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"Animal cautivo", de Lila Calderón.
Por Gonzalo Contreras
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“Animal cautivo” nace a imagen y reflejo del propio misterio de la vida, intervenido por un pensar y un discurrir poético. La creación de este nuevo mundo, pasa por la herencia de un atávico conocimiento empírico y por la conquista épica de los elementos de la naturaleza y su contrapunto convergente: la lucidez de una conciencia, invencible en su capacidad de asumir su trágica condición: un ser desgarrado entre su animalidad y su aspiración humana. Y en un punto equidistante de esa fragmentada identidad, la poesía asoma como el médium que invoca y convoca. Esta es una de las ecuaciones en la que quisiera leer a este indomable animal cautivo que, en realidad, más que cautivo, cautiva, seduce, atrapa y nos hace sentir unos magníficos miserables, unas pobres aves que revolotean ante unas cuantas migajas y no ven, no presienten, no sospechan la inconmensurable belleza que existe en ese misterio que se vislumbra con tan solo respirar y poner los pies en la tierra, en el aire, en el agua o en el fuego.
“Animal cautivo” en su bautismal big-bang se abre paso con La representación de la representación de la tierra que, como sabemos, opera como una virtualidad tan idílica que para no confundirnos no dejaremos de llamarla realidad, una realidad mediatizada por el ojo vidente de la loca de la casa. Las coordenadas en que se mueve la bestia son sospechosamente humanas: en sus desplazamientos va dejando rastros filosóficos, teatrales, panteístas, metafísicos, futuristas, oníricos, sensoriales, virtuales, míticos, existenciales; pero la proyección es tan sofisticada y su hechizo tan envolvente que nos deja, a ratos, literalmente perdidos en la traducción. Lo peculiar de la legítima desorientación, a mi juicio, es que está inspirada en el desconcierto del propio animal, es decir, en su reflejo. La supuesta simetría es aceptable si no se olvida lo principal: se transita a través de una poesía minada, armada hasta los dientes, cualquier paso en falso nos dejaría a merced de una escritura que nos devoraría sin asco.
La fuerza y originalidad de este animal radica, entre otras virtudes, en el despliegue constante de una audacia subversiva y suicida, sin límites. Atrapado, el cautiverio exalta al animal, lo eleva a una lucidez lisérgica que, por cierto, no es de este mundo. Y es allí, en esos parajes donde su templada y contenida desesperación se vuelve su mejor arma: una bomba de tiempo-real, perfecta, que al tenor de la ineludible amenaza relativiza todo accionar y pensamiento, todo tiempo y espacio. Desde esa posición, el animal cautivo (re)construye sus posibilidades de conciencia, el grito, la fractura, el anhelo de un imaginario fundacional que de mínimas garantías de ser y estar, de asistir despiertos al espectáculo del mundo dejando, al menos, la huella del desconcierto. La búsqueda es intensa, frenética, adánica hasta el paroxismo.
Pero ¿qué se busca?, sin duda, hay hambre de absoluto, de algo parecido a la plenitud. Pero, ¿por qué se busca?, ¿porque algo de eso se ha vivido? Sospecho que sí, y todo estaría en esa memoria velada del origen. En la representación de la tierra se ha perdido la inocencia y se asume con cierto estoico cinismo esta nueva vida. Vivir en defensa propia es el paradigma estratégico. La coartada es brillante, tan legítima en su autosuficiencia, que nos deja sin argumentos; no la podemos negar. NO, como se nos advierte, es siempre un acto criminal.
En La revelación del fuego, todo un mundo se alza desde una hoguera continua: la larga noche, rutas desconocidas, ensambles que desbordan, danza de clones, sombras en fugas, con el humo del gran laboratorio como telón de fondo. Pero tanta luz deja el registro sobreexpuesto. En ese precario equilibrio en blanco y negro queda una humanidad —su negativo—, atrapada en el encuadre. La luz escribe por sí misma y, ante ese tatuaje, sólo queda resignarse y aceptar ese rayo de lucidez que nos acerca, a ese universo desconocido donde se libran los grandes sueños. Son testigos los letreros que titilan a lo lejos y esos seres tortuosamente circulares que arrojan fuegos artificiales sobre el inconmensurable acertijo. La revelación de esa luz post big-bang, se deja ver en sus efectos visuales, en el mecanismo ver y quemar, encender y entender; en el anhelo de un posible descubrimiento redentor.
