La
noción de comunidad en la literatura chileno-canadiense
Por Luis Torres*
University
of Calgary.
Publicado en
revista Alter Vox
Un aspecto poco estudiado que acompaña el triunfalismo de la
"globalización," con sus desplazamientos y el quiebre
de las fronteras de los estados nacionales, es el que concierne a
las transformaciones que afectan el sentido de comunidad. En general,
se trata de un concepto que sigue siendo manipulado por diferentes
discursos e intereses ideológicos: concepto que oculta la imposición
de un significado totalizador con el cual la ideología del mundo post-nacional intenta acallar
las diferencias; noción también relacionada con una
micro-política, de intereses particularizados, que ha surgido
de la fragmentación o del fracaso de los discursos totalizadores
de la modernidad.
Es claro que la reificación del sentido de comunidad en esos
discursos hace difícil su estudio, particularmente en la literatura.
Por otro lado, pensamos que es precisamente en este campo cultural
donde encontramos muchos de los indicios de las transformaciones de
la idea de comunidad. La literatura puede ser considerada como un
sitio donde el/la poeta pone en juego sus experimentaciones, incluyendo
entre éstas los modos en que "imaginamos" las relaciones
sociales y el asentamiento en el lugar. Proponemos que la literatura
de exiliados, de inmigrantes o de individuos o grupos desplazados
de sus comunidades de origen es sitio privilegiado para este tipo
de investigación. Es más. En algunos casos, esta literatura
nos enfrenta a la otra cara de la "jouissance" del desplazamiento;
es decir que nos coloca ante el "pathos" de la pérdida
de la comunidad y nos muestra los rasgos de nuevas formas de pertenencia.
Es justamente esa otra cara de la "jouissance" del desplazamiento
la que iluminan libros como Tequila
Sunrise (1985) de Erik Martínez, Cobro revertido
(1993) de Leandro Urbina, De chácharas y largavistas
(1993) y A vuelo de pájaro (1998) de Jorge Etcheverry
y los poemas de The Thin Man and Me (1994) de Luciano Díaz
[usaremos el título El flaco y yo en este trabajo].
Se podría decir que esa otra cara es la figura negativa, el
espectro que, por el peso de la experiencia de los sujetos representados,
lleva a la subversión de las ideas tradicionales de comunidad.
En concreto, estas obras subvierten los supuestos que refieren a una
relación necesaria entre la comunidad y el territorio y, siguiendo
el mismo impulso crítico, socavan las construcciones reificadas
de la comunidad de la nación y del sentido de pertenencia en
ese contexto.
Desde el punto de vista del espectro que acosa el discurso dominante,
un libro como Tequila Sunrise es ejemplo de un momento de quiebre
de los fundamentos de la comunidad. Aclaremos, brevemente, que entendemos
la comunidad tradicional como un tejido de relaciones que establecemos
con otros en torno a intereses comunes o bajo las fórmulas
legitimadas del estado nacional, tales como el asentamiento territorial,
los mitos de fundación de la nación y la idea de ciudadanía.
Volviendo a Tequila Sunrise, la comunidad es destruida pues
los lugares familiares que tradicionalmente acogen al individuo y
al grupo son devastados por el desorden de los signos y por el desplazamiento
territorial. Los espacios cotidianos del sujeto son irreconocibles.
Ya no hay un sitio estable para el desarrollo de la subjetividad.
De esta manera, la voz poética deviene en un ser cambiante,
indeterminado, monstruoso, al cual le rodea una geografía fragmentada,
fronteriza y al borde de la disolución.
Ante esa intemperie ya no hay hogar ni comunidad. Sus bases en las
coordenadas del lugar han sido rotas o se han perdido. Esta condición
del espacio en el libro de Martínez es el hito imaginado que
marca el momento de la pérdida del sentido de comunidad por
el quiebre de la relación del sujeto al suelo nativo, ahora
transformado en espacio apocalíptico. En medio de esa catástrofe,
la misma identidad del hablante se torna en instancia indeterminada:
la de un sujeto a la deriva, enajenado del mundo y de los otros. Este
es un hecho revelador pues, aunque denota la imposibilidad de la comunidad
y de la.. pertenencia en esos territorios, esta representación
lleva implícita una especie de nostalgia por el lugar,, perdido:
el sitio que podía alimentar al sujeto y darle los referentes
necesarios para construir un sentido' ; identidad y de pertenencia.
Junto a esto, y en el marco de la pérdida, podemos rescatar
otra ins iluminadora. Me refiero al hecho de que en el esfuerzo por
delinear los contornos de la geografía de crisis del sujeto
y de la comunidad, y en las posibilidades que abre la nostalgia como
subversión del orden social, este y otros libros parecen subrayar
el papel de la escritura y de la creación en cuanto ejes de
la crítica de la "comunidad global" y en tanto sustentos
de las posibles comunidades futuras.
