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        Mansiones  de guerra o la deconstrucción de un templo
        Presentación de Mansiones de Guerra, de Lila Díaz Calderón
            Ajiaco ediciones, 2013
          
            Por Pablo Lacroix
         
         
         
        
          
          
           
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        ¿Qué necesidad tienen los hombres de  atacar? 
            ¿Por qué a los hombres les emociona este  espectáculo? 
            ¿Por qué participan tanto? ¿A qué viene  este combate inútil? 
          Barthes, Del deporte y los hombres, pág. 17.
         
        Cuando  se lee por primera vez Mansiones de  guerra, el lector observa un espectáculo inagotable, donde cada fragmento  es un campo minado. Cuando se lee por segunda, tercera, cuarta o las veces que  sea necesario, el lector se siente partícipe del juego, parte del espectáculo o  la situación de eventos desastrosos. Tal como enunció Barthes (2003) mientras  explicaba la relación del deporte con la situación social del sujeto moderno;  “todo lo que le sucede al jugador también le sucede al espectador” (pág. 71),  al igual que en este libro, donde a medida que avanzamos y vamos construyendo  este eclíptico rompecabezas retórico, nos volvemos espectadores y jugadores del  crimen. 
        Lila  Díaz trabaja un tema difícil, un tópico conflictivo, pero no por ello un asunto  de escaso interés. Al contrario, Mansiones  de guerra es un libro que desarticula los procesos recurrentes del combate,  los despedaza, los disgrega, trabajando en cada poema diferentes percepciones,  diferentes cuerpos, diferentes fragmentos que enuncian, en tanto denuncian un  estado de crisis. La guerra, al igual que el deporte, como diría Barthes, no es  la batalla del hombre contra el hombre, es la batalla del hombre contra la  naturaleza, estableciendo así su dominio, magnificando su poder, doblegando al  tiempo, “amansando” a la máquina, venciendo al espacio, sometiendo al entorno. 
        
          En los brazos cargamos misiles como  hijos hambrientos
            racimos jugosos, granadas
            que se concentran en el pecho
            en el ojo
            que apunta el arma
            en la mano
            el brillo del puñal
            la bala que espera el azar
            el tiempo
            su turno en el revólver
              (De Instinto,  pág. 28) 
        
         En el cortometraje de René Laloux, “Los  tiempos muertos” (Les Temps Morts, 1964), el instinto del ser humano se entiende de la siguiente  manera; “Hombre. Principal recurso: Muerte. Viven por eso. Incluso mueren por  eso.” (Min. 1:01 – 1:09), apelando a esa esencia, a esa atracción tan poética  por la muerte, apelando a esa bomba destructiva de su propia especie. Lila Díaz  de la misma manera nos da a entender que el ser humano es el mayor aniquilador  de su linaje, el mayor destructor de su historia, o como plantea Barthes, “aquí  todo valor y toda la ciencia se aplican a una sola cosa: la máquina. Por ella  el hombre vencerá, pero tal vez también por ella morirá” (pág. 27). La máquina  es el utensilio destructor, pero también es el exterminio de la especie. La  máquina, es el mejor amante, el mejor compañero en la ruta, esa dirección que  nos acerca al fin. “Lo que ha hecho este hombre ha sido transportarse a sí  mismo y a su máquina hasta el límite de lo posible. No ha conseguido su  victoria sobre sus rivales, sino con ellos, sobre la gravedad obstinada de las  cosas: el deporte más mortífero también es el más generoso”. (Barthes, pág.  39). 
         El  poemario de Lila Díaz es imperioso al momento de exponer el sufrimiento humano,  pero también es imperioso al invitarnos a la reflexión ¿Por qué motivo late en  nuestra conducta la guerra? ¿De qué manera podemos extirpar la guerra de  nuestro espíritu? ¿Cómo podemos volver a nuestro centro, situarnos nuevamente  en nuestro origen? ¿Por qué occidente y oriente se reflejan en un campo de  batalla? Mansiones de guerra es un  libro que a veces parece un solo poema, como un cauce que nos acerca al caos y  pendemos de un hilo, el que si soltamos, seremos consumidos por este mar  dantesco, este círculo eterno de oscuridad.   
        
          Nos han vuelto suicidas
                clavadistas hacia el nuevo mar de los  despojos
                anclados por siempre
                a los fondos de la ciudad
                (De Toda  isla es una jaula, pág. 13)
        
        La  guerra, al igual que el deporte, como el gran espectáculo de los últimos  siglos, es algo que claramente preocupa a la autora. La caída de las torres  gemelas, los conflictos en oriente, la noción de terrorismo, entre otros, son  temas que no se trabajan en este libro de manera común, sino que más bien se  reinsertan bajo un nuevo ángulo. Aquí se pronuncia el niño envuelto en  dinamita, la mujer que observa la caída de las torres gemelas, el sujeto que  grita y sentencia la guerra contra el mundo, o contra su vida, la mesera que  reconoce el símbolo religioso como un método de camuflaje e integración. Aquí  se pronuncian como una pregunta, como un ojo crítico, como una cacería que  cuestiona nuestro sentido de vida. Aquí, las mansiones de guerra son los  templos a destruir.
        
          ¿Qué necesidad tienen estos hombres de  atacar?
            ¿Por qué se emocionan los hombres con  este espectáculo?
            ¿Por qué se entregan totalmente a él?
            ¿Por qué este combate inútil? 
            (Barthes, Del deporte y los hombres, pág. 77)
        
        Lila  Díaz lo sabe. La necesidad está en construir estructuras. Se emocionan porque  observan cómo se eleva el templo. Se entregan porque se ven reflejados en la  victoria. Combaten, para levantar estas mansiones de guerra. 
        
          La luz se apaga
                y otra moneda alumbra
                Pequeñas maravillas de la muerte
                reliquias del santo y su hueco desnudo
                reliquias del cielo y su imperio minado
                (de A  media Luz, pág. 37).
        
        9 de Julio del 2013