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Luis Correa-Díaz | Autores |



 




«Bajo la pequeña música de su pie», de Luis Correa-Díaz

Primera edición por Ediciones Documentas (1990)
Segunda edición por El Signo inVisible (2022)


PRÓLOGO

Por Fernanda Moraga-García
Universidad Andrés Bello -Chile


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"Bajo la pequeña música de su pie", una especie menor de velorio por angelito

Este libro de Luis Correa-Díaz que hoy se reedita en México, fue publicado inicialmente por Ediciones Documentas en 1990, momento en el que recién terminaba (solo de facto) la dictadura de Pinochet y Cía. (militares y civiles), en Chile. Lo leo hoy en un contexto de revueltas populares, de, por momentos, esperanzadoras transformaciones antineoliberales y antipatriarcales, de una añorada —por humanamente urgente— nueva Carta Magna para Chile.

Tiempos virulentos también, de encierros, de muertes, de ojos mutilados, de manipulaciones mediáticas en torno al cuerpo enfermo, de ciudades tomadas y monumentos colonialistas/marciales derribados, de encarcelamientos, de pavorosas represiones en Wallmapu, de temibles apariciones fascistas que provienen del otro país que nos habita, ese tramado por las ideologías del General… Así, por entremedio de estos tiempos y por entre otros libros que ojeo, Bajo la pequeña música de su pie asoma como un rumor inesperado, por la presencialidad histórica de su propuesta.

El diálogo es inmediato. Su fecunda alianza entre afectos, memorias del amor (de la vida), citas literarias, preguntas por el lenguaje y la lengua, la soledad, la muerte, la desaparición, el aislamiento y las sutiles ironías que la cruzan; devela una poética que traspasa el tiempo para hablarnos de una evidente actualidad.

La necesidad de retornar a lo humano, la resistencia al olvido de los desaparecidos en dictadura y de otras vidas mínimas, la necesidad del ritual del duelo, la importancia del dolor de muerte que cargan los pueblos indígenas y el valor de su conocimiento ancestral en la memoria de la poesía, la potencia del canto y/o de la palabra poética que no puede dejar de decir y así, y más, tan actual como todo esto que acabo de señalar.

Además, hay que mencionar que este viaje poético in(ter)temporal no viene solo, lo sigue la plaquette Ojo de buey, editada en 1993 por la Editorial Aleda y que se arrima al final del poemario estableciendo puentes a través de la mirada en un tragaluz, de una secreta ventilación entre ese ojo de buey y el “lucernario” que se abre en Bajo la pequeña…, y por donde se respira o se ruega por un retorno a la vida. Por todo esto, le agradezco al poeta no solo por haberme hecho llegar el libro, también por confiar en mi lectura.

En varios de estos sentidos, me parece que Bajo la pequeña música de su pie dialoga de una manera particular con la poesía de los 80 y de los 90 en Chile. Pienso en dos o tres aspectos que mencioné más arriba, por ejemplo, la búsqueda de un lenguaje del afecto o más bien de un intento de retorno a él. Aquí se produce a mi juicio un potente doble significado poético que, por una parte, conduce a la precariedad en que se encuentra la palabra vital (religiosa, la que vuelve a religar en la emoción y en la intimidad del contacto amoroso), significación que ha sido clausurada por las condiciones de violencia desatadas por la dictadura.

Por otra parte, esta precariedad se vitaliza en la marcada apropiación popular y poética de la lengua castellana, la de Castilla, el idioma colonizador que, en los poemas, cobra un nuevo peso poético y político porque proclama el tono que transita a lo largo del poemario y con el cual continúa su particular diálogo con la poesía. Además, se trataría de una lengua poética sobre la cual ha caído un mal de ojo o, en otras palabras, le han echado el ojo encima. Es “una sintaxis ojeada” la que da el tono del que hablo: un abismo de pérdida que habita al hablante de los poemas. La ciudad y el país son el precipicio por donde deambula la presencia fantasmal de los muertos, de los desaparecidos y también de un cuerpo (sujeto poético) a la deriva buscando una memoria de salvación, un sonido (una música) que permita una resurrección.

