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          Virgilio Rodríguez y la poesía del   desprendimiento
          Luis Correa-Díaz 
            University of   Georgia
            http://correa.myweb.uga.edu
          
          Rodríguez, Virgilio. De ocio y cielo. Santiago:   Beuvedráis Editores, 2007.
          
            Reseña aparecida en A   Contracorriente. A Journal of Social History and Literature in Latin   America. Vol. 5, No. 1 (Fall 2007): 388-392. www.ncsu.edu/project/acontracorriente
          También publicada en una versión abreviada   en Revista de Poesía Antítesis, Valparaíso, vol. III (Primavera 2007):   46-47.
            
              
          
          .... .. .. .. .. .. Dice el poeta   mexicano Homero Aridjis: 
          El poema gira sobre la cabeza de un hombre
            en círculos ya   próximos ya alejados 
            El hombre al descubrirlo trata de poseerlo
            pero el   poema desaparece
            Con lo que el hombre puede asir
            hace el poema
            Lo que   se le escapa
            pertenece a los hombres del futuro.(1) 
          
          Se perdonará que cite completo un poema de otro para iniciar esta   breve nota de lectura y relectura del último poemario de Virgilio Rodríguez   (1946), poeta y profesor del Instituto de Arte de la Pontificia Universidad   Católica de Valparaíso, Chile. (2) La justificación es   simple: permite situar al poeta chileno en una genealogía (y generación también   en este caso) más amplia que la de su propio medio, ésa que llamo la de los poetas del   desprendimiento, de los que pasaron por los encantos juveniles (todopoderosos)  del yo, de la escritura y del mundo, por el desencanto (postmoderno) de estas   experiencias—aunque esto asome a ratos, como una rémora inevitable, huellas de   una época, y que, no obstante, posibilita el paso—para luego alcanzar una serena   madurez de obra y vida, donde el desasirse es la cifra; un desprenderse que nada   tiene que ver con el desprecio, muy por el contrario, un ‘cántico’ cuya   nostalgia por el paraíso ha sido superada por el éxtasis de un presente que no   rechaza su desplome ni desespera por prolongarse, pues “El abismo / en el pulmón   / dice su secreto” (35). Poemas claves en este sentido son “Antesala doctrinal”   y “La belleza de esta comarca”, pertenecientes a la primera parte del libro, el   que se despliega en tres: “Ocupación de la realidad”, “Feliz de haber estado en   esta fiesta” y “Pérdida”, siendo esta última un solo poema y una especie de coda   elegíaco (“En la memoria de Ignacio Balcells Eyquem”, arquitecto y poeta   fallecido en el 2005, vinculado a Amereida, Ritoque, Quintay, la PUCV y la mar   océano, de quien se dice allí con una fraternidad de gemelo comulgar: “Ocupa su   lugar exacto / tu palabra en la mía” [82]), muy apropiado para cerrar el   conjunto, ya que una especie de meditado adiós a la vida pasa por cada página.   Es un libro vespertino—‘otoñal’ si se tuviese que recordar la lexia dariana—de   un autor que declara sin embarazo: “aún soy moderno” (29), con un gesto que   podría haber anticipado lo más bien el meollo de la cuestión planteada en ‘los   tiempos hipermodernos’ por Gilles Lipovetsky, en lo tocante a que, pese a lo que   se quiso creer, no hemos salido de la modernidad, aunque seamos “más modernos   que los modernos de la época heroica”, de allí nuestra condición   hiper(bólica). (3)
   del yo, de la escritura y del mundo, por el desencanto (postmoderno) de estas   experiencias—aunque esto asome a ratos, como una rémora inevitable, huellas de   una época, y que, no obstante, posibilita el paso—para luego alcanzar una serena   madurez de obra y vida, donde el desasirse es la cifra; un desprenderse que nada   tiene que ver con el desprecio, muy por el contrario, un ‘cántico’ cuya   nostalgia por el paraíso ha sido superada por el éxtasis de un presente que no   rechaza su desplome ni desespera por prolongarse, pues “El abismo / en el pulmón   / dice su secreto” (35). Poemas claves en este sentido son “Antesala doctrinal”   y “La belleza de esta comarca”, pertenecientes a la primera parte del libro, el   que se despliega en tres: “Ocupación de la realidad”, “Feliz de haber estado en   esta fiesta” y “Pérdida”, siendo esta última un solo poema y una especie de coda   elegíaco (“En la memoria de Ignacio Balcells Eyquem”, arquitecto y poeta   fallecido en el 2005, vinculado a Amereida, Ritoque, Quintay, la PUCV y la mar   océano, de quien se dice allí con una fraternidad de gemelo comulgar: “Ocupa su   lugar exacto / tu palabra en la mía” [82]), muy apropiado para cerrar el   conjunto, ya que una especie de meditado adiós a la vida pasa por cada página.   Es un libro vespertino—‘otoñal’ si se tuviese que recordar la lexia dariana—de   un autor que declara sin embarazo: “aún soy moderno” (29), con un gesto que   podría haber anticipado lo más bien el meollo de la cuestión planteada en ‘los   tiempos hipermodernos’ por Gilles Lipovetsky, en lo tocante a que, pese a lo que   se quiso creer, no hemos salido de la modernidad, aunque seamos “más modernos   que los modernos de la época heroica”, de allí nuestra condición   hiper(bólica). (3)
