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        Muestra poética
        Leonardo Fontani
          
          
         
         
         
        
          
          
           
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        Leonardo  Fontani, escritor argentino, 30 años, ha salido en dos publicaciones  cordobesas: Jueves, del grupo de  poesía el Ático y Proceso ON/ON del  taller Demolición Construcción. Publicó el libro de poemas Escamas Adentro (Editorial Babel, 2006) y con el que recibió el  mismo año el Premio Cabeza de Vaca por el Centro Cultural España de Córdoba. Diseñador Gráfico, reparte su tiempo  entre su quehacer cotidiano y la escritura, buscando   siempre buscando. Textos suyos  pueden encontrarse en su blog: espacioletraespacio.blogspot.com. Aquí una breve  muestra de adelanto de su “Ineditario” como lo llama prematuramente para  letras.s5.com
         
         
         
        0.1
          Escribo en mi cabeza una y otra vez, renuevo cada palabra que pronuncia  mi boca y borro todos los poemas escritos por volver el tiempo atrás. Del  tiempo de las flores ya nada quedará, todo el fuego se llevo. Mi voz es un  viento que a veces huracán rompe todo a su paso. Ni bien lo pienso, me detesto,  ni bien lo pienso me revuelvo en mi, partido, quebrado, sabiendo la muerte  cerca, depongo armas y desnudo rompo en llanto junto a los árboles de mi  pasado. No he sido vil ni demente, no he jurado amor ni muerte. Todo lo que fui  está escrito en un puñado de papeles. 
        La resina corroe mi abrazo de baobab, la resina inunda la poca tierra  seca que queda en este muladar. He nacido para decir lo triste. Para repetir  hasta el final la infinita holgura del dolor en tu vientre.  Una estirpe de lamento ha teñido nuestros  cuerpos. Nuestras manos estallan en sangre al pensar, siquiera en la finura  lánguida de tu pecho. Pocas palabras valen algo cuando el corazón es solo un  eco de lo que alguna vez creció tan fuerte. 
        El tiempo nunca sabe donde guardar sus propias calles. Sus callejones  llenos de humo viejo y gastado. Si pudieras verlo y decirle que no hay más  armas que el amor en esta tarde. Que la luna es tu rostro cuando duermes. Que  no es necesario untarse el cuerpo de llagas viejas y salir a hundir dagas.  Porque el amor todo lo puede. Todo lo intenta y cuando nada más hay, solo queda  tu amor, envolviéndote, como la primera vez, como la última vez. 
        Amante del drama te suplico que me perdones. Amo de la tristeza te ruego  me consueles. Soy la turba agitada que se encuentra entre tus pantalones. Soy  la madre de un niño perdido en una multitud de perdedores. ¿Cómo te explico  tanto dolor, tanta vergüenza? Si no te alcanza mi desnudez golpeada, herida por  la injusta palabra. Amo del silencio, te imploro me ahogues en tu infinita  sabiduría. Soy la boca del pez, la desdicha más pura por donde germinan los  males. 
        Despacio mi voz se va quedando a oscuras. Despacio voy poniendo letra  tras letra, llenando mi poema de versos y silencios. Despacio entregue mis  piernas a la tierra blanda y dibuje las plumas de mi espalda alada. ¿Dónde si  no, puedo estar hoy? Dónde más pertenezco sino   al barullo mismo que atesora este frágil mundo, donde nadie nos ve  partir. 
         
        0.2
          Entre las alergias y la falta de aire, me pregunto donde deje mi último  zapato y me puse a caminar desnudo entre el fuego de mil volcanes. Hace tiempo  ya que no siento latir los ojos o que no me explota en la mano una granada de  destellos y sorpresas. Me fijo en los rincones de casa, con pegamento me adoso  a los bordes de la ventana, y rumeo las quejas de un corazón asolado por su  propio deseo, su falso ego. 
        ¿Estoy en el lugar que quiero estar? me retumbo la cabeza con esa  pregunta una y otra vez y el estomago se retuerce, escupe un líquido verdoso  como un eco: Me quiero ir. Me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir. Repite mi  piel escaldada, mi pelo seco y muerto en el inodoro. 
        No me alejo pero sueño con hacerlo. Esconderme de las miradas oscuras,  de los bordes filosos, de las falsas costumbres. No puedo con el beso seco, con  el oído roto de escuchar lo mismo. Todas las palabras que aprendí, que repito  continuamente y se afianzan en mi cabeza como una red que teje mi desconcierto,  mi ida y vuelta a los pantanos. 
        Y me arden los momentos. los urdo en soledad con mi manto mágico  arremolinándome con ellos en cualquier rincón de casa, mientras veo bailar a  las moscas y mi instinto cobarde, asesino, se apresta para saltar sobre ellas,  darle un zarpazo eléctrico y convertirme en un ogro salivante, jadeando en la  mitad del cuarto. Desnudo de boca y mundo. 
         
