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Una de muchas lecturas posibles de “La Ciudad de los temblores” de Lila Calderón
Por Gustavo Barrera Calderón
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Quiero compartir mi experiencia con esta novela que me involucra en una doble participación, como lector y como personaje (Gustavo, por más señas).
Una historia sencilla y cotidiana en apariencia, deja traslucir el brillo de prodigios y maravillas que envuelven la realidad en cada uno de sus detalles. Todo comienza con un temblor que agita los aromos de la plaza (es un dato importante a tener en cuenta en esta lectura).
En las palabras se despliega una vibración armoniosa, una música que guía el traspaso de imágenes, escenarios, seres y objetos encantados que se asoman en lo cotidiano pero que son, a la vez, multidimensionales. Hay varias historias dentro de las historias, ¿parábolas? Se menciona también esa posibilidad.
La ciencia y la religión convergen. Hay un anuncio: “la comprobación de la existencia de una nueva dimensión la realizarán con experimentos a escala microscópica” El anuncio llama a volver la vista hacia lo pequeño, que está o siempre estuvo, pero hay que descubrir una manera de percibirlo. “no hay que creer que el ojo es el único órgano capaz de aportarnos datos para ver la realidad –dijo Gustavo”.
Lila Calderón planta semillas de imaginación y curiosidad por una pregunta filosófica fundamental acerca de la existencia y la realidad, de sus límites, ¿tienen algún límite?
Entre los muchos planteamientos desplegados en la novela, creo vislumbrar un núcleo (simbólico, pues, una de mis obsesiones son los símbolos): el encuentro de la tierra con el aire. El temblor que se percibe al comienzo de la narración, originado en las profundidades de la tierra, en las rocas subterráneas que son contenedoras de todo lo sólido, las pone en movimiento y se fracturan. ¿Por qué el temblor es un dato importante a tener en esta lectura? Porque es en la falla donde se puede apreciar la realidad en todo su esplendor. Hasta aquí, la tierra.
Por otra parte el aire, otro protagonista, transporta cuentos, diálogos, sueños, ecos, canciones, es el mismo aire que mueve el remolino de viento de Andrea y eleva el globo con forma de estrella de cinco puntas de Gustavo.
Y entra en escena luego el árbol. Un árbol como vínculo entre la tierra, lo subterráneo y el aire que toca con sus ramas. Un árbol que no es cualquiera, es una araucaria, que, dicho sea de paso, es uno de los árboles más antiguos que podemos encontrar en el planeta, otros de su misma especie convivieron con los dinosaurios y fueron su alimento. Ya nombrados tierra, aire y árbol, es este último el que tiene la particularidad de estar vivo.
Para agregar más detalles que sólo resolverá cada uno con su propia lectura, puedo decir que en las inmediaciones del árbol hay una fuente con cisnes de cuello negro que tienen forma de signos de interrogación y que, además de estar vivos como el árbol, pueden moverse por sí solos. Podría decir más sobre la fuente de los cisnes, pero en esta reseña no me referiré a “Alicia en el País de las Maravillas”, aunque en la novela sí se hace mención de ella.
La aparición de la tía Toly, personaje mágico y poético, de “características increíbles” que llega como hada madrina o guía chamánica a cuidar a los niños, es otro asunto de gran interés, pues es ella quien se pierde y debe ser hallada. Nunca siente temor o apuro, ella incorpora en su experiencia todos los misterios y enigmas. Sólo a través de sus palabras, podremos comprender de una vez y para siempre a las estatuas de la plaza “con la mirada del tiempo en los ojos que no parecen ver el presente”. No diré en qué forma se relaciona la tía Toly con los cisnes ni con los dos amigos misteriosos que aparecen en la plaza y acompañan a Andrea y Gustavo, eso daría para otro capítulo.
Lo que sí diré, es que Lila Calderón toma al lector infantil muy en serio, sabe dirigirse a un lector muy exigente y atento, con toda su curiosidad y todas sus capacidades mentales alertas, a alguien que sabe que los cuentos y los juegos son un asunto de vital importancia.
En mi caso, quedan muchas ideas e imágenes dando vueltas, acontecimientos que en parte sucedieron, que podrían haber sucedido, que son y no son. Hay desplazamientos de épocas y lugares: situaciones pasadas de épocas anteriores ocurren también en el presente. Entrar en este libro es entrar de lleno en una dimensión paralela inolvidable, esa de “La ciudad de los temblores”.
Abril de 2018
Lila Calderón y Gustavo Barrera al inicio de la presentación
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Gustavo Barrera Calderón (Santiago, 1975) poeta, licenciado en arquitectura por la Universidad Católica de Chile. Formó parte del taller de la Fundación Pablo Neruda en 1996. Sus textos han aparecido en revistas, antologías y discos compactos como Poesía Chilena para el siglo XXI, de la DIBAM; Al Tiro: panorama de la nueva poesía chilena, editada por la revista Vox de Buenos Aires; Círculo Infinito, antología editada por Al Margen en 2002; Cantares, antología de poesía joven chilena, compilada por Raúl Zurita para Lom. Exquisite es su primer libro de poesía, publicado en 2001 por Ediciones del Temple. Obtuvo la beca de creación literaria otorgada por el Ministerio de Educación de Chile en 2002, año en que publicó Adornos en el espacio vacío, Premio Revista de Libros 2002, del diario El Mercurio. En 2007 publicó la trilogía integrada por los libros Primer orificio, Papeles murales y tapices, y Mori Mari monogatari, bajo el sello Barrera Real, donde editó el registro del homenaje Dinero, muerte y un rostro sin cejas, realizado en 2006. Creatur es su sexto libro de poesía, escrito con el apoyo de la beca de creación literaria para escritores profesionales del Fondo del Libro 2006.