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prólogo en 568 palabras [+ 1] a Abrir puertas sin notarlo (Buenos Aires: Editorial El Zahir, 2014)
del poeta mexicano Noek Izardui
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Escribir el primer libro y publicarlo (aunque ya hayan habido poemas públicos y anden sueltos por ahí, hoy más que nada en el ciberespacio…), eso se llama inocencia y coraje (recuérdese que esta última palabra viene del cor latino). Y redactar su prólogo –aquí una página salutatoria que quiere sugerir al / a la lector/a algunos nodos de este poemario, aquellos a los que retornan casi todos los poemas-, hacerlo…, eso también lo es…, pero más que nada, y mejor verlo así: es un acto de gratitud, ya que ha de agradecerse asistir al nacimiento del primer libro impreso (o e-lectrónico, si ese fuera el caso, aunque éste no lo es, pero conociendo la voluntad experimental de Noek, imagino que llegará a ese formato más pronto que tarde).
Todo libro –más el inaugural en la biopoética de un autor- es un libro de amor (y perdónese esta generalización que pese lo que pese no deja de tener cierta secreta razón, y recuérdese a Borges diciéndonos que las metáforas de la poesía no eran más que cuatro y si lo hubieran apurado habría afirmado que sólo dos…; ponerles nombres: amor y muerte…, todo lo demás es un derivado, un subproducto de una u otra, y en el fondo de ambas pues son una sola, cuya denominación es simplemente ésta: vida… Por eso es que el que habla en uno de los poemas, “Animales de costumbre”, dice al final: “deliberando la vida en besos”… No se trata de una de las muchas formulaciones de un decir romántico o, peor, romanticoide, como pudiera parecer al lector descuidado; claro queda si leemos ese poema titulado “La ternura lastimosa”: “Me fascina ver a los enamorados rasgarse el alma cuando todo ha terminado entre ellos. / La mirada nefasta de la ternura lastimosa, la rabia del grito reprochándolo todo.” Esa fascinación es un antídoto y no crueldad. No, definitivamente no, no hay romanticismo de bajo cuño. En este libro de Izardui ocurre otra cosa, se ejecuta otra operación verbo-poético-espistemológica. Aquí el amor es una metáfora para referirse a la vida y los avatares del que vive/es/existe. Y sus otros referentes –la amada, su cuerpo, la relación…, todo aquello que nos remite a la experiencia amatoria- no son sino diversos modos sinecdocales…, porque en el mismo “Animales de costumbre”, al inicio, encontramos esa marca que nos pone frente a una situación de mayor alcance:“Nos enamoramos de algo hondo / De algo más profundo que la hierba de los cuerpos / Se nos abre la urbe/ nos rayamos los ojos para que no nos contamine el polvo”… El amor nos abre al/el mundo, aunque duela y confunda (“el amor es un visitante incómodo”), aunque sea devastador… Y el poeta, el que lo experimenta como una forma de conocimiento, se vuelve testigo, tal cual deja constancia, por ejemplo, en “El vapor del mundo”: ¿Has presenciado el vapor del mundo con tu cerebro? / [Yo puedo sentir el mundo] / ¿Puedes verme? / ¿Alguien, puede verme?].-” Es la experiencia del vidente (véase “Mutaciones II) –el que no es visto, sin embargo, al que negamos en todos nosotros- y del creador… Y de este modo se despliega, paradójicamente en repliegues, el poemario -como corroborará el lector, no importando su división en secciones, pues se da una coherencia interna que casi las anula- hasta/hacia el “otro lado”…, que no comento porque se debe leer en su debido momento.
luis correa-díaz
University of Georgia