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Héctor Carreto: epigramas y hombres de bolsillo

Por Lila Calderón
Revista Cuadernos, Número 59, año 2006, de la Fundación Pablo Neruda. Páginas 124-129



 



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Héctor Carreto nació en la Ciudad de México en el año 1953, y a estas alturas es ya un poeta vastamente reconocido. Así lo demuestra el abanico de premios recibidos, que, sin embargo, lejos de envanecerlo lo hace mantener la humildad y su -quizá facetado- ojo autocrítico, siempre en vigilia como primera regla creativa. En 1979 obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta”, de Guanajuato; en 1981, el Premio “Raúl Garduño”, de Chiapas; en 1983, vino el Premio “Carlos Pellicer”, luego, en el año 1991, el Premio Internacional de Poesía “Luis Cernuda”, de España, y, recientemente, el año 2002 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, de México, por su obra Coliseo, que ya advierte un mundo inquietante y lúcido desde el primer poema:  "Se entregó en cuerpo y alma a la poesía; fue inmortal mientras vivió."

Héctor Carreto ha publicado los libros: ¿Volver a Ítaca?, 1979; Naturaleza muerta, 1980; La espada de San Jorge, 1982; Habitante de los parques públicos, 1992; Incubus, 1993; Antología desordenada, 1996; El poeta regañado por la musa, 2006.

Abejas asesinas, poetas y epigramas

Y aquí estábamos, octubre de 2006, en el "Encuentro de Poetas Latinos", evento que se realiza anualmente en México. Era la segunda vez que coincidíamos con Carreto en el bus hacia Morelia,  así que el acercamiento fue fácil, además conocí a su esposa, la poeta Dana Gelinas. Héctor Carreto es un hombre amable, apacible, buen conversador, muy atento, siempre observándolo todo con sus ojos claros resguardados tras los lentes.  El poeta se veía alegre y satisfecho de haber llegado a buen término, y a tiempo, con la antología “Vigencia del epigrama”, libro que preparaba desde hacía un año y en el cual había incluido también algunos textos míos, hecho que nos mantuvo en contacto a través de sorpresivos e-mails.  Este era precisamente el caso: aquella fórmula poética que trasciende épocas, lugares y anécdotas para mantenerse con vida en la actualidad con su apuesta breve y mordaz, que, como escribiera Tomás de Iriarte en el Siglo XVIII: "A la abeja semejante,/ para que cause placer,/ el epigrama ha de ser/ pequeño, dulce y punzante”.

Fue sin duda, esa chispa epigramática la que me llevó a perseguir a Carreto para hacerle algunas preguntas, que amablemente contestó, por etapas, debido a las inclemencias del azar entre lecturas, viajes y desayunos, demostrando su buen humor al dejarse fotografiar junto a las antiguas carrozas del Hotel “La Soledad” y responder ante mi grabadora el interrogatorio, que en un principio inicié en el viaje a Páztcuaro, donde leímos y más tarde curiosamente ocurrieron hechos surrealistas, entre abejas asesinas y poetas visitantes. No era broma. Los insectos nos cerraron el paso, bomberos y guardias operaban de rescatistas y acordonaban calles. Hubo picaduras, intoxicados y algo de pánico entre los habitantes pero las abejas no picaron a un solo poeta. Me contaba después el poeta de Quebec Jean Marc Desgents que había leído en el diario local un titular a todo rojo que delataba: “Un viernes entre poetas y abejas en Pátzcuaro”. Curioso, algo había en el ambiente que me hacía establecer relaciones entre la poesía, las abejas asesinas y los epigramas que habían nacido para ser inscritos sobre lápidas.

Pensaba continuar durante el almuerzo pero Carreto no estaba en los buses. Me sentía culpable de no avisar que se había perdido y de no poder continuar la entrevista.  Pero logré terminarla, a pesar del cansancio del penúltimo día en Morelia, el sol, la humedad, y la poesía del mundo escondiéndose en todos los rincones de la ciudad, para quedarse entre las piedras de los conventos, el conservatorio de música, el Teatro Ocampo, las plazas y sus jardines, en los céntricos cafés bajo esas galerías de arcos coloniales absolutamente escenográficos, que hacían pensar que bebíamos un café negro en un improvisado acto de ópera, y que los mozos vendrían a entregar la cuenta cantando, mientras en la esquina se debatían a duelo dos insignes poetas extranjeros por el tema de un epigrama que los había alcanzado con su dardo.

