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EL POETA ÁNGEL ESCOBAR
EN EL SOPORTE AUDIOVISUAL DE LA MEMORIA

Por Lila Calderón
Crónica publicada en Revista “Deriva del Maule” N° 6, noviembre 2018.







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Memoria

La historia es siempre antigua. Y la memoria fugaz. Mi amigo, Leonidas Rubio, director de Revista Deriva del Maule, me pide explicar cómo llegué a la realización del video experimental “La muerte de un poeta” para acercarme a la figura del poeta y dramaturgo cubano Ángel Escobar. Lo cierto es que fue algo así como “un encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección”.

Ángel Escobar nació en Guantánamo el año 1957 y se suicidó en La Habana el 14 de febrero de 1997, antes de cumplir 40 años. Entre sus libros se encuentran: "Viejas palabras de uso" (1978), “Epílogo Famoso” (1985), "La vía pública" (1987), “Malos pasos” (1991), "Cuéntame lo que me pasa" (Relatos, 1992), "Abuso de confianza" (1992), y “Cuando salí de La Habana”, (1996) y su libro póstumo “El examen no ha terminado” (1997). Impacta saber que escribió el último poema un día antes de su muerte, el 13 de febrero de 1997. Estaba dedicado a su amigo el pintor y escultor Nelson Villalobos. He aquí un fragmento de ese poema sin título: “cada uno tiene un modo de entenderse a sí mismo,/ y él está buscando o ya encontró esa manera,/ se mira y se ve, y eso es un privilegio,/ ser su propio espejo, que tu obra te refracte,/ y que nunca te repita como se repite a diario/ el juego de las decapitaciones. Vea Ud. e intuya/ este incurrir de Villalobos en formas que se fugan,/ y si son capaces, en su fugacidad, adquieren/ la fijeza, y ese desprenderse imantado/ alegría o tristeza, y siempre la sorna de los estilos/ que se buscan ya estando en el palacio de la significación”.

Como dijera el escritor y crítico chileno Camilo Marks: “La memoria es la más maravillosa de las aptitudes humanas y sin ella no seríamos lo que somos, no nos podríamos comunicar, no tendríamos arte, no habría ciencia, careceríamos de las habilidades mínimas como para llamarnos seres humanos”. Me propongo entonces recuperar el origen y proceso de la historia que motivó este trabajo audiovisual.


El desafío

A mediados del año 1997 yo planeaba ir a conocer Cuba, haciendo coincidir fechas con el viaje que harían en enero mi hermana Teresa y mi cuñado Thomas Harris, quien había obtenido el Premio Casa de las Américas del año 1996 por su libro “Crónicas maravillosas”. Él formaría parte del jurado para definir la obra premiada del año 1997. Los tres hacíamos clases en institutos y universidades y ese verano se veía especial. Aunque lo más inesperado llegó para mí cuando Ana María Jiménez[1], la viuda de Ángel Escobar, conversando con Jaime Muñoz, rector del Instituto Arcos donde yo trabajaba, le planteara la posibilidad de hacer un video sobre el poeta. Él me lo comentó porque yo estaba creando video-poemas y había obtenido un premio por un trabajo en esa línea el año 1994, y me dijo que lo considerara, ya que sabía sobre mi viaje. Fue entonces cuando me enteré de la muerte de Ángel, al que yo conocí cuando vivió en Chile y estuvimos en algunos encuentros literarios. Le dije a Jaime que haría el video si tomábamos juntos el desafío. Yo iría a Cuba de todos modos, en enero de 1998. Tenía una cámara Súper VHS AG 456, Panasonic, que me acompañaba muy bien en mis proyectos, y para organizar la agenda Ana María haría los contactos con escritores, pintores, músicos, familia y amigos de Ángel. Yo tendría libertad para trabajar “a mi manera”, y al regresar revisaríamos el material y planificaríamos la edición. Eso significaba que tendría que desdoblarme para que mis 15 días se transformaran en 30 días de eficiente trabajo, principalmente registros. Y que no me faltaran cintas ni baterías: iba con bastante peso. Tenía presente que allá no encontraría algunos insumos pero no supuse que el sistema eléctrico era  de 110 voltios y los enchufes tenían 2 patas planas paralelas. Lo peor es que no había adaptadores de corriente. Tendría que discurrir cómo cargar las baterías. Decidí trabajar con el micrófono de la cámara y armarme de paciencia pero el calor y la humedad se hacían notar intensamente y me desconcentraba fácilmente porque todo en el ambiente “sonaba”. Había música en el aire, venía de los árboles, de las bandadas de pájaros, de las fuentes o las sorprendentes lluvias tropicales, de las entonaciones de las voces de la gente, de sus risas. Los perros ladraban y en cada cuadra había bandas de músicos con tambores e instrumentos indefinibles dentro o fuera de las casas. La distracción iba al máximo para mí y la arquitectura neoclásica me llevaba a imaginar el “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier en cada mansión de El Vedado, que eran inquietantes por la pátina del tiempo derramándose sobre sus columnas jónicas e inmensos vitrales, en sus recibidores con fuentes de agua vacías y en las escaleras de mármol de Carrara, donde habían quedado las huellas de condes y marquesas, políticos y hacendados y todos sus fantasmas. Era emocionante la vegetación, el espacio, el aroma. Y, a pesar de todos los imprevistos, el video se hizo.


