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Gesta de lobos o el aullido ritual
Por Lila Calderón
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“Quise aullar, pero retuve el cántico de la noche.
Quise aullar, pero me sumí en la metafísica del Vacío.
Quise aullar, pero de mis fauces sólo asomó otra noche,
Mi noche interior que se sumó a la noche de las Indias.
Yo era el lobo del Viejo Mundo pisando esta tierra virgen”.
Thomas Harris.
Desafiada a ser parte de la presentación del libro “Gesta de lobos”, de Thomas Harris ( Ed. LOM, 2019), recojo el guante que pesa como lápida y acepto. Me deja sin escapatoria, porque cada página de su obra poética atrapa y lleva al vértigo de la aventura haciendo imposible mantenerse fuera de sus aguas, de sus fuegos, sus penumbras hostiles, sus rituales y espejismos que hacen perder el sendero y caer, para luego orientarnos apenas con el eco de un aullido que se amplifica desde el mito de la primera noche, velada en la memoria.
Ya traemos ciertas huellas sangrantes desde su libro “Lobo”, del año 2007. Allí, en el poema “La Trampa”, Lobo y Loba fueron sorprendidos por una mandíbula de acero -oculta entre el follaje-, la cual atrapa la pata de su bestia amada. Nos enteramos de la angustia de Lobo, de su lucha por liberarla sabiendo que todo es en vano y que la muerte amenaza entrar a escena. Ahora, en “Gesta de Lobos”, leemos en el poema “Lobo susurra el plan de la resurrección a Loba asesinada”, que promete traerla de regreso desquiciándola con sus aullidos. Quizá un aullido que podría oírse a través de los tiempos con la intensidad de Ginsberg, Munch, o el “último estadio del lirismo” de Ciorán.
La imaginería de Harris surge del delirio narrativo, del sueño de la razón que engendra pesadillas y alusiones porque adhiere letanías de la tragedia oracular, de los libros sacros, crónicas, papiros, códices y de todas sus obras anteriores. Es la historia de la cultura, principio inagotable y profuso, el que concurre a su poética desde todos los lenguajes expresivos. Así, hay referentes que surgen desde la fuente misma de la vida y sus registros, ya sean literarios, pictóricos, musicales, cinematográficos, y se instalen comportándose como paradojas, contrapuntos, complementos o alusiones perturbadoras para dar cuerpo a sus amenazantes atmósferas. Asistimos al desconcierto de la existencia como una parodia cruel, porque todo ya ha ocurrido antes en otra historia que quizá es la misma que narra, poetiza y dramatiza, en la representación de acontecimientos que padecen personajes, hablantes y el mismísimo autor, en una sociedad que espejea su muerte -de rodillas- ante el mundo virtual donde nadie sabe contra qué luchar ni a qué bando adscribir ya que todo es física y sicológicamente frágil.
Las crónicas de la conquista como telón de fondo con sus nervaduras de palimpsesto, guían al lobo hombre del hombre que transita como proyección del ser en el cuadrante pantanoso de su torre de sombras, que es la crónica oculta del Viejo Mundo implantándose en el nuevo. Como en un trazado de damero pululan sombras chinescas calzando en las coordenadas fantásticas las barcas de Nosferatus, sus ratas, santos y zombies, verdugos, exploradores de sueños inquisidores, castas doncellas, y ejércitos de la barbarie, la peste y la conspiración postmedieval, para confirmar: “Yo, Lobo, entré al Templo de las vestales mexicas de una crónica dibujada por los copistas de Motolinía”. En “Lobo en el templo”, Pág. 103.
Harris reconoce haber sido seducido desde la infancia por las representaciones del horror adrenalínico, y ha expresado que ellas surgen siempre en épocas de crisis políticas y sociales para hacernos ver en abismo la otredad que albergamos, la bestia latente que nos observa desde nuestra supuesta condición civilizada y que preferimos ignorar. Así, esta “Gesta de lobos” se nutre de algunos referentes que atraviesan toda su obra y conforman ya una galería de interlocutores activos en su poética del horror a la manera de Poe, como leemos en “Lobo y Tiresias, Auguste Dupin de la tragedia”: “Te lo digo yo, el viejo Tiresias, que vi a Palas en cueros/ Y heme aquí con dos cuencas por ojos./ Pero estas cuencas está pletóricas de visión,/ Son como esos ojos, esos agujeros negros/ Que ocultaba Ray Milland con unas gafas de infernal insecto/ En El hombre de la visión de rayos X./ Pero un oráculo no cae presa de las garras infamantes de la angustia”. Pág. 21.
