Entrevista a Lila Calderón:
“Mi motor es el deseo permanente de armar mundos y habitarlos”
Por Ernesto González Barnert Publicado en Fundación Pablo Neruda
Conversamos con la multifacética y sorprendente Lila Calderón, quien nace en La Serena, en 1956. Poeta, Narradora y Artista Visual; Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de poemas “Balance de blanco en el ángel triste de Durero” (1993), “In Memoriam” (1995), “Por suerte había otra vida” (1999), “Piel de maniquí” (1999), “Animal cautivo” (2010), “Lo que ocultan los vestidos” (2014), y “Telas y Entretelas” (2018). El año 1996 compiló la antología “Veinticinco Años de Poesía Chilena (1970-1995)”, junto a los poetas Teresa Calderón y Tomás Harris (Editorial Fondo de Cultura Económica). El año 2002 publicó los libros “Animalia”, “La gran fuga” y “La ciudad de los temblores”, el año 2013 “Estrella y el caleidoscopio”, el 2016 “Lily y el Conejo Dorado”, el 2017 “La Constelación de la Serpiente”, el 2018 “La ciudad de los temblores”, y “Animalia, La Gran Fuga y otros cuentos”, (narrativa infantil). En 1994 obtuvo el Primer Premio de Video-poesía de la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile con “El horizonte no es azul”; y el Premio de Adaptación de Guiones de Cortometraje Luchino Visconti del Ministerio de Educación. En 1998 obtuvo el Primer Premio en el Encuentro de Cine y Video del Caribe con “La muerte de un poeta”, junto a Jaime Muñoz en homenaje al poeta cubano Ángel Escobar. El año 2005 expuso en la Biblioteca Nacional: “Liquidación por cambio de temporada”, ensamblajes, instalación y poesía visual, y el año 2013 expuso “Diosas tutelares”, pintura y poesía, en La Posada del Corregidor. Su obra poética se encuentra antologada en: “Nueva Poesía Latinoamericana”, Miguel Ángel Zapata, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999; “Los Poetas y el General”. Edición bilingüe, Eva Goldschmidt, Editorial Lom, Santiago, Chile, 2002; “Poetas del Mundo Latino”, Solar Editores, México, 2003; “Vigencia del Epigrama”, Héctor Carreto, Ediciones Fósforo, México, 2006; “Casa de luciérnagas”, Mario Campaña, Editorial Bruguera, España, 2007; “Antología de poesía desclasificada 1973-1990”, Gonzalo Contreras, Chile, 2007; “Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte”, Damaris Calderón, Editorial arte y Literatura, Cuba, 2008; “Poesía y prosa chilena ÜLKANTUN KA EPEW CHILEMAPU MEW”, Edición bilingüe, Elikura Chihuilaf, Ministerio de Educación, Chile, 2009, “Poesía Chilena Viva”, Adriana Valdés, Ediciones Tácitas, 2016, entre otras. El año 2012 compiló la “Antología de Poesía Chilena" Volumen I, el año 2013 el Volumen II y el 2018 el Volumen III, junto a Teresa Calderón y Tomás Harris (Editorial Catalonia). Desde el año 1996 ejerce la docencia en diversos institutos y universidades de Chile.
—¿Cómo vives la pandemia, el estallido o primavera de octubre, este escenario post apruebo? —Vivo con reservas siempre y tratando de no tropezar. El estallido se anunciaba en los carteles, el éter, las paredes y los oráculos de la calle, y hay secuencias lógicas. Algo así como la pandemia estaba en mi mente hace mucho rato, casi no me sorprendió. El asunto era cómo sucedería y quién haría el relato inicial. Más bien fue el conjunto de acciones, movimientos, duelos y sospechosos acuerdos sobre el ajedrezado del planeta, además de una tierra entera en rebeldía, lo que me conmovió, y temí al perder la estabilidad de la alfombra voladora. Y aunque caí, fui asintomática. Y en este mundo de compra y venta percibí la oferta ineludible del combo triple y la promoción 5 X 8 en el abrazo tentacular del vendedor oficial. Así Relegados en la casa y con bozal, pero viéndonos la suerte por las celdillas de la virtualidad he continuado mi trabajo. Siento que este escenario, con cambio climático y sin un futuro, nos llama a cooperar en la reprogramación del sistema porque la trampa ya no va más. El juego de depredadores y malversadores se terminó. Ahora es tiempo de recuperar el verbo justo y creer en la consecuencia de la acción prometida. Y espero que el verso libre con voz de mujer siga siendo mi llave maestra.
