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Cronotopía al interior de un laberinto: Cipango de Thomas Harris

Por Lila Calderón



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Esta es la luna,
viene desde Lima, en el Virreynato del Perú,
va hacia Nueva York;
brilló sobre un millón de mendigos en el Perú,
brillará sobre diez millones de mendigos en Nueva York,
brilla sobre miles de mendigos en Concepción de Chile.
Tomás Harris.


Describir y analizar Cipango para dar cuenta de la Cronotopía que allí se establece, merece precisar que en la obra —por inestabilidad espacial y fusión de tiempos y culturas— de alguna manera la historia se repite, los escenarios se desvanecen y se perpetúan las viejas imágenes reeditándolas al infinito al representarlas en un nuevo lugar, que cambia vertiginosamente con un montaje nuevo, posible o alternativo. El lugar es o se parece a otro de ficción, sentencia que repite el hablante mientras busca un referente que lo sitúe en algún punto estable del imaginario cultural universal. La desestabilización del espacio es consecuencia del tipo de recorrido que realiza, ya que se trata de un viaje virtual y debido al dinamismo natural de este tipo de viajes, la exploración va de un punto a otro de los callejones del laberinto, traspasando puertas, encendiendo luces y volviendo a veces al punto de partida, la propuesta de la caseta de mando de la nave ofrece seductores links, que al pulsarlos para entrar a otro paisaje invalidan la opción de ocupar el lugar e instalarse para conquistarlo, de modo que la cronotopía es, a su vez, transitoria y errática.

La exploración de la nueva frontera del ciberespacio[1] ha sido observada por la literatura popular fantacientífica que la ha comparado, al decir de Gubern, con la exploración y colonización del Nuevo Mundo, “pero ahora con la ventaja de no producir víctimas humanas”. Y la peregrinación por los derroteros de lo desconocido es la razón y esencia de los laberintos y así vemos cómo en nuestros viajeros encontramos a un Colón que cree llegar a las Indias en 1492 para recoger el oro del que habla Marco Polo, y, el hablante de Cipango cree estar en Concepción, que a veces es Tebas o Tenochtitlán, Cipango o Cathay. Ambos entraron a través del viaje a una propuesta laberíntica, dada por la lectura de datos e indicios de los que se disponía hasta el presente real que habitaban al iniciar sus viajes. De tal modo, Colón no sabe que el lugar al que ha llegado es Cipango —puesto que mapas, cartas de navegación e instrumentos de lectura topográficos y astrales no permitían dar cuenta del espacio terrestre en toda su magnitud y “realidad”—, y el hablante propuesto por Harris no sabe que ha abordado un viaje virtual —ya que la tecnología existente hasta el momento de la escritura de este proyecto poético aún no operaba con las posibilidades exploratorias de la cibernética— un “no lugar” lleno de espejismos y corredores donde la razón no es buena lectora y puede perder la ruta con facilidad. Gubern dice que: “Los mundos virtuales son, en efecto, laberintos formales y no materiales. El laberinto se opone al camino recto, expedito y obvio, pues es engaño y disimulo en sus itinerarios. Y el ciberespacio, bajo su apariencia de imagen-escena envolvente, esconde un laberinto, que propone al cuerpo del operador, con cada movimiento, nuevas experiencias espaciales. Pues cada iniciativa del operador no es más que la exploración de una rama en un sistema informático arborescente, con diversas ramificaciones derivadas, como ocurre en la exploración del hipertexto”.[2] Es posible, sin embargo detectar en el mundo poético de Harris, una cronotopía que —mayormente delatada por el hablante—, se verifica en Concepción, América, fundida a la ilusoria tierra de Cipango. En su discurso el poeta sitúa la exploración en la ciudad de Concepción, en los años ochenta, bajo las luces falsas de la noche, mientras recorre, es absorbido o conmovido por los ecos de la historia en la memoria colectiva: “La carta se nos desplegaba,/ entrábamos en esos oscuros barrios, La Libertad,/ el Cerro La Cruz, la Plaza Isabel La Católica:/ la carta desplegaba sus señas,/ pasos, sombras, sirenas, fragancias,/ a miasma, a aceite, a ceniza, a culo, a luz./ Nos abríamos camino machete en mano,/ tajando culos,/ destasando tetas,/ talando araucarias./ A vista de tanta carne latiente, luz roja, humo,/ sol pegajoso,/ estábamos cada vez más necesitando./ Lo narrado transcurre en una ciudad/ al Sur del Mundo”. (“Las islas de arena”, Pág. 77). Por su parte, Soledad Bianchi dice que “mientras Colón utiliza las cartas para ubicar y describir las nuevas tierras con la mayor precisión posible, en “Las islas de arena” —cuyo título se apropia de una de las denominaciones dadas por el navegante genovés—, el cronista contemporáneo constata imprecisamente que: Lo narrado transcurre en una ciudad/ al Sur del Mundo, aquella que por sus calles, por sus plazas, por sus lugares, puede reconocer: “¿Dónde estamos? Preguntó alguien. Yo sabía que estábamos en Concepción, en ninguna parte; la ciudad era la pantalla del miedo, habíamos avanzado algunas leguas al Oeste, por Concepción, hacia ninguna parte”. (“La corriente nunca nos dejó llegar a ella”, Pág. 89). Bianchi agrega que “este hablante-fundador de la localidad y del poema, quiere dar a conocer lo que él mismo conoce: la ciudad, su ciudad, y a pesar de que la menciona y la describe, la sitúa con vaguedad pues su interés básico es notar y advertir las condiciones de esta urbe deteriorada, decadente, pobre, violenta, que, a pesar de llamarse Concepción y de ubicarse en Chile, podría corresponder a cualquier otro barro barrio sudamericano”.[3] Harris dice con respecto a su idea de ciudad: “Para mí, el centro, la ciudad, se reducía a un mínimo, estoy siguiendo una idea de Severo Sarduy, de que en las ciudades contemporáneas el centro se va desplazando cada vez más por múltiples centros más bien marginales, el centro se pierde y se pierde lo inteligible de la ciudad, entonces los códigos ya no sirven y hay que inventar otros para encontrarse en este espacio ininteligible. La ciudad que se crea finalmente es una ciudad textual”.[4] Pero, Harris dice que Tebas —una de las ciudades donde desemboca el laberinto—, es la ciudad del castigo, una especie de matriz trampa, donde se está volviendo siempre y que el “centro” de Concepción, de Tenochitlán, Catay o Argel, termina en Tebas que es la ciudad de la tragedia, del desastre, es el espacio sin salida, el espacio de la destrucción, es el espacio del caos”.

