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¿Te imaginas al conjunto de la sociedad saqueando la historia?

Por Lila Calderón


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“Y lleva vivos y lleva muertos
el tambor indio de la Tierra”.
Gabriela Mistral

En todas las épocas ocurre lo mismo. Muchas cosas se mueven por debajo y el humano poderoso repite sus montajes políticos para mantener el poder. Quienes preparan el plan y lo instalan, pueblan la tierra como grupos armados al alero de un arquetipo temible. Acabada la tragedia, guardan silencio, se ocultan, retoman el control. Hasta que llega el día de los secretos desclasificados y se descubre la manipulación. Luego aparece el “no lo vi, no lo supe, no se notaba”. Pero el método se repite. Se tortura, se crucifica, asistimos a la quema de sabios, brujas, monstruos o ángeles de ideologías o credos diversos… o inversos. Se hace desaparecer. Todos queremos paz pero tenemos guerras. Hay un patrón que se repite.

La barbarie desatada nuevamente, impone la cultura de la muerte. La vanguardia juvenil sufriendo por su futuro, el de sus hijos, padres y abuelos sale a dar la cara, a poner el corazón, luchando por la justicia, por recuperar la humanidad. Nos sumamos en masa todas las generaciones vivas y nuestros muertos que no han podido descansar. Que no pudieron despedirse.

Para los que nos salvamos de la guerra anterior es difícil soportar tanta crueldad ante lo que vemos. Abro las cortinas, salgo, oigo, hallo, digo. Escribo y borro, escribo y borro… y quedo agotada… y veo, veo, veo ¿Qué ves?

Veo que el tiempo es un trompo desbocado. Que vuelvo al año 73 cuando las furias desatadas cayeron sobre nosotros con sus atuendos de camuflaje, revisando nuestras casas, nuestros libros, persiguiéndonos por las calles, preparando emboscadas avanzando en sus temibles carros fúnebres por todo el territorio.

Porque estaban en guerra y había que exterminar al enemigo anónimo, sin raza,  auquénido metamorfoseado que no dejaría huellas. Diagnosticaban epidemias rojas, negras o amarillas en la población humanoide.

Extirparían las semillas de la libertad, esperando que el miedo cegara y no quedara nadie para recordar, porque la historia la harían ellos y el olvido sería el punto clave.

La historia se cuenta en los libros autorizados, los otros se queman para que no contaminen las mentes de los hijos de la patria, el resto basura que no debe llegar a los libros escolares. Las piras arden y como siempre, las citas, los intertextos claves sirven de contraseñas porque nunca estamos solos.

La desobediencia civil morirá en incendios, enfrentamientos, intentando huir, saqueando o paseando en la noche sin permiso como una niña desobediente. Y se mantendrá flameando la bandera del macho cavernario, cazador de fieras, invasor, violador, paranoico, que no trepida en eliminar al que no se subordine. Vivimos esto en una larga dictadura.

Más cruel tiranía aún para las madres, hijas y abuelas de todas las civilizaciones. Las mujeres habitando este o cualquier otro espacio situado en el trompo que gira sin tiempo, vivieron, viven en peligro. Pasan de un miedo a otro. Siempre bajo amenaza.

Y en estas noches oscuras, oigo flechas que rompen el aire, balazos, niños que lloran desde todas las épocas, gritos, cantos y utensilios de cocina que tañen como campanas. Pasan helicópteros, se oyen sirenas de carrobombas. La ciudad parece crepitar.

Los íconos del poder quieren asegurarse en los miradores de esta vida sin saber cuál es la realidad. Y el trompo va cambiando su eje y todos caen sin futuro en el acantilado de una realidad que nunca existió.

¿Y sin embargo los muertos?

Los muertos que clamaron justicia hicieron historia, aunque muchos no aparezcan todavía y se hayan ido por el río de Heráclito. Aunque ya no seamos los mismos y nos dispongamos a abandonar la pirámide en cualquier momento, no hemos perdido el juicio ni olvidado la importancia de sentir que somos humanos y seguimos llenándonos de preguntas. Y sabemos por qué el amor, las artes, la historia, la filosofía y la educación no podían perderse. Y comprendemos que la paz es el mayor tesoro que produce la sabiduría. Creer o no creer, esa es la cuestión.

¿Es posible hacer el cambio que permita recuperar nuestra esencia, volver a creer en la integridad e integración del Ser y habitarnos éticamente más allá del simulacro y el montaje? ¿O seguiremos saqueando nuestra propia historia sin saciarnos nunca? ¿Creer que se pueda avanzar vendiendo, robando, quemando, eliminando, borrando huellas es un norte magnético? Esta no es una radiografía que solo podamos ver en blanco y negro. Hay demasiados matices y quizás notemos también el reguero de manchas coloridas a lo Pollock, guiando hacia una escena con misteriosos personajes de Remedios Varo o nos confundamos entre los pétalos de la rosa roja de Magritte en “La tumba de los luchadores”, aunque siempre estemos en la malla esférica de Escher, “Día y Noche”, entrampados entre la forma y el fondo o el interior y el exterior, sin definir por qué seguimos premiando la barbarie del cazador que no ve más allá de su propio sueño. Porque sabe que si abre los ojos, en la roca de su caverna recién pintada, el dinosaurio todavía estará allí.


Santiago 25 de octubre de 2019.

 

 

Fotografía de Alejandro Iriarte



 

 

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