Formas de decir la paternidad. Sobre “Calcio en la mirada de la noche” (Lucas Costa, Komorebi Ediciones, Valdivia, 2022)
Publicado en Revista Campo de Batalla, noviembre 2022
Después de publicar su inicial Encomienda (2013) y su muy comentado Playa de escombros (2017), Lucas Costa nos entrega este libro que “gira” en torno a la paternidad, como excusa para saltar hacia una serie de temas que intentaremos reseñar aquí.
Tal vez sería necesario partir con una advertencia, sin embargo: si alguien cree que este libro es una reflexión en torno a los avatares de la paternidad, anclada en la cotidianidad de lo que ello significa, la verdad es que esa expectativa tiende a diluirse rápidamente en cuanto uno comienza la lectura. Tampoco se trata de negarla por completa: lo que hay, sin embargo, es una pregunta permanente por las formas de decir que están disponibles para el autor del conjunto. Más que una indagatoria en un conjunto de anécdotas cotidianas, creo que Calcio en la mirada de la noche intenta poner a prueba el mismo arsenal de lo decible. No el qué, sino el cómo, sin que este segundo factor de la ecuación tenga el privilegio de elidir al primero: al contrario, la exploración a la que Costa somete su lenguaje no prescinde, más bien cuenta en todo momento, con ese mundo que va paso a paso construyéndose.
En una lúcida recensión sobre Playa de escombros, María José Ferrada registra los patrones aparentemente dispersos de sentido que el autor de aquel libro era capaz, sin embargo, de poner dentro de una narrativa, o una secuencia más o menos lógica. En una línea que podría remitirnos directamente al Pierre Reverdy del que hablaba André Bretón en el Primer Manifiesto Surrealista, sin que nosotros tengamos que pasar necesariamente por la ortodoxia vanguardista de principios del siglo XX, aun cuando tampoco podamos ni queramos ignorarla, esos patrones entre realidades supuestamente alejadas es precisamente la fuerza gravitacional de la imagen poética, el encadenamiento del que hablaba también el mismo Breton, pero citando ahora al conde de Lautreaumont, el encuentro sobre una mesa de operaciones de un paraguas con una máquina de coser.
Al menos así quiero interpretar, espero que no demasiado erróneamente, lo que plantea Ferrada cuando dice que uno de los mecanismos que operaba en Playa de escombros era una “superposición de fragmentos”. El poeta actúa como una especie de director de orquesta, alguien que le entre un cierto orden y/o sentido (sería bueno ir admitiéndolo) a ese conjunto de instrumentos que en solitario y por separado carecerían de lógica. Traigo todo esto a colación para engarzarlo con las formas en que Calcio en la mirada de la noche está escrito, formas que, pese a las diferencias entre una y otra publicación, no creo sean tan divergentes.
En otra reseña que me parece muy valiosa de comentar aquí, Carlos Henrickson argumenta que el conflicto central que se desarrolla en Calcio en la mirada de la noche, es la disputa entre conciencia y naturaleza, que él califica de “conflicto irresoluble”. Para Henrickson, esta tensión entre polos irreconciliables se traduce en un lenguaje material —“mi preferencia por objetos y realidades tradicionalmente antipoéticas”, dijo Gonzalo Millán alguna vez, venía de “una relación recíproca entre imaginación y realidad externa”— que va dándonos pinceladas de ese entorno hogareño que nunca termina de definirse.
Sin querer adentrarnos en un tema de larguísima data como es la relación entre conciencia y naturaleza, sólo diremos que, para efectos del libro de Costa, sí vale la pena recordar que, al menos desde el romanticismo, pero tal vez desde mucho antes, cubrir la brecha entre la realidad y el individuo ha sido un tema de debate central de muchas poéticas. “El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio” decía en sus Proverbios del infierno William Blake, quien ya zanjaba, antes de la escuela romántica, la problemática por la adopción del empirismo de David Hume, por parte de autores como Coleridge y Wordsworth. El objeto es o existe cuando es percibido, decía Berkeley, y es aquí donde nos interesa volver a lo planteado por Henrickson: ya que de ser cierta esta última cita, en el libro de Costa la balanza se inclinaría hacia una construcción del mundo en tanto es percibido y/o observado. El testigo crea en el proceso de mirar.