—¿Cómo dialogan artísticamente en el día a día tu faceta de artista visual, narradora y poeta? ¿Ves un motor común en el ejercicio creativo? —Sí, mi motor es el deseo permanente de armar mundos y habitarlos. La pasión de crear es mi Pegaso, mi caballo de fuerza con alas Fénix. Gracias a la poesía recojo piezas de cualquier época o lugar y les encuentro sentido, porque de alguna manera siempre calzan en mi rompecabezas. Una palabra, el recorte de un paisaje, un puñado de tierra, una piedra de color, una semilla, un vellón con espinas pueden ser parte de un poema, un collage o un ensamblaje. Una pantalla apagada o una voz en otro idioma se convierte también en el verso de un poema, una escena de cuento o un latido visual que se va a negro en un video.
Te confieso que fue un gran motor de partida una sombra en un callejón sin salida, nunca supe de dónde venía, pero motivó la aparición de una diosa en una pintura. Y luego una corte de ellas, se materializaron en dibujos y pinturas en mi departamento y luego salieron libremente a recorrer la ciudad.
Así de simple, un texto que desde un muro dialoga con una pavesa moribunda o el eco de una llamada perdida puede liberar la acción creativa que me lleva al hacer. Y cuando tomo el material empiezo a visualizar dónde cobrará forma, en qué soporte, o de qué se trata. La intuición me ilumina y borra límites. Y como el mundo está en tránsito, me atengo a leyes formales, informales y en formación. Me interesa ese proceso más que la obra perfecta o concluida, aunque hay que ponerle fin a este tren de alguna manera. Mientras estoy en pleno desafío, le añado carros, se me cruzan líneas, les hago injertos o cruces, les cambio la velocidad, el destino, o cierro las ventanas y pinto una estación. De todos modos, siempre hay alguien fuera del tiempo que pareciera estar cambiando las reglas del juego. Y el precio del boleto también, así que no voy a frenar ahí. Porque a esta fuerza hay que darle un sentido que sea también capaz de sumarse al rugido de la historia que quiere desanclarse y se manifiesta sin temor ante los grandes apostadores.
—Eres autora de más de una docena de libros, entre los que encontramos libros de poesía, antologías de poesía chilena, narrativa infantil, etc. Un corpus literario y artístico visual regado de Premios y Reconocimientos. ¿Cómo ha sido para ti desde una perspectiva personal esta vida dedicada claramente a la literatura? ¿Enseñarlo de alguna manera? —Dedicarme a escribir y a crear es más de lo que podía soñar para mi futuro cuando era niña. De hecho, llegar a adulta me preocupaba bastante. Me parecía aterrador pensar cómo viviría, en qué trabajaría, si tendría que levantarme temprano y cumplir horarios como en el colegio. Me aburría de solo pensarlo y dibujaba y escribía y recortaba y pegoteaba. Escribir era lo que hacíamos como parte de los juegos familiares. El modo de relacionarnos a la hora de almorzar, cuando preguntábamos o comentábamos lo que nos sorprendía, buscando explicaciones. Entonces, los ejemplos que entregaban nuestros padres venían de protagonistas de novelas o cuentos, eran citas a libros, películas o músicas lo que iluminaba la conversación. Mi casa era un paseo intertextual y valorábamos mucho los libros y la investigación, a las hermanas nos encantaba desentrañar significados en los diccionarios y navegar en las enciclopedias, que sería algo así como el google de hoy, pero más íntimo y menos invasivo, creo.
