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A propósito de La última cena: 25 años después. Materiales para
la historia de la poesía peruana

(Lima: UNMSM e Intermezzo tropical, 2012), de Paolo de Lima

Por Luis Fernando Chueca

 

 

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Cualquier revisión bibliográfica puede dar cuenta de que lo que sucedía en la poesía peruana entre inicios de la década de los 80 o fines de la anterior y 1987, cuando apareció La última cena, era más amplio que lo que recogía dicha muestra. Esto incluso el prólogo lo señala y apunta como razón el hecho de buscar resaltar las líneas más renovadoras de esos años: aquella que representa una “actitud contestataria y expresionista” y la que corresponde a “la renovación de los moldes más consagrados” (12-13). De la primera, explica el prólogo, se puede reconocer como emblemáticos “a los poetas de Kloaka, en los que la coloquialidad ha cedido paso al tono sórdido por momentos y muy cercano a las normas lingüísticas ‘underground’ para expresar el espíritu caótico de estos años”. Y los segundos son presentados como “autores que prefieren interiorizar la violencia social para trazar cuadros de ella desde una perspectiva intimista y en algunos casos reflexiva” (13).

En ese sentido, aunque quizá desde la perspectiva de lo renovador sea posible echar de menos algunos nombres, La última cena, “poesía de los ochenta locos”, como se lee en la contratapa del libro, no era ni pretendía ser la antología generacional en el sentido de abarcadora y representativa de lo mejor de todo en la poesía de los ochenta, ni menos, como se encargan de aclarar los propios poetas en las entrevistas recogidas por Paolo de Lima, buscaba el lanzamiento público de un grupo. Y ello no disminuye, sino todo lo contrario, la pertinencia de su publicación. Era precisamente la “poesía de los ochenta locos” o de los locos ochenta, si se prefiere. Es decir, la muestra de poetas y textos que en ese momento, y en el marco de la ciudad letrada, más cabalmente podía recoger ese aire entre confundido y agitado, agrietado y renovador, enrarecido y punzante, y pulsante, de esos duros y efervescentes años. Por eso, como lo señala el prólogo desde sus primeras líneas, era fundamental tener en cuenta el contexto que marca a estos poetas: la vuelta a la democracia formal, teñida de esperanzas y decepciones, y el inicio de la guerra interna. De esos hervores se nutren los poetas y los poemas; su “mundaneidad” como diría Edward Said.

Es en ese sentido que el conjunto –los poemas, sus sujetos, su multiperspectivismo, su sintaxis, sus tonalidades, sus quiebres– resulta revelador síntoma de las modulaciones particulares que comenzaban a sonar por esos años también particulares. De la violencia, por supuesto, como queda claro tanto en los poemas y el prólogo de la antología, como en las entrevistas y en el ensayo de La última cena: 25 años después que hoy presentamos. Pero no solo de la violencia, sino también –y entrelazados con ella– de los espacios suburbanos que iban transformando definitiva y tajantemente el rostro y las sensibilidades de la ciudad de Lima, de las intensidades de lo híbrido, de los empujones de lo subte, de la supervivencia de la palabra a pesar de todo, de la rabia y el descentramiento, de la agónica terquedad del amor y de la pulsión de vida en ese contexto hirviente. Eso hace, creo, indiscutible la importancia de esta muestra.

No obstante, no es tan fácil aquilatar ahora qué tan evidente resultó esto para los lectores de esos años. Si bien la incidencia en la violencia o el “contexto existencial” y sus relaciones con los poetas y su  escritura, por parte de prácticamente todos los entrevistadores, es un indicio de ello, no recuerdo que fuera, en el momento de su aparición, un consenso igualmente tan claro en la recepción general del libro. Han debido pasar, creo, algunos años, varios, (y algunos trabajos críticos), para que esto pueda verse con más nitidez.

Hay otros aspectos que me interesa comentar sobre esta antología, veinticinco años después. Uno es el cambio que implicaba que, a diferencia de lo que había ocurrido, por ejemplo, con Los nuevos o Estos 13, el prólogo, aunque firmado por un misterioso “Consejo editor” como una “estrategia para obtener mayor autoridad” como señala De Lima, hubiera sido escrito por tres poetas del mismo período y, más precisamente, por tres de los poetas incluidos en el libro: José Antonio Mazzotti, Roger Santiváñez y Rafael Dávila-Franco, como se conoció algunos años después. Este hecho marca, creo, frente a la ausencia de una crítica seria que se hiciera cargo (más allá del reseñismo) del terreno movedizo de lo nuevo, el inicio de una tradición que coloca a los poetas como críticos de sus pares generacionales. No es casual, por ello, que además de los tres autores del prólogo, también Eduardo Chirinos, César Ángeles, Rodrigo Quijano o Jorge Frisancho, también incluidos en la antología, se han ocupado de sus contemporáneos con agudeza, así como lo han hecho otros poetas de los ochenta y luego otros tantos de las promociones siguientes. Se trata, pues, inevitablemente, de una crítica de parte, con los riesgos, desafíos y posibilidades que ello supone.

Otro aspecto, que se desprende tanto de la antología, como de los materiales que aporta Paolo en esta publicación, es la tensión presente en el conjunto. Si bien La última cena puede verse como el resultado de un tejido de afinidades (los incluidos son los Tres Tristes Tigres que publicaban Trompa de Eustaquio a inicios del ochenta en la Católica, tres de los kloakas y sus dos aliados principales, y algunos de los más interesantes poetas entre los más cercanos al núcleo editor del suplemento Asalto al cielo –que con la antología se convertía en sello editorial–), es indudable que los incluidos en La última cena representan también un espacio de tensiones. Las estéticas, por supuesto, que hacen posible ver la gran diversidad al interior de la hegemonía conversacional vigente todavía en esos años, pero también las que corresponden a las posiciones y tomas de posición al interior del campo literario, en términos de Bourdieu, como frente a la sociedad y a lo que se vivía en el país. El ensayo de Paolo de Lima recoge, por ejemplo, una polémica entre Ángeles y Frisancho con relación a la violencia política, que tuvo lugar en las páginas de un diario en que ambos colaboraban algún tiempo después de publicada la antología. También da cuenta de la distancia inicial de Chirinos frente al espíritu que dio a luz a La última cena. Además de estas, las más evidentes, es posible observar otras fricciones, matices y contrapuntos entre los poetas en el curso de las entrevistas reunidas en el libro. 

Por estas y otras muchas razones bien vale agradecerle a Paolo de Lima la publicación de La última cena: 25 años después, así como volver a La última cena, que sigue ofreciéndonos sus sabores, provocadoramente, como hace un cuarto de siglo.




 

 

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