Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Lila Calderón | Leonidas Rubio | Autores |
"LO QUE OCULTAN LOS VESTIDOS" DE LILA CALDERÓN, UNA CASA, UN CUERPO,
COLORES PARA EL SER HABITADO
Por Leonidas Rubio
.. .. .. .. .. .
Nació en La Serena en 1956. Es poeta, narradora, audiovisualista y artista plástica. Ha publicado los libros de poemas “Balance de blanco en el ángel triste de Durero” (1993); “In Memoriam” (1995); “Por suerte había otra vida” y “Piel de maniquí” (1999). Durante el año 2002 publicó los libros: “Animalia” (cuentos), “La gran fuga” (cuento) y “La ciudad de los temblores” (novela infantil), Ediciones Books and Bits, Santiago, Chile. El año 2013 publicó “Estrella y el caleidoscopio” (novela infantil), Editorial Zig-Zag, y, recientemente (2014) “Lo que ocultan los vestidos”. Ha sido co-autora de influyentes antologías de poesía chilena junto a su hermana Teresa Calderón y al poeta Tomás Harris.
En "Lo que ocultan los vestidos" (Bordes, 2014) la autora se propone un mosaico de texturas expresivas que se nutren de distintos códigos: el relato, la metafísica, la alquimia, el aforismo, lo coloquial, lo visual, la crónica: "mosaico (...) donde podríamos fijar la silueta de aquello que nos interroga y que al intentar definir, o fijar, se nos esfuma". Con este predicamento y este taller de técnicas verbales mixtas, Lila irrumpe poéticamente en la prosa y prosaicamente en la poesía, donde pueda decir y vivir en primera persona, haciendo que "la libertad que puedo ejercer en el mundo que origino la vivo al conectar elementos heterogéneos, al modo de un collage".
"Lo que ocultan los vestidos" tiene 10 secciones, una introducción y un epílogo. 3 secciones tienen epígrafes y la octava de ellas, "Cebras y reglas", incluye 2 imágenes del trabajo visual "Liquidación por fin de temporada" (2005) de la poeta. La introducción busca dar al conjunto un hilo conductor y lo hace siguiendo una estrategia autorreferencial y metapoética: se sitúa frente al lector y frente a su propio texto simultáneamente. De allí algunas filiaciones. No hay automatismo pero sí hay mirada oblicua, cubista, hiperlúcida, refractada: "El azar tiene un sistema, un código que hay que interceptar y trabajar...". Declara su cansancio contra el "lleno total" ortegiano, la cultura de masas alienante. Por esa vía engarza con la poesía metafísica que mantiene su línea continua aunque borrosa desde el post-romanticismo y el primer surrealismo en adelante. Poesía de esencias y trascendencias versus apariencias, que indaga en al acto cotidiano como manifestación de fuerzas otras que condicionan al sujeto en un estado de enmascaramiento o revestimiento. Mi lectura de este libro de Lila Calderón apunta a que es ese el vestido debajo del cual está la materia real. Aquello ocultado no es otra cosa que aquello entendido, intuido, salvado de la disolución. Es el acto de apoderamiento de lo real a partir del lenguaje en el sentido, insisto, de la poesía metafísica chilena, que en Díaz Casanueva y Anguita entronca con la filosofía del ser de Heidegger y su máximo expresivo: la poesía es la casa del lenguaje y el lenguaje es la casa del ser. Entonces "lo que ocultan los vestidos" es un cuerpo-habitación que recupera su visibilidad a la par que busca re-apropiarse sus significancias. Visitado pieza por pieza, órgano por órgano, este cuerpo-mansión se vería así:
1a estancia: "Escrituras mortales y metafísicas".
"Todo lo que he escrito aborda el mismo problema: la existencia". Aquí se guarece el miedo al vacío, la vigilancia de un ojo-eje absorbente, como el maelstrom de Poe; un agujero negro o el ouróboros alquímico mordiéndose la cola y girando eternamente. Pero la respuesta es lúdico-lúcida: "juguemos en el bosque ahora que el lobo no está". El rebote de la infancia trae una curiosidad inocente que puede ser cruel, como en esa otra niña "maldadosa" de nuestra poesía hispanoamericana mayor, Alejandra Pizarnik, para quien las flores tutelares del secreto y el misterio tenían el mismo nombre de nuestra autora: lilas. Su idioma es verso silabeado. El decorado de esta habitación es ligeramente gótico, otoñal, umbrío. El órgano que vibra bajo los vestidos en esta estancia es el estómago, porque allí se continúa la digestión del tiempo que deglute al sujeto desde afuera.
