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Juan Mihovilovich | Luis Herrera | Autores |


 








VIAJE ADENTRO. Diálogo sobre la realidad, la ilusión y la literatura.
Juan Mihovilovich y Luis Herrera.
Litoraltura Ediciones. Año 2020.

(Fragmento) SOBRE LA PROBLEMÁTICA SOCIOCULTURAL



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Juan Mihovilovich: las construcciones socioculturales parecieran obedecer a proyecciones comunes de muchos o de algunos individuos en un momento dado de la historia, luego no debieran ser de la esencialidad, del ser más profundo. Aunque, y he ahí el dilema, o al menos el cuestionamiento, porque ocasionalmente determinados y pequeños grupos logran establecer pautas de conducta que remecen a una sociedad entera. Y no me refiero a las revoluciones en un sentido violento, sino a esos movimientos pausados y escalonados que van rediseñando las conductas que nos son vulgares, o comunes o corrientes, sin ánimo peyorativo. De pronto individuos alejados del mundanal ruido trabajan con ciertas energías que dan la impresión de balancear los polos opuestos, tanto en sus planos internos como materiales. Hombres y mujeres que en lo secreto de sus individualidades han ido tejiendo una historia oculta que pocos conocen y que cuando se descubren remecen la interioridad. Por ejemplo, individuos como HP. Blavatsky nacida en el siglo XIX, que con su Doctrina Secreta (1888, si mal no recuerdo) o Isis sin velo, después, transformó el pensamiento místico y esotérico de la época y sacó, cual mago de la chistera, una interminable red de articulaciones misteriosas que iban encausándose lenta y progresivamente con el devenir de la humanidad. Luego, la secuencia con Rudolph Steiner, Alice Bailey, Annie Besant y otros y otras, para ir dando forma y contenido al movimiento teosófico que procuró fundir ciencia y espiritualidad, lo que dio pábulo para grandes movimientos exteriores, cuyas raíces están afincadas en esta pléyade de ilustres místicos (as) que hicieron de su vida un apostolado de búsqueda incesante. Y claro, la denominada Nueva Era tiene allí gran parte de sus fundamentos, aunque después se haya transformado en una inmensa industria mercantil, como suele ocurrir con quienes se apropian de las causas más nobles con fines espurios. Si uno mira el mundo que nos rodea y del que somos parte, la construcción cultural presente ha devenido en la seudo cultura de masas y de la frivolidad, en la obcecación del poder por el poder y el dinero, que ya visualizaba Ortega y Gasset (“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.”) o varios de los pensadores marxistas modernos más lúcidos, (Marcuse, o Sartre, que veía en la modernización de la sociedad la serialización del individuo, su reproducción en serie y que -creía- que la revolución colectiva podría modificar o retomar al individuo en su sentido más profundo, cosa en todo caso discutible o que tampoco la historia posterior haya confirmado) se apoderó de la vida occidental idiotizándonos a todos bajo el amparo de un progreso que encandiló al mundo con su sofisticación tecnológica bajo el amparo de las transnacionales y nos fue dejando a la intemperie, moviéndonos en lo oscuro, en lo inmediato, en la efervescencia insana de un yo multiplicado al infinito tras la satisfacción de necesidades ficticias, absurdas, sujetas a los vaivenes del tener, de la propiedad, del poseer, no solo bienes muebles o inmuebles, sino acceder al dominio de los otros para aquellos fines mediatizados por la codicia y la ambición desmedidas. En esa perspectiva nuestras ideas del mundo se iban cayendo de a pedazos, ya que creíamos que ser joven e idealista significaba el fin de una burguesía absorbente y opresiva.  Pero, claro, cuando se es joven el mundo es nuestro y luego ese mismo mundo se nos desvanece como proyecto colectivo. Y por ello el cuestionamiento de lo que somos y queremos ser sufre un desorden generalizado. El futuro dejó de ser y el presente se nos fue sin darnos cuenta. En ese desequilibrio de causas y efectos nos invadió el miedo, de nuevo el miedo a existir y ser lo que la esencialidad recóndita reclama. La turbiedad del mundo moderno, no sólo la coyuntura histórica particular, la de nuestro país o la del vecino, nos sacudió de tal modo que las expectativas de querer cambiarlo todo, incluidos nosotros mismos, cayó bruscamente por el despeñadero del control y la manipulación de los gustos, de los deseos, de las apetencias personales que, como obviedad absoluta, dejaron de ser individuales y pasaron a ser presa de un colectivismo mediocre donde, oh triste paradoja, el mismo individuo procedió a cerrar sus puertas interiores bestializado por la banalidad en que se vio de pronto subsumido. ¿Y qué hacer entonces, hacia donde mirar o ilusionarse? Como la pelota que da botecitos a la entrada del área, dejo allí la pregunta…