Bien creo que este tono está representado desde la portada del libro. El detalle del demonio melancólico (casi todo, sino todo el libro está conformado por agudos detalles que enfatizan la intimidad desoladora del sujeto poético), y que forma parte del retablo Jesús en el limbo de Bartolomé de Bermejo, es significativo. Este demonio taciturno y este Jesús desacralizado, ambos en un limbo entre el deseo de algún aliento que sostenga la vida y la ferocidad de la muerte, podrían ser (o son) parte del abismo, de la misma historia miserable. Es más, el cruce con la propia biografía del autor que aparece en la solapa del poemario, alude a su existencia inhumana en el limbo de “las soledades ilotas deste valle”.

Es interesante esta breve (muy breve, casi fugaz) biografía, ya que es la antesala que, si ponemos atención, ilumina sutilmente lo que será el poemario, cosa que intuyo en un inicio y que percibo con mayor claridad luego de la lectura circular a la que invita el libro. En esta relación personal-ficcional que entrega en tercera persona la solapa, ya encontramos la sospecha de un lenguaje poético descalabrado, pero que persiste en una resistencia amorosa (por lo mismo política) que se cuela a través del daño, de las desgracias y de las muertes impuestas por la “ojeada” militar.

Esta palabra que arrastra el ojo encima, traza su camino de resguardo en el “cielo chango de los conchales”. La imagen poética de un origen indígena insoslayable en la elaboración del lenguaje, se intensifica en otro poema en el que la figura de la sombra (alma-alwe) del muerto que pena (“wichanalwe”) y de la piedra mapuche con figura humana (“chelkura”), sellan la complicidad del amor por la palabra que se halla “donde el canto yace”. En otras palabras, debajo de la muerte está el canto, la palabra que ilumina. Esto, es lo que encontramos detrás de la biografía y detrás del poema.

Esta lengua que ilumina también tiene su fuerza en otras muertes terribles, almas en pena que el sujeto poético vio “antes de la guerra” y con las que de igual manera que en el poema anterior, comparte su anónima estancia, ahora con su amada; antes, con sus hermanos indígenas. Me refiero al poema que se encabeza como “Patio 29” donde “su soplo envenenando […] está nombrando para sus huachitos /los nada y los nadie […] tuvimos miedo/ es/ que tratamos de matarnos también/ de olvido/ de rencor […] el enemigo no cesa/sobre la ciudad y el corazón/Me asusta morir solo /lejos…”.

Finalmente, y siguiendo con la sutileza biográfica, Bajo la pequeña música… se trasforma en una ofrenda popular, en un canto a lo divino, puesto que el libro es propuesto “como [una] especie menor de velorio por angelito”. Se podría afirmar que todo el poemario es una especie de lamento, de rogativa, de plegaria, de canto por un buen vivir y un buen decir, como siempre lo han expresado los pueblos indígenas. En esta línea, el libro termina reiterando este lugar destinado a los cuerpos fantasmales que no logran cruzar de la muerte al amor pero que traen el potencial poético y que el hablante lo transforma en su propio lenguaje: “Recojo este viejo poema/ que se ha dormido para siempre/ bello en su tránsito y me lo llevo/ por última vez a la boca/ sin más pena que la que tenía escrita/ antes de esparcir las cenizas/ en el jardín de invierno / sobre las aguas mansas del Mapocho”.

Por otra parte, el tejido poético con la realidad y que subyace a todo lo que he comentado, retiene por momentos un significado directo. La función performática que tienen las fotografías de los detenidos desaparecidos, además de sostener la pesadumbre de la enunciación, interviene la función poética de la palabra ampliando su sentido, ya que hace entrar una reiteración del limbo: la realidad de una desaparición forzada y de una probable muerte. Al mismo tiempo, se introduce un juego irónico con otro limbo, el plebiscito del año 88. Las dos fotografías vienen acompañadas por el nombre de la víctima y su fecha de detención y bajo esto, en ambas, dice: “¿ME OLVIDASTE? / SI-- NO+”. Aquí aparece la importancia de la memoria, de la urgente resistencia al olvido en la sombra de la transición y digo urgente, puesto que las fotografías forman parte de lo que en el poemario se llama “FAX 1”.

La interpelación es directa a la historia de los acuerdos. Aquí imagino al demonio macilento y a ese Jesús que no asciende, sino que desciende, como alter egos del sujeto poético intentado a ciegas poder mantener y reconstruir la memoria de la muerte que, a un tiempo, es la memoria del afecto, o sea, aquí se trata de la presencia ética y política del limbo. Presumo, en este contexto, que el sujeto de la biografía de la solapa también es un alter ego del hablante lírico.