El video experimental

A partir del año 1987, el video se había convertido para mí en un soporte muy lúdico, ya que era el registro expresivo ideal para abordar un diálogo o expresar la intimidad del mundo poético personal o de otro autor. Su seductor dinamismo parecía dotar de poderes especiales, repentinamente, al operador curioso y sensible que se apostara tras la cámara con el fin de indagar sus capacidades tecnológicas y la posibilidad de generar conexiones entre lenguajes.  Un simple registro permitía transmitir atmósferas poéticas sugerentes sin necesidad de barreras idiomáticas, subtítulos invasivos o narraciones off. Se sentía el fluir de la comunicación con aquello que se situaba al otro lado de la cámara, fuera paisaje, persona, una libélula o un callejón con vista al mar. Y estaba la posibilidad de corregir cualquier error. Cortar, repetir, volver atrás. Pausar, silenciar, editar. Volver a empezar. Me gustaba trabajar la relación entre imagen y sonido de manera bastante experimental, implicara música, lenguaje verbal, sonido ambiente, ruidos o efectos. Los contrastes de imagen, una ida a negro, la sobreexposición de los objetos o una penumbra insistente me abrían la puerta a lo extraño, absurdo o inesperado. Los detalles permitían dirigir la visión del espectador. Era un gran desafío, y muy estimulante. Sentía  además que podía ser video-poeta o intérprete del mundo poético de otro autor. No era simplemente cuestión de resolver un texto ilustrando en el video la imagen poética al servicio de la palabra, sino complementar la referencia o hacer un contrapunto, entre otras posibilidades. Inquietar desde una cinta -que abre un mundo en una pequeña pantalla- sin tener que susurrar: “Irás volverás nunca en la guerra perecerás”.

No quería describir un poeta y su obra con una narrativa documentalista. Me interesaba acercarme a él o ella, presente o ausente, permitiendo la manifestación de nuevas relaciones, sentidos e intensidades de la manera en que fueran apareciendo, conectándose los latidos interiores y exteriores. Una reconstrucción del ser fragmentado para sugerir algo esencial que no sabía si llegaría. Era una sorpresa. Como instalar una ouija en una habitación a oscuras y esperar pacientemente que se manifestaran los espíritus convocados, agitando las letras para formar palabras, ya fueran del hablante, del autor, su familia, sus amigos, sus amores.