Luis Herrera: intentemos. En primer lugar, no estoy seguro si los parámetros socioculturales sean responsabilidad o provengan de la irrupción de unos pocos. O al menos, no estoy claro si en la configuración de los nuevos parámetros, después de todo, no participemos todos. Para no ser menos, me remito a Foucault y su idea del episteme, ese conocimiento previo que nos gobierna y determina al momento de emerger en la sociedad y que se irriga por toda la sociedad, de arriba abajo, en la red del poder donde todos estamos involucrados y donde todos somos, en algún grado variable, responsables. Lo que tiendo a pensar es que efectivamente en esta red hay grupos que de alguna forma orientan dónde y cómo se tensiona la estructura, pero que en definitiva la “tensión” la terminamos haciendo todos. Esa idea tira por la borda la sugerencia de clases dominantes y dominadas, sino que todos somos parte de unos u otros, dependiendo de las circunstancias. En nuestro interior hay un Hitler y un Gandhi, que se despliega según el contexto. El yin y el yang, en el que cada uno cultiva la semilla del otro. Ahora bien, para no ponernos tan “estupendos” como decía Bolaño, si los grandes cambios en la dinámica de la sociedad de alguna forma caen de arriba abajo (grupos que activan “algo” y que se transmite), también podríamos suponer, y ahí entran miradas más subjetivas y místicas, que lo que se percibe a nivel de sociedad es una expresión de algo que sucede al interior de todos o algunos individuos independientes de su cercanía e influencia. Por ejemplo, en determinados y puntuales momentos de la historia, civilizaciones completamente desconectadas entre sí, comienzan a desarrollar los mismos avances y planteamientos. En el siglo V y VI a.C. tenemos un Buda, un Lao Tsé y un Heráclito que dan en el clavo en muchos de los aspectos esenciales del conocimiento filosófico humano, cuando a los genios todavía no se les ocurría el dividir los saberes. Todo era “Uno”, tanto la energía física como la energía “invisible” que nos da la unicidad en el cosmos y que nos hace ser, espero se comprenda, el universo en sí. Lo mismo con el surgimiento de la escritura o con el origen de las civilizaciones, su adoración al sol, su respeto con la tierra y el desarrollo de aspectos tan trascendentes, volviendo a Foucault, como el castigar.

En segundo lugar, estoy muy de acuerdo que la idiotización tecnológica nos tiene francamente obnubilados, atrapados sin identidad en la “autoracionalización” que nos convierte en “robots alegres”, tomando las palabras de un texto muy perspicaz llamado “Sobre la razón y la libertad” de Wright Mills. Naturalmente que ese proceso de estupidez generalizada, como señalas magistralmente, nos envuelve en el miedo y no nos permite, de ninguna forma, salir del exitismo que hemos dibujado – o que la “red” ha dibujado- en nuestro ombligo. Curiosamente se ha patentado con tanto énfasis que hoy vivimos en libertad, casi como un slogan conservador, mire la paradoja, que aquello sólo esconde todo lo contrario: hoy, quizás más que nunca, vivimos en una era de falta de libertad. Lo que diferencia esta época –y la hace más compleja y peligrosa- con épocas de dictaduras o absolutistas, es que en las segundas la dinámica grotesca del poder que nos alimentaba de negatividad a todos (insisto que todos estamos metidos, y si bien había un Pinochet y un Mamo Contreras, también había un vecino sapo o un padre que inculcó el miedo a pensar a sus hijos) llevaba a cabo sus estrategias de dominación de una manera expresa, directa y brutal. De esa forma, estaba claro cuál era el enemigo, lo que pretendía y cómo evadirlo. Así, por ejemplo, el trabajo del artista valiente pudo desarrollarse con claridad –aunque en clave- como arma de resistencia. De ese modo, pienso en un “Guernica” de Picasso, en “Los Dinosaurios” de Charly García o en “Adiós a Tarzán” de Enrique Lihn. Sin embargo, hoy ¿Cuál es el enemigo? ¿Quién es el dictador? ¿Cuál es la Gestapo? No hay claridad. Se han cambiado las armas y los militares, por la seducción y la ilusión del éxito. En ese sentido, el dejarse seducir –sobre todo cuando la mayoría se deja seducir- parece el camino más fácil o, de alguna forma,  “el deber hacer” en la sociedad de hoy. Curioso, en la supuesta era de la libertad, sólo se nos abre ante los ojos un camino (el neoliberal y toda su pobreza intelectual) y si no lo sigues, la fuerza social te coarta y rechaza, te trata de hippie, new age trasnochado o simplemente idiota. Conversando con un par de amistades, digamos en palabras simples, esclavos del celular, me planteaban la “extravagancia” de encontrar una dirección siguiendo calles y letreros y no ponerlo en google maps (o como se llame). No vamos a negar las ventajas en ahorro de tiempo que nos otorga un avance tecnológico como ese, pero sobre la misma: ¿Por qué ahorrar tiempo? ¿Ahorrar tiempo para ocuparlo en qué? Estoy seguro que el no saber hoy encontrar una dirección con los pies y los ojos, está mermando más de una habilidad. Claro, más de uno dirá: son habilidades de sobrevivencia, ¡Quién las necesita hoy! No lo sé, creo que hay más libertad en depender menos de un solo camino o depender menos de la tecnología.

En tercer lugar, dentro de ese contexto duro y proclive a la enajenación, ¿hacia dónde mirar? Esta pregunta es clave, porque, claro, al parecer el hacerse preguntas existenciales en el año 2017 parece ser un martirio obsoleto y poco productivo, cuando hay tanto por qué ganar dinero y pasarlo bien. De alguna forma, se agradece el desarrollar una mirada crítica sobre el entorno y uno mismo, pero por otro lado, se sufre cuando se es consciente de los “berrinches” de la historia y los tentáculos de la dominación, que no sólo se perciben a gran escala (macropolítica, macroeconomía), si no que se vive y sufre a escala personal y familiar: ¿Cuánta inseguridad, miedo y desolación nos causó crecer en dictadura? ¿Cuánto miedo nos trajo encima el que nuestros padres tuvieran miedo? ¿Cuántos de mis traumas que se movilizan al desplegarme con el otro (causando daño generalmente) provienen de la educación formal e informal que quiso meterme las ideas del “deber ser” dentro del único camino?

Pienso que hay que mirar para dentro, pero conscientes que lo que encontremos no es grato y quizás mucho más miserable de lo que pensamos. Porque vivimos en una época miserable. ¿Cómo mirar para dentro? ¿Qué ejercