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Lucas Costa:
INTENTÉ QUE LOS POEMAS FUERAN UNIONES DE ESCENARIOS DIVERSOS


Por Nicolás Campos Farfán
Publicado en LOQUELEÍMOS, 22 de noviembre de 2017


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Playa de escombros, el segundo libro de Lucas Costa, es una de las entregas destacables de este año. Es un amplio retrato del paisaje costero arrasado tras el último gran terremoto y sus escombros y residuos de todo tipo. Tiene muchos registros: desde poemas cortos con imágenes nítidas a otros largos con un caudal de imágenes —que, como dice Elvira Hernández, pareen hechos “con escritura residual”—, además de distintos destinatarios. Otra singularidad de Playa de escombros es su fraseo, en el que veo una voluntad de decir mucho en una oración, e incluso en aquello que se omite entre los versos. Costa tiene un hábil manejo de cierto atropello, de ciertas irregularidades que generan una sensación de velocidad, la cual en el poema Remanente  alcanza su extremo. En esta entrevista hablamos además sobre su primer libro, Encomienda, de la banda Broken Social Scene y sobre cómo los talleres deberían ser espacios asentados en la incertidumbre, entre otros asuntos.

—Una banda, una película u otra obra (que no sea un libro) que haya influenciado tu trabajo literario.
Me crié fascinado por la monotonía del punk, pero si pienso en mi educación sentimental se me viene al tiro a la cabeza  Broken Social Scene. Siempre me ha sorprendido que sean 20 músicos aprox. los que componen y tocan. Eso los hace un proyecto situado en las antípodas del cliché egótico del rockstar. Para mí resulta un modelo notable de lo que se puede llegar a hacer más allá de lo individual; un ejemplo concreto y visceral de lo colectivo, una de las formas en que pienso el trabajo literario. Quizá el hecho de que sean muchos también influya en que su propuesta sea esquiva de clasificar y su rasgo distintivo esté en la multiplicidad de ritmos, texturas y atmósferas que logran en cada disco. Son una banda que ha mantenido un discurso heterogéneo en sus axiomas estilísticos a partir de los múltiples relieves entre sus temas, ya sea haciendo baladas, interludios ambientales o himnos frenéticos. Ahora que lo pienso, gracias a bandas como BSC internalicé que escribir es, muchas veces, una excursión movediza entre varias órbitas, planos y capas. Por ahora, me parece importante tener eso en cuenta. Hace poco salió  Hug of thunder, un muy buen ejemplo de esto que te digo.

—Una breve descripción de tus jornadas de escritura y lectura.
Mis jornadas de escrituras son intermitentes. Trabajo desde mi casa y casi siempre hago las labores domésticas (como cocinar, lavar, etc.), donde dispongo de tiempo para pensar y escribir un poco. Anoto en libretas, traspongo citas, traduzco y mezclo mucho. No tengo método fijo pero sí necesito encierros aislados para revisiones y cotejos. Quizá el único patrón que sigo con devoción es acudir a la mirada de gente lejana y cercana sobre lo escrito. Pero como te decía, ojalá poder tener un tiempo monacal para pensar y tener discernimiento en las decisiones y nulo acceso a internet, en la medida de lo posible. Para revisar, lo hago con varias versiones impresas y casi siempre ocupo tijeras. Por otro lado, las jornadas de lectura son permanentes, nada fuera de lo común: en el metro, en el baño, en la noche antes de dormir. Eso sí, hace mucho tiempo adquirí una habilidad que me gusta mucho: leer y caminar al mismo tiempo.

—Cuéntanos cómo escribiste Encomienda, obra que ganó el Bolaño de poesía.
Lo escribí tomando notas en mis visitas a Santiago Uno, de manera bastante inconsciente. Me tocaba ir dos veces por semana a ver a mi viejo, que estuvo un tiempo ahí. Fue una época dura, pero donde también experimenté el amor. En ese sentido logré vislumbrar varias cosas que, de otro modo, no habría visto. Un día empecé a hacerme consciente de lo que estaba agarrando esqueleto cuando de pronto revisé la libreta y encontré que estaba plagada de textos que partían de alguna manera en esa experiencia. De ahí armé algunas versiones, intentando generar cierto distanciamiento, para que un lector completamente ajeno pudiese entrar. Por eso también lo hice circular y recibí muchos comentarios que me sirvieron para darle forma. Por ahí también hice algunas mezcolanzas, sacando de cuajo o remixeando algunas cosas de Cisneros, Ashbery y Magrelli. Soy descreído con lo que escribo y por eso fue muy importante el entusiasmo que mostraron personas que no conocía cuando leyeron los borradores. De todas maneras fue un proceso catalizador. Me ayudó mucho ver que los espacios carcelarios no son solo corporales y materiales, sino también mentales y espirituales.

—En Playa de escombros, tu siguiente libro, veo una ampliación de muchos aspectos ya presentados en Encomienda. Ambos tienen un apego férreo al lugar que tienen como escenario y a sus circunstancias, y muestran una necesidad de trabajar con distintos registros. Más allá de las similitudes, ¿qué ha cambiado?, ¿qué influencias o qué aprendizaje surgieron en tu trabajo?
Para mí ha cambiado bastante, sobretodo mi relación con aquello que escribo. Antes era metódico y neurótico con las correcciones. Ahora pienso que cada texto demanda su propio proceso. Por una parte, me encontré con que muchas veces trabajar de manera pauteada sobre lo escrito termina coartándolo, al punto de anularlo. Desconfío de los patrones o moldes prefijados en los procesos. Prefiero tomarme el tiempo para cotejar versiones sabiendo que puedo volver atrás y que quizá los cambios ejecutados no siempre son para mejor. Cada vez intento tomar más distancia de las decisiones. Hoy por hoy no sé bien si los textos tengan que necesariamente ser corregidos. Estoy en una etapa de expansión más que de síntesis y tengo mucha menos claridad de cómo proceder cuando estoy escribiendo, me parece cada vez más una incógnita abierta. En este sentido sí creo que se ha mantenido la premisa de que la praxis de la poesía puede ser un lugar donde verme cuestionado; una labor que me ayuda a no ejercer la autocomplacencia. “Escribir es pensar contra mí” dice por ahí Hugo García Manríquez. Quizá ahora valoro más tomar riesgos. También disfruto mucho más del proceso. Por último, he visto que no querer ser programático en la escritura es, de cierta manera, una forma de serlo.

—En la contratapa de Playa de escombros, Elvira Hernández se refiere a tu escritura en ese libro como “escritura residual”. ¿Estás de acuerdo? Y si lo estás, en qué crees que se distingue como tal.
Sí, me parece que en algunas ocasiones puede verse de esa manera. En Playa… sin duda hay una intención de hacerse cargo de los residuos, desde un punto de vista incluso formal, en una especie de desmembramiento del lenguaje y mediante un montaje fuera de lugar. Remanente lo grafica de manera bastante explícita: es como una especie de basural en movimiento. Hay versos en que las formas de articular las frases están rotas o no cierran. En otras ocasiones intenté que los poemas fueran más bien uniones de escenarios diversos, más que textos sustentados en una linealidad. Pensé que la disección de unidades rígidas (como la imagen, por ejemplo) podía dar cuenta de lo inacabado, como ideas que no tienen cabida en una discursividad fija porque no llegan a parte alguna. Destruyendo esas formas lineales emergieron los residuos. Tuve la intuición de que los textos lograran el despliegue de condiciones para sentir cómo una fuerza irrumpe y arma. Un trabajo de composición y descomposición al mismo tiempo. En todo caso, no estoy seguro de haberlo logrado. También creo que no todo el libro es así. Hay también poemas más tranquilos, que para mí funcionaban como remansos de quietud, necesarios en un escenario de catástrofe.

—¿Cómo se dio esta fijación o sensibilidad hacia lo residual? Y, por otra parte, ¿no te parece que en Playa de escombros eres, a tu manera, un poeta de la naturaleza?
Me fijé en algo como lo residual quizá porque me parecía un ejemplo interesante de lo frágil, una idea que me parece que está en todo el libro. Los residuos pueden descolocarse y juntos armar otro discurso. En el libro son extractos pertenecientes a realidades diversas que montados de manera cuidadosa podían perder las jerarquías y resultar equivalentes. Pensé que era una manera posible de generar cierta comunión entre realidades distintas, muy de la mano del imaginario del libro, que tiende constantemente a generar correspondencias. Felipe Moncada escribió algo que me parece decidor en este sentido: Playa… intenta sacar al lenguaje de su sentido más inmediato, para ver qué queda vibrando más allá de él. Así, el libro funciona como un espacio de reciclaje, donde los materiales se mezclan y llegan a biodegradarse. Pienso que eso puede dar cuenta en algo de la naturaleza de la poesía, que como discurso también pude ser vista como residuo. Por una parte, representa lo desechable (cuya escala de valores está fuera de los márgenes del mercado) y por otra, algo en “potencia”, que puede ser resignificado constantemente.