Así me veo hoy, objetivamente, revisando esa época, con potentes intenciones de explorar el lenguaje audiovisual, en los bordes del video arte, el experimental, el registro de hallazgos, el juego con los retazos, fragmentos, costuras, detalles, huellas sutiles como fósiles y sonidos asincrónicos que llegaran a ser verosímiles a pesar de venir perdiéndose como un eco, velándose con la luz o el paso del tiempo. Hice video-poemas, video-arte, guiones, un cortometraje, documentales experimentales y ocupé cientos de cintas con grabaciones de viajes, paisajes extraordinarios y diálogos que imaginaba serían algún día parte de una obra dramática. Parece que ése era el sentido. Conectarme las neuronas en trenzado o hacerlas rodar hacia un lenguaje que estaba empezando a conocer. Dejar esas intenciones como parte de un proyecto que se resolvería virtualmente en una edición interior, anterior, posterior; fuera de la cronología. Porque me quedé fascinada con la reflexión de lo posible e imposible de los nuevos medios. Pero la tecnología fue mutando, metamorfoseándose para que los formatos y los sistemas se rechazaran mutuamente y la velocidad de los cambios hiciera entrar en crisis mi sistema ideal, porque estar cambiando cámaras por causa de que estas maravillas envejecían abruptamente me producía cierta molestia existencial muy parecida a la incertidumbre, que hacía peligrar la acción y considerar que mis recursos invertidos hasta el momento, se ahogaran en el pozo sin fondo de la era digital y sus nuevos productos. Pero de pronto, la virtualidad me envió sus emergentes naves híbridas, encantándome de tal manera que me pareció interesante probar también plataformas en red, escribir en blogs, o conversar con sombras universales que estaban siempre despiertas. Y fue así como empecé a desafiar a los buscadores para nutrirme de poderosos intertextos que ahora era posible vincular desde links que abrían nuevos pasillos e interrogantes para todos los lenguajes desde antes de Cristo hasta el Apocalipsis mismo.


Se concreta el viaje

Viajé a Cuba los primeros días de enero. Luego de unas noches en un bello hotel en La Habana, Ana María me dijo que sería mejor si me iba a su departamento, que era donde había vivido con Ángel y estaban todas sus cosas. Así, podría armar las reuniones fácilmente, y me mostraría fotografías, manuscritos, escucharía cintas con su voz grabada leyendo poemas, iríamos a las entrevistas y sobre todo entraría en ambiente con la poesía de Ángel Escobar. Con ella tuvimos reveladoras conversaciones, Ana María Jiménez es una mujer interesantísima, pianista, estudió música y sociología en la Universidad de Chile, y tiene una experiencia de vida impactante. Ella tuvo el don y la intensidad suficiente para amar a Ángel con una entrega sobrecogedora. Quizá para comprender esta extraordinaria fuerza haya que leer su libro “Antes de perder la memoria”, escrito en coautoría con Teresa Izquierdo, (Ed. Cuarto Propio, 2015). Allí comenta que los dos se enamoraron desde el dolor. Ana María venía con la carga de su paso por Villa Grimaldi, la tortura y el exilio en tiempos de dictadura en Chile, él venía de un hogar muy pobre en la provincia de Guantánamo, Cuba, y tenía doce hermanos. Su padre barbero pasaba mucho fuera de casa. Era alcohólico, celoso y violento. Su madre, lavaba ropa y urdía a diario cómo alimentar a todos sus hijos. Ángel y Anita compartieron los episodios más dramáticos de sus vidas y se apoyaron hasta el final. El padre de Ángel terminó sus días en la cárcel pero entonces yo no sabía por qué.

Cuba es un lugar multidimensional, y así viví cada día, haciendo visitas a lugares y personajes que parecían situarse en distintos tiempos. Conocí a muchos artistas y escritores. Fui a la bella mansión de la Unión de Escritores Cubanos, UNEAC, conversé en la terraza con su presidente, el escritor y profesor de arte Francisco López Sacha, quien me habló sobre la escritura de Ángel y cómo este se situaba en la literatura cubana. Su importancia, sus referentes, todo en un ambiente muy acogedor a pesar del calor y del vapor húmedo que se posaba en mi visor a punto de modelar espejismos de palmeras humeantes agitándose mientras él exponía sobre la dimensión cósmica en la poesía de Escobar y cómo inquietaba al enfrentar lo cotidiano como si fuera infinito.