2a estancia: "Desplazamiento".
Lo blinda un epígrafe de Jodorowski, ese viejo brujo-mago-loco escapado de su propio Tarot viviente, donde nuestra autora oscila también entre arcanos: Maga, Sacerdotisa, Emperatriz, Loca. En esta habitación el tiempo y el espacio no son coincidentes. Hay registros gráficos de ese movimiento impreciso. Fotografías, retratos borrosos que "tienen su propia religión y viven en otro templo". Las palabras-moldes hacen un tanteo de siluetas para irse acoplando a sus significados-formas parecido a esos juegos de niños lactantes, aún no del todo hablantes, que brusca pero obsesivamente intentan hacer cuadrar las piezas de sus juegos didácticos. "Otra máscara desvanece su guiño y un montón de ropa nos dibuja en el recuerdo". Su idioma es la prosa. El decorado de esta habitación es sepia, azogue, como el reverso de los espejos y el anverso del mismo está empavonado. El órgano es el oído, motor del equilibrio.
3a estancia: "Absorta ante el paso de la musa".
La habitación más breve. Contiene sólo un enser, el aliento. ¿Por qué está aquí y no dentro de otra como las réplicas interiores más pequeñas en las Matrioskas? Sólo 12 líneas para situarse. Si barajamos en un talego los sustantivos y luego los vaciamos sobre un tapete, quedan en este orden: trino, idioma, flecha, vida, misterio, encanto, gotera, estanque, espejo, lápiz, baile, aliento, musa, nada. Pero el orden también puede ser otro. Se habla un verso casi susurrado. Esta habitación es celeste-agua. Su órgano son los labios, por ellos respira.
4a estancia: "La casa siempre gana".
Esta habitación tiene ventanas hacia el exterior. Su función es instalarse a ver transitar los pobres destinos cotidianos de las vidas programadas, que no se pertenecen a sí mismas. El ángulo da un enfoque urbano amplio. Hay distracción del prójimo y sus nimias aventuras de sobrevivencia. Hay rabia de la cosificación orweliana del sujeto llamado a mejor vida. Pero ¿los sujetos tienen la vida que pueden o la que buscan o la que merecen? Una prosa que a ratos deviene narrativa y deriva en ficción y parábola, con entes que escapan del papel billete y devienen en personajes para finales alternativos. Esta estancia es luminosa pero su luz es chillona, encandiladora. Su decorado es realista en formas pero su contenido es surreal, como en los cuadros de Remedios Varo. Su órgano es la pupila.
5a estancia: "El oleaje que mece las almas".
Un epígrafe de la Yourcenar blinda el dintel: "Poco me importa que los fantasmas evocados vengan desde los limbos de mi memoria o desde otro mundo". Un poema en 6 fragmentos numerados define un intento de buscarle un punto de origen al soplo, al hálito vital, al élan de Bergsson. Ese impulso electivo de saberse alma es un modo de vibración del cuerpo desde un motor inclaudicable. Desde luego el órgano que vibra en esta estancia es el corazón, nombrado con insistencia: el corazón tiene un secreto (II), el corazón estremece con su ritmo (III), el corazón tiene puentes (V), hay algo escrito en ese papiro que envuelve al corazón (VI). Esta habitación recibe mucha iluminación de luz natural, de día. Pero sus cortinas están cerradas.
6a estancia: "Ya vive y se le oye cantar"
Esta habitación está de duelo y de vuelo. El dolor atávico de despedir a un ser que se ama deviene en comprensión y extensión de la presencia en otros niveles. No es resignación o simple resiliencia porque la pérdida no tiene compensaciones y la figura reclamada está en una distancia infranqueable. Se asoma ese tono salmódico, sacramental, transido de intensidad, con un remoto decir elegíaco: "...y me envuelve el destello / donde bailas, Carla, / en el viento, / en todo / cuanto iluminas / con tu vuelo". Esta habitación es blanca, blanco de mármol, blanco de leche. Su órgano son las manos. Tocan algo-alguien frágil, que parece no estar, que viene de lejos.