Pensar en hacer clases vino más adelante, se dio de manera natural, quizás porque trabajaba en muchos proyectos con mi padre y hermanas, la pedagogía estaba ahí, y me subió al barco. Y me encanta navegar en esas aguas de la enseñanza aprendizaje de las artes en la educación. Me hace recordar a Gabriel García Márquez en su texto “Manual para ser niño”. Allí dice que, si a un niño le muestran muchos juguetes para elegir, se quedará con el que le guste más, y que eso revela una vocación que sería importante identificar a tiempo para potenciar y ayudar a elegir su profesión, con la cual sería, por cierto, feliz. Creo que algo así me ocurrió, tuve desde muy niña mi propia biblioteca, respetaban mis tiempos de encierro para leer o escribir, y nos enseñaron a disfrutar, a pesar de todo, la vida real y literaria y el ocio creativo, ese mirar al techo tan fecundo que defiendo hasta hoy.
—Eres hija de un Premio Nacional de Literatura, Alfonso Calderón. Hermana de otra destacada poeta chilena, Teresa Calderón (casada con uno de los grandes poetas chilenos Thomas Harris). Madre de la poeta Lila Díaz y tía del poeta Gustavo Barrera…, ¿Cómo es vivir entre escritores? ¿Qué piensas de estos tremendos escritores chilenos? —Agrego, además, que mi hermana menor Cecilia Calderón también escribe, es profesora y editora. Hemos trabajado en libros juntas en una misma editorial, clases, universidades. En realidad, entre toda la familia hemos abordado colectivamente o en pares, proyectos literarios diversos, hermanas con padre, nietos con abuelo, tías con sobrinas, desde la infancia hasta ahora, investigación, creación, ensayos, textos escolares, entre otros.
Mi padre fue para mí el gran referente, pude ver cómo la literatura era una gran fuente de maravillas que permitía vivir muchas vidas diferentes, valorar la cultura en todas sus manifestaciones, tener presente siempre la historia, buscar la sabiduría en el aporte de una crónica, un memorial, un registro que no debía perderse, porque el olvido era un atentado contra el avance de la humanidad. Mi padre sigue siendo fundamental para nosotras, aunque ya no esté en este plano terrenal.
Afortunadamente cada cual tiene sus temas recurrentes, su estilo, recursos, sus obsesiones características, pero el humor, eso sí es como una patente, el común denominador desde la sonrisa leve a la carcajada. (Aunque detrás de la cortina esté rodando la lágrima). Y creo que en la familia tenemos algo muy parecido a la telepatía, especialmente en lo creativo. Debe ser por lo que te comenté al responder la pregunta anterior.
Con respecto al poeta Thomas Harris, él está en la misma frecuencia nuestra, llegó en los años 90 a integrar también esta especie de colectivo cultural. (Curiosamente, nació en La Serena como nosotras y además en el mismo hospital, creo que estuvimos juntos en la sala cuna, porque nacimos con dos días de diferencia). Teresa es una gran poeta y pedagoga, mi hija Lila es poeta y artista visual, hemos trabajado juntas en libros, exposiciones, videos, performance, etc., y tengo una relación muy potente con mis hijas, que son además personajes de dos de mis novelas infantiles, me han inspirado mucho. Gustavo, mi sobrino es él, en sí mismo un personaje de novela, es estimulante y tiene un mundo interior riquísimo, lo admiro, mantenemos un diálogo permanente. Y ahora, a estas alturas de mi vida se agregan los nietos que pintan y escriben poemas o inventan adivinanzas y me ayudan en las presentaciones de libros como parte de mi equipo. Compruebo que tienen la misma curiosidad nuestra, han sabido aprovechar las plataformas tecnológicas para investigar, aprender y crear. Eso me llena de orgullo y energía para comprender las preocupaciones, e intereses del mundo de los niños de hoy.