Pero el hablante o la voz de Calcio en la mirada de la noche dista de ser un mero espectador de los hechos, sino que se encuentra íntimamente involucrado en ellos. Más allá de lo estrictamente emocional, hay también en estas páginas la descripción de un proceso, a saber: el doble, a veces monstruoso, de una criatura que pronto ocupará un lugar en un entorno familiar. Sin embargo, la llegada de este nuevo ser no está exenta de sentimientos que resultan difíciles de procesar. Lo interesante de todo esto son las formas en que esas nuevas presencias son llevadas al texto: con rasgos de algo que me atrevería llamar maestría, Costa mezcla una escritura que supongo es la tan cacareada escritura desde el cuerpo, pasajes bíblicos con crianza infantil, citas mistralianas para describir ciertas instancias de la paternidad y alguna enumeración caótica que no se deja caer en las manos del sinsentido.
A propósito de este último, el sentido no diré que se aplaza, sino que es un objeto de deseo tras del cual se encuentra la voz que aúna estos poemas: apenas una huella de la fugacidad, de lo que no se puede dar por sentado, el sentido (¿el significado?) de estos textos pasa por su (saludable, meditada) incapacidad de no buscar ni entregar definiciones, de suyo estáticas. Más bien, vemos que el hablante reconoce sus inseguridades una y otra vez, tanto en el nivel de su propio discurso, como en el nivel de aquello que percibe (para volver, por un segundo, al conflicto irresoluble del que hablaba Henrickson). De hecho, vemos reiteradamente que estas inseguridades se enuncian como generadores del poema, como aquello que abre el texto:
NO SABÍA QUE DE CALCIO ESTÁN HECHAS
las estrellas que sueñan y retiñen
las palabras en el cuerpo de tu madre
recibidas a cambio de expandirse (11)
Se engarzan así los procesos creativos de la escritura y el de la vida/la maternidad: la conciencia y la naturaleza, nuevamente. Pero es en la sutileza donde están las mejores cartas de Costa, en tanto el calcio aquí juega el papel de crisol, lo que unifica tanto el crecimiento infantil (tomar leche para que los huesos tengan calcio y sean fuertes, etc.) como la presencia de esas estrellas (nocturnas, por si hiciera falta decirlo) que son contempladas como preámbulo de las transformaciones (monstruosas, a veces) que pueblan este conjunto: “calcio en la mirada de la noche/cuando cuento las estrellas cortando el aire/cesante que recorre mi ansiedad de punta a cabo/y a mis espaldas siguen ocurriendo las mutaciones/maravillosas de organismos y sistemas” (19).
El cambio permanente al que se alude en estos versos afecta asimismo a la percepción que se puede tener de él: el devenir animal, en algún caso, torna en una formación maquínica, digamos, para imitar el lenguaje de los sabios de las últimas décadas. Pero hablando en serio: no son pocas las ocasiones en que nos encontramos con la constatación de que apariencia y realidad son las dos caras de una misma moneda, el flujo constante de estados supuestamente permanentes no hace sino exacerbar la posición móvil del hablante: padre, deudo, voz que (se) interroga sobre sus propias posibilidades.
En este aspecto, resulta especialmente llamativo el despliegue visual de los poemas, que, al ocupar muchos de ellos de lado a lado la página, como en una especie de cascada de versos que en un mismo gesto subrayan el corte de la línea, pero también el ritmo que las envuelve, buscan –me parece– traducir el balbuceo al que a veces se reduce la escritura del poema: “oír por casualidad lo necesario/al momento de querer decir algo y expresar/en nosotros cosas que nos cambien bien adentro”.
No deja de ser sintomático que el hablante entienda aquí el decir/la expresión como un algo dado, un hecho casi externo a él. Nos parece paradójico en la medida en que Calcio en la mirada de la noche no sólo es un libro cuidadosamente construido, donde no sólo se recogen tradiciones de larga data en la tradición poética (como el uso que se pueda hacer de la noche, desde el romanticismo de Novalis en adelante) y en el que los empalmes y los arquitrabes que sostienen el edificio entero están sabiamente ocultos, pero no invisibles. Por lo mismo, que el hablante o la voz de estos poemas señale que alguien, aun cuando no sabemos quién, lo deja “abrir/casi/decir/algo” (59), nos parece si no una contradicción, sí al menos un hiato entre lo que demuestra el conjunto de los poemas, y aquello que nos pretende dar a entender el hablante de los mismos. El lapso, la brecha que media entre uno y otro es el espacio en el cual ocurre la escritura de este libro.
Lucas Costa debe ser una de las apuestas más sólidas de la poesía chilena más joven (joven, tal vez, sólo en edad), junto con Micaela Paredes y Jonnathan Opazo, entre otros. El libro que hoy reseñamos merece no sólo lectores, sino seguir reflexionando en torno a él, más allá de lo que hayamos podido hacer aquí.
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Sobre “Calcio en la mirada de la noche”
(Lucas Costa, Komorebi Ediciones, Valdivia, 2022)
Publicado en Revista Campo de Batalla, noviembre 2022
Por Cristián Gómez O.