Proyecto
Patrimonio - 2007 | index | Luis
Correa-Diaz | Alberto Cecereu | Autores |
Apuntes
sobre Mester de soltería de Luis Correa-Díaz
Por
Alberto Cecereu
Escucho el Réquiem
de Mozart. En una de esas se me perdonan los pecados durante la misa de los difuntos.
Lo más probable es que aparezcan las imágenes de los vivos una y
otra vez para entender así el significado de la vida en la hora de la muerte
-recuerdos como estatuas de la memoria. Los cantos siguen: la ópera de
los versos.
La lectura de la última publicación de Luis Correa-Díaz,
es un sumergirse en crónicas vívidas por un sujeto obstinado en
la observación del otro y de los otros, y estilizadas mediante las técnicas
del soliloquio,
y por toda musicalidad de fondo está el deseo de la redención de
sus errores en el marco fúnebre de una muerte siempre presente.
Este
poeta y profesor de literatura latinoamericana en los Estados Unidos, ha publicado
diversas obras poéticas, las que se despliegan a partir de 1990 con Bajo
la pequeña música de su pie (Santiago: Documentas). Y la última
publicación había sido en el 2005, con Diario de un poeta recién
divorciado (Santiago: RIL Editores), donde plasma unas crónicas matrimoniales
con bastante humor y sincronía irónica. El poeta escribe una poesía
testimonial poco ortodoxa, que no habla de sí misma sino de sujetos anónimos,
donde es fundamental la reacción cotidiana ante los sucesos que viven otros
como si los viviera uno mismo. Por eso, estaríamos lamentablemente equivocados
si pensáramos que el Diario de un poeta recién divorciado,
por ejemplo, corresponde a una obra personal y secreta que bajo el códice
verbal se esconde la realidad del poeta. Sucede, que el poeta ha sido soltero
toda su vida, y por ende no tiene divorcio alguno a cuestas. El poemario recoge
los divorcios de otros/as y el poeta se da a la tarea de vivírselos como
cosa suya.
Mester de soltería (Viña del Mar: Ediciones
Altazor, 2006), es su sexto poemario, y en él pareciese que el poeta se
desnuda. Pero ya sabemos que no es/será así si respetamos la lógica
de su obra hasta la fecha. No se desnuda ante nadie, sino que ante sí mismo
en pos de sus versos. Por eso comencé relacionando todo esto con el Réquiem
de Mozart. Es decir, los versos danzan de forma armoniosa en conjunto con toda
la obra, sufriendo la despedida de los despojos carnales. En esos actos de desnudez
que nadie observa, la del solitario frente a la muerte presentida, aparecen imágenes
cotidianas que recuerdan los tiempos en vida yéndose. Son imágenes
potentes y no menos desgarradoras, aunque más de alguno me diría
que sólo son parte de la rutina del recuerdo. Sin embargo, es esa rutina
la que duele y provoca el desgarro. Correa-Díaz hace de ese desgarro escenas
donde la belleza se llama ironía.
Sin pensarlo, se ríe de
todo lo que se mueve, para de esa manera construir un panorama dramático,
donde los sujetos son parte de un juego poético de retrata todo lo que
está a su alcance. Por eso que hay intentos de explicar los sucesos que
van apareciendo, para de alguna forma perdonar los pecados, aunque al parecer
el poeta en ningún momento pareciese ser devoto de las alturas celestiales.
Es más, se queda con lo terrenal y toda la vorágine que ello implica.
He ahí una dualidad existencial.
Entre esos intentos de explicar
lo inexplicable, de encontrar lo que no está, de intentar darle sentido
a lo inexistente, sus versos del poema Por sabiduría son un reflejo
de esto.