Así, ante el extrañamiento que produce asombro en el hablante y ante la posibilidad de fundar y dominar un espacio que se abre prometedor ante sus ojos, escribe: “Y entrábamos en las desconcertantes urbes/ destas desorientadas latitudes/ y no dejábamos hoyo fisura gruta caverna/ sin desflorar/ llanura/ sin zanjar/ espacio sin fundar/ falda blusa calzón media/ sin oler o besar/ rojos/ como si diéramos a unos corderos/ metidos en sus apriscos/ a corderas/ amuralladas en sus falsas ciudades:/ Bataille dixit la violencia es silencio/ la violencia habla, silencio, / no sabemos bien,/ pero nosotros hablamos con el espejo,/ machete en mano,/ verga en mano,/ por el poniente del Mundo”. (“Mar de los besos rojos”, Pág. 79). Algunos lugares emblemáticos para el hablante han sido recuperados desde la ciudad real de Concepción, tal es el caso del Hotel King: El horror te inventa el Hotel King el/ baldío de Orompello te inventa una cárcel/ oculta al otro extremo de La Concepción (…) la vida y la muerte en cada Zona de Peligro/ el horror te inventa el horror no / se inventa rojo a rojo sangre a semáforo/ a cuerpo a cuerpo rasgado desflorado hasta la/ muerte acá al Sureste de La Concepción/ del Imperio de este baldío donde no se/ pone el sol una larga y angosta faja/ de muerte sin oasis para detenerse a respirar/ jadear estás en el centro mismo/ de las orgías de tu corazón Hotel King/ muros adentro lo mismo ayer hoy/ el año de mil quinientos y veinte fue un / gran tirano muy de propósito y con mucha/ gente sin temor alguno de Dios/ ni compasión de humano linaje. (“Zonas de peligro”, Pág. 49). También el barrio de Orompello está representado aquí, marcando una cronotopía fundamental: “algunas escenas eran soberbias/ como el éxodo de las putas de Orompello/ por edicto municipal/ a Prat/ a las márgenes del río/ a los eriazos junto al Cementerio/ General (…) pero rodeaban Orompello guardias armados/ y alambradas de púas para resguardar el éxodo/ sobrevolaban helicópteros/ aves taxidérmicas/ la escenografía se había transformado de una vez/ estábamos en Tebas/ pero tanta suntuosidad, Almirante, te produce chancro/ tanto deseo abolido, oscuros vacíos hacia el final/ del pensamiento, pero/ una lacerada procesión como ésta en pleno Siglo de las Luces/ o de oro/ o da lo mismo,/ estas urbes del Sur/ te acaloran, te enferman la imaginación”. (“Mar de la necesidad”, Pág. 75).