—¿Cómo fue crecer rodeada de grandes escritores chilenos? ¿Tienes recuerdos de ellos? —Hay impresionantes historias que se comprenden al recordarlas hoy, siendo adulta, valorando la maravilla de haber conocido en nuestra propia casa o departamento, ya sea en La Serena o Santiago, a tantos autores maravillosos compartiendo la vida cotidiana familiar. Ellos venían de visita solos o con sus familias, y mi madre se integraba con su carisma y creatividad, lo que propiciaba una atmósfera chispeante y seductora. Tengo en mi memoria a Jaime Valdivieso, Héctor Carreño, León Ocqueteaux, Pablo De Rokha, Enrique Lihn, Jorge Teillier y sus hijos Sebastián y Carolina, Estela Díaz, Enrique Lafourcade. Recuerdo mucho a Pedro Lastra, jugábamos tardes enteras con sus hijas en su casa, mientras ellos trabajaban en proyectos de investigación literaria. Viene a mi mente la imagen de Julio César Jobet, Nicanor Parra, Jorge Nawrath, Marta Blanco, Sybila Arredondo, el Chico Cárdenas al que siempre le pedían cantar “Corazón de escarcha”, la bella Beatriz Ortiz de Zárate, Antonio Skármetta, (entonces un joven rubio de pelo largo) que fue a nuestro departamento varias veces.
En algunos encuentros al atardecer, nuestros padres nos mandaban a dormir, pero nosotras íbamos a verlos a escondidas, mientras compartían sus poemas o contaban anécdotas. A veces algunos se quedaban casi hasta el amanecer cantando tangos. Recuerdo a escritores y pintores amigos, los menciono en desorden y corresponden a distintos momentos. Fernando Binvignat, Luis Vulliamy, Helga Krebs, era muy amigo del gran músico Jorge Peña Henn, de Nicomedes Guzmán, de Martín Cerda.
Mi padre entrevistó a Gabriela Mistral en La Serena, en Santiago trabajó recopilando la obra de Joaquín Edwards Bello, al que visitaba en su casa. La familia Vicuña, escritores y artistas, Luisa Kneer, Carlos Mondaca, Delia Domínguez, Miguel Arteche, su gran amigo de Los Ángeles y del equipo de fútbol, los dos eran sacristanes del cura Arteche. Mario Rodríguez, Ricardo Latcham, entre tantas otras personalidades que han dejado sus huellas en el mundo de la cultura.
—¿Dentro de la destacada antología nacional de poesía que trabajaste, con ya varios tomos, qué líneas centrales, te ha interesado subrayar de la escena nacional con los otros antologadores? —Primero, destacar y agradecer que hemos tenido la posibilidad de publicar, luego de haber trabajado poesía en un inicio en las universidades, llevando a las clases los libros de cada autor y normalmente a ellos como invitados. Los cursos se llenaban, era increíble, años 90 más o menos, entonces Teresa tuvo la idea de pensar en la necesidad de hacer una antología, lo conversó con Thomas y se organizaron. Luego me invitaron y acepté, con mucho temor, pero más amor y acepté. La primera antología fue “Veinticinco años de poesía chilena, 1970-1995”, publicada por la Editorial del Fondo de Cultura Económica. Más tarde vendrían los tres tomos de Poesía chilena, de Editorial Catalonia. Por ahora, estamos trabajando desde hace un par de años en el cuarto tomo y final. Ha sido una aventura de largo aliento donde no ha estado ajeno el tema del contexto histórico, que alteró nuestros plazos y nuestro modo de vida.
Por mi parte siempre intento que el abanico de voces sea muy amplio, que exista diversidad y que estén contenidas en ellas poetas de todo el país. Trato de escuchar con atención las distintas presentaciones y lecturas de escritores cuando voy a Ferias del Libro o a actividades culturales en regiones. Compro revistas, trípticos y muchas veces libros de autores y autoras que no conozco para descubrir otras poéticas. Y es muy gratificante encontrar buenísimos escritores que no estaban presentes en otras compilaciones y ampliar la red en una panorámica que abarque el país. Con Teresa y Thomas hemos abordado este trabajo como un compromiso, cuyas líneas centrales exponemos en los prólogos correspondientes a cada promoción antologada. En esta última antología que deseamos concluir pronto habrá muchas sorpresas.