        0.3 
          Nunca me aprendí las canciones que escuchamos.  Ni las voces, ni las melodías. Siempre fueron un eco de lo que sucedía entre  nos. Escapados de tanta memoria, no supe nunca como se componen las letras, ni  como se le canta al amor. Solo tengo un saxofón que nunca termine de pagar,  enmalezándose en la herida de mi oído roto. No tuve ni siquiera la pinta ni la  pilcha de un buen escritor y el poco humo que me llegó, duró lo que duran las  madrugadas largas con una servilleta sobre la mesa y una bic tartamuda con la  tinta seca. Soy un vicio del pasado, mientras miro la memoria colectiva que nos  ungüenta a todos con el mismo barro de infelicidad. Soy una larga historia de  cosas que nunca pasan. Ni la sonrisa de la costanera, ni el viaje en micro  hasta tu pollera. Me recuerdan estas letras a esas oscuras películas de los  treinta, que nunca vi, o solo vi mirando otras películas. Nunca supe leer entre  líneas y los párrafos largos son una causa perdida, para mí, lector de tercera  que no sabe cómo se escriben los versos que llegan. 
        Recuerdo aquella vez que corrí bajo la lluvia solo para darte la mano, y  nadie ahora hace una película sobre la vez que corrí para darte la mano, bajo  la lluvia corrí, como lo habrán hecho miles de enamorados. Pero yo fui, esa vez  el que con el peso del agua y las heridas abiertas se metió en el bar donde  estabas y mojando las mesas y las sillas, me senté y te pedí perdón y te di la  mano, como tantos lo habrán hecho, pero fui yo a buscarte, porque lo que perdía  era todo lo que valía para mi, aunque nadie hace películas de las cosas que me  pasan, yo te quería y te quise tanto como para ser un pasaje cotidiano en la  lectura de un diario y escape (me salve), de morir a los veintisiete años. 
        Entre las hojas del recuerdo guardo algunas hojas con mi nombre y ese  pedazo de mimbre donde me sentaba a ordenar el silencio que poco a poco se  volvía en mi mansa costumbre. Fui el eco y soy el eco del silencio y cuando vos  hablas con tanta sangre y baba y te lloran los ojos y te lames las garras y te  salen espinas de la lengua con la que hablas y me decís todo lo que hay que  cambiar, lo que fuimos, lo que somos, lo que serán nuestros hijos cuando este  mundo sea guerra y no tierra y yo esté muerto y nada pueda hacer ya más que  lamentarme desde la eterna mecánica de la infinidad, yo soy el silencio. Más  que nunca soy el espacio entre tus palabras, entre tu peludez de sombras  arraigadas, soy el eco de un silencio que se extingue mientras me decís que  somos hijos del amor y que hay que salir al centro a gritar a los cuatro  vientos, yo sigo siendo el silencio, el oscuro momento cuando el escritor entra  en coma y no sabe a donde están las letras, el cigarro cae de la boca y lo  único que queda es abalanzarse sobre agujas y pedazos de goma. 
        Recuerdo porque no escribo, porque no entretengo con mis decires bonitos  a media raza de alocados turistas de este tramo de la historia. Recuerdo la voz  de un locutor amigo, relatando el fuego de los fusiles y el canto de los  dormidos. Y no soy yo, quien tiene la palabra exacta ni la más mínima idea de  cómo armar una revolución o como hacerte mirar para otro lado. Yo, miserable  yo, que me escondo entre tus piernas y solo puedo hacer lo que mi cuerpo intuye  como un acto de amor y descargar mis cartuchos sobre tu pecho desnudo y  decirte, que te calles, que te mueras, que me muera, en ese momento que dura  unos segundos, apagar de un golpe el mundo y dejar que la oscuridad nos inunde  el cuerpo, que nos robe la memoria y seamos, solo seamos por un momento, la  pura densidad del universo. 
          Materia pura que gravita sobre el fuego. 
          Un infierno quieto. 
          Por un momento. 
         