En contraste con la devastación que escenifica el libro de
Erik Martínez, en Cobro revertido y en De chácharas
y largavistas los referentes espaciales cobran un cariz definido
y responden a los parámetros ya legitimados en las relaciones
ficcionales de lo cotidiano en la ciudad: con los personajes nos paseamos
por las calles de Montreal, Toronto y Ottawa. Estas dos novelas, en
efecto, privilegian las vivencias ordinarias, las imágenes
de lo cotidiano, sus rutinas y de sus accidentes.
De todos modos, es precisamente esta familiaridad del espacio que
rodea a los personajes la que ofrece una perspectiva diferente de
la comunidad en relación al lugar. Si en la obra de Martínez
no había cabida para la comunidad ni la pertenencia, por lo
caótico de las proyecciones del mundo, en Urbina
y Etcheverry la familiaridad del entorno, pasados ya los embates de
los primeros traumas que acompañan el desplazamiento forzado,
dramatiza aún más el desajuste entre el sujeto y el
lugar. Lo que se supone familiar, la realidad ordinaria de cada día,
está marcada por el peligro del accidente, por aquello que
cruza inesperadamente las vivencias del sujeto exiliado y que le recuerda
los límites de su pertenencia.
Junto a esta exploración ficcional de la relación del
sujeto con su nuevo espacio, Cobro revertido y De chácharas
y largavistas también se enfocan en la condición
enajenada del contacto entre el sujeto y el entorno social, representado
por individuos o por grupos y por ciertas instancias sociales que
legitiman la pertenencia a la comunidad tradicional: el idioma, el
trabajo, la universidad, el matrimonio. En la novela de Urbina, el
hecho de que el personaje central es incapaz de superar los traumas
del pasado y de relacionarse de un modo más auténtico
en la sociedad, junto al quiebre de la familiaridad del espacio, representa
otra forma de subvertir la comunidad. Aludo a la importancia que en
estas novelas tiene la problemática existencial de la "no-pertenencia".
Como leemos en la novela de Urbina, "El sociólogo"
sólo puede involucrarse con los otros a través del engaño,
el abuso, o la explotación. Recordemos también el fracaso
de su matrimonio, sus estudios siempre postergados, las relaciones
con sus amigos y con las mujeres y el ataque que sufre durante el
carnaval al final del libro. De hecho, este ejemplo constituye un
instante emblemático de la pérdida del sentido de pertenencia
a la comunidad y de la enajenación que sitia al personaje.
Como se recordará el sociólogo es atacado poco después
que intenta regalarle flores a una de las mujeres que encuentra en
el carnaval. Signo de la comunidad perdida y del "des-conocimiento"
es el hecho de que en el ruido de la fiesta y sólo cuando ya
es muy tarde, casi al mismo tiempo de recibir las puñaladas,
se da cuenta del idioma de sus atacantes, idioma que el narrador llama
el "perfecto chileno" (198) hablado por la mujer.
De chácharas y largavistas, por otra parte, radicaliza
aún más el momento existencial de la falta de pertenencia.
Si para el sociólogo es imposible construir un sentido de comunidad
en el exilio de Montreal, en el caso del personaje de Etcheverry nos
encontramos con otra forma de no-pertenencia, una determinada por
la indiferencia del mundo que le rodea, por su marginalidad ahora
que el sujeto exiliado no es de interés para nadie. La novela
de Etcheverry contiene una imagen simbólica de esta separación
y de las dificultades para construir comunidad y una relación
de pertenencia más auténtica para el sujeto transnacional:
el largavista. Con este instrumento el sujeto observa el mundo deseado
(en general, el de la "vecindad"), trae a sí lo que
en la praxis vital no puede tener, aquello que le permitiría
un encuentro con ese otro del mundo canadiense y que no puede desarrollar
en sus relaciones con amigos, perdido ya, como hemos dicho, el interés
por su historia de sufrimiento y exilio. No tenemos que elaborar el
simbolismo del largavista, baste decir que emblematiza la enajenación
del sujeto respecto al mundo que le rodea. El largavistas es una mediación
artificial que a tiempo que acerca al personaje al objeto de su deseo
lo separa de él y lo distancia de la comunidad y de sí
mismo.
De todas maneras, pensamos que no todo está perdido en lo
que concierne a la idea de comunidad. Aún en Cobro revertido
y en De chácharas y largavistas es posible detectar los rastros
de un sentido de comunidad que no se funda ni en el lugar ni en los
mitos de la nación. Estos mismos rastros aparecen en la antología
A vuelo de pájaro de Etcheverry y en los poemas de El
flaco y yo de Luciano Díaz. Con la sola intención
de dar una visión general de esos poemas, proponemos que, por
un lado, ellos desarrollan lo que podríamos llamar las "comunidades
de la imaginación" y, por otro, que los sujetos que habitan
los mundos poéticos de esos dos textos llegan al punto de enunciar
la aceptación del lugar como localidad en la cual es posible
desarrollar un sentido de pertenencia.