—¿Qué poema o fragmento tuyo leerías en una sala de clases? —Para leer en una sala de clases o en la virtualidad del Zoom que es como una cita a ciegas, puede ser este poema de mi primer libro: “Los descendientes del Fénix/ se resisten a entregar las alas. / Por razones poéticas/ hay que estar en todas partes”.
O quizás el poema “Por suerte había otra vida”, de un libro que se titula igual: “En la casa de las campanas/ y los peces alados/ aprendimos a distinguir/ las jaulas de los insectarios/ y las peceras / de las cajas de música/ los espejos / de los juguetes a cuerda/ las fotografías / de las pinturas/ una estatua / un bajorrelieve/ o Yo mirándome / directamente/ en la fuente / donde venían a beber / los caballos// Yo nunca fui un caballo// En la casa de las campanas/ yo era un pez alado/ que mordía todos los anzuelos/ y los espejismos/ y las razones// La infancia era la intemperie misma/ Por suerte había otra vida”.
—¿A qué libros, arte, obras, teatro, música le estás hincando el diente esta temporada? —Desde hace un tiempo estoy revisando el interesante libro “Mujeres bacanas”, que me lleva a conocer vidas especiales, mujeres sorprendentes en muchos campos y lo comparto con mis estudiantes en las clases. También leyendo a Olga Tokarczuk, revisitando a Van Gogh. Releyendo a los clásicos, y muchos diarios y autobiografías. Algunos libros de Nona Fernández y Chimananda Ngozi. También el circo teatro de Andrés Pérez. Me ha venido una especie de deseo irrefrenable por revisar en la web entrevistas de artistas cruciales. Documentos valiosísimos. Y en música Mehdi Aminian & Mohamad Zatari. Y también viendo y escuchando a Calenda Maia, Yasmin Levy, a Anita Tijoux, al músico Luis Paniagua, y a Gabo Ferro, muerto recientemente.
—¿Un verso o frase que llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos? —Sí, me anda dando vueltas un texto de María Zambrano: “El arte parece ser el empeño en descifrar o perseguir/ la huella dejada por una forma perdida de existencia. /Testimonio de que el hombre ha gozado alguna vez/ de una vida diferente”.
—¿Cómo resumirías tu Arte poética? —En un autorretrato, hace un par de años, escribí algo de lo cual comparto un fragmento: “En síntesis, por su esencia intuitiva y misteriosa, la poesía no se instala en un solo cuerpo o dentro de un lenguaje cualquiera. Mi espacio es oscuro y fragmentario, húmedo, nebuloso, y el camino es siempre cambiante, aleatorio, sorpresivo… pero me atrae la exploración y no quiero desertar de su carruaje. Quiero llegar al sol desplazando bloques de palabras sobre el sentido y el trayecto al que apunta mi destino hasta quemarme las alas y caer. Y volver a levantarme hecha de cera o greda o cenizas”.
—¿Cómo es tu proceso escritural? —El proceso y yo nos seguimos mutuamente, dialogamos con nuestras palabras bajo la manga en plena calle o en el silencio de la habitación. Las miro y dejo caer para saber cómo suenan y qué dicen; las comparo, las barajo en un juego sin reglas, liberando esos sonidos como vagos rumores, si me mueven el corazón, se abren las compuertas y viene la cascada. Cuesta despejar la incógnita y, a veces, es un monólogo como una larga trenza encadenada a los sonidos de la naturaleza, hay aromas y surgen paisajes o rompecabezas. Las palabras cobran vida y de pronto se independizan y el humor las nutre de divertimento y experimentación.