        0.4
          Ver un par de barcazas en las márgenes del rio, del dique, del monumento  de agua ese que te dignas en in a visitar de vez en cuando, pensar que se  merecen una foto, pensar que hay gente allá afuera que se merece esa foto,  pensas que te mereces que haya gente en esa  foto.. Pero no hay gente, hay un par de barcazas solas en las márgenes de un  rio, de un dique, de un montón de agua que se acumula hasta el borde de tus  oídos y después te tapa y aceptas que te estás ahogando, que el mundo como lo  conocías (en blanco y negro) no es una película y que la muerte (que se  aproxima) puede venir en una barca numerada o en un montón de palabras, que al  final no dicen nada. 
          No abrís la puerta, no tiras la caña, no salís al mar con tu barco  número 39 para ver qué pasa, me quedo en la orilla, escribiendo una fotografía  de un fotógrafo amigo que me la alcanza y me dice que me merezco esta foto. 
          Le escribís como le escribís a las medusas, a las mojarras que nadan  bajo el agua. El agua que te moja los pies en este momento y que me empapa. Que  huele a pantano y no es pantano, que huele a mueble viejo, a madera de barco, a  perfume de degollado mirando fotografías. Mirando lo que pasa ahí afuera, con  el borde blanco, o sin el borde. 
          
        
        0.5 
          Diariamente recurro con mi memoria a un pensamiento que no me es  indiferente. La noción del tiempo laxo, de la flexitud del espacio en el que  discurrimos como babosas lentas en el patio de casa. Voy camino a un geranio, verde y tierno, con mis antenas firmes y mi andar lento y de pronto tu  pata gigante, tu suela de goma gastada llena de mugre me pisa y me levanta por  los aires y todo mi paisaje cambia. Mis amigos quedaron ahora en el patio, mi  familia cerca de los malvones y tú me has traído inconsciente a este frío  espacio de azulejos blancos y pisos cerámicos. 
        En este devenir de botas y zapatos gigantes que se suceden a toda hora  trato de esquivar la muerte a cada paso. Trato de entender el oscuro placer que  te causa mi desventura. Pero la distancia ya fue vencida una vez, y lo será  nuevamente. En mi frente late el recuerdo de aquel geranio, verde y tierno, doradas sus hojas por  el sol, movidas por una brisa suave. Emprendo mi camino lentamente pero no sin  dejar huella. Como los hilos que tejen el destino, dejo mi baba entorpecer tu  perfección de cerámicos pálidos, dejo mi baba cubrir tu tierra con mi más dulce  veneno. 
        Y sin embargo el patio esta siempre allí. La familia, los amigos, el geranio verde y rosado. El sol como una toronja gigante cubriendo las macetas,  el asfalto blanco y el verde pasto. Mil babosas recorriendo todo el universo y  yo, del otro lado de la puerta de alambre, quieto frente a un último paso, a un  salto blanco hacia el vacío conocido, hacia la maceta de siempre y los abrazos  y los afectos. Quieto frente al retorno hacia tus cerámicos rojos, hacia un  frenesí de botas, zapatos y paredes altas y luces extrañas colgadas de los  techos. Quieto frente a mil bocas de insectos dispuestos a devorarme, a jugar  conmigo la danza de la muerte mientras mis hilos de baba les cubran los ojos y  nadie esté allí para observarnos. Salvo vos, quizá con tu bota de goma gastada,  esperando el momento para echarme encima un gramo de sal y verme desangrar  hasta la última gota de baba. 
        La muerte como la memoria se desenmascara tempranamente. No me alcanza  la gula de la aventura sin eco, de las batallas con escarabajos y cucarachas.  He visto con mis propios ojos como el tiempo se comprime con cada paso que dan  esas botas gigantes y comprendí frente a esta puerta de alambre que el  sacrificio no es necesario, que la moneda rueda en los dos sentidos y que nada  hay ya que no haya vivido. Salgo al patio libre de tus tormentos, libre de tu  risa malvada escondida detrás de la ventana, con el salero en la mano. El sol  me da en la cara, el geranio sigue allí, pienso en la noción  del tiempo laxo, en la distancia que no es distancia. Siempre estuve aquí.
         
        0.6 
          I 
          Tiempo hace que los bosques no pertenecen a sus dueños.  Tiempos llenos de voraces sonidos, gemidos de la espesura, llantos milenarios  derramados sobre las piernas de mercurio. 
    
          La furia del silencio me atormenta tanto que no puedo más  que dormirme y esperar que todo pase. 
        II 
          Me pretendo uno más, me pretendo  asalariado en la puerta del tren, esperando despacio para abrazar mil  desconocidos que son yo. Mil desconocidos que son el calor, la energía que  mueve el tren que nos lleva, desconsoladamente nos lleva, hasta el final de la  estación. 
          III 
    
          Me pretendo una coma sin espacio, solo una coma en un  abultado texto. Palabras mayores, palabras justas. Grandes letras de grandes  autores. Yo, una coma. Una coma que no es punto ni cierre, ni cosa de otro  mundo. Una simple coma que todo lo que hace es dar aire para que el mundo siga  resolviéndose a sí mismo en busca de ese dios que no es más que un simple  espejo. 
        IV 
        Si quiero silencio, debo cerrar el mundo ante mí, apartar  el cuerpo de mí y ser el mismo silencio. Si quiero Dios, debo cerrar el cielo  ante mí, apartar mi espíritu y ser el mismo Dios. Nunca alcanzan las palabras  para ser todo lo que se quiere ser. 
    
