Ciudad satélite / Carlos Villacorta
Lima, Mundo ajeno, 2007
Por
Luis Fernando Chueca
¿Es Ciudad satélite el retrato de una urbe, o de algunas,
reiteradas como variaciones de una misma percepción? ¿Es la aplicación
de la memoria o el ejercicio de la palabra? ¿Es búsqueda o hallazgo?
¿Autobiografía o libro de viajes? ¿Se trata del relato del duro aprendizaje
de la muerte inscrita en cada paso, o del descubrimiento de que la
vida es tanto necesidad de lucha (“Formar camino Carlitos, aunque
nos muerda el desierto” le dice en abuelo en el poema que le da título
al libro), como recuento de los “sueños reventados”? Quizá una de
las muchas virtudes de este nuevo libro de
Carlos Villacorta sea, precisamente, la renuencia a la respuesta unívoca,
porque vistos en la obligación de contestar, habría que decir sí a
todo y entonces volvemos al principio.
La propuesta básica del poemario es aparentemente sencilla: a partir
de la anécdota del traslado familiar a Ventanilla, se establece la
potente metáfora de la ciudad satélite o, mejor, de las ciudades
satélites, como réplicas modificadas (valga la contradicción) de la
experiencia inicial e iniciática. En ese mismo sentido, todos los
desplazamientos o viajes posteriores a aquel primero de los ancestros
del protagonista se pueden ver como re-producciones de ese momento
fundacional: “Vendrán caminando con su casa a cuestas / desde el norte,
mis padres soltándose las manos. / … / Después vendrán mis hermanos
.... mi hija”.
Pero tras la aparente sencillez se anudan una serie de hilos nada
simples. Ciudad satélite se construye, así, como un universo
de refracciones que busca acercarse a una de las posibilidades más
complejas del ser contemporáneo: la dialéctica cambio-permanencia
cifrada en la experiencia del traslado. Y es que este es un libro
sobre un hombre que ha dejado su lugar; de un sujeto que se siente
extraño donde está: primerizo, como anuncia en un epígrafe
(“Llevo entre mis manos un mapa / aquí todos somos nuevos o primerizos”).
Esto ocurre se trate de la mudanza de Ventanilla a La Victoria, y
luego a San Miguel. O, después, del viaje del hablante poético a los
Estados Unidos. En este último caso, el sujeto deja constancia de
su condición de extranjero que se acerca al centro y en él
descubre, fascinado (y aterrado, quizás), el horror, la soledad, el
vacío, la incomunicación. Pero descubre también –y esto es quizá lo
más importante- que todo lo que ve, siendo asombrosamente nuevo, no
es, finalmente, tan distinto de lo que ya había visto. Se le revela
que está lejos, pero está también siempre en el mismo lugar.
Para saber cuál es ese lugar ha recurrido a la memoria. En realidad,
diría que casi se ve obligado a ello para sentirse asido de un mapa
que le permita sumergirse en el caos reconocible en las cartografías
que dibuja. Puede, así, llegar a constatar que las primeras experiencias
registradas por él (las de los tiempos de la infancia) corresponden
también a desplazamientos y desconciertos, a miedos y expectativas,
a desérticos paisajes que se deben recorrer como “mi abuelo recorría
las arenas en su micro marchito”: el arenal, entonces, estaba tanto
en Ventanilla, su primera ciudad satélite y promesa incumplida
de la planificación urbana de nuestra capital, como en las nuevas
ciudades de rascacielos, metros, y “muchedumbre silenciosa / que no
está ni viva ni muerta”. Confirma, con todo esto, lo que se lee en
el epígrafe de Enrique Lihn que preside la primera sección del poemario:
“Todo lo que vivimos lo vivimos / ya a los diez años más intensamente”.
El lugar en el que siempre está es aquel que tiene que ver
con la errancia, con la inevitable condición de migrante del
sujeto y de todo hombre, a fin de cuentas, aunque no necesariamente
se haya embarcado en viajes de miles de kilómetros. Por ello la insistente
presencia, en el poemario, de micros, estaciones, metros, buses, aeropuertos,
que son como los disparadores de los trayectos dentro o a través de
las ciudades. Desplazarse por la urbe (o por el mundo) resulta, así,
casi una función vital. Las ciudades (las
ciudades satélites) son como prolongaciones o extensiones de
los propios órganos, y esto le permite al sujeto poético afirmar que
“se desprenden de nuestra oscuridad” o que “la calle 17 en domingo
es un pedazo de mi cuerpo que desemboca / en el pedazo de otra lengua
que es mi ciudad”. Dos poemas me gustaría recordar a propósito de
esto y para terminar. Uno es el que cierra la primera sección y que
lleva el mismo título del libro. En él, la anécdota trivial del trayecto
en el micro del abuelo a través de la desértica ruta se percibe como
un rito cuya iteración dará base y significado a los siguientes viajes.
Lo que evidencia la ritualización operada es que se hace explícito
el momento de enunciación del texto como par indesligable de la escena
original: “Pero hoy que estoy en otro desierto / …” leemos en la última
estrofa del poema.
+El otro texto es el que cierra el poemario, que ofrece la imagen
del hablante poético “en una oscura estación del Greyhound”. Aunque
lo suponemos esperando subir a su ómnibus, el motivo medular del poema
es la escritura: “Escribo en lo apartado de esta ciudad otra ciudad
que no tiene forma / Devórate estas palabras sus calles sus avenidas
sus cráteres que / no han sabido recomponerse, la locura que no ha
cambiado de rostro”. Escribir una ciudad en otra ciudad. Es, pues,
la escritura –la poesía en este caso– la que da sentido similar a
experiencias diferentes en lugares distintos del planeta; es la que
hace viable el trayecto sobre el arenal del caos, el vacío y la locura;
la que hace posible, a fin de cuentas, la existencia de esta dolorosa,
bella, cruel y fascinante ciudad multiplicada con la que Carlos Villacorta,
con indiscutible contundencia y lucidez, ha querido enfrentarnos,
porque sabe –qué duda cabe– que ciudad satélite es también
parte de nosotros.