No siempre son iguales esos momentos de inspiración o procesos creativos, llegan de maneras diversas como si se tratara de hacer un avance, una sinopsis en un cine o como un teatro de sombras, entonces me impaciento y espero que se abra la cortina. A veces coincidimos. Y nos abrazamos.
—¿Qué poetas o escritores nos recomiendas leer, clásicos, actuales, que fueron sustanciales a tu propia escritura? —Recomiendo hoy y siempre, leer en orden o desorden: los mitos egipcios, griegos, nórdicos, maya, mapuche y otros acerca de la creación del mundo. A Homero, Sófocles, Esquilo. También las fábulas de Esopo, los cuentos tradicionales en versión original, Shakespeare, Dickens, las hermanas Brontë, Cervantes, Balzac, Dostoyevsky, Tolstoy, Flaubert, Moliére, Kafka, Julio Verne, Marguerite Yourcenar, Óscar Wilde, Simone de Beauvoir, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Rosario Castellanos, Isaac Bashevis Singer, Gabriela Mistral, Neruda, Huidobro, De Roka, Rosamel del Valle, Parra, Jacques Prévert, Camus, y muchos más, imposible dar cuenta de todos y todas, porque además leía muchas revistas y novelas de aventuras cuando era niña, me conmovían tanto las vidas ejemplares como la muerte inminente de Súperman ante la kriptonita verde. Thomas Mann, y jamás olvido a Edgar Allan Poe y a Jane Austen. Jorge Díaz, Raúl Zurita y las biografías de artistas e inventores hasta el día de hoy.
—¿Un libro que nunca has podido terminar de leer? —Varios libros, sin arrepentimiento, pero el que está pendiente es “En busca del tiempo perdido”, de Proust. No tengo explicación. Soy capaz de pasar semanas viendo una buena serie de Netflix por capítulos, sin embargo, no logro avanzar en la lectura de este libro.
—¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”? —Raíces, hilos, oleaje de un mar pacífico y furioso, amor, pasión vertiente inagotable de rumores y humores, heridas, fiesta, perturbación, mapas, frisos, fricciones, vértigo, semillas para hacer la luz o invocar la oscuridad, construir y nutrir, destruir o exterminar. La palabra mágica en lengua materna, llave maestra que permite abrir todas las puertas.
—¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana? —En la adolescencia fue un poeta muy importante para mi ruta literaria abordando el tema del amor. Me encantaban “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, “Las odas elementales”, lo leía, seguía su vida. Me aprendía sus poemas, los anotaba en mis cuadernos porque me inspiraba. Pero lo que me conmueve hasta hoy es el “Canto general”. Asistí emocionada al Estadio Nacional cuando volvió a Chile luego de obtener el Premio Nobel. Fue un recibimiento monumental y celebración maravillosa. Valoro su accionar como diplomático, defensor de la vida y los derechos humanos en contextos históricos dramáticamente complejos. Me gusta la capacidad surrealista de armar puestas en escena con objetos traídos de todo el mundo, sus colecciones insólitas a las que da vida, bautiza y con eso forma una nueva historia que nutre su creación poética con mundos inquietantes y originales. Su relación con los elementos, y con la vida cotidiana me hacían considerar que la poesía podía estar en todas partes.
—¿A qué le teme Lila Calderón? —Le temo a que las mujeres sigamos viviendo en peligro, que los seres humanos no sean respetados en sus diferencias de clase, raza, género. Le temo a no lograr ver el mundo nuevo y pleno que he imaginado y debiera ser ahora. Lo he sentido desde que supe que el absurdo tenía un fin, así como los mapas imposibles hechos de guerra, sangre y dolor, con sus monstruos medievales reptando en el horizonte. Quiero irme de aquí sabiendo que la humanidad pudo superar el trance de la iniciación. Que otro mundo era posible para las futuras generaciones.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Lila Calderón:
“Mi motor es el deseo permanente de armar mundos y habitarlos”
Por Ernesto González Barnert
Publicado en Fundación Pablo Neruda