, 9 de noviembre. Experiencia poética múltiple. Lectura a dos voces, separadamente y, a veces, al unísono. Tensión en el ambiente y en los sentidos. Cuando los oídos atrapan la conciencia espiritual, los ojos se llenan de las imágenes silenciosas de una pantalla. Rostros y cuerpos  de mujeres, estilizados, apenas reconocibles por los múltiples reflejos de las vidrieras. Pero la cámara indaga y somos de la  misma estirpe interrogante, insatisfecha, sin respuestas para nada, convertidos en seres informes, oscilantes, nocturnos, para probar, en tan breve espacio, que la vida tiene una dignidad, que el arte tiene una dimensión jamás expresada por la lógica.

Desde el fondo de ese marco viene la reflexión en torno a un libro, una obra, una autora.

Tomando levemente esta piel, aprecia el testigo ciertas formas, ciertas evocaciones y ciertas alianzas a lo mejor inocuas pero no por ello ingenuas. Es cierto, hay un lenguaje sencillo, casi coloquial, que de inmediato nos advierte que no hay un manierismo ni una intención forzada en el poema. Muchas veces es prosa cortada en forma de verso, pero el recurso es legítimo y, esta vez, muy bien utilizado (porque no se nota, salvo ante la mirada desnudadora). Este lenguaje fluye de un modo constructivamente eficaz y es así como las imágenes aparecen frescas, nítidas, aun cuando se superpongan, aun cuando se opongan para entregar un  nuevo sentido. Se diría que lo escritural es el resultado de una poderosa fuerza interior que buscó en la estética del verso  un apoyo delicado. Hasta las flores no saben por qué son atractivas.

Es necesario advertir que Lila Calderón escribe poesía y hace poesía con la filmadora de video, para lo cual -ambas cosas- se ha preparado desde hace una buena cantidad de años. Antes de la imagen fugaz, hizo suya la imagen fija, aquella que se evoca con el pincel, el óleo y la tela. Diría que en las experiencias -aunque resulte perogrullesco decirlo- hay una misma mujer, ese mismo "ángel triste de Durero", la misma que "cuando dejó de oír sus pasos / empezó a inventarlos ". Define la poesía de Lila un aire de desencanto que viene del mundo que la rodea y antes la hacía "estallar" ("ESCRIBO DESDE EL SILLON / dinamitándome") filosóficamente. Su posición, en pocos años -los últimos- la hacen suavizar la tensión del verso para mejor describir sus emociones. Esa libertad interior y expresiva la hermanan con los expertos poetas del verdadero surrealismo (aunque no se lo proponga ni nunca se lo haya imaginado). La hace personalísima esa veta crítica que no es amarga -ahora- y que la hace escribir ironías muy finas y deliciosas cuando el lector menos se lo piensa.

Estas caracterizaciones de su poética, esa forma de contemplación minuciosa, esa morosidad en el íntimo coloquio, esas escenas como trasladadas con un proyector a un muro, llevan inconscientemente a establecer una relación con "Lumpérica", ese monumento literario de Diamela Eltit, también basado en la modelación del lenguaje y en la captura de incidentes visuales que para el no artista no existen. Igual poder de observación, igual poder de sugestión. En Lila Calderón la individualidad está en la reflexión, en la veta filosófica cuya dirección queda en manos de cada lector. El libro, con las letras quemadas para la impresión y otros juegos gráficos dosificados, es una buena demostración de que la poesía sobrevive en nuestro país y a muy buen pie.

"Piel de Maniquí", el dolor de una sociedad, el dolor denunciado por un alma inquieta y cuya escritura está marcada fielmente por el sentido profundo del arte.

 

Selección poética



LA PESTE NEGRA

Dicen que en ese tiempo
enloquecían cobrando las herencias
Diez muertos
en la familia desgarrada por la peste negra
oscurecían la tarde como una enredadera
que hacía crecer sobre los cuerpos en tránsito
extraños ropajes
Zapatos enroscados ajenos a su función
se convertían en riesgo y desafío
Vestimentas  que materializaban
a un hombre desdoblado
mitad de negro y mitad de rojo o blanco
y rombos
y botones gigantes
y fuelles
delataban el dinero sorpresivo
La posesión inesperada
daba curso a una locura
similar a la de la fiebre del oro
en la futura América

Las calles se llenaban
de invictos delirantes
que salían a desparramar
miradas y palabras y genes
Era una fiesta de disfraces
Un carnaval de calles abiertas
a la continuidad de la especie

Esperaban de mí    dijeron
un bufón gritando en los estadios
y en los circos oficiales del Imperio

pero vine

y aumenté de culpas
los graffitis

ESPERABAN DE MÍ
verme caer de rodillas
ante la imagen sudorosa
de un cuerpo que fingía
ser
todo
vida

(Del libro: “Piel de maniquí”, 1999)




 

 

 

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