También hablé con el escritor Efraín Rodríguez Santana, gran amigo de Ángel, tuvimos un extenso conversatorio en su departamento saturado de libros. Me acompañó Anita. Él fue encantador e hizo una verdadera clase sobre la obra del poeta. Explicó por qué consideraba el libro "Abuso de Confianza" como una de las cúspides poéticas de Escobar y de la poesía. Un hombre brillante que en su escritura mezclaba pensamientos, nombres, referencias, vidas, desde el mundo órfico griego al nietzscheano y en todas las áreas hasta lo más cercano, apropiándose de la cultura universal de manera notable. Rodríguez Santana adelantó reflexiones de lo que quizá más tarde, formaría parte de su novela “La cinta métrica” (Editorial Renacimiento. España, 2011) donde recupera importantes pasajes de la vida de Ángel. Su dramática infancia, la familia, sus estudios de teatro, amores, la escritura, sus tormentosas voces y el paso por instituciones siquiátricas donde luchó por huir del abismo. Rodríguez Santana comentó en “Lo más privado es siempre lo más público”, entrevista que le hizo Carlos A. Aguilera en “El Nuevo Herald”, Miami, el año 2013: “La amistad me ayudó a narrar a Ángel Escobar. Sin esa experiencia no hubiera podido escribir como lo hice. Cada uno de los capítulos se apoya en numerosos datos biográficos. Hay que tener en cuenta también que intento construir un personaje a través de su propio proceso de escritura poética. Era una persona de gran ternura, aunque su enfermedad le hiciera perder la cabeza (…) Quizás esta novela pudiera ser leída como biografía. Algunos lectores, incluso, así lo han creído. Hay tantos datos reales en ella, tantos registros de su proceso de creación poética, que se pudiera inferir que así fue su vida toda y su poesía. Pero no es exactamente así. Él era de una manera mucho más compleja, que yo nunca pude descifrar. Me aprendí la voz de Ángel Escobar como si fuera un actor”.

Recuerdo que a todas estas entrevistas nos llevaba en su auto el poeta Carlos Alfonso quien nos adelantaba datos sobre los distintos entrevistados, anécdotas y detalles históricos de interés sobre la ciudad. La Habana vieja había sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1982. Y recorrerla era encontrar castillos, fortalezas, fuentes de agua maravillosas, plazas coloniales, una imponente Catedral, museos, mansiones de arquitectura barroca con mezclas de art déco, y también el puerto donde atracaban los barcos españoles en su trajín habitual de exportaciones e importaciones. Un surtidero de leyendas y realidades dramáticas envueltas por el oleaje del tiempo y las espumas saladas de la historia en el ir y venir del tabaco, el azúcar, café, cueros, maderas y esclavos africanos. Mucho dolor enraizado que se fue extendiendo por América como una enredadera.

Cuando salía a grabar lugares y paisajes de La Habana me acompañaba el poeta Kalinin Bandes, que se las ingenió además para inventar un sistema que me permitiera cargar las baterías o iluminar mágicamente algunos espacios interiores. Abría el interruptor, pelaba los cables y hacía unos amarres tipo vudú. Eso sí, para aislar el sonido ambiente, nada fue posible. Conversé también con el genial músico Carlos Maza, quien nos recibió afectuosamente en su casa. Su memoria generosa nos permitió recuperar notables conversaciones que sostuvo con Ángel. Y narró cómo hubo encuentros en los que era posible reír y llorar y ver el mundo con sus ojos agudos y perspectivas insólitas.

Lo mismo ocurrió con el escritor Juan Carlos Flores, quien me contó lo que pensaba de la poesía: una vampira que los exigía sin piedad a cambio de algunas imágenes fugaces. Habló de la angustia que rondaba a los artistas en la incertidumbre del día a día. Y sobre la asombrosa cita con la creación y las múltiples caras de la belleza. Recordó que Escobar llamaba a la Poesía, la huraña, la piadosa. Dijo que admiraba en Ángel su lealtad a ella al aceptar el reto de oír las voces con que lo llamaba y seguirla. Juan Carlos Flores, el poeta de los ojos de esmeraldas, se suicidó el 14 de septiembre del año 2016 en su departamento de Alamar, luego de haber ido a comprar pan. Lo supe hace un tiempo por un sitio de Internet que publicó la noticia. Me dio mucha tristeza.