El género epigramático nació en el mundo griego vinculado a las inscripciones funerarias, a lo conmemorativo, a la sentencia para la posteridad escrita a los pies de una estatua. Con el tiempo adquirió libertad y soltura en cuanto a su extensión y a la diversidad de tonos para expresar tanto lo festivo,  picaresco, erótico, amoroso, moralista, ofensivo, halagador, mordaz, satírico, hasta convertirse en algunos casos en una suerte de competencia entre enemigos, decididos a sustituir la confrontación física por la vanidad de un acto creativo que podría garantizarles la vida eterna a través de esa fórmula de palabras-conjuro.

¿Qué tan vivo está el género epigramático hoy en la escena universal?
Creo que el epigrama es algo muy vivo –responde Carreto-, es el género que desnuda la realidad para mostrarnos a nuestros semejantes, ahí está de pronto el vecino, el político con el que no estamos de acuerdo, la mujer que deseamos y que nos abandona para irse con un torero. A mí se me ocurrió la idea de que hacía falta una antología, una muestra sobre el epigrama que se está escribiendo hoy en español en los países de habla hispana y que dan cuenta de los dolores del hombre de hoy a través de la sátira, la ironía, la parodia o un guiño más lírico que despierta la melancolía y nos identifica con esos protagonistas siempre estoicos de la historia.

¿Son muchos los autores que escriben epigramas?
Hay autores que sí tienen libros completos de epigramas como Lizalde, Raymundo Ramos, Arturo Dávila, Adolfo Castañón, Miguel Ángel Esquivel, Alí Calderón, Minerva Margarita Villarreal, y don Carlos Illescas, que, aunque era guatemalteco, vivió exiliado en México desde principios de los cincuenta. Y hay también escritores que más bien hacen coqueteos con el género y de repente escriben uno que otro epigrama, yo quería ver cómo esta forma cerrada se ha ido desarrollando. Y así vemos cómo crece, hay autores que ponen discursos mucho más amplios e incluso los protagonistas tienen nombres de personajes romanos, otros son más imaginativos, nos dan la alegría de un tono, nos divertimos nos dan el matiz de la caricatura cuando nos reímos de nuestros semejantes, otros nos dan un final sorprendente. Muchos escritores llegan al epigrama sin proponérselo y, aunque no es su expresión habitual hacen un aporte que demuestra la frescura de esta forma.

¿Y cuáles son tus principales referentes?
Yo reconozco como un gran referente a la poesía grecolatina, ya he dicho alguna vez que a los griegos y a los romanos los tengo muy metidos en los huesos porque su poesía contiene humor, ironía y sarcasmo,  pero también me interesa la poesía medieval, la poesía clásica española, Pound, Elliot, y muchos padres y maestros de la poesía mexicana, aunque considero además una poderosa vertiente aquella que viene del cine -el cine europeo me marcó mucho-, la pintura, el cómic y la música popular también. Me interesa recuperar la producción de los diversos lenguajes. Mis primeras búsquedas partieron en el terreno de la imagen y eso me llevó a estudiar Artes Plásticas y después Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Hay muchos autores que me han dado la fuerza, aunque no se note en la forma de lo que escribo, está esa especie de comunión que queda oculta entre las palabras.

¿Y con esta tendencia a examinar y delatar los vicios de la sociedad, habrías sido quizás un caricaturista más que un muralista o un pintor de bodegones?
Era mi prioridad trabajar la pintura y tenía bastante habilidad para el dibujo, un leve giro del volante o del timón me llevó hacia la poesía, porque es probable que yo hubiese sido en este momento un caricaturista. Un feliz caricaturista que siente como un maestro a Quino. Quino es uno de mis autores favoritos, ya que él retrata las vicisitudes del hombre común, de ese hombre sin rostro que vaga perdido por la ciudad. Esa mirada a veces irónica, política, sarcástica con la que pinta la tragedia urbana me hace sentir próximo a él con mi poesía. De alguna manera Quino es un epigramista que delata en sus dibujos esos acontecimientos del diario vivir en las ciudades.  En esas breves escenas, desarrolla en extenso el absurdo de la condición humana, la pesadilla de la burocracia, y a veces, sin palabras, leemos el drama de la miseria o percibimos la crítica ácida a los vicios de la sociedad moderna.

¿Te sientes cómodo en el rol de poeta urbano?
Yo no podría escribir sobre paisajes. Sí, me reconozco como un poeta urbano que recoge en su poesía los mitos grecolatinos que se han extendido hasta el presente. Descubro esos personajes míticos en plazas públicas, en oficinas laberínticas, en ascensores que se abren ante la puerta de los dioses, desde donde bajan oscuros funcionarios públicos que solicitan la firma, el sello para un memorando, y a veces son ayudados por ninfas vestidas de traje sastre,  capaces de devolver el aliento con una palabra mágica o una llamada telefónica. Así retomo el tema del destino, el de esos seres que pueblan calles, mercados y parques buscando una respuesta del oráculo, o una puerta abierta para entrar a la alcoba de la musa.

