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Acerca de Bellas de sangre contraria, de Lilian Elphick. 69 páginas, año 2009
Mosquito Comunicaciones.

Un libro inagotable en su brevedad

Por Juan Mihovilovich

 

La mitología es parte de una humanidad que recrea, de tarde en tarde, los vestigios de la historia, de los conflictos individuales y colectivos, que simboliza los deseos y los contradeseos, las aspiraciones íntimas, los tabúes, los misterios de existir, de ser vida, en suma.

Y en esa mitología, diversificada por una estructura de relatos (mitos, al fin) relativamente cohesionados se van conformando religiones, culturas, narraciones o variadas expresiones de lo que suele ser sagrado, de lo que da forma y consistencia a una época en base al diseño de creencias que tienen un carácter o trasfondo imaginario.

Sin embargo, el mito procura una explicación –o varias- que van desde el origen del mundo, la historia de nuevo, la fenomenología natural y, además, insinúa, a partir de la tradición y la leyenda, algunas aproximaciones a hechos que no tienen instrucciones sencillas.  Pero, igualmente, y aquí radica parte importante de este texto de Lilian Elphick, no sólo se trata de un bello proceso interpretativo –que sin duda lo contiene y lo realza-  sino que también se vincula con una fuerza natural o deidad femenina que da cuenta de un universo mágico, sentencioso,  innovador, agudo casi siempre, sarcástico en ocasiones.

Desde esa perspectiva femenina evidente, estos relatos inmersos en una innegable poesía, van colocando a la mujer en los márgenes de una realidad que intentamos descifrar a través de punzantes ironías o mezcladas con indiscutibles afanes lúdicos que hieren o sacuden la pesadez intelectual.  De ahí que las narraciones se nutran con palabras y frases que  aguijonean la mente y dejan, de vez en cuando, sus lancetas en una emotividad cáustica, algo contenida. “Las mujeres me condenaron a llevar una roca a la cima de la montaña, en castigo por haber seducido a sus maridos con ululares y laxos oráculos. Y esta piedra que mis manos empujan y arañan es un alivio. La lapidación hubiera sido mucho peor.” (Sísifa II)   O bien, el texto atraviesa el mito antiguo y lo nutre de voces musicales recientes en una suerte de mixtura implícita donde el señuelo es un paso del tiempo inserto en la alegoría: “Efectivamente, el bolso es de piel marrón… (Serrat, sin duda) Antes estaba maltratada por el sol y la brisa marina, ya sabes, y con la curtiembre adquirió el tono ideal. Después me haré un par de zapatos de taco aguja…etc.”  Para finalizar con: “Extraño, eso sí, esas madrugadas donde el amante de turno, bostezando, estiraba sus manos para que yo ovillara la lana del tejido  deshecho.” (Penélope II).

La narradora diversifica el lenguaje, lo adapta, lo metamorfosea y nos lo endilga con una especie de reflejo invertido, de una suerte de espejo difuso y paradojalmente nítido en su fraseología.  Así puede invertir el mito en Sansona por ejemplo, o dejar la lectura abierta en Vulcana (una reversión del dios de las armas) y Jasona, (el mito de los argonautas y la única mujer arquera, Atalanta) muestras innegables de un mensaje elíptico que  sacude el patriarcado milenario, el machismo inveterado y esa secuela entristecida y aberrante de guerreros sin causa ni destino. Sin embargo, la acritud del mensaje no está exenta de una leve dosis compasiva, como en Hipatia (recuérdese que ésta filosofa y maestra neoplatónica griega natural de Egipto, fue linchada por una turba de cristianos) donde, a pesar de que “Los ciegos me arrancan los ojos, los ignorantes me extirpan el conocimiento, las madres muerden mi útero…En el nombre de Cristo...”  Finaliza aferrada a lo que queda o perdura: “Y en mi nombre quedan las estrellas, el agua gota a gota, el amor a la palabra.”

En suma, un libro inagotable en su brevedad, pleno de simbolismos, de recovecos que nos dejan en encrucijadas que advertimos de pronto, casi como una bofetada sabia y reflexiva; un texto que coloca  sobre la balanza de la realidad la potencia con que el mito la traspasa y la recrea o reinventa;  la fuerza con que Lilian Elphick transgrede los géneros y hace también de la hermosura de contar,  un mito.

 

 

 

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