Este libro ofrece muchas cosas de importancia para la comprensión de uno de los artes marciales más conocidos dentro del mundo occidental, más aún en el de Latinoamérica. Asimismo, la biografía-homenaje de un maestro, lo que en sí mismo es siempre algo que hay que recibir con respeto y gratitud, cuando está realizada con el amor claro de un discípulo —aquí dos de ellos—, porque, indudablemente, se entiende que, sin tener ni siquiera que pensarlo, un verdadero maestro ha evitado toda su vida hablar de sí mismo, es eso consiste su existencia, convertirse él mismo en su arte y dejar que éste sea el que (nos) hable.
Además, pero íntimamente relacionado con lo anterior, este maestro es un hombre —un ser humano, el género en esta línea argumental es un accidente—, un hombre que ha emigrado desde su lugar (país, ciudad, casa, dojo…) de origen, por una o todas de esas tres razones que provocan este desplazamiento (política, economía, amor = sobrevivencia), a un nuevo mundo que tendrá que, de alguna manera, conquistar siendo siempre, aunque técnicamente llegue a la condición de naturalizado, un inmigrante. Serán las generaciones siguientes, las que produzca su fertilidad y su espiritualidad aquellas que lo conviertan en hijo legítimo de ese otro territorio al que llegó un día sin otra credencial que sí mismo. Gerardo y Rubén son dos de sus múltiples hijos artístico-marciales y dan cuenta del ejemplo señero de un padre que encontraron en esta búsqueda que es el vivir y querer hacerlo con sentido vital. Al recibir la enseñanza del maestro ellos mismos hacen un viaje, algo de ellos emigra a ese mundo que les muestra en acción un inmigrante. Sus mentes, corazones y, más que ninguna otra realidad, la biomecánica de sus cuerpos, que todo lo traduce a vida, ha recibido las leyes de la armonía y del arte encarnado. Parece religión, pero no lo es, es esto último.
Pero, como este brevísimo epílogo, un testimonio de lectura, está escrito por un poeta, me gustaría dejar señalada una reflexión al respecto, una suerte de necesaria analogía entre, por ejemplo, el kenpo y (la escritura de) un poema. Al lector del presente libro habrá de interesarle esto por la simple razón de que lo hará consciente de que cuando practica (cualquier tipo de) eso que reconocemos como los actos escriturales, se aproxima, quiéralo o no, a una exigencia poética inevitable, hacerlo con arte o claudicar ante una escritura desprovista de belleza. Resulta que la máxima altura a la que puede llegar quien escribe es al poema, versificado o no, cuando su verbo despliega las leyes de la armonía y las encarna su biomecánica corporal y ésta ordena su mente y su corazón. Esto lo hace un guerrero de los que este libro menciona, un loto blanco, por lo tanto, un poeta también es un guerrero (de la lengua y el lenguaje), y toda persona lo debería ser cuando habla y escribe —sea en presencia o virtualmente.
Luis Correa-Díaz
University of Georgia
Academia Chilena de la Lengua
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
[Epílogo a "Kenzo Miyazawa. La historia del kenpo en Argentina"
(Valparaíso: Editorial Alba, 2024)
de Rubén Ernesto Iaciofani Ellul y Gerardo Gabriel Seijo.]
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