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Encuentro de Poetas latinos en México

Por Lila Calderón


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Con gran despliegue de recursos y una convocatoria sorprendente, se realizó en octubre de 2006, en México, el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, esta vez en homenaje al escritor José Emilio Pacheco (1939). La actividad anual, auspiciada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Gobierno de Michoacán, la Universidad Intercontinental y el Gobierno de la Ciudad de México, entre otras instituciones, congregó a poetas de diversas nacionalidades y generaciones.

Chile, Argentina, Uruguay, Perú, Brasil, Puerto Rico, Paraguay, Cuba, México, España, Francia, Bélgica, Italia y Canadá, entre otros países, se encontraban representados en este encuentro que se desarrolló entre los días 17 y 22 de octubre de 2006 en las ciudades de México D.F., Morelia y Pátzcuaro.

Uno de los organizadores del evento, Marco Antonio Campos, poeta, ensayista, cronista, traductor y gestor cultural, expresó el valor de una convocatoria que permite reunir a personalidades de la literatura de distintas latitudes, estrechar lazos, generar intercambios, conocer las preocupaciones de sus pares y difundir la poesía que ellos hacen en sus respectivos países, en una comunicación directa con los lectores, que asisten como público para oír y conocer a los más de setenta poetas visitantes, en las tres ciudades comprometidas con la muestra.

Entre los participantes se contó con reconocidas figuras como Juan Gelman (Argentina-México), Ledo Ivo (Brasil), Jean Marc Desgents (Quebec), Coral Bracho (México), Daisy Zamora (Nicaragua), Héctor Carreto (México), Stefaan van den Bremt (Bélgica), Fabio Scotto (Italia), Armando Romero (Colombia), Elva Macías (México), Edwin Madrid (Ecuador), Vanessa Droz (Puerto Rico), Luis Muñoz (España), Dolores Castro (México), Thelma Nava (México), Sergio Mondragón (México), Juan Manuel Roca (Colombia), Miguel Ángel Zapata (Perú), y Efraín Bartolomé (México), entre muchos más.

La variedad escritural permitía reconocer a aquellos vates, los antiguos brujos, las revelaciones, la tradición cultural grecolatina, anglosajona, los diálogos intertextuales en abismo, la hipnosis de los sonidos y sus traducciones, los gestos, los giros, los ecos.  Las manifestaciones expresivas dieron cuenta del poema desplegado como monólogo o pieza dramática, microcuento, epigrama, haikú, leyenda, noticia, crónica poética y viñeta humorística. Poca experimentación y más respeto a la tradición fue quizás lo que permitió la fluidez comunicativa, que se produjo con gran fuerza. Los oráculos, las escenas históricas, proféticas, genésicas volvían a la vida en un teatro donde cada cuál montaba su espectáculo. Magia, magia de las palabras sorprendidas a la luz de los flashazos fotográficos es lo que quedaba por sobre todas las experiencias. Lo que se comentaba al salir y devolverse lentamente por las calles de piedra hasta el hotel. Luego la genialidad del primer brindis y otra vez poesía, paseo por las esferas, el rumor, el humor que va de mesa a mesa. La imagen del poeta oscuro, retraído y melancólico no se vio por ninguna parte, aunque todos decían saber, haber visto u oído un caso excepcional. Punto de partida que instalaba el pretexto para ir del cuento al personaje, o al autor, y del poeta al poema, al mito, a la fuente, y muy luego al misterioso ser escondido al otro lado del espejo. Hay apenas un reflejo donde dar el paso, y lo sigo. Es la forma de dar con el surtidor creativo y es la línea que a mí me importa para espejear el cruce entre el hombre y su poesía. 

Entre los más jóvenes ya se perciben talentos, como en el caso de los poetas Moisés Ramírez (México), y Cecilia Romana (Argentina), pero la producción poética, la entrega de textos es demasiado amplia y hay demasiado por conocer.

Pude percibir ciertas estampas generosas en ingenio y poesía, para muestras he aquí unos buenos ejemplos: Juan Manuel Roca, Susy Delgado y Ledo Ivo.

Juan Manuel Roca (Colombia, 1946) tiene una chispa y un humor de una rapidez delirante. Creativo y jugador baraja las palabras, revuelve el sentido, encuentra salidas inesperadas, con un poder de poeta elegido como lo hace en estos versos del poema “Testamento del pintor chino”, del libro “Las hipótesis de nadie”, en el que juega con las sensaciones de un cuadro sinestésico evocado en un poema también sinestésico. Luego prosigue este juego hasta llevarlo a una conclusión metafísica:

Cuando el sobrio Emperador
Me conminó a borrar del cuadro una cascada,
-El chapoteo incesante espantaba su sueño-
Como buen cortesano obedecí y esfumé su
... . . .. . . .. . . .. . . . . .. . . . . . . . . . . . .. .. torrente.
Sin embargo, oculté tras el dibujo de un cerezo
Una rana que croa
Y que el anciano Emperador confunde
Con su agitado corazón.
En un biombo de lino me pinté a mí mismo
Al momento de dibujar un caballo.
Una noche después espanté con el pincel al caballo,
Pues no soportaba sus relinchos.
Pronto borraré mi crepuscular figura del óleo
-Emperador de mi cuerpo-
Y sabrán que es de la misma materia
La ausencia de un hombre o de un caballo.

