Cosmological  Me
            
            Luis Correa-Díaz
            correa@uga.edu       http://correa.myweb.uga.edu 
            Translated into  English by Heather Cleary Wolfgang
Preface by Alberto Rojo
(Buenos Aires: El fin de la noche, 2010)
       
       
        

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        Por lo pronto aquí tienes el prólogo de Alberto Rojo, y al  final el poema que cierra el libro, “the end of cosmology”:
        
        Física y poesía
        Una de las ideas más poéticas que leí es de Werner Heisenberg, el científico que muchos consideran el menos poético: "Luz y materia son ambas entidades individuales y la aparente dualidad emerge de las limitaciones de nuestro lenguaje." La cita es de la introducción a The Physical Principles of the Quantum Theory, donde expone el detalle de una nueva física con un rigor matemático casi dictatorial, despojado, según cierto consenso, de todo contenido estético. 
        La belleza, el criterio estético, la búsqueda de una correspondencia de  las leyes naturales con un orden preestablecido, anterior incluso a la  experimentación, es un principio rector en muchos otros avances científicos. Claussius, Einstein, Dirac, Weyl y De Broglie descifraron claves  complejísimas del Universo persiguiendo, menos que la explicación de  experimentos inexplicados, un horizonte de simetría y simplicidad. Así desplegaron los precisos tejidos de un tapiz coherente, un mapa de  la realidad que estaba implícito en una intricada madeja de metáforas,  intuiciones literarias y extrapolaciones fantásticas de la realidad. "Ves,  hijo mío, aquí el tiempo se vuelve espacio" –dice Wagner en Parsifal. Y Poe en “Eureka: un Poema en Prosa” propone,  en 1848, la solución aceptada hoy para la llamada paradoja de Olbers: si el  tamaño del universo es infinito y las estrellas están distribuidas por todo el  universo, entonces deberíamos ver una estrella en cualquier dirección y el  cielo nocturno debería ser brillante. Sin embargo, el cielo es oscuro. ¿Por qué? "La única forma", dice Poe, "de entender los  huecos [voids] que nuestros telescopios encuentran en innumerables direcciones, sería suponiendo una distancia al fondo [background] invisible, tan  inmensa que aún ningún rayo proveniente de ahí fue capaz de alcanzarnos".  Ernesto Cardenal, muchos años después habría de citarlo en "La música de las esferas": "Pero es oscura la noche y el universo ni infinito ni eterno."
        Los trabajos de Heisenberg, en cambio, no parecen emerger de esa  tradición. Steven Weinberg lo enfatiza en El  sueño de una teoría final.  Heisenberg no acude a visualizaciones ni a extrapolaciones de intuiciones previas sino que procede, dice  Weinberg, como un mago que no parece "estar razonando en absoluto, sino que salta todos los pasos intermedios para llegar a una nueva intuición sobre la naturaleza".
        Por eso me fascina la alusión de Heisenberg a una limitación del lenguaje al referirse a una aparente dualidad física. La poesía es precisamente la exploración de las limitaciones del lenguaje, el ensayo de insistentes permutaciones que prolonguen el alcance de la inteligencia, la búsqueda de microrrevelaciones, la intención de expresar lo inexpresable. Será por eso que en más de una ocasión lo que empezó como artificio de la imaginación poética convergió en síntesis científica de la realidad. El último círculo del Infierno de Dante tiene la estructura geométrica de una esfera en un espacio de cuatro dimensiones (la así llamada "S3"), anticipando la posible curvatura de nuestro espacio tridimensional. Y en "El jardín de senderos que se bifurcan", Borges concibe un laberinto temporal llamativamente similar al de los "muchos mundos" cuánticos, propuesto años después por Henry Everett III.
        Se dijo que la ciencia y la poesía sirven a divinidades contrarias: la  inteligencia y las emociones. O, si se prefiere, a la realidad y a la ficción.  Pero los grandes poemas son miradas profundas a la realidad y los grandes  avances científicos redefinen los límites de la imaginación, de manera que  existe un borroso territorio de intersección, un hábitat compartido por la  ciencia y por la poesía. Alguien contrario a esta coexistencia es,  curiosamente, Samuel Taylor Coleridge, quien, en su "Definiciones de  poesía", propone que la poesía es "opuesta a la ciencia", ya que  el propósito de la ciencia es "adquirir o comunicar la verdad",  mientras que el de la poesía es comunicar "placer inmediato". Y digo  ‘curiosamente’ porque Coleridge mismo habla de la fe poética como el  "suspenso de la incredulidad", y de esa proverbial suspensión en la  que se acepta la ficción como realidad germinaron estructuras conceptuales de  la física moderna: las "florentinas curvaturas" del espacio, la  relatividad del tiempo, los "agujeros gusano". Richard Feynman,  físico tan excéntrico como profundo, pertenece a la vertiente opuesta. Para él,  la ciencia nos enseña que la imaginación de la Naturaleza supera a la  del hombre y en su ensayo "El valor de la ciencia" se queja de que  los poetas no intentan retratar la imagen presente del Universo y los convoca a  cantar los valores de la ciencia. De esa vertiente, y respondiendo a ese  llamado, emergen los versos de Cosmological  Me.
        Ya en "nueva trova aunque no manifiesto", en el primer meandro del laberinto,  encuentro elocuencias de la intersección, cuando Luis Correa-Díaz nos habla de los "trovadores matemáticos", y de que "E=mc² antes de ser / la belleza que es fue apenas m=E/c²". El trovador acaso sea Henry Poincaré, quien en 1900, cinco años antes que Einstein, escribió "podemos considerar a la energía electromagnética como un fluido ficticio [fluide fictif]" con una masa y una energía de tal modo que m=E/c². En un giro a la Coleridge, Einstein acepta esa ficción como realidad en 1905 y propone la equivalencia real entre masa y energía y, por cierto, sigue escribiendo (antes de "ser belleza") m=E/c², incluso con una grafía previa m=L/c².  Luego “en un lugar”, la “periferia sin centro de un elegant y/o extravagant universe” alude al S3 Dantesco, al que, de otro modo, Borges cita en “La esfera de Pascal”; el Universo como una esfera “cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. En "credo lunar", la fuerza de mareas de la Tierra sobre la Luna, cuyo efecto es una oscilación que frena la rotación de la Luna y hace que nos muestre siempre la misma cara, está metaforizada en un hallazgo de precisión poética como el "producto de sus latidos internos". Y después, explícito en "gabinete de física", e implícito en "en un lugar" (“moriremos quijanescamente en un lugar de cuyo nombre Dios no querrá acordarse”), el Universo como un extravagante sueño de Dios complace la tesis de Feynman de que la imaginación de la naturaleza es más rica que la humana.  En Cosmological Me juegan las palabras de la ciencia como piezas de un caleidoscopio, apareándose y desapareándose de su significado (si es que alguno tienen), como moléculas de un protoplasma verbal en el que se combinan el (des)amor con la noción de "self-reproducing robots" y la soledad con la de M-theory. 
        Si en la poesía se funden, como dice Octavio Paz, sentir y pensar, Cosmological Me es una mirada microscópica del metal fundido donde pensar y sentir preservan su atomismo, pero redefinen sus ubicaciones y alteran sus simetrías en el constante code-switching de una química verbal que aún no tiene su notación.
        Al llegar al último poema del libro (“the end of cosmology”) sentí haber explorado una nueva grieta de la geología del lenguaje. El poema me devolvió al “Eureka” de Poe, y a los límites intrínsecos de nuestra compre(he)nsión del mundo: a medida que el Universo acelera su expansión, más y más galaxias están fuera de nuestra visión y “the universe” repite elegiacamente entonces Correa-Díaz, lector también de Scientific American, “destroys the records of its past”. Recibí además la invitación a re-escuchar “Learning to Fly” de Pink Floyd, donde el fin de la cosmología pareciera ser “a ribbon of black stretched to the point of no turning back”, y ahora me quedo silenciosamente "con la oreja parada a la espera / de un verso nunca oído".
        