La intertextualidad es siempre una columna salomónica en el cuerpo de la obra de Harris, en la cual encontramos personajes que entran y salen de las puertas y ventanas de su construcción libresca. Aquí vemos reaparecer a Tiresias, William Blake, los gemelos de Roma, la Esfinge, el sacerdote negro, los cazadores del Deseo, Ginsberg, Whitman, Rimbaud, Aurelia, Nosferato, Mina Harker, Baudelaire, y los náhual como espectros, descascarándose en pasillos, códices y geoglifos. Pero todas estas apariciones, más allá de un guiño al lector, retoman la actuación de algún desafortunado protagonista o un doble silenciado por la angustia, que dejó su parlamento pendiente para entregarse ahora en esta gesta, acogiéndose a una segunda oportunidad, como parte del coro al servicio de la letanía. Tal es el caso de lo dicho en un fragmento del texto “El momento de la ira”: “Porque en la reiteración está la fuerza, hermano Lobo,/ Acurrucado en tu gruta esperando,/ Aguardando el embiste de la hora ciega,/ Del instante justo, cuando Odiseo diga,/ Como un eco retumbante desde el mar Egeo:/ “Ha llegado el momento de la ira”. Pág. 12. La estrategia será entonces nutrirse del odio hacia los Cazadores del Deseo y buscar una manada licántropa, marcada por la misma ira, amuleto sagrado para luchar y tramar la venganza.
Este mundo indomable donde vagan-vagamos, con mitos y relatos superpuestos repoblándose entre plataformas cibernéticas o linkeándose con la metafísica, nos muestra escenas que manifiestan en pleno el ejercicio narrativo en la virtualidad, como observamos en este fragmento de “Chat de Lobo donde da cuenta del intercambio electrónico con la zarza ardiente”:
“–Esta noche de luna llena Estuve chateando con Dios.
–¿Y qué te dijo el Creador?
–Hola, hermano Lobo, Veo que te has arrimado a las tierras Suramericanas.
–¿Y qué le respondiste?
–Que vine en busca del oro Para sacarte del Hades Lupus Ese saloon de sombras borrachas.
–¿Y te dio esperanzas?
–No. Pierdes tu tiempo, bestia negra, Me habló la Zarza Ardiente En la ventanita electrónica”. Pág. 105.
Como es de suponer, también contamos con la holografía, aporte de la visualidad interespacial, atemporal, paranormal, científica, milagrosa o metaléptica, según credo o religión del lector, como reza en: “El holograma de Tiresias se le aparece a Lobo en las Indias Occidentales y le da consejos estratégicos”: “Deberás buscar aliados en estas tierras extrañas, Lobo./ Lee con atención este libro que ahora te cito:/ Relación de la conquista de México, su autor,/ El tan diestro en ardides como Odiseo, Hernán Cortés,/ Pero tan colérico en la guerra, como Aquiles,/ Y tan ansioso del oro como Cristophoro Columbus/ Tu ahora mágico y precioso metal./ Adéntrate en sus páginas y aprende sus estrategias,/ Mas no cometas sus errores, Lobo, en tus correrías”.
La aventura de este viaje de Lobo en varias dimensiones supone vida, pasión, muerte, resurrección, aquí, fuera del tiempo o del libro. El periplo abre múltiples rutas y Lobo será tentado por el demonio, planeará ir al Hades a Rescatar a su loba asesinada que es Aurelia Eurídice, o entrará a los templos en la noche triste cuando sea dado a luz Odradek o ardan los códices “sobre la piel de cada uno de nosotros”. O al retomar una pluma del ala de Blake, se reinterprete el vibrato de una sentencia en el “Códice de la fatalidad”, porque “No hay pájaro que no vuele alto,/ Si no lo hace con sus propias alas”.
Lila Calderón, 10 de octubre, 2019.
Durante la presentación: Naín Nómez, Thomas Harris y Lila Calderón.
Librería GAM, 10 de Octubre de 2019