Antes de cerrar este prólogo (nada puede ser tan tajante), no puedo dejar de mencionar algunas citas literarias con las que dialoga el poemario. Dentro de esta enunciación de alma en pena que busca sus muertos, asoman dos formas de huellas literarias. Por ejemplo, están aquellas interlocuciones que podríamos llamar “indirectas” y que se deslizan en los momentos en que el sujeto poético se deleita con/por la breve música que le entregan los encuentros con su amada, cercanos algunas veces a Orfeo y Eurídice por los caminos del infierno y, en otras, próximos al Cantar de los Cantares. Se trata del amor (“Escóndete en mi corazón, dél no te van a sacar/ nunca sin mí”); en realidad se trata de una política del amor, la más importante resistencia ante la precariedad de la vida inducida por la dictadura y por el tránsito desmemoriado hacia una democracia que muy pronto se hace radicalmente neoliberal.

Brevemente, y en esta misma dirección política, me hace sentido otro detalle, la fotografía que forma parte de “FAX 3” en la que una radiografía contiene la imagen de una mujer y el casi imperceptible dibujo (de ahí su potencia) que le sigue y que sintetiza de forma explícita, en mi modo de leer, lo que he comentado hasta aquí en un doble sentido poético. En una orientación de lectura concreta si se quiere, se podría leer que, a partir de la representación de la cruz clavada en el corazón, la violencia de la muerte estaría habitando en el lugar esencial de la vida. En otro trazado de lectura, ligada al imaginario cristiano-católico y pensando además a este Cristo como un otro yo del sujeto poético, podemos notar el símbolo del “Sagrado corazón de Jesús”. En este sentido, la imagen estaría reiterando la necesidad de retornar al amor como centro vital de la esperanza y no del miedo.

Considero que todas las citas literarias apuntan a esta resistencia amorosa y que, de manera simultánea, operan como un alfabeto anímico (“abc espiritual”) que guía las líneas centrales del poemario. Y aquí tenemos, si se quiere, citas más “directas” cuando el hablante “repite” (reescribe junto) a Eduardo Anguita, a Thomas Merton y a Manuel Puig la “pérdida de la persona” porque “la vida se ha retirado”, dice Anguita a la zaga del sujeto poético. También, la importancia del silencio, no el impuesto, si no el espiritual, aquel por donde asoma la palabra de Merton. Y finalmente, late la novela de Puig, la que, abriéndose entre la sangre y el amor, deja al descubierto el amor mismo, el cuerpo, la soledad y el recuerdo. Tres líneas fundamentales en el poemario.

Como ya adelanté y siguiendo esta línea de afinidades literarias, Bajo la pequeña música…forma parte del diverso escenario poético que explosiona en los años 80 y 90 en nuestro país. Me refiero a que comparte, por ejemplo, cierta dimensión mesiánica-política con Raúl Zurita, la propuesta de que la presencia indígena no solo en la poesía, si no como forma de conocimiento para habitar más un buen vivir que la guerra, encuentra lazos con escrituras como la de Soledad Fariña o Cecilia Vicuña. Por otra parte, la denuncia directa de detenidos desaparecidos me hace pensar especialmente en el libro Pena corporal de Elvira Hernández.

Así, me parece que los parentescos que el poemario de Luis Correa-Díaz mantiene con esta poesía de los 80, son variadas. Ya señalé como ejemplo, la búsqueda de una palabra poética con la cual escribir en medio de este contexto horroroso, a la que sumo el uso de imágenes que amplían las posibilidades del decir para testificar sobre la realidad. En esta línea de la poesía, me resuena la enunciación de un sujeto poético testigo de la violencia y desencantado por el advenimiento de una democracia deslavada y neoliberal que, en general, propone la poesía que nace en los años 90, en particular, la poesía de Malú Urriola, Germán Carrasco o Javier Bello.

Aunque hay mucho más por decir, por ahora no me queda nada más que extender la invitación a la lectura de Bajo la pequeña música de su pie. La potencia del canto, de aquella palabra indispensable que anida en el sonido de la tierra y en la mínima existencia de los cuerpos, es la música que escuchamos bajo el pie de Silvia en este libro del año 1990, publicado por Ediciones Documentas, que la Editorial El Signo inVisible desde México recupera y al cual agrega, como bonus, una plaquette, Ojo de buey, que el poeta publicara en 1993 con la Editorial Aleda, ambas dirigidas por Gonzalo Fuentes Herrera en Santiago de Chile…


 

 

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