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El Incesto Cultural del Familión Chileno o las Erres y las Zetas de un Paisaje Feliz

Por Pero Lemebel
Publicado en Rocinante,  Junio 2000.


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Como si el reloj de la historia hubiera retrocedido a los años de empingorotada alcurnia, por allá cerca del cuarenta. Cuando la capital era un revoloteo de familias rancias, emparentadas todas entre sí por las zetas y erres del apellido paltón.

  
    Y era costumbre preguntar ¿Usted pertenece a los Anguita de Aculeo o a los Aninat de Polpaico? Porque en ese Santiago de reaccionario provincianismo, la fetidez incestuosa de la burguesía, hermanaba en espiral de cola de chancho a la clase política, la nata cultural y el ocio platudo de ese ghetto chilensis que se miraba narciso en las páginas del Zig-Zag, donde los aristogatos satisfacían su ombliguismo social.

     Actualmente esa misma decadente descendencia se pavonea en el entablado público de esta enclenque democracia, porque las redes de comunicación masiva están en poder de la garra de una derecha económica que excede su “Agarra Aguirre” hasta el “Agarra Larraín” o “Agarra Edwards”, multiplicando el sermón putifrunci del abolengo familiar, que cada domingo en El Mercurio, luce su nariz respingada en la foto del cóctel de la vida social. El escenario público donde el país se reconcilia con una copa de champaña en la mano mordiendo un canapé tricolor. Allí, en este álbum de monitos con derecho a voz y opinión en el Chile democrático, es posible encontrarse con esta fauna político cultural que empapela el día a día de la tele magazine y las revistas pituzas. El puñado de rostros blancuchentos, refinados por la cosmética de la compostura, o por el aclarado de mechas e ideas que sutilmente blanquean el acontecer nacional. Ahí, en la franja estético-atontada del Chile público, hace nata el familión paltón que opina de todo, el familión chileno, que en su incesto patrio produce de todo: políticos, músicos, curas, modelos, escritores, viejas solteronas, y hasta un mariposuelo camuflado bajo corbata varonil de estos tiempos cursis. Como la familia Chadwick, la familia Aylwin, la familia Frei, la familia Alessandri, la familia Gumucio, o la familia Piñera, tan prolífica y numerosa como un panfleto anti aborto, pero en papel couché y auspiciado por la beca Andes.

    La familia Piñera, una de las pocas con derecho a reproducir la moral liberal a través del variado espectro político del que se jacta poseer sentado en la mesa del almuerzo dominguero. Desde la extrema derecha economista (remember Pinochet), pasando a Woodstock made in Arrayán del Miguelito, hasta un candidato presidencial que engordó sus arcas en los mejores años de la mordaza y el horror. Tenemos de todas las tendencias políticas, repiten a coro desde su mediagua cachagüina, cuando todos sabemos que lo más de izquierda que tiene la familia Piñera, es un demócrata cristiano con cara de hostia.

    Así, los conceptos patria, orden y resguardo familiar, les llenan la boca a los propagandistas de esta carbonada parentela que aliña sus complicidades en la vitrina sofisticada del cóctel, del seminario, de la exposición de pintura de la CTC, no importa que sea de Guayasamín, Balmes o Matta, porque allí reunido el compadrazgo chilensis, al resplandor de los flashes, da lo mismo codearse con la milicada facista, con el socialismo reciclado, con el exilio perfumado a ciénaga parisina, y ver respirando el mismo aire, los mismos humos, al presidente Lagos, a Hortensia Bussi, y a Lucía Pinochet H., que muy cocoroca cree que puede estar en todas las galas del arte, incluso en la de Matta, porque en el gobierno de su papi se ganó ese derecho cultural.

    Quizás, luego de revoluciones populares, dictaduras fachas y transiciones con faja militar, en estos encuentros que avalan el arte y la cultura, se mezclan memoria y amnesia en el mismo trago amargo que sirven los mozos del evento. Tal vez de esta misma forma, la tradición familiona recrudece en la recomendación apitutada de los apellidos. Y para comprender mejor este mapa político-cultural del acomodo y la nominación laboral por estatus, hay que saber que ese connotado escritor vanguardista, es hijo de Julita Astaburuaga, una dama larga y cerosa como vela de misa pascual, star top de la risa con puchero mezquino que babea las revistas cuicas, y su único merito, aparte de ser finísima de pelo largo, es haber sido casada con un diplomático y que a su vez, ese señor de derecha, evidente, “si pos ñato”, es tío de un ex mirista, que por los años sesenta, avergonzó a su regia parentela al sumarse al ardor revolucionario del Mir, esa escalada guerrillera que embruja a las ovejas rojas de la realeza nacional. Y fueron muchos los estudiantes universitarios, artistas, hippies de la high society, que descarrilaron su futuro acomodado por el enamoramiento del cambio social. Sin duda, los sesenta produjo un revoltijo de clases en la apuesta generosa de estos chicos patricios que transaron su perfumado estatus por el hedor de la pobla. De esa desprejuiciada entrega política, quedaron muertes, rostros desaparecidos en las fotos del linaje tradicional. Apellidos ilustres, estampados dolorosamente en el informe Rettig, no son muchos, apenas un puñado de zetas y erres reivindicadas en el arreo colectivo de la raza proletaria aniquilada en la matanza. Quizás hoy, habría que preguntarse: ¿Qué lugar ocupan éstas víctimas en el álbum familiar de la derecha? ¿Cómo la burguesía chilena reconstruye su árbol genealógico teniendo, a su pesar, estos vacíos del crimen y la desaparición? Es posible que algunos de estos casos sean doblemente desaparecidos, innombrables paréntesis mudos en la animada charla de la mesa dominical de los Jarpas, Larraines, Alessandris y Ortúzares. Huecos legales, olvidados a presión, ocultos por el qué diran, negados por la complicidad ricachona con el fascismo de la dictadura militar.

     Así, la foto pública de la familia nacional, estampa el acontecer con su protagonismo estelar. Los elegidos, los clanes de papis, tíos, sobrinos y madrinas que arman su genealogía pública, estirada y oportunista. El resto de país, puede podrirse en el anonimato de sus sueños. El resto de país puede seguir hipnotizado por la farsa comunicacional de la tele y su esquizofrénica actualidad de consumo. Mientras sea así, mientras se crea que el concepto de progreso-familia y futuro son un paraíso, una Polla Gol, o un Kino millonario manejado por el zapping, el resto de país puede seguir siendo un resto, un rastro, un rostro difuso clavado en el pecho de un familiar de detenido desaparecido, que a tantos años de golpear puertas de juzgados y tribunales, se convirtió en el retrato huérfano de la gran familia chilena. La parentela chilena que ronronea cautiva el incesto avergonzado de su convivencia.

 

 

 

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