La escritora Basilia Papastamatíu me habló bastante sobre la trascendencia de la obra de Ángel. Me aseguró que su imagen terminaría de consagrarse cuando se le estudiara como lo que era, un grande de la literatura universal. Traje muchas notas sobre interesantes textos que ella escribió sobre él. Entrevisté a la poeta Cira Andrés, amiga de Ángel. Ella pensaba que la enfermedad de Escobar estaba emparentada con su tragedia infantil, y que el descubrimiento del teatro y las grandes tragedias griegas lo habían llevado a asumir como su realidad el papel del hombre que no puede huir del destino ineludible.

Frente al malecón, una tarde de cielos naranjas y violetas conversé con el poeta, narrador y diplomático César López en su casa llena de objetos bellos y curiosos. En medio de ese misterioso espacio, que tenía el aspecto de un museo en penumbras, me comentó que Escobar, en el mundo de la creación revelaba una fuerza y sensibilidad más intensa que la mayoría de los poetas, que se destacaba por su capacidad de relacionar ideas e imágenes con sabiduría y un humor crítico sorprendente que llamaba a la reflexión. El escritor César López obtuvo el Premio Nacional de Literatura el año 1999.

Sería largo reproducir aquí todo lo que efectivamente está visible en el video y todo lo que tengo guardado en las cintas del registro y que no he digitalizado. Son muchas horas. Muchos encuentros. Calles, músicos, ambiente, lugares, notas, obras, imprevistos afortunados. El documental experimental en video dura 20 minutos. Fue difícil seleccionar fragmentos, editar. Todo era interesante, la exuberancia del trópico con una orgánica propia. Raíces y más raíces siempre en movimiento. Mucha vida.

Una tarde caminábamos cerca del centro con Kalinin, cuando oí una música magnética que me llamaba desde una calle cercana. Parecía música ritual, interrumpí mi plan y decidí ir allá. Miré por la ventana y había un grupo de mujeres tocando música y bailando, al parecer ensayaban una presentación. Una mujer mayor instruía a las otras,  cuando me vieron encendiendo la cámara me miraron, les pregunté si podía grabarlas. Dejaron de cantar y se asomaron a la puerta. Nos invitaron a entrar. Pusieron una silla para mí, que grababa sin trípode, y comenzaron su performance nuevamente. Fue increíble. Y con un calor de delirio “Las mulatas del Caribe”, que así se llamaban como grupo, no dejaban de cantar y bailar y la música salía por las ventanas y recorría las calles hasta confundirse con la música de otra banda que fluía en un ritmo efervescente cantando:  "que Dios lo tenga en su gloria".


Los fantasmas de Ángel

En las noches, en el departamento de Anita escuchábamos poemas de Ángel Escobar musicalizados maravillosamente por Fernando Aramís y Abel Álvarez, jóvenes músicos con los que compartimos veladas inolvidables junto a poetas, actores, actrices, como Jesús González, María Elena Diardes, y también con Teresa Calderón y Thomas Harris, que estaban en el hotel Riviera, y participaron del intenso encuentro cultural que se mantenía permanentemente en ese cuarto piso, donde se sentía la presencia-ausencia de Ángel en cada rincón.

Ángel Escobar era Graduado de Artes Dramáticas en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y en Artes Escénicas por el Instituto Superior de Arte (ISA). En 1989 estrenó su pieza teatral “Ya nadie saluda al Rey”. El Actor Jesús González fue su compañero de estudios y nos llevó a la Escuela de Artes donde estuvieron juntos. Él contó que en el aniversario del natalicio de Marti, el 75, Ángel dirigió allí “Abdala”. Un poema dramático de José Martí. Se sentía representado por el héroe de la obra (situada en Nubia), y por la alegoría. Estuvimos en el teatro. Recorrimos el lugar y mientras me hablaba comenzó una tempestad tropical que inundó parques y calles. El viento cálido era desconcertante. Yo andaba con ropa veraniega y tuve que refugiarme en un salón para poder grabar desde los ventanales también la magnífica actuación de la naturaleza cubana.