En El agua o la fuente de lectura, las imágenes y los sentidos del relato se recargan, nos arrastran por aguas torrentosas y, no por último, hay que oír, traducir e interpretar; y en este cifrado juego, al alcance de la memoria, ahí, ahí mismito: la plenitud, el milagro de bañarse en las mismas aguas del principio, donde todo calza con todo. Aquí, solamente Heráclito no cruza el río. Atrás quedan el palimpsesto de los inútiles diálogos, las lecturas enmascaradas, la contradicción entre el mundo que arrastra a la permanente caída y el que invita a volar y exige altura y resistencia al vértigo. La utopía, bien podría encontrarse en esa Atlántida que invita a sumergirse, para navegar hacia el mar que no es el morir. Esa es la buena nueva y, quien se haya hecho humo con la escritura, será salvado. Palabra del libro prometido.
(Fragmento)
Selección poesía
La representación de la tierra
La postal se abre.
Un tríptico de El Bosco e x t i e n d e sus carruseles
sobre la malla de feria del globo ocular.
Proyección
del ser y estar en la representación de la tierra.
No encarnamos lombrices, no dejamos humus
ni la mueca curva de la ironía salvadora.
La superficie es toda nuestra
vivimos al aire.
El planeta es un rondó carnívoro.
E s t á t o d o t a n a m a r r a d o q u e e l t i e m p o
no tiene más que dejarse llevar
por el desliz del vapor
que traza la perspectiva
y hace girar la confusión de esperpentos
entre el
Pasado Futuro
vagando en su anfiteatro como oráculos en pena.
Todo ritmo
es máscara, luz, contraluz,
sedimento, capa, metamorfosis.
No conoces a nadie
pero la diversión está que arde,
enciendes un cigarro,
te preguntan por qué hay tanta oscuridad,
es una pesadilla terrenal, dicen
qué quieres
la felicidad cuesta caro
y hay que seguir soñando.
Cuánto falta.
No conozco a nadie , dónde fueron.
Luego leerás los avisos
+ Nadie escapa al obituario
+ Nadie escapa al obituario
+ Nadie escapa al obituario
+ Nadie escapa al obituario
+ Nadie escapa al obituario
¿Es usted realmente?
A veces la interrogante está en un libro,
en un poema que algún fantasma dejó
sobre su mesa de noche
Junto a los gestos
que el sol borró al salir.
Sólo se oyen
onomatopeyas
ahora.
No comprendo
las señales.
Hay música grabada,
libros escritos,
escenas de cacería
pintadas sobre un sueño milenario.
Se oyen los aplausos, los gritos de sorpresa,
la carrera desbocada
de los bisontes,
las risas las risas las risas
las risas
las risas las risas las risas
de los que creíamos asistir a un programa en vivo.
Un escenario lleno de vidrios
marcado con tizas,
huellas
sobre
huellas.
No es posible dar un paso en falso
sin caer al vacío.
Como los ahorcados de Brueghel
abrimos los ojos
sacamos la lengua
sin saber hasta dónde
extender la utilería.
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
Si creer en la muerte como un acto irrepetible
No conozco a nadie, vuelven a decir.
Los carros de la basura con sus aurigas triunfantes
lo recogen todo.
Espada del gladiador,
red, tridentes,
máscaras, corazas.
La masa ajusta sus pulgares
hacia la tierra que devora.
¿Tendré otra oportunidad
o el tiempo gira siempre
de la misma manera
y volvemos a aparecer
sonriendo
desde el centro de la torta?
Todo es fiesta gritan, a su salud
pero yo no quiero alterar la paz de nadie
en este huerto lleno de cruces
donde germinará el árbol del conocimiento.
Alguna vez fuimos caníbales,
tiernos e inocentes animales que se dejaban llevar
por la ceremonia de la vida.
***
El monólogo puede ser la gran salvación
ante la catástrofe
de una noche pintada en la roca
como un sueño cruzado por las flechas
de una cacería implacable.
La del libro escrito,
la del destino trazado como un mapa
para encontrar el tesoro que siempre cambia de lugar.
O está enterrado en otro tiempo.
Estamos separados
por un pliegue
Un puente.
Un hilo.
Un latido innegable de armonía vital
y oscuridad.
Un ritual de susurros de fantasmas
que dejaron de respirar
o se perdieron.
Al final lo que importa es el acto de escribir el mensaje.
De pensar el mensaje, de sospechar
el bisonte como un rito
de la misa futura en la caverna de la noche
bajo una cúpula palpitante
donde bebemos sangre de estrellas
y derramamos amor
para alumbrar la idea del regreso
a ocupar el papel en esa larga secuencia
de guerreros menesterosos, donde cada cual,
inmortalizado en el friso actúa su tragedia,
para los espectadores que aún
no se animan a abandonar la sala.