          Alberto G. Rojo
              Department of Physics
            Oakland University 
        
         
        
         
        
          
            
              the  end of cosmology
              justo cuando  empezamos a entender
                esto: no más sufrimientos verdaderos
                en esta aurora física (en palabras
                de Juan  Luis Martínez?  –quien habrá 
                o no habrá pensado en el Whitman
                de 1889, pero igual…), y en estricta
                consecuencia a entregar a un rehab
                de 40 días o + nuestros vicios poéticos
                –cada cual en su momento preciso–,
                se anuncia the end of cosmology
                –y los argumentos son convincentes
                (véaselos en: www.scientificamerican.com,
                March 2008  issue), estremecedores
                incluso para quienes puedan tomarse
                tales cosas con la misma importancia
                que se toman los avatares del amor,
                así como los de la guerra y otras tristes
                paradojas letales de la comedia humana–,
                … briefing  you here –y para justificar,
                sin más voluntad que ésta, la entrada
                y la muy personal salida del texto
                presente–: the universe destroys
                the records of its past, and slowly
                (but, in a  cosmic scale this’s faster
                than we could  ever imagine) nothing
                will be able to reach us de tanta y
                tan acelerada  expansión, the future
                will become for  us, beyond our 
                vecindario estelar, an unbridgeable
                void, ni siquiera nos será dado
                contemplar  (como lo hemos hecho
                con este otro  en el que el sol se pone)
                ese event horizon donde sin testigos
                all the other galaxies will disappear
                into  oblivion… Y si esto no  llegara
                a suceder como se predice, déjeseles 
                a los científicos de aquel entonces,
                que no habrán nacido, sin embargo, 
                en una época  más cosmológicamente
                feliz que las anteriores…
            
          
        
         
        
          
            yo vivo/escribo  en esta aurora…,
              pero todavía  descanso en paz,
              a roughly 100 billion years
              de mi muerte, a  pocos pasos
              de un  observatorio, cuyos ojos
              se han quedado ya  del todo ciegos
              para lo que no  sean sino las luces
              vecinas de este island universe
            por ahora solo canto –en voz baja
              y como que no quiere la cosa–
              “Learning  To Fly” de Pink  Floyd,
              desde un cerro de más al norte:
              http://www.youtube.com/watch?v=PkYZSOfEm1w&feature=related