- Poemas de Ciudad
Satélite, de Carlos Villacorta -
El mundo no se va acabar con un disparo
Primero aparecerá en nuestras calles
esa procesión que canta y danza y vomita rumbo al centro de la ciudad
sin saber que lo que no tiene cabeza
sólo sumerge sus manos en el olvido.
Vendrán caminando con su casa a cuestas
desde el norte, mis padres soltándose las manos.
Con los ojos del lamento
cuando no del ladrido.
Después vendrán mis hermanos .... mi
hija
enlazados y lejanos con la sonrisa y los ojos adormecidos
y no habrá quien los guíe pues por todas partes
gravita el sueño alrededor de la poesía.
Luego, vendrán del sur los exiliados
(los muertos del norte esos no vendrán)
con dos libros atragantados en la mano,
para vomitar una torre de palabras.
Aquellos otros cruzarán el Rímac,
no sin antes recibir un manojo de periódicos
que pregonen
...................... desaparición
...................... confusión
...................... multiplicación
Vendrán a mostrarnos que en ese cerro
se arrojan las esquirlas de la memoria
y las piedras, un pedazo pálido de la tierra
ocultan su nombre al cielo
ellas que no tienen anverso ....... ni
reverso.
Y con sus hilachas y con su ropa hecha jirones
Vendrán desde tan lejos a desordenar la muerte.
.......................XI
...........Ciudad Satélite
Mi abuelo recorría las arenas en su micro marchito
Y un silbido lo acompañaba
- Metralleta, levántate temprano porque si no te dejo-
Y se iba a vaciar la autopista de Ventanilla
de pasajeros y perros
porque no había nadie más veloz que él
porque tendía entre la ciudad
y la ciudad los sueños y las pesadillas del arenal.
Mi abuela no era Penélope
Pero tejía un cometa
...................... frente a la estática
de un televisor encendido
(en Ventanilla se balbuceaban noticias del viaje en el tiempo
de la velocidad infinita)
- Formar camino Carlitos, aunque nos muerda el desierto-
Alrededor de Lima giran las ciudades satélites
y sus tinieblas ladrando el micro vacío.
Pero ahora que estoy en otro desierto
las moscas sobrevuelan anunciando
........... .. .. .. .. .. .. .. . . . .. . ..
............. golpe
............ .. .. .. .. .. . .. .. .. . . .
. . ............ reacción
............ .. .. .. .. . .. .. . .. . . . .
.. ........... inercia
y nadie se ha levantado a tiempo
y mi abuela con la arena entre los párpados
y hay que regresar a Ventanilla
pues a mi abuelo lo ha mordido el desierto
y el mundo no se iba a acabar con un balazo
pero con un quejido.
.......................XV
¿De dónde habrá venido esa hélice fría que gira
.......... .. .. .. .. . .. ...............y
rueda como una estrella?
Ha caído como manzana sobre manzana
Oscura como fruto del paraíso
sin rastro de serpiente.
No cayó sobre roca y no creció
ni sobre espinos y no creció
y no cayó en tierra buena y no creció
pero cayó en el camino
.......................donde la
muchedumbre enamorada
.......................vocifera
diluvio y decapitación
.......................donde la
muchedumbre silenciosa
.......................que no está
ni viva ni muerta
se ha lanzado a los puentes a ver el cielo que ya brota de los escombros
.............. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. . . . . ...........de
los edificios
.......................donde la
muchedumbre arrojada del paraíso
.......................deposita
aire y ceniza
.......................bajo el
árbol de hierro de un dios muerto.
.......................XXIII
En una oscura estación del Greyhound
Escribo en lo apartado de esta ciudad otra ciudad que no tiene forma
Devórate estas palabras sus calles sus avenidas sus cráteres que
no han sabido recomponerse, la locura que no ha cambiado de rostro.
Por ahí ya reptan en los pasillos
y mientras escribo con el equipaje congelado
se me estrecha la garganta
¿Qué palabras podrán salir de ahí
sino un desierto marchito, mi ciudad inundada?
Escribo en la ceguera de esta noche, una ciudad desembocada
Árida .......................tal
las palabras que se quiebran
¿Podrán encender esta estación?
Allá afuera el hielo ha entumecido las articulaciones
+ los rostros que viajan en los metros han dejado de sonreír
son deshabilitados con documentos rumbo a la nada.
Y en su lógica esta ciudad se abre a la locura
Y en su dispersión la otra se encalla en mi memoria
Ahora que la poesía es un micro marchito
¡yo te saludo pasajero incierto!
* * *
Carlos Villacorta
Gonzáles (Lima, 1976) Estudió Literatura
en la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 1998, formó parte
del grupo de poesía Inmanencia con el que publicó Inmanencia
(1998) e Inmanencia: Regreso a Ourobórea (1999). Fue invitado
al Primer Junio de Poesía (Mexico D.F., 2000) así como al Encuentro
de Jóvenes Escritores (Cuzco, 2004). Sus libros incluyen El grito
(2001) y Triptico (2003) y Ciudad Satélite (2007). Fue
editor del periódico peruano Odumodneurtse!, publicación dedicada
a la poesía actual. Ha hecho la selección y antología Los relojes
se han roto: Antología peruana de los noventa (Guadalajara, 2005).
Desde el 2004, radica en Boston donde sigue un doctorado en Literatura
Hispánica.