Bendición
Y vuelve a congregarse el paisaje.
Cerros oscurecidos.
Bueyes
dormidos en su yugo azul.
Campos pelados,
recogidos en parvas
amontonadas al borde del camino
entre cardos, dientes de luna:
Estragos
de cosecha o de peste.
Y la mujer en la ventana,
la mano extendida, como en pago,
por cada semilla
dorada, llamando
ven, pequeño,
ven
Y el alma
que se escurre del árbol.
Gretel en tinieblas
Este es el mundo que queríamos.
Muertos todos los que nos desearon
la muerte. El grito de la bruja,
terrón de azúcar que estalla en la noche
de luna: Dios vive.
Y la lengua
que se le marchita en la boca...
¿Por qué, entonces,
lejos de brazos y recuerdos
de mujeres, lejos del hambre,
dormidos en la choza de mi padre
que atranca la puerta, nos ampara
del mal, y son años,
no puedo olvidar?
Ya nadie recuerda. Ni tú, hermano,
que en tardes de verano
me miras como ausente,
desmemoriado. Y yo que
maté por ti. Cercada de abetos,
las torres erizadas
de aquel horno ardiente—
De noche busco tus brazos
que me abandonan
¿hasta cuándo? Espías
que silban en el silencio, Hansel,
seguimos allí siempre, siempre,
en esa selva negra, y el fuego que vuelve.
Mensajeros
Basta esperar y vienen.
Rompiendo el vuelo
en el agua negra del estero,
los gansos vienen
y te encuentran.
Y los ciervos:
criaturas del aire,
como despojados de sus cuerpos.
Lentas apariciones
que el sol fija en láminas de bronce.
¿Por qué tan quietos
si no esperan algo?
Casi inmóviles, hasta oxidarse
en sus jaulas de arbustos
arrasados por el viento
que los sacude y desgarra.
Basta soltar el grito:
ahora, ya como la luna llena
con su círculo de flechas
despegándose de la tierra
hasta verlos caer, como pesos muertos
a tus pies, tristeza herida
sobre !a que levantas tu fuerza.
Al otoño
La mañana tiembla en los espinos;
sobre los brotes de campanillas blancas
de rocío, como virgencitas, la azalea
asoma sus primeras hojas, y vuelve la primavera.
El sauce espera su turno, la costa se viste
de una pelusa verde que ya anuncia
el musgo. Sólo yo
no colaboro, habiendo
florecido antes. Ya no soy joven.
¡Y qué! si viene el verano, después
los largos días declinantes del otoño
cuando emprenderé los grandes poemas
de mi madurez.