          El libro de Rodríguez es ciertamente uno del desprendimiento (lo   cual incluye agradecimiento y generosidad también), en lo vital y lo artístico,   de allí su título, que viene del final del poema “Ascolta l’uccellino”: “He oído   / el débil crepitar de un espejismo / se consumía en el futuro / nada tengo ya /   sino una compleja vocación / de ocio y cielo” (45). Sin embargo, como lo explica   con belleza y precisión Adriana Valdés en el prólogo, aquí no hay, pese a todo,   gravedad en la voz ni en el gesto: “Goliardo, el poeta, nada solemne ni   solemnizado, padece con ironía su compleja vocación…” (11). Quizás el poema   “Feliz de haber estado en esta fiesta” (76-77) sea el que condenza con mayor   intensidad ese tono irónico, pero ya no es el poeta que medita sobre su arte,   hasta rozar la parodia, sino que el hombre sobre la (su) vida, una “celebración”   que atraviesa todos los estadios de cualquiera fiesta y donde los invitados se   van despidiendo (para siempre), en general, por orden de edades. Cierto es que   no hay solemnidad y que los poetas, como se lee en el poema homónimo, “[e]stán   en el sonido / que aún tirita en el gorro / del bufón” y que son (han sido)   necesarios “para encontrar que la nada / se asustaba / con el sonido de esos   cascabeles” (26). Pero justo es anotar igualmente que este poemario tiene un   tono doctrinal ubicuo del mayor cuño, en el que asoman alternativamente, por un   lado, el desengaño: “A menudo el mundo engaña” (23); “la realidad y sus andamios   vacíos” (32); “La época no es ni siquiera absurda / y aún repite un santo y seña   inefectivo” (42); la religión y sus olvidados debates teológicos como se ve en   el “Satre desastrado” (51-52); lo mismo el “Estado secular” (53-54); la   escritura, como, por ejemplo, en “El espíritu de la letra” (55-56) (4); la misma poesía (en “Metafísico sin causa”) y los   poetas que “ya dejaron de inventar palabras / para unirlas a la vida” (57),   véase también la “Carta a Giovanni Pico della Mirandola”: “Entonces dejaremos a   los poetas / De lado, Dará lo mismo / Vivir y morir” (24); la “oxidación” de los   años (63-64)—difícil de aceptar dignamente en una época devota de los   antioxidantes—etc. Y por otro lado, un memento mori sin parafernalias de   ninguna clase [y esto es lo que puede incomodar de este libro, pero que es su   gran acierto]: “el avance de la oscuridad”, “Son mis propios ojos / que se van   velando” (19-20); “La vida pasa rápidamente / y la hora no llega” (27); “Somos   el lujo del mundo, / demás en todo / antes de la muerte” (46); en clave   físico-cósmica [otro de los aciertos de este libro y que está ligado al anterior   y que funciona, a su vez, como un rechazo a las causas metafísicas]: “… Hemos   amado / lo perenne. La luz. Hemos amado / el lapso de su ausencia eternal” (47);   y, emblemáticamente, todo en los poemas “El oscuro habla” (65), “Feliz de haber   estado en esta fiesta” (76-77), y en ese poema de amor insólito llamado “A   merced del tiempo”, que finaliza así: “Es una aventura / que ambos sabemos /   dónde termina” (sic) (69). 
          Sin alcanzar a entrar en detalles y sin olvidar la advertencia   inicial de Adriana Valdés, que guía su invitación prologal a la poética de   Rodríguez—“Si lo pensamos como una serie de meditaciones acerca de lo que es la   poesía, este libro se abre entero…” (11)—De ocio y cielo escapa, no   obstante, del ocio metapoético y su cielo no tiene que ver con el que nos indica   la costumbre. La reflexión sobre la poesía y el poeta viene incluida en una   mayor, la de la condición humana con todos sus quehaceres, entre ellos el   conocer y el crear, sin hablar ya del simple y tan complejo vivir-morir. Si uno   se quedara en la letra este podría ser un libro triste, de una profunda   tristeza, y lo es, qué duda cabe. Pero, pese a ello, el agradecimiento y la   generosidad otorgan a este crudo esfuerzo de desprendimiento (total) una   templanza bienhechora, como se puede ver en este final levemente antimanriqueño   del “Metafísico sin causa”: “Abjuré ya de la causa de esta mezquindad, / la   pobreza humana es más liberal / que toda promesa de abundancia, / somos la vida,   y la vida pasa por nuestro lado / como un río con su curso rutinario, / la vida   vivida no es un río, es / un colchón de espuma / flotando en un mar sin agua”   (75).
          Hay en este libro un “catálogo” vespertino, como dije, de   ejercicios “poéticos severos” sobre el desengaño del mundo, que abarca todas sus   dimensiones, y hay también una suerte de memento mori (que contempla la   preparación para la muerte), pero su propuesta no apela a la despreocupación y   exaltación festiva de un carpe diem—ni medieval ni Virgilio Rodríguez y   los poetas del desprendimiento barroco ni postmoderno—no se postula aquí una   idolatría (apología, si se quiere) de la juventud, sino más bien un vivir   (aceptar) lo que (se) es… / somos. Esa es su doctrina: un arte de vivir “sin   levantar la voz” y que, sobretodo, no confunde la vida con la letra. Por eso,   nada mejor que empezar a terminar esta nota volviendo a unos versos de la “Carta   a la Abadesa de Bingen”: “Si la certeza es vivir, si se puede hacerlo / por   detrás de cada palabra en oraciones sin gramática, / pocos pueden aprender de   ese arte invariable.” De ocio y cielo ofrece al lector unas palabras que, como   le ha pasado a las de Hildegarda, ha tiempo “dejaron de entenderse” (37), aunque   no por tal constatación sobre nuestra ignoracia/impotencia (hiper)moderna   respecto a ese arte de “clarividencia interior” (que tiene que ver con el   “cosmos”, eso no se puede descuidar al leer este libro y que no comento para que   los lectores lo vean por sí mismos), Rodríguez no pierde, aunque moderada, la   confianza; prueba de ello su libro. Tampoco, me doy cuenta ahora, he dicho nada   sobre el borde costero de este poemario, sobre su localización tanto   imaginaria/abstracta como real/concreta, por lo cual cito y concluyo con una   estrofa de “Oxidación de la tarde”, donde “rezongo” yo también “en la voz baja   del tiempo”: 
          
