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A 25 años de la publicación de Rincones de Luis Fernando Chueca
La guerra interna como metáfora elusiva
Por Paolo de Lima
Publicado en diario Exitosa (Lima, 11 septiembre 2016): 17.
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Rincones (Anatomía del tormento), primer poemario de Luis Fernando Chueca, escrito en Lima a finales de la década del ochenta y publicado en esta misma ciudad en 1991, es también el primero de la denominada generación del noventa en dialogar con su realidad de violencia política. El libro apareció en otoño de dicho año, es decir pocos meses antes de Zona dark (octubre 1991) de Montserrat Álvarez, entonces novísima autora cuyo poemario contiene varios poemas directamente relacionados con la guerra interna, a diferencia de Rincones, cuyo vínculo se da como una metáfora elusiva en la que mutilación, quiebre, desestructuración y castigo del sujeto poético se manifiestan a lo largo del libro. Es decir, en Rincones las relaciones con la violencia externa son inconscientes, presentes a través de un lenguaje simbólico y mítico.
Desde un inicio, la crítica que comentó el poemario notó los síntomas de tal problemática. Así, Rocío Silva Santisteban lo leyó como “una extraordinaria reflexión sobre el cuerpo y las mutilaciones del cuerpo”, enfatizando paralelamente “la desmembración” y “la búsqueda en los rincones de las derrotas” (Somos de El Comercio, 26 octubre 1991). Rodrigo Quijano apreció una “suerte de tupacamaru poético”, y señaló a su vez que “ya desde los Rincones que anuncia el título está la idea de una intimidad seccionada. Chueca deshace el cuerpo del poema y convierte el desmembramiento en su poética. Y así, es este descoyuntamiento el que articula los doce poemas de este libro sin secciones: por un lado, la idea analítica de la disección y, por otro, cierto dejo sórdido y oscuro” (Sí, 28 octubre 1991). Y José Güich encontró que “Rincones hurga en el cuerpo humano escupido, satanizado, erecto hacia el infinito. Además, en un escenario inmejorable: la ciudad condenada, ambivalente, sujeta al gran vacío. Irguiéndose sobre ella, desafiándola y sometiéndose, un abigarrado conjunto de intestinos, falos, tendones” (Caretas, 04 noviembre 1991). En suma, los tres críticos coincidieron en que los signos propios del contexto marcan la experiencia del sujeto poético descentrándolo. Y es que, efectivamente, si bien el tratamiento del tema es intimista, las representaciones (cuerpo atormentado, putrefacto, muriéndose y/o ya muerto) recogen el ánimo y “tránsito inútil” de la comunidad nacional del momento. La referencia a la violencia política se da, pues, en forma de una violencia interiorizada.
En Rincones, un sujeto poético masculino habla en primera persona desde la descripción de su propio cuerpo el cual, en tanto “objeto” de conocimiento, va a ser visto en su condición de “naturaleza”, es decir fuera del ámbito del “espíritu”, de la “razón/sujeto”. Así, en “Despertar I” reinicia “la huida / entre los restos / de una ciudad desesperada”. Esa ciudad es Lima (“ciudad fuego y piedra / endurecida”), entendida como marco de las violencias privadas que recorren el poemario, y como contrapunto externo de esa aventura de la degradación corporal. De allí versos como: “Enfrío mi cuerpo a / martillazos” (“Desgarramientos II”); “Mi cuerpo entero cae / sobre una calle /me pisan todo el tiempo / me tapan la boca / Patean mi culo y mis espaldas” (“Intento y recaída (ritual I)”); “Añoro que cada uno / de mis huesos / sea lamido por un perro” (“Sacrificio (ritual II)”).
En “Primera caída” se lee: “A veces quisiera no encontrarme / tan a gusto / con mis manos. / Quisiera no saber / que mis uñas son / perfectas / y mis ojos / tan hermosos”, para enseguida pasar a una identificación con el Otro social: “A veces sueño encontrarme / común entre comunes, / hermano / entre / los rostros / desgastados de la calle”. En esta doble confluencia, la del Uno bello y armonioso, y la del Otro común y desgastado, se ubica el discurso del poemario. Esta convergencia, además, guarda relación con los dos niveles en los que se mueve el libro: uno de desgarramientos y otro de recuperación. Con esta identificación de niveles el sujeto poético procura construir un espacio en el cual establecer un tipo de seguridad en medio de la debacle (“cementos de gemidos”), es decir una búsqueda de espacio individual dentro del sálvese quien pueda de cierta conciencia capitalina (“el sobrio placer de la putrefacción”). Esta búsqueda se da paralelamente al recorrido por los espacios de la introspección y de la “ciudad vacía” (“La ciudad: Lima, / grande y pestilente”), lo que conlleva a la experimentación de la violencia y a una desconfiguración personal y social.
Lo fundamental en Rincones es que esta desestructuración se manifiesta en el plano mismo del lenguaje poético, lugar donde se aprecian las resonancias propias de la violencia simbólica y social por medio de una tensión entre, por un lado, los versos cortos y cortados (fracturados) y el expresionismo posible, y, por el otro, el cuidado en el tratamiento del lenguaje en tanto escritura. El repliegue en lo privado y corporal que explícitamente se da en el poemario, y que es manifestación de la crisis de los discursos totalizadores que se desarrollaban en aquellos momentos a la par que estallaban uno a uno los vínculos de la convivialidad social, se resuelve, dramáticamente, en un sujeto poético que se inflige violencia como si en medio de ese tiempo de bombas, muertos y desaparecidos no hubiera salida sino en el ejercicio mismo de la violencia.