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Presentación de Treinta años en el Desierto, de Fernando la Torre.
Por Luis Gutiérrez Infante
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El poeta y escritor mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura (1990), en su célebre ensayo El arco y la lira, nos ilusiona con un posible concepto de poesía. Al respecto, Octavio Paz señala:
“La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono, liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Aísla y une. (Es una) invitación al viaje y (un) regreso a la tierra natal. Diálogo con la ausencia… Oración, letanía, conjuro, magia, copia de lo real, copia de una copia de la idea. Locura, éxtasis. Regreso a la infancia, nostalgia del paraíso, del infierno. Confesión, música, símbolo… El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo, palabra del solitario, pura e impura, sagrada y maldita, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno…”.
En otro sitio y en una fecha más reciente, un escritor chileno compara la poesía con un Aleph, la pequeña esfera luminosa que, en el relato de Borges, se anida en el peldaño diecinueve de la escalera que conduce al sótano, en la residencia de Carlos Argentino Daneri, ubicada en calle Garay de Buenos Aires. Según Borges, amigo íntimo de Daneri, el Aleph es el punto mítico del universo donde todos los actos, todos los tiempos (presente, pasado y futuro) y todos los espacios, ocupan “el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”. De acuerdo a esto, la poesía se complace en contener toda la realidad. Es el origen y el ocaso del hombre, su esplendor y miseria. El resumen de toda su historia. La poesía nombra e inventa todas las regiones. Es cárcel y libertad, es amor y odio, vida y muerte.
Sea cuál sea su naturaleza, la poesía se resiste a ser definida y toda descripción, si no inútil, es una frágil aproximación a su verdadero carácter. Incluso, sostenemos que la poesía no es algo privativo del lenguaje verbal. Existe también en las imágenes visuales, en la música, en la danza, en la naturaleza y en las relaciones humanas, quizás su máxima expresión… La poesía, por tanto, no puede ser explicada racionalmente. Apenas podremos aprehender su esencia. Ingresar a un poema lírico implica un movimiento del espíritu. La intuición es la única puerta de entrada. Y en esto, precisamente, radica su misterio, su magia y su grandeza.
En el mundo real, hay hombres y mujeres que escriben poemas, lo que no significa que por el solo hecho de escribir sean POETAS. También hay poetas que vagan por los caminos sin escribir un solo verso. Pero por fortuna hay POETAS que sí liberan sus sueños y, en un acto de amor y rebeldía, publican sus obras, para el alivio de quienes frecuentamos bibliotecas o asistimos al lanzamiento de un libro. Yo conozco a uno de ellos. Nació en Tumbes, Perú, un luminoso día de abril. Se llama Fernando la Torre.
Fernando la Torre nos obsequia Treinta años en el Desierto. La edición reúne más de cien poemas que constituyen un sistema eficiente. Los textos los emite una voz única, un alma universal que representa a todas las almas del mundo que perseguimos la esquiva felicidad. Se trata de un libro visceral, que refleja miedo y esperanza, vacío y plenitud, amor y desamor. Las grandes obras precisamente ostentan el carácter universal que observamos aquí, en el libro de la Torre.
El hablante fue expulsado del paraíso. Ha sido condenado a vagar treinta años. El desierto es una metáfora de la soledad del hombre. El libro hace referencia a un viaje planetario. El peregrino reniega de su fe e intuye la muerte. Va y viene entre la creación y la destrucción. Se refugia, sin embargo, en un ser divino, mujer amante, fuego infinito, sentido de todas las cosas:
POEMA LX, de Versos Profanos
Yo necesito de la poesía para explicarte
Que me gustas,
Ah! Y un poquito más y siempre.
Para explicar que por ti respiro.
Y te confieso que no me gustan los números
Ni el maquillaje, ni el labial de mentiras
Con sabor a duda.
Me gustan los viajes solo si es para ir de tu mano.
No me gustan las distancias largas,
La única, la de tus piernas a tu boca
Y los centímetros que nos separan del beso;
Es lo único que tolero de distancia: tu mirada.
No me gusta el sol, el calor, ni el frío,
Me gusta la temperatura de tu cuerpo
Y el frío de tus pies al sur,
El calor de tus pechos al norte.
No me gusta el perfume de las flores,
Pero me gusta la esencia de noche de solos tú y yo.
Del vino en tus ojos
Y rosas húmedas en tu lengua.
Me gusta lo que hablas, lo que callas
Lo que muerdes.
Yo necesito de tu poesía siempre
De tu boca, de tu nombre, de tus cabellos.
Recorro las páginas de Treinta años en el desierto. La lectura me emociona. A ratos, me deslumbra. Evoco viejos e intensos diálogos literarios que alguna vez sostuve con un antiguo ejército de poetas: El cantar de los cantares, Altazor, Los versos del capitán; Horizontal, de Pedro Salinas; Los amantes de París, de Gonzalo Rojas; algo de Kavafis; la sensualidad desbordante de Federico García Lorca. Releo algunos poemas del libro. Reconozco en ellos las contradicciones del hombre, sacro y profano a la vez, ángel y demonio, que ama y que sufre, que se condena y libera, que persigue y que huye, bondadoso y corrupto, esclavo y tirano. La poesía me conduce al cielo y al infierno.
Treinta años en el desierto. Su lenguaje es equilibrio. Revela lo suficiente. Esconde lo necesario. Habla y calla. Habita la natural ambigüedad de las palabras sin la cual las metáforas no podrían existir…
En esta fría noche de Santiago, miles de personas entran y salen de las galerías comerciales. Todavía. La jornada ha sido extensa. Sin embargo, repetirán el libreto una y otra vez, en una marcha sin fin. El dinero rige el destino de la nación, dicen. Huidobro agregaría: "Estamos en el ciclo de los nervios, de los objetos". Pero nosotros nos hemos reunido en torno al fuego. Nuestro anfitrión se llama Fernando la Torre. Es un poeta peruano. Su poesía es intensa, radiante, melancólica. Ha publicado su primer libro. Dará la vuelta al mundo. Es una posibilidad y un anhelo legítimo. "El poeta (autor de Treinta años en el desierto) es un pequeño dios".
Fernando, estás muy cerca de Itaca, pero no apures el camino. El desierto, tarde o temprano, florece. Tu hermosa poesía es una prueba de ello.
Museo de Santiago Casa Colorada, Santiago de Chile, 3 de agosto de 2018