            
            Tierra firme en vez de este aire marino,
                el paisaje se agota de   viajar
                en una destartalada maleta de contrabando
                y yo un aduanero venal   que deja pasar la vida 
                como una droga destinada a otros. (63-64) 
            
            
          
           
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          NOTAS
          (1) En un texto titulado “El poema”, dedicado “A   Octavio Paz.” Eyes to See Otherwise/Ojos de otro mirar. Selected Poems.   Edited by Betty Ferber and George McWhirter. New York: New Directions Book,   2001. 94.
          
          (2) Sus poemarios anteriores son: Necesaria   lejanía (1964), Los simulacros (1972), Hexaplus (1976) y Tierra prometida (1987). Se advierte inmediatamente que el presente es un   libro de larga gestación, lo cual no hace sino confirmar los comentarios que   siguen aquí. Para otros, ver la reseña de Pedro Gandolfo para la “Revista de   Libros” de El Mercurio (10 de junio del 2007), http://www.bvdrais.cl
          
(3) Los   tiempos hipermodernos. Traducción de Antonio-Prometeo Moya. Barcelona:   Anagrama, 2006.
(4) Hay que dejar señalado que Rodríguez publicó   un poema titulado “La letra en el espíritu” que, en cierto sentido, por un lado,   cumple una función especular con el de De ocio…, y por otro, puede leerse   también como una primera versión que éste corrige, transforma y afina. Allí   también aparecen otros dos poemas (“Ulises contrariado” y “Pico della Mirándola”   –sin definirse todavía como “Carta a Giovanni…”), y uno que no llegó al libro   (“Si ya no hubiese”). El Espíritu del Valle. Revista de Creación y   Crítica 4/5 (1998): 88-89.