¿Y en la alcoba de la musa se conocen los secretos y los sueños del hombre gris a través del tiempo?
Todos somos ese hombre gris, yo he trabajado en oficinas y conozco ese tránsito por los pasillos y los papeles, tratando de robarme minutos para escribir un poema antes de que el cansancio lo impida. Todos vemos pasar a la musa en algún momento y no sabemos cómo alcanzarla, o si nos va a esperar.

¿Y te sientes culpable cuando le quitas tiempo al horario de trabajo y enciendes la pantalla para escribir un poema?
(Se ríe…) (Silencio…) (Nos reímos…) No. No me siento culpable, sólo quiero abrir esas carpetas de poemas, escribir y que nadie me descubra. Me preocupa que me vean los demás y hagan circular el comentario, no la culpa. (Se ríe otra vez).

¿Podrías recitar el poema “Hombres de bolsillo”, de memoria?
(Se ríe…) No me sé ningún poema de memoria, tengo que leerlo:

Hombres de bolsillo

Los hombres de bolsillo son pequeños,
visten de oscuro
y corren peligro de ser confundidos con ratones.
No obstante, son inofensivos
y es débil su chillido.
Se limitan a cumplir,
no más, no más.
Como buenos relojitos caminan por la calle.
¡Qué lindos muñequitos de cuerda,
qué monos!
No sienten la cadena que va desde su cuello
hasta el chaleco de los dioses
ni la mano que tranquila
los guarda en el bolsillo.

(De: La espada de San Jorge)

¿Y qué otros personajes están ya recobrando la vida en tus poemas?
Son muchos. De pronto vienen a mí los personajes famosos literarios, históricos y los retomo, me gusta darles una nueva vida, los buenos personajes están vivos y son modernos para nosotros. De esa manera a veces son los cuentos de hadas o los de santos, retomo por ejemplo La Odisea y rehago el regreso de Odiseo a Ítaca y, bueno últimamente retomé un personaje de las historietas del cómic. Él es Clark Kent, lo seguí y observé sus posibilidades, me pregunté quién es en sus diferentes formas de vida, y vi su capacidad de soñar. Ese sueño es el que finalmente tenemos todos, es el mismo que deseamos cumplir todos los hombres sin rostro que vivimos en la ciudad  y trabajamos en las oficinas. Todos somos ese Clark Kent que tiene el sueño de despojarse de su camisa y salir volando por la ventana hacia ese cielo que significa la libertad.

¿Puedes compartir algunos de esos poemas inéditos?
Sí, algunos de esos textos son los que leí aquí en Morelia, y corresponden a ese libro en el que estoy trabajando ahora. Ya lo estoy terminando, es un libro que tiene una parte de la vida de Clark Kent y en otras secciones hay poemas sobre sueños; y otro capítulo completo está dedicado al cine. Estoy puliéndolo. Pero aquí hay algunos fragmentos de “Testamento de Clark Kent”.

El secreto de Clark Kent

Vio pasar las estaciones detrás de una ventana
corrigiendo noticias detrás de su máquina.
En silenció amó a Lois, la reportera del Daily Planet
–veloz criatura sin alas.

Pero en sus ratos libres
a escondidas extendía su bermejo capote
y, despojado del antifaz de cristal,
ascendía a los dominios donde el arcángel pacta con el águila.
Desde esa cúpula ejerció a su modo el poder y la justicia:
Su mano abierta desvió el misil,
su mano cerrada borró mapas,
su rayo láser abrió cuerpos.

En sueños aconsejó a Lois
siempre mostrar la verdad bajo la pluma.

Después de enfrentar al ave del manto sombrío
retornaba a su escritorio a corregir
–sobre su propia leyenda, escrita por otros–
comas, puntos mal colocados, ortografía incorrecta.

A nadie confió su secreto.
Se jubiló sin recibir aplausos.
Luisa –La Distante–
no pudo asistir a la despedida:
redactaba una historia sobre aquella inalcanzable criatura,
la del tímido plumaje escarlata

 

La madre evoca

Era un niño normal, como todos.
Después de sus labores escolares,
mientras otros hacían rodar su bicicleta,
mi hijo volaba muy bien y muy alto.
pero, ya ve usted, mientras uno crece
le hacen trizas los sueños,
ya en el colegio, ya en oficinas,
los amigos, las mujeres.
Mi Clark no vuela más.
Ahora es un hombre de bien,
anclado a un paralítico escritorio;
un hombre, como dicen,
con los pies en la Tierra.