          Hay que ser. Viento, mar, voz, llanto y excremento. Hay  que serlo todo. 
         
        0.7
          Dibuje mil rayos sobre mi espalda, que  era de tierra, a veces seca, a veces húmeda, a veces yerba, a veces desierto.  Mil rayos sobre un papel que fabrique con mis propios huesos de cuando me  cortaron los dedos, a veces una pierna, a veces el pecho, a veces, solo a veces  un pedazo de cráneo rallado para fabricar mis hojas donde dibujar mil rayos.  Cada vez que miro, sale el sol y llueve en este largo y vasto entierro de cosas  que se mueren, como a veces mueren los que queremos, o a veces lo que ni  siquiera conocemos, o a veces se mueren las plantas y los geranios, aunque los  geranios también son plantas. Entonces miro y llueve y sale el sol y cada día  que pasa es una ciudad nueva que se alimenta de la misma gente que da a luz más  gente, aunque a veces los nuevos nacen en la oscuridad de unos cuartos sin luz  porque a veces pasa que esta gente viaja y reconstruye los viajes que hicieron  otros, poniendo los pies en las mismas huellas que ahora son otras huellas, la  de la gente nueva que viaja hacia lugares nuevos o viejos porque ya fueron  recorridos por otras personas, pero a veces no es lo mismo, a veces es como ver  llover y dejar de hablar. 
        ¿No será que estoy cansado de pretender  ser? intentar por todos los medios que una palabra tenga la fuerza de un  corazón que late… Si, ya sé que es cursi eso, pero es lo que es, piénsalo bien  un corazón que late, si lo pudieras ver, no el tuyo, ni siquiera el de la persona  que amas, un corazón cualquiera, latiendo, un latido sin más razón que un  latido, tiene infinitamente más fuerza que cualquiera de estas palabras, que  cualquier composición a la vaca que yo pueda hacer y es verdad hay palabras que  reconfortan, que enamoran, pero hasta ahora no he visto palabra alguna que  reviva un corazón quieto, por así decirlo, aunque podría decir un corazón  muerto, pero es más violento. En fin palabras más, palabras menos, prefiero  siempre un corazón despierto que un poema sobre lo muerto. Aunque todos nos  vamos yendo, y las palabras quedan y eso habría que pensarlo. 
         
        0.8
          Serán las horas de mirar con otros ojos, con los ojos del alma, las  cosas puras que la vida nos disponga. Tiempo hay de entretenerse con lo mundano  en un día cualquiera. Pero hay que hacer del pecho una hoguera y salirse afuera  del costal de humanidad que nos encierra, de las manos torrente de agua calma y  entregarse a un viaje sin equipaje por la otra tierra. 
          Yo me pregunto, lo que tal vez otros se preguntan y me miro  desconcertado, porque realmente no hay en este mundo palabra que pueda  responder a estas preguntas. Cada vez más esa sensación de no saber con la  cabeza, pero saber al fin, de otra manera, de estar brotado de silencio para  decir las cosas, de dejar al viento hablar antes que a mi propia sombra. Porque  al final, cuando le pongo pensamiento a lo que fluye sin tiempo termino por  ahogar un río eterno. Ahogar el río en el río mismo. Y la boca se me abre, cada  vez más grande, más grande. Hasta darse vuelta los labios y comerme la nariz y  los ojos, la frente y la cabeza, hasta ser solo una lengua colgada de mi  cuello, dispuesta a decirlo todo, a dejar en palabras alguna respuesta.  Entonces de mi mano brotará un corte limpio que acabara esa lengua siniestra de  cuajo. Entonces el silencio: La brutalidad abrumadora del silencio, si se puede  nombrar así, si es que le alcanza ese continente de letras, si en verdad puedo  entender todo este magnífico infierno como el silencio. Este páramo de luz.  Esta infinidad, a la que no alcanza ya ni el ritmo de mi respiración, ni la más  libre meditación. Esta infinidad hacia ambos lados, y sin mirar, cruzar y  sentirse expuesto, como una herida abierta al viento, a toda esa luz que no es  luz, a todo ese silencio que no es silencio. 
        Hay detrás de todo esto una pelota de trapo a punto de  explotar, con toda mi inocencia de barro y arena, para dejar atrás este  plano-materia y hundirse suavemente en lo profundo.