Visité en su campo de plátanos a un hermano de Ángel, Demetrio, hombre tímido, muy amable. Me habló de un Ángel silencioso -con el que habían perdido contacto por décadas- a veces confuso y lleno de dudas y al que admiraba profundamente. Su cuñada Laly me dijo que Ángel le había comentado que las voces estaban abandonándolo y le pedían suicidarse. Su sobrina Yaima me habló de esas voces que dialogaban en la mente de Ángel, y de cómo él luchaba por acallarlas en los momentos de crisis porque sentía la presión de ellas por hacerle oír sus demandas. Muchos años después supe que todo este drama se originó a partir de la tragedia familiar de la infancia, cuando Ángel y sus hermanos fueron secuestrados por su padre psicótico. Los niños estuvieron encerrados, pasaron hambre. La madre, a escondidas les llevaba comida que deslizaba bajo la puerta mientras él no estaba. Luego vino el crimen, grabado a fuego en una memoria que intenta evadir esa herida el resto de su existencia. Ángel -según leí- contaba dos versiones sobre la muerte de la madre: (1) que el padre la llevó a un cuarto de pensión donde consumó el crimen y (2) que el padre la asesinó en la misma casa delante de los pequeños. Otro de los hermanos Escobar también fue suicida. Ángel lidiaba con esas sombras, las temía y trataba de someterlas. Sobre este tema, Ana María Jiménez narra en el libro “Antes de perder la memoria” que: “en 1959, ella tuvo que aceptar que su marido y padre de sus hijos se llevara a los tres más pequeños a vivir con él, cerca de Santiago de Cuba, con el único afán de mortificarla y obligarla a que fuera a buscarlos. Ella aceptó acompañar a su marido a Santiago y quedarse con él en el hotel La Flor de Cuba para recoger a sus niños al día siguiente. Pero no alcanzó: el hombre le cortó el cuello con una navaja barbera. Y ahí quedó, muerta por un marido celoso. A él lo llevaron a la cárcel de Boniato, donde permaneció hasta su muerte”. Cuando esto sucedió, el poeta tenía 7 años.

Recordé estos versos de su poema “Paráfrasis sencilla”: Un niño me vio: tembló/ de pasión por los que gimen: / y, ante mi muerte, juró / lavar con su vida el crimen.

Teníamos un día reservado para visitar a los pintores René Francisco Rodríguez (Premio Nacional de Artes Plásticas, 2010) y Eduardo Ponjuán (Premio Nacional de Artes Plásticas, 2012), quienes nos mostraron algunas de sus obras, homenajes a Ángel Escobar, y una instalación dramática con algunos elementos significativos y parte de su vestuario final. Me hablaron de conversaciones y reflexiones que sostenían con Ángel sobre el lenguaje y la creación. Recordaron momentos de mucha alegría, de fuerza y vitalidad, proyectos. Y la recurrencia de las ideas suicidas que siempre lo rondaban. René dijo que Escobar era un hombre brillante y una gran persona, que su sufrimiento existencial era tan grande que la vida le resultaba una complicación, por lo absurda, y precaria. Eduardo recordó el humor fino que caracterizaba a Escobar y con el cual lograba dominar sus momentos más angustiosos, y mientras me hablaba de curiosas  conversaciones telefónicas que sostuvieron sobre el tema de la muerte, se pusieron a ladrar los perros junto a la ventana y no me dejaban oír lo que decía, ladraban como si se fuera a abrir la tierra. Tuve que cortar la grabación. Luego conversé con el pintor y grabador Ibrahim Miranda quien me habló del magnetismo de Ángel, que era un tipo genial, enrevesado y eléctrico, que siempre sorprendía por su capacidad de leer el mundo de forma asombrosa. Fue una jornada inolvidable en esa casa y su terraza enrejada.

Recuperar la paz

Soy más bello que una estatua griega, romana,
egipcia o de cualquier otra región o país.
Tengo amor a la muerte; soy la muerte y su doble.
La belleza también la sentí amarga. La senté
en mis rodillas, le hice el amor y me dejó señales
que le dejé en otro tiempo, caricias que yo ya le había dado.
Ángel Escobar.

Una luminosa mañana cumpliendo con el plan, fuimos con Anita al Cementerio Colón. Es bellísimo, impactante, comenzó a construirse en el año 1871 y ha sido declarado Monumento Nacional de Cuba. Hay muchas obras escultóricas y arquitectónicas con ángeles, vírgenes, figuras mitológicas, parques, grutas y templos. Se cuentas muchas historias sobre grandes personajes, amores tristes, milagros, leyendas o separaciones inesperadas de seres que duermen en el cementerio más importante de América Latina. Visité la tumba de Ángel bajo la inmensa cúpula del cielo. Se sentía una profunda paz.

