En un poema dedicado a Viel Temperley, Fogwill escribe: «El mismo mar nos pierde; nos encuentra y nos pierde. Tema de las olas: se arman, desobedecen, las crea el viento —¿su amor?— y se derrumban para volver a armarse con restos de olas anteriores, idénticas». El mar y sus restos, el derrumbe, la playa como lugar donde el océano se desarma para volver sobre sí mismo, para de-volver basura, huesos de peces, conchas, fierros.
En Playa de escombros hay un intento por emular ese movimiento a través de la acumulación y la búsqueda de imágenes que articulan una poética del desastre y la catástrofe: «LA CABEZA DE UNA MUÑECA DE PORCELANA CENTENARIA arrojada por la resaca a una playa gris. Uno quisiera saber cuál fue su historia. Uno quisiera inventar no una sino muchas. Ha pasado tanto que el mar le quemó los ojos y la nariz se le borró. Su sonrisa cae con la noche y uno quisiera verse recorriendo su trayecto. Ver si acaso soportamos».
El mar, su superficie, la imposibilidad de su quietud; la tierra quieta y el temblor como imitación tiesa de las placas del oleaje del océano. Esos son los temas del poema: desplazamiento de capas, texturas, solidez, resistencia de los materiales, fluidos, mescolanza de geología y documental sobre la naturaleza o desmontaje de esos lenguajes para ponerlos en el plano de la poesía. Leamos: «EN MITAD DE LA LADERA REPOSAN PIEDRAS / bajo arenisca antes de caer cerro abajo // la paciencia que la brisa tiene con la ladera / sus asperezas limadas / hecha boceto o chasis // Si la pienso como escrita ella labra / las versiones y yo cotejo / la erosión en el brote irrepetible / de la piedra // Lo que para ella está listo / para mí todavía le falta // Me dijiste que termine con el capricho / insaciable de revisar todo de nuevo: “cuando tocas demasiado / la piel se deja de sentir”. // Mi inseguridad a dejar estáticos / los lugares sensibles / del cerro: el desgaste como fruto / de una paciencia que no tengo // Ruedan las piedras. / Pienso en la emoción del manoseo / en la belleza del sedimento. // y una porción dócil / entra por la piel».
Como pleamar y bajamar, los poemas de Playa… van también alternando la respiración entre el fraseo de largo aliento y la concisión, el corte abrupto. Tsunami, cascada, cauce de río o lago: podría jugarse a establecer una taxonomía de cursos de agua para los poemas del texto y buscar un ordenamiento secreto, una distinción de niveles para la cadencia del hablante, pero también para las imágenes que describe. Costa superpone planos y encuadres para armar y desarmar el poema, traslapando imágenes con metáforas a la manera en que en un caleidoscopio se cruzan los cristales de colores para sugerir formas inquietantes: «UNA BALLENA VARADA MUERE EN CÁMARA LENTA. / Las grabaciones de su canto atraviesan el agua / la hacen palpitar en la capacidad de la quietud. // En cámara lenta se posan las aves de rapiña / sobre ella una voz conocida / filtrada en otra. // Mar adentro emergió un cachalote / y pensé en la vida dentro suyo. / Sillas, botellas, toallas y cochayuyos / olvidados por los bañistas. / Jonás en el exilio de la cueva. / Un mamífero varado / toneladas de museo o inventario de una casa / la comida de la pesca de arrastre // todos esos pájaros que los barcos / atraen pero no alimentan».
Si «desde arriba todo se ve con exagerada quietud», la operación entonces consiste en producir ese desajuste para traer estas imágenes trizadas, donde la naturaleza se nos aparece salpicada —con mayor o menor intensidad: lo mismo el lenguaje— por estos escombros y restos. No hay, sin embargo, un afán apocalíptico o una histeria milenarista. La poesía en Playa… deja lugar para que el mundo muestre un brillo tornasolado de agua sucia. Por ejemplo: «POR LA DESEMBOCADURA ENTRA EL MAR. / Es agua estancada y se pudre pero sirve. / La sal se deshace al dar sabor o quema la cosecha. / De ahí pueden derivar pequeñas piscinas / para sustentar a una familia como las salinas / al borde de Boyeruca”. O este otro: «RECICLAR ESA IMAGEN DE TIL – TIL / en los pedazos de otra figura: / un sábado por la mañana / el diario habló / del nido de cóndores / que había en el vertedero: / “les faltó muertos / a pesar de sus facultades” / Al tiempo llegaron los jotes / y con sus cadáveres les alcanzó».
Durante el invierno austral, es posible ver en la Antártida madreperlas o nubes estratoféricas polares. Esta clase de nubes, compuestas de pequeños cristales de hielo, exhibe colores iridiscentes y nacarados similares a los que muestran algunas auroras boreales y se encuentran a gran altura. Pero esos mismos cristales de hielo que generan estos colores funcionan como catalizadores de los gases de efecto invernadero. Hay en esa belleza, digámoslo así, una forma de fatalidad, un signo de un lento desastre. Pienso que los poemas de Playa de escombros son, como dice Elvira Hernández, una estación de llegada de un mundo descoyuntado y en cuenta regresiva. Como esos cristales de altura que producen reflejos bellos que son también nuestro fracaso.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «Playa de escombros» de Lucas Costa.
Alquimia 2017, 64 páginas.
Por Jonnathan Opazo.
Publicado en Loqueleímos, 20 de octubre de 2017