Susy Delgado (Paraguay, 1949) expresa que la lengua guaraní es la herencia de un pueblo que habitó en los tiempos precoloniales una extensa región de América del Sur. El guaraní ya asentado abarcaba desde el Caribe hasta el Río de la Plata, y desde el Atlántico hasta las regiones andinas. El pueblo que hablaba esta lengua no construyó ciudades o monumentos memorables, pero desplegó creatividad y talento en esta lengua que sorprende por su valor cultural. El “Ñe’ë”-palabra o lengua en guaraní-, significa “entregar el alma”, sentido que se esgrime como el valor sagrado de su cultura.

Resonancias de esa cultura ancestral se encuentran en poemas como éste:

IX

Ha tanimbu                                Y al revolver
aipybuhápe,                               las cenizas,
opáyvaicha sapy’ánte                 de pronto, pareciera despertar
piriri kyhyjemi.                            un tímido chisporroteo.
Oiméneiko pe tata                      Habrá tal vez
tanimbuguápe okéva,                  algún calor dormido
ikatúnepa añatöi,                         en el fondo de la ceniza.
ambohetia’e.                                Podré quizás removerlo,
Toikove jey,                                 reavivarlo,
tahosä jey,                                  que viva otra vez
ché pópe                                      saludable,
tata.                                             en mis manos,
                                                    el fuego. 

 

XI

Tata’y                                              Un tizón
aheka                                              busco
pe ñe’ë                                            para encender
amyendymi haguä.                           la palabra.  

(Del libro: Tataypýpe -Junto al fuego)

Ledo Ivo, (Brasil, 1924) no puede pasar inadvertido. Demasiado vital, perceptivo, independiente, humilde. Característica, esta última, que también poseen mis otros elegidos. Cierta sabiduría, un “algo” transmutado corre por esas venas y les da un carisma especial, entonces basta compartir con ellos un desayuno, el viaje en bus, una cena, para descubrir al personaje extraordinario. Al gran poeta. En su poesía a veces solo una pregunta resulta tan inquietante como iluminadora:

Los murciélagos

Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?

La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos
colgados, como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las lluvias.

"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba mi padre.

¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?

En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su almohada,
en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo,
sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.


Os morcegos

Os morcegos se escondem entre as cornijas
da alfândega. Mas onde se escondem os homens,
que contudo voam a vida inteiro no escuro,
chocando-se contra as paredes brancas do amor?

A casa de nosso pai era cheia de morcegos
pendentes, como luminárias, dos velhos caibros
que sustentavam o telhado ameaçado pelas chuvas.
"Estes filhos chupam o nosso sangue", suspirava meu pai.

Que homem jogará a primeira pedra nesse mamífero
que, como ele, se nutre do sangue dos outros bichos
(meu irmão! meu irmão!) e, comunitário, exige
o suor do semelhante mesmo na escuridão?

No halo de um seio jovem como a noite
esconde-se o homem; na paina de seu travesseiro, na luz
do farol
o homem guarda as moedas douradas de seu amor.
Mas o morcego, dormindo como um pêndulo, só guarda
o dia ofendido.

Ao morrer, nosso pai nos deixou (a mim e a meus oito irmãos)
a sua casa onde à noite chovia pelas telhas quebradas.
Levantamos a hipoteca e conservamos os morcegos.
E entre os nossas paredes eles se debatem: cegos como nós.

No podemos cerrar este artículo sin un texto de José Emilio Pacheco, (México, 1939) poeta, cronista, narrador, ensayista, traductor, y escritor homenajeado en este Encuentro. Visitado en el hotel por periodistas, escritores y admiradores, iba de un lado a otro respondiendo preguntas, recibiendo saludos y firmando libros. Fue un honor conocerlo, una grata sorpresa, ya que me había correspondido hacer un trabajo sobre él y su novela “Las batallas en el desierto” (1981), cuando cursaba el Magíster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Chile.

Éxodo

En lo alto del día
eres aquel que vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
crecer hondas ciudades que en el sol retroceden;
el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto
el que escucha en el alba cantar un gallo y otro
porque las profecías se están cumpliendo: atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
el que abre la mano
                                      y recibe la noche.

Inolvidable experiencia la vivida en este Encuentro de Poetas latinos, un viaje intenso por el mundo de la poesía y la amistad manifestándose en toda su “latinidad”.

 

Mesa de lectura: Jean Marc Desgents, Lila Calderón, Neftalí Coria, Ledo Ivo,
Coral Bracho, Juan Gelman, Alejandro Aura, y Luuk Gruwes

 

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Este artículo fue

publicado parcialmente en la Revista Cuadernos, Número 59, año 2006, de la Fundación Pablo Neruda.


 

 

 

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