Una de las primeras noches en el departamento de Ángel y Ana María, yo estaba muy cansada luego de tantas actividades y el constante calor. Me fui a dormir para salir temprano al día siguiente. Esa habitación daba a la ventana donde se sentó Ángel de espaldas al vacío. Quizá eran las cinco de la mañana cuando tuve una pesadilla y grité. Me fue a despertar Anita. Había sentido una potencia sombría y fulgurante como un destello, el mismo de la mirada del poeta en los registros gráficos. En esos días escribí estos poemas en prosa -o fragmentos de un diario imposible- que hasta hoy son inéditos. Los entrego ahora a esta revista con el fin de dar, acaso, una vuelta de llave a un episodio claroscuro, que nos emociona y duele pero también nos ilumina. Es la vuelta de llave que no pudo encontrar Ángel y que hoy recordamos a 21 años de esa decisión indeclinable que bajó el telón de su poesía.

 

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LOS FANTASMAS DEL  ATARDECER
Lila Calderón

Toma un cigarrillo, una taza de café –escucha
alguna música del Veinte. Por qué no sonreír con un recuerdo
que te ofrezca coartada. Espera.
Quizá llegue ella con un ramo de lilas.
Ángel Escobar.
 

Camino con la túnica del atardecer sobre una nota en blanco, hasta que viene la noche a dibujar sobre la taza de café, una habitación que huele a mar, a rito, a espumas. Con su antorcha de versos y mantras ilumino el laberinto que conduce al poeta. Una luna gris en la ventana suelta las amarras del trópico. El tiempo zarpa. Desde sus ojos sonámbulos vienen a danzar las sombras y un latir de velos le desnuda el corazón. Ruedan los pétalos del encantamiento, la ventana se abre, brotan palabras. La marea en retirada, recoge sus huellas fuera de la frecuencia del destino. Entonces busco su nombre en los petroglifos de las rocas, cuento sus fantasmas atomizados en la arena o flechados a las cortezas de las palmas. Recojo su imagen en la tabla de un naufragio y siento que va a hablarme, pero seres mitológicos que ofician de enlaces entre el cielo y el infierno, trazan coordenadas para situar la tragedia o quizá apuntar con el dedo a los culpables. Como si se abrieran las cortinas de un teatro, en una obra que él mismo dirige, escapo entre una guerra de relámpagos y desacuerdos en los salones del Olimpo. Gracias a Prometeo consigo una ruta iluminada. Un exit custodiado por dragones me detiene y una lluvia de meteoritos promueve la confusión. Es el momento para interceptar la isla flotante donde migran los sueños y se pierden los puntos cardinales, las longitudes, las consecuencias, las distancias y su prisión cronológica. Oigo soplar el oráculo en una caracola. Espera. Espera. Espera. Espera.  Espera. Espera. Espera. Quizá llegue ella con un ramo de lilas.


LA ISLA
Lila Calderón

Tu rostro limpia al mundo,
le ofrece tu figura –así lo tomo en andas:
su doble azar, también a mí, creo, me concierne.
        Cuando despiertes, dímelo
Ángel Escobar.

