He recibido hace un tiempo, pido disculpas por la tardanza en acusar recibo públicamente, el hermoso El temblor de los huertos (Buenos Aires: Ediciones del Camino, 2022) de Maritza Cino Alvear, la poeta ecuatoriana (Guayaquil) de mayor resonancia con mis inquietudes poéticas, lo cual no excluye un interés siempre creciente por la muy saludable poesía del Ecuador contemporáneo en sus varias generaciones confluyentes. Este libro de Maritza, noveno entre sus títulos -los que incluyen un libro de cuentos y su aparición en varias antologías-, organizado en cuatro movimientos o ámbitos, precedidos por una sección llamada “Tramas”, donde se anticipa ese leitmotiv -si se me permite esta antigüedad de vocablo, de una mujer en su viaje genealógico interno, hacia la madre y hacia la hija, sin olvidar que es asimismo ambas a la vez también. Un viaje genésico en lugar de espiritual o, si se quiere, para no ofender/confundir a nadie, tan espiritualmente genésico como toda verdadera indagación sobre nuestra humanidad. Si Vicente Huidobro escribió Temblor de cielo (1931), Maritza nos (retro)trae a los “huertos humedecidos” en los que nacemos, vivimos y morimos (somos depositados a la hora de nuestra muerte), en tanto nos hemos pasado toda la vida soñando con las alturas, tarareando percibidas “ausencias”, entretenidos con “el exceso de adjetivos” que es nuestro incauto fablar y que sólo un/a poeta de la templanza, raros/as son, puede señalar en medio de nuestra soledad nocturna. Todo poemario tiene un relato experiencial de base y ésta no es la excepción. Pero, lo mío aquí no es un breve comentario de texto, sino más bien poner atención a esa “la ventana [que] apenas ruge con el viento teñido de geranios // como si fuera posible oler la flora humedecida o atraer // la permanencia del instante”, allí está el temblor de este libro, el llamado de la selva, ya domeñada, pero que no deja de llamarnos para que no olvidemos al despertar del sueño inquieto que allí está nuestra verdadera infancia y nuestra única posibilidad de no dejar de ser lo que somos, aquello que asegura (lo) que seremos. Puede que esto suene a obsesión por lo antropológico, no obstante, es el único antídoto a nuestro incesante palabreo que nos aleja del “soñar la vida desde el fondo”, a esas tramas del verbo, que yo leo también como trampas. El (auto)mandato es simple, aunque tan difícil de ejecutar para nuestra condición ensoñadora sobre nuestras camas: “estaré atenta a los detalles microscópicos // aunque puedan ser gigantes // porque me enredan al misterio”, y éste no está sino allá fuera de la ventana, del velo con que nos separamos de lo natural. Los movimientos que se despliegan a través del poemario de Maritza son: “Interiores”, “Exteriores”, “Puentes” y “Umbrales”. De cada uno de ellos y de todos en su conjunto habría que señalar que, al menos, en ese marco del huerto que tiembla ahí afuera y que nos convoca se despliega un relato de la memoria de la voz en un viaje intergeneracional. Sin embargo, esta nota sólo pretende dejar abierto ese marco como quien abre una ventana.
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Sobre "El temblor de los huertos"
(Buenos Aires: Ediciones del Camino, 2022) de Maritza Cino Alvear
Por
Luis Correa-Díaz