Por otro lado, te agradezco por lo de poeta de la naturaleza. Creo que es un poncho que me queda grande. Me gusta eso sí que frente a ella no podemos quedar estáticos y por ahí aparece uno de los motores de esta escritura. Desde ella se desarma su imaginario, entre la quietud y el movimiento  y en ella intenta encontrar un asidero. En este sentido, me parece interesante algo que dice Wallace Stevens: el poema debe resistir la inteligencia. Yo lo entiendo como que puede ir más allá. Me interesa ese comportamiento salvaje e ininteligible de la naturaleza y las obras que han intentado describir o pensar desde ahí (como Lucrecio, San Francisco de Asís, Emerson o Ammons, por dar un par ejemplos).

—De las entrevistas que hiciste en torno a Playa me llamó la atención cómo se ha enfatizado en las distintas versiones que tuvo el texto y sobre todo en los años que demoraste en darlo por terminado. Debo decir que me extraña un poco que eso se valore tanto, si al final no es parte del texto. ¿Puedes comentarnos qué piensas al respecto?
Siendo sincero, me parece que no tiene mucha importancia. Desconfío que pueda ser garante de algo. Los textos no debiesen ser medidos con la vara del tiempo. Por mi parte, me lo tomo con calma. No tengo mucho tiempo para hacerlo y la concentración que me demanda escribir un poema es heavy. También trato de pelear contra lo atarantado que soy. Para eso, la toma de decisiones en mi caso es casi siempre lenta.

Por otra parte, puedo tirar una hipótesis provisoria: esa valoración de la que hablas se puede deber a que cada vez hay más circulación de libros y el hecho de escribir quizá se ha acercado a la productividad empresarial y/o la inmediatez de las redes sociales. Pero creo que cada cual tiene sus tiempos. El trabajo se da según los distintos metabolismos. Para mí digerir un lenguaje es una pega de largo aliento.

—Ese proceso de años de correcciones y tanteos que se dio en Playa, ¿tiene relación con que hayas dirigido talleres? Háblanos un poco de tu labor en ese ámbito.
Me gusta la idea de la literatura desde su práctica y he visto que resulta necesario para llegar a comprender su naturaleza. Volviendo a tu pregunta, me parece que el camino de los textos es que vayan mutando según la mirada de los otros. No sé si hay una estricta relación pero hacer talleres me ha ayudado un kilo a pensar desde otros lugares. Para mí son instancias vitales donde realmente se puede dialogar de manera profunda en torno a problemáticas atingentes. De todos modos, casi nunca los hago solo y eso también me parece importantísimo, porque creo en la transversalidad como guía y no como un gurú. Uno no dirige talleres sino más bien participa en ellos. Un taller debería ser un espacio asentado en la incertidumbre, cuya premisa sean las preguntas y donde todo pueda ser discutido. Para mí han sido siempre espacios que me dan una mirada refrescante y me ayudan a estar oxigenado, a estar en alerta crítica conmigo mismo.

—¿Qué estás leyendo ahora?
Justo me pillaste en la época del año que tengo tiempo para leer. Acabo de terminar la poesía reunida de Robert Lax, un poeta rarísimo que recomiendo revisar si interesan las repeticiones y algo como la poesía concreta o mística: con poquísimos materiales logra desmantelar y transportar, inundando al lector con un efecto de aprehensión casi metafísica. Por ahora estoy leyendo las prosas de Mary Ruefle, los poemas reunidos de J.H. Prynne, una selección de John Wieners, Sphere, the form of a motion de Ammons, Santa Victoria de Ricardo Herrera, los cuentos para niños de Tolstoi, una historia del comic publicada por Blume y El más crudo invierno. Notas a un poema de Blanca Varela de Montalbetti.

—Parece haber cierto consenso en torno a ciertas obras decisivas en la formación literaria en general (los clásicos de siempre: Cervantes, Homero, Borges, etc.): ¿podrías nombrar cinco títulos que no entren en esta categoría que hayan sido fundamentales para ti?

Supongo que Las elegías del Duino y Trilce cuentan como clásicos. Entonces:

Migraciones de Gloria Gervitz

Del absoluto amor y otros poemas sin título de Eielson

Los Salmos del rey David

Paterson de W.C. Williams

El poema sucio de Ferreira Gullar

—Un autor o libro clásico que te ha parecido decepcionante.
No pude con Madame Bovary. Me aburrió profundamente, a pesar de que las cosas aburridas me gustan. Pero fue hace mucho tiempo. Puedo echarle la culpa a la traducción, aunque creo que puede haber sido mía.


 

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Lucas Costa, autor de "Playa de escombros":
"Intenté que los poemas fueran uniones de escenarios diversos".
Por Nicolás Campos Farfán.
Publicado en LOQUELEÍMOS, 22 de noviembre de 2017