Todo saldrá bien. Es solo un viaje. Un pasaje. Uno. Esta pista enloquece. El tiempo ruge da vueltas me ronda en sus aros de fuego. El clima lleva al delirio y la música de los objetos traslada y desenfrena. Al principio no dejo de pensar en grabar a Ángel en algún espejo. O enviarle mensajes en directo. Paseo. Las razas, múltiplos de dos desorientan.   Extrañan. De pronto no sé quién soy o dónde voy. Sólo sé que estoy en una isla con vegetaciones sobrepuestas y azul rodeado de nubes y vapores. Organizo mi tiempo para grabar lo previsto. Transito por las viejas calles de la isla entre trovadores que itineran sueños, actores, poetas de pelo en pecho y artistas de la imagen que se convierten en mis guías. No comprendo muy bien por qué debía venir a llenarme de ruinas neoclásicas y ángeles finales. Estoy en otro tiempo, fuera de la realidad confundiendo mi ritmo o viéndolo cara a cara en un sudario reciclable. Casi no duermo. Dos semanas no alcanzan para recoger una vida. Ahora creo saber por qué atacan las pesadillas. El viento trae nombres de dioses africanos y el corazón se llena de ofrendas. Los cuerpos sudan. Flotan entre relámpagos y árboles que se trasladan desgastando sus raíces. Árboles que estallan contra la noche volviendo a germinar una y otra vez hasta fracturar las calles. Observo la vida y sus vapores, desdoblada en el balcón de la pieza en donde duermo. Desde este cuarto piso ocurrió el vuelo suicida de Ángel. Ángel Escobar el poeta sobre el que investigo. Reviso su última mirada desde este cuarto piso.  Su visión final. En el sitio del suceso hay un gato negro. Una grieta en el pavimento por donde asoman tréboles y flores silvestres. Dicen que grité dormida. La naturaleza envuelve con abrazos desmedidos. Las hojas tiemblan. Las hojas de sus libros. He conocido más gente de la que es posible en una procesión. Ha caído la penumbra como una cortina de lianas y es demasiado tarde para huir. Estoy crucificada dándole vueltas al asunto de la identidad, de la oscuridad de la hermandad, de la otra voz. Se proyectan en el cielo las imágenes del asombro. Quién era yo, adónde iba, con quién, para qué. “Volveremos a pasar por aquí cuando yo logre verme”, dice Ángel en un poema. Y Ana María, su musa viuda es Eco viviendo por él en las mitológicas calles de La Habana. Los orischas me invaden con sus tambores de piel y sus ojos de velo. El brazo del mundo me levanta y hechiza con todo el riesgo de un destino borrado por los rayos del continente único. Tal vez ahora ya sepa más de mí. Tal vez conozca seriamente el posible sentido del viaje, del pasaje. Ya no me sorprende la realidad con su rueda de molino girando en la fuente común. He grabado suficiente material. He caminado en círculos. He ido al cine y comprado libros. Hay que contar con tiempo extra. Todo es azaroso y yo tengo que hacer calzar detalles mínimos como conseguir algún lugar donde comprar más cintas antes del cierre. Conectarme al sistema eléctrico que no es el de mi país para cargar las baterías sin generar desperfectos (como deshielar refrigeradores). Además debo luchar contra los exteriores que congregan todos los ruidos de la humanidad y enfrentar la extraña iluminación interior para las entrevistas. A veces la falta de interruptores me pone al borde del corto circuito. Y es duro soportar el aspa amenazante de los ventiladores sobre mi cabeza. Y visiones que atraviesan la piel y devuelven la duda. Preparo café otra vez. Me he hablado mucho y viene a soplar en mí el aire del mar donde flota un tiempo detenido. Tiempo que no hay donde instalar. Porque ahora existe la otra orilla.

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Notas: En Santiago, en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional, a fines del año 1998, se exhibió el video “La Muerte de un Poeta”, sobre Ángel Escobar, que obtuvo ese mismo año el Primer Premio en el Encuentro de Cine y Video del Caribe.

La imagen de Ángel Escobar utilizada en la carátula del video, es obra de su amigo el pintor y escultor Nelson Villalobos.

 

Bibliografía sugerida:

-"Abuso de confianza" (Santiago de Chile, 1992). (Ediciones UNIÓN, Ciudad de La Habana, 1994.
-“Cuando salí de La Habana”. (Ediciones Olifante-Iberocaja, Zaragoza, España, 1996).
- http://www.uneac.org.cu/noticias/veinte-anos-de-la-muerte-de-un-esencial-poeta-cubano
- https://www.ecured.cu/%C3%81ngel_Escobar_Varela
- http://www.letrasenlinea.cl/?p=7378
- http://blogs.cooperativa.cl/opinion/cultura/20150622152109/el-coraje-de-vivir/
- http://www.letras.mysite.com/eg241207.html
-http://www.elojodelcangrejo.com/ficcion/angel-escobar-revisitado-desde-una-perspectiva-intimamente-humana-una-conversacion-con-marina-cultelli/

 

[1] Segunda esposa de Ángel Escobar. La primera fue Marina Cultelli (NdE)



 

 

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