Algunos de los rasgos de esta reformulación de la idea de
comunidad son evidentes en A vuelo de pájaro cuando
el poeta escribe, por ejemplo, sobre sujetos marginados: el rebelde,
el extranjero, el profeta, los mendigos y alucinados del poema "La
coronación", los inmigrantes que le hacen decir a la voz
poética: "Y quizás ha valido la pena/ venir a dar
aquí..." (42). Una de las bases de este encuentro en el
espacio de los textos es la solidaridad, palabra cuyos sentidos deben
ser rescatados para la propuesta de una ética de las comunidades
de la imaginación y de la memoria.
El libro de Luciano Díaz, por otro lado, nos parece que escenifica
el momento de la autoconciencia del sujeto poético; es decir,
cuando la idea de comunidad y de pertenencia al lugar se asume como
dilema. Esta cuestión que aflora en las obras referidas anteriormente
tiende a una resolución pero no en la forma de una segunda
reificación; al contrario, el impulso al encuentro con el otro
y con los espacios del sujeto emigrante está en tensión
por la influencia de las comunidades de la memoria, cuyos contornos
aparecen en las reflexiones del hablante. En los poemas de este escritor,
en su apelación imaginativa al otro, se nos sitúa ante
el sujeto enfrentado a la metrópoli, a sus calles, a sus edificios
y personajes. Este paisaje de ciudad, pero también la gran
geografía de la pradera, es el sitio de la posible comunidad.
Notemos, de todos modos, que en esos poemas el sujeto no se entrega
a un encuentro artificial o idealizado con el lugar. Su acercamiento
al suelo y a la comunidad es parte de un proceso que lleva al reconocimiento
de la cercanía y de la distancia que separa al sujeto de su
entorno cotidiano y de sus habitantes. Las comunidades de la memoria,
aquellos ecos de otros lugares y de otras experiencias compartidas,
impiden que el sujeto se entregue por completo a las posibilidades
que abre la ciudad en estos poemas.
En cuanto a la posible comunidad en la metrópoli, territorio
emblemático de la vida enajenada, El flaco y yo da forma
a un sitio para la apelación al otro, a su presencia y a sus
experiencias. Recordemos al hablante poético, el "yo,"
frente "al flaco," como un eje primario que constituye y
da volumen a la presencia de ambos sujetos en la comunidad del habla
y de la escritura. Se puede decir que aquí el texto es sitio
de una comunidad posible erigida en los trabajos de la imaginación.
El autorreconocimiento en la enunciación del "yo"
y en la presencia del otro y, junto con esto, la exploración
de la ciudad, delinean los rasgos conflictivos de las comunidades
imaginadas. El flaco y yo, en concreto, nos presenta los dilemas relacionados
con la pertenencia y el encuentro del sujeto transnacional con el
lugar.
Para resumir, en este ensayo hemos intentado hacer un estudio general
del problema de la comunidad en las representaciones literarias de
los cuatro escritores antes mencionados. A lo largo del trabajo, hemos
notado al menos tres instancias centrales relacionadas con la subversión
de la noción de comunidad: la pérdida de la comunidad,
el momento existencial de la no-pertenencia y el proceso de construir
nuevas relaciones con el lugar y con los otros en las comunidades
de la imaginación y de la memoria. Junto a este propósito
analítico, también hemos querido subrayar el papel subversivo
que tienen estas representaciones. Estas, hemos dicho, exponen el
otro lado de la globalización. Así pues, a partir de
la representación del dolor del desraizamiento, de la nostalgia
y de la memoria, ese otro lado espectral se opone a la "jouissance"
de los desplazamiento trans-nacionales. Asimismo, esa otra cara subvierte
la reificación de la comunidad al presentarnos la comunidad
como proceso, como un conjunto tensionado por las certezas y contradicciones
del devenir diario. Quizás lo que estos libros señalan,
para decirlo en una frase, es el momento, entre muchos otros, de la
comunidad en lucha contra sí misma.
Bibliografía
Díaz, Luciano P. The Thin Man and Me. Ottawa:
Split Quotation, 1994.
Etcheverry, Jorge. De chácharas y largavistas.
Ottawa: Split Quotation, 1993.
A vuelo de pájaro. Ottawa: Verbum veritas, 1998.
Martínez, Erik. Tequila Sunrise. Ottawa: Editorial
Cordillera, 1985.
Urbina, José Leandro. Cobro revertido. 2' ed.
Santiago, Chile: Planeta, 1993
* Luis A. Torres nació en Chile y vive
en Canadá desde 1977. Hizo sus estudios en la Universidad de
Manitoba y en la Universidad de Toronto donde recibió los títulos
de Magister en Literatura y de Doctor en Filosofía. Su libro
El exilio y las ruinas obtuvo una mención honrosa en el
Premio Casa de las Américas del año 2000. Es profesor
asociado en el Departamento de francés, italiano y español
de la Universidad de Calgary, Canadá. Su poesía ha aparecido
en revista como, Alter Vox y en la antología Boreal - Antología
de poesía latinoamericana en Canadá, (Ottawa: Split
Quotation-Verbum Veritas, 2001), editada por los poetas Luciano P.
Díaz y Jorge Etcheverry.