7a estancia: "Lo que ocultan los vestidos"
Un único texto homónimo al libro, medular, enmarcante. Todas las claves debieran estar aquí. Una primera estrofa ajedrezada recupera el sarcasmo sutil de esta autora para decir que el camino-viaje es solitario, aunque confluyan otros-otras transeúntes. Cada cual es accesorio a la vida de otro, principal sólo a sí mismo. Hay que mantener cierto ritmo de la marcha porque los otros distraen, interfieren "trayendo rumores y nieblas hasta mis oídos". Hacia el final de la segunda estrofa asoma el signo-símbolo que sintetiza el plan y la identidad de la autora, que está también en su nombre: "hay que ir a refugiarse al huerto (...) / en los lirios, que ante la presencia del sol / se animan a confesar / lo que ocultan los vestidos. La palabra deviene flor precaria entonces, sobrepuesta a su rigor eriazo. El lirio pertenece a un orden vegetal que acumula. Se nutre del bulbo subterráneo, que duerme y alterna las hojas con la flor entre invierno o verano. Es el sueño vegetativo o la hibernación de las especies que necesitan estar no expuestas para preservar su energía. Lo que ocultan esos vestidos-pétalos son el rumor de la persistencia. Esta estancia es abierta. Florece. Sus órganos son los pulmones.
8a estancia: "Cebras y reglas"
La prosa y la imagen se alternan para un discurso que parodia otros relatos: la taxonomía zoológica, el análisis jurídico, la sociología. Con estos ecos construye una breve fábula sobre la torpeza de la seguridad y la domesticación del flujo humano en las urbes. El sarcasmo proverbial de esta autora alcanza acá su máxima expresión. Es un texto incisivo y gozoso, pese a ser severo. Proviene de una estancia previa, de circunvolución, de vía de acercamiento. Es un umbral señalizado, no es la morada propiamente tal pero la interpela y se hace perteneciente. Su decorado es gris, de asfalto. Su órgano es el tobillo, la rodilla, el codo: las articulaciones.
9a estancia: "Autorretrato del creador"
Poema y prosa en esta sección-habitación del ser, con un mismo tema en dos facturas: vocalización rítmica en canto llano son los versos -entre parrianos y huidobrianos-, como es el registro operático y el versículo interno para decir un episodio vernacular y oracular que quiere resituarse en un momento inaugural de las eras. La voz masculina de un hablante-Creador teocéntrico cede ante una Diosa tutelar para que pueda mostrarse al fin "lo que ocultan sus vestidos / el poder invencible / de la flor de la vida / que encandila / y volvamos a bailar". En "La fiesta está que arde" se vuelve a hacer ese recuento lastimoso de un Dios en bancarrota representado en su semejanza humana desprovista de todo don de lo sagrado. La aspiración de la autora en esta estancia es actualizar lo profano en nuevos actos con-sagrados de re-creación. La estancia está pintada de un rojo intenso y su órgano es el sexo, que en la mujer se prolonga hacia adentro y en el hombre se vuelca hacia afuera.
10a estancia: "Estampas de la vida diaria"
El corpus más extenso del libro para reunir poemas y textos en prosa de titulación unitaria y contenidos diferenciados, donde el que abre la sección bautiza la misma. Poemas notables como "Grafitti" o "Transparencias" -con un aire a Anguita- engarzan un mandala temático más abierto y menos conceptual, donde se revisita a la familia en cuanto clan o tribu de las primeras lecciones, los misterios de la ciudad o los espacios paralelos que conviven en ella, o la identidad de la poeta devenida en aedo citadina o juglaresa de aconteceres cotidianos. Esta es la estancia más amistosa del conjunto y su decorado es psicodélico, contemporáneo, con gráfica de arte urbano o de rock. Su órgano es la garganta pletórica de voces.
Un epílogo-prólogo circular
El último texto en prosa de "Lo que ocultan los vestidos" es una especie de fábula sobre las percepciones, lo engañoso de asignar sentidos estancos a las experiencias, a los seres, a los objetos. Las cosas hablan y se re-presentan con movilidad, insatisfechas. Se recuerda a Rilke: "Las cosas vienen a nosotros ávidas de cobrar sentido". Este texto implica un sub-relato donde interactúan seres-signos-significados aleatorios que se afectan mutuamente. Este texto bien podría ser el inaugural y permitir una relectura inversa del libro todo, donde la introducción declarativa que formalmente lo abre, sería el epílogo que venga a delatar un plan de acción casi siempre superado por la ejecución misma del producto creativo. Para confirmar esta intuición lectora que señalo, la autora deja caer en la última página una frase matemáticamente sugestiva: "El orden de los factores no altera el producto". Pero es aún más perfecta la síntesis conmutativa del libro si nos atenemos a las líneas finales de este epílogo circunvalado donde lo descifrado se vuelve a cifrar. La verdad sea dicha, nada más hace falta decir de este libro que lo que allí se resume:
"Y esa cortina que cubría todo el fondo de la gruta, era miel derramada sobre una roca que cerraba la entrada al insectario donde habíamos dejado las alas, antes de cambiar de piel para salir a barrer la tierra que aún olía a pintura fresca."