 

Luisa Lane se queja

Estoy harta de verlo volar,
de verlo sostener estúpidos puentes
o apagando incendios
a horas de estar en la cama.
No soporto más su ridículo capote
de mago de fiestas infantiles.
Estoy a punto de pedirle el divorcio,
de buscar a un sujeto normal, sedentario,
que coleccione corbatas
y cuya fuerza radique en sus yemas
sobre mis picos gemelos.
No quiero un héroe sino un tipo que beba cerveza
mientras sus lentes miopes beban
la copa del mundo.

¿Y qué otros proyectos ya están siendo considerados en la carpeta de la oficina?
Bien, estoy muy a gusto escribiendo minificción o minirrelatos. Tienen mucho que ver con mis poemas breves pero a veces al ponerlos en prosa se convierten en cuentos. Me esfuerzo en que cuenten historias, quiero que tengan la estructura en lo posible de un cuento, presentación, desarrollo, desenlace. Un verdadero cuento aunque sea sólo el título, evocativo, misterioso, sorprendente, pero que se sienta que esa armonía esta ahí. Esa escena es el cuento. Un cuento abierto que nos pueda dejar reflexionando.

Y si estás trabajando la intertextualidad con el cine, ¿existe un lugar destacado para Cantinflas?
(Se ríe…) Cantinflas… en los poemas del cine no tiene un lugar porque yo no lo tengo definido. En realidad los temas y los personajes van apareciendo solos. Ellos se imponen sin dejarme muchas alternativas.

¿Eso quiere decir que no quieres rescatar la genialidad de Cantinflas, y reivindicar con él al personaje popular?
Cantinflas fue muy bueno, pero sólo su primera época, su cine en blanco y negro. Era un gran cómico, un fantástico malabarista verbal, que hoy representa al peladito, el que lava los parabrisas de los coches, el que usa su trapito para indicar como aparcar los coches, el que pide un dinerito para traer el refresco y siempre tiene algo que decir ante el imprevisto. Sí, es el personaje popular y está bien representado por Cantinflas. Él fue un gran cómico que no se retiró a tiempo. Se comercializó y empezó a hacer melodramas y a darle un carácter moralista a sus películas y ya no funcionó bien. Pero quizás…

¿Entonces el cine de mariachis, corridos y rancheras tampoco tiene un espacio en tu nuevo libro?
(Risas…) ¡No! No me gustaban esas películas de canciones,  amores y balazos, me parecían insoportables… ya con una mirada lejana, después de tener una formación cultural sólida las veía con simpatía, porque encontraba allí un surrealismo involuntario. ¿Cómo era eso? De pronto llegaban los mariachis cantando y repitiendo la historia, era como la versión cómica del coro griego. Eso no existe, nunca existió. Era un México fantástico, irreal, la gente no se viste así y no anda a caballo por las calles disparándole a las señales del tránsito. Ni antes ni ahora. Los mariachis existen en los restaurantes para entretener a los comensales, nada más. La palabra mariachi viene del francés “mariage”, que quiere decir boda. Y eso fue por la costumbre de contratarlos para amenizar fiestas de matrimonio, donde aparecían con sombreros y vestimentas con botones dorados.

¿Entonces tampoco hay serenatas? 
Serenatas sí las hay claro, todavía. Se contrata un grupo de cantantes para contentar a la novia y se les pide que canten y toquen al pie de su ventana. La auténtica canción ranchera sí tiene un valor y sí me gusta ese género, que es hijo del romance español que cuenta historias, hay algunas que son preciosas, lo que no me gusta es el género comercial, ése que se hace para vender, para mandar a los festivales y que ya no tiene el valor de la canción mexicana antigua, ranchera, de fines del siglo XIX y principios del XX.

Quedaba mucho por conversar, pero ya había que prepararse para ir a las lecturas. Guardé la grabadora y tomé las últimas fotografías con Carreto junto a una carroza antigua como la de la Cenicienta, o quizás una diligencia que en algún momento fue asaltada por pistoleros del cine mexicano, o tal vez, desde ella bajó cantando Pedro Infante o Jorge Negrete en la época de oro del cine.

Pero antes, un último poema:

Palabra de Corrector

Señor:
  Bendice a los redactores improvisados,
bendice también los dedos de las tipógrafas
que bailan sobre las teclas;
bendice, especialmente, a los escritores sin ortografía,
porque gracias a ellos existimos los correctores.

Señor, hiciste un mundo apresurado.
Ninguna obra maestra, debes saberlo,
se escribe en siete días.

Por si decides corregir tu creación
te dejo mi tarjeta.

(Inédito)

 



 



 

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Héctor Carreto: epigramas y hombres de bolsillo
Por Lila Calderón
Revista Cuadernos, Número 59, año 2006, de la Fundación Pablo Neruda. Páginas 124-129