Habría
que preguntarle a alguien
ojalá buena gente, si el camino
que hemos
tomado lleva a alguna
parte, no sea que nos tengamos
que volver por donde
vinimos,
eso sí sería un desperdicio
y el problema vendría
después,
cuando quisiéramos partir otra
vez […]
Acá
el poeta, ya se transforma en la antítesis de Dante, nuestro querido. Es
el archienemigo, el villano cómico, el sujeto desgraciado. No tiene nada
de heroico, porque se le acabó todo rastro de él, y por eso mismo
es un soltero que no se enorgullece de su condición, sino que más
bien mantiene la esperanza de poder vivir la vida, corno un dios de sí
mismo, y un descrubidor solitario de su misma mente babélica. En él
suceden las cosas del mundo, y por eso que el libro de Luis, es un intento por
reflejar el rastro de la mente esquizofrénica y paranoica que todos poseemos
en mayor o menor medida según el caso particular. Me cuesta pensar en los
poemas de Luis Correa-Díaz serían como en Altazor de Huidobro,
es decir, donde la caída es triunfo. Más bien, el babelismo de Luis,
es la vorágine de las búsquedas del sí mismo para triunfar
después de la batalla de una guerra acabada. Es el triunfo en vano. Retratar
las imágenes de esto, es retratar los miedos a la caída, el sincero
reconocimiento de lo inferior, y el rendimiento ante lo magnífico de lo
exterior. Todo se ve grandilocuente, mientras tanto, el poeta yace buscando entre
las habladurías el destello de la lengua precisa, aunque no pura. Su poesía
es más bien endiablada, la de un demonio abandonado en el Limbo -de allí
la ilustración de la portada de su primer poemario funciona como un lema,
y la de este último como un corolario.
Por otro lado, cuesta detenerse
para precisar si esa búsqueda del habla es de forma desesperada o más
bien, mucho más mecánica; pero he ahí la potencia de la construcción
poética. Es la ambigüedad misma, que al colocar al lector, en una
posición de decisión tonal, por el cual el poder de la alternativa
cobra aún mayor significado, donde el resultado es sin duda muy feliz.
Por lo tanto estamos ante un poeta de la calle, sin duda. Se atreve a
gritarnos al oído, o muchas veces prefiere caer en el eco de los edificios,
o un silencio que intimida, al igual que en esos momentos, donde la escena es
ver cómo el agua de lluvia se evapora. Lo más probable, que lo humano
resalte in natura. Poeta de la calle, que prefiere quedarse en las tentaciones;
por ningún motivo estima necesario ascender sobre todos los estadios, para
llegar a contemplar a su Beatriz Portinari.
De esta misma forma, su condición
de citadino, pero a la vez tan personal en sus versos, le otorga a Correa-Díaz
la habilidad de manejar la palabra a su antojo para desarrollar de mejor forma
las imágenes que construye producto de una observación sagaz, y
es por esto mismo, que la visualización de los finales de cada poema nos
invita a seguir imaginándolos, quedan más adentro de la retina lectora.
Concluyo sobre esto, diciendo que la obra de este poeta es una permanente invitación
a mirar el exterior con mirada de verso.
Como soy atrevido, en estos momentos
califico la poética de Luis Correa-Díaz, como el arte del aliento,
ya que en ella, aparecen los espíritus del interior en consumación,
y en el rastro de las huellas de la lengua, el arrepentimiento, y la redención
de sí mismo, aparece como objetos circundantes de las imágenes construidas.
No es descaro, es aliento.
hay
días en que me da esto que no tiene nombre
médico, y que yo
llamo sin más ataques del alma
en pleno estómago,
tormentos que me da la vida
Aliento,
que durante siete años fue gestando para publicar este poemario bastante
superior a mucho de lo que hoy se publica en Chile, y que merece ser leído.
De más está decir, que por su condición de poeta exiliado
(autoexiliado quizás, da casi igual) Correa-Díaz se posiciona como
uno de los creadores de un arte renovado, profundamente trabajado, y paradójicamente
tan chileno y universal a la vez.
Escucho el Réquiem de Mozart.
Las voces se van apagando, y a su vez, los versos de los muertos quedan ahí
esperando su renacimiento. Es sublime, pero al mismo tiempo humanamente errabundo.
Luis cae en la tentación de escribir a desgarro del aliento interior.