Calles y lugares de Concepción son marcas con las cuales el cronista de Cipango da cuerpo al mundo que construye a la manera de los cronistas fundacionales y de los cuales, Alonso de Ercilla es referente, especialmente en este punto, donde Harris hace el cruce con la información contenida en ella respecto de los sucesos históricos ocurridos en Concepción. En el Canto VIII de La Araucana, encontramos en la síntesis capitular de Ercilla que: “Llegan los españoles a la ciudad de La Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se contiene el saqueo, incendio y ruina de la ciudad de La Concepción”. En el canto se menciona al río Bío Bío: “Los nuestros, del temor más aguijados,/ al entrar de la noche se hallaron/ en la extrema ribera de Biobío,/ adonde pierde el nombre y ser de río./ Y a la orilla un gran barco asido vieron/ de una gruesa cadena a un viejo pino:/ los más heridos dentro se metieron,/ abriendo por las aguas el camino”. Harris, por su parte establece el cronotopo al decir: “Este es el puente de Brooklyn/ sobre el río Bío Bío, el de los lagartos/ venenosos./ Y este es el barro,/ mezcla de agua y de lluvia,/ mezcla de tierra y/ de baba animal,/ de tierra y desagües,/ de tierra y de sangre”. (“El puente sobre el Bío Bío”, Pág. 48). Posteriormente, el hablante desafía: “No me van a decir ahora que esa mole que tacha/ el Bío Bío es el puente de Brooklyn que los/ muertos de mil novecientos setenta y tres/ eran un teatro de sombras exhibidas al nivel de/ las aguas sombras chinas rebasando las márgenes/ o quizá sombras chinas se ha perdido la medida/ de las cosas en esta ciudad sudamericana”. (“Zonas de peligro (Final)”, Pág. 50). El río, es un lugar donde a la vez el hablante pone en escena acontecimientos políticos de los años 70 y que forman parte de la historia oscura de Chile. Por otro lado, Ercilla narra el incendio final de la ciudad de Concepción: “Era cosa de oír dura y terrible/ de estallidos el son y grande estruendo;/ el negro humo espeso e insufrible,/ cual nube en aire, así se va imprimiendo:/ no hay cosa reservada al fuego horrible,/ todo en sí lo convierte, resumiendo/ los ricos edificios levantados/ en antiguos corrales derribados”. El cronista de Cipango evoca el episodio: “Atrás toda la ciudad ardía en un crepúsculo turbador/ e interminable, todos los luminosos de la ciudad/ chisporroteaban (…) se escuchaban las crepitaciones de ese incendio terrible/ crujiendo por todas las calles,/ abrazando postes y árboles,/ cuerpos y callampas;/ pero como todo transcurría en el Hotel King –dijo alguien/ las llamas no nos podían alcanzar”. (“Hotel King III”, Pág. 47). En La Araucana Ercilla, expresa una épica donde son convocadas estéticamente las dos tradiciones culturales y que marcan un antecedente para el realismo mágico, que posteriormente rescatará literariamente lo extraño de la experiencia cotidiana de Latinoamérica: personajes, costumbres, paisajes y sucesos que se enmarcan en el tiempo, descritos, desde ese Item perspectiva.[5] El cronista de Cipango recurre también a Colón por la confusión respecto del nuevo territorio hallado. Colón escribe en su Diario el 21 de octubre “luego me partiré a rodear esta isla fasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oyo que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango (…) Mas todavía, tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Guisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella”. El hablante de Harris dice en cambio: “Estábamos en Cipango la tierra del Can (…) última Thulé de todos los deseos y todos los castigos,/ brilló el oro,/ los ojos comenzaban a hacerse materiales,/ anochecía en Cipango. (“Cipango”, Pág. 104). El cronotopo es ahora Cipango que luego muta a Concepción al decir: “Aparecí en/ la calle Pedro León Gallo; había baldíos/ por todas partes, fierros viejos, rieles, huellas,/ niños en desnutrición:/ a la izquierda de mi cuerpo, de mi dolorido sentir,/ había un túnel, rojo,/ gruta vulva socavón o cueva/ las nubes descendían al nivel de mi cara,/ un perro negro metía y sacaba la lengua,/ amanecía en Concepción. (“Mar del dolorido sentir”, Pág. 85). Una cronotopía dinámica propuesta por el viaje al interior del laberinto, un espacio transitorio y fugaz que se abre para ser recorrido a través de los hilos de la red ciberespacial que envuelve al mundo. Pasillos invisibles sostenidos por cables, conectores, paralelos y meridianos poderosamente virtuales que comunican instantáneamente la mente universal.

 

 

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Notas

[1] La palabra ciberespacio fue introducida por el escritor William Gibson en su novela fantacientífica Neuromancer  (1984), quien dijo que era “una alucinación consensuada”, ya que “no es realmente un lugar”. El ciberespacio es un espacio conceptual.

[2] El hipertexto, dice Gubern con sus opciones arborescentes, traduce, “en lenguaje informático y con fines enciclopedistas, los caminos diversificados de un laberinto intelectual. La RV ha trasladado esta estructura informática laberíntica al campo de la sensorialidad y de la aventura topográfica”.

[3] Bianchi, Soledad. Ibid.

[4] Entrevista a Tomás Harris, en Revista Virtual Mar afuera, por Damaris Calderón.

[5] Palabra latina que significa mirar a través.  

 

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Bibliografía

- Anzoátegui, Ignacio B.  Cristóbal Colón. Los cuatro viajes del Almirante y su testamento,  Editorial Espasa-Calpe, S. A., España, 1991.
- Augé, Marc. Los no lugares, Editorial Gedisa, España, 2004.
- Bianchi, Soledad. Descubrimientos y conquistas de intertexto en la poesía chilena actual, Cartas de Don Pedro de Valdivia, Ed. Quinto Centenario, Ed. Andrés Bello, España, 1991.
- Calderón, Damaris. El tópico del viaje y la ciudad sagrada (soñada) en Tomás Harris, (Cipango). Sitio Virtual:  http://www.letras.s5.com/dc310507.htm
- Colón, Cristóbal. Textos y documentos completos, Alianza, Madrid, 1984.
- De Ercilla y Zúñiga, Alonso. La Araucana, Ed. Ramón Sopena S.A., España, 1974.
- De Sahagún, Fray Bernardino. Historia General de las cosas de la Nueva España I, Dastin S.L.,  México 2002.
- Díaz del Castillo Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Editorial Porrúa S. A., México, 2003.
- Galindo V., Oscar. Neomanierismo, minimalismo y neobarroco en la poesía chilena contemporánea. Estud. filol., sep. 2005, no.40, p.79-94. ISSN 0071-1713.
- Genette, Gérard. Palimpsestes. París Du Seuil, 1982.
- Genette, Gérard. El discurso del relato Figuras III, Editorial Lumen, Barcelona, 1989.
- Goodman, Nelson.  Los lenguajes del arte,  Editorial Seix Barral, S.A. España, 1976.   
- Gubern, Roman. Del bisonte a la realidad virtual, Ed. Anagrama, España, 1996.
- Harris, Tomás. Cipango,  Editorial Fondo de Cultura Económica, Santiago, Chile, 1996.
- Pfeiffer, Johannes. La Poesía. Hacia la comprensión de lo poético, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1966.

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Lila Calderón, “El viaje: transtextualidad discursiva en Cipango de Thomas Harris”, capítulo III, página 118, Santiago, 2008.



 

 

 

 

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Cronotopía al interior de un laberinto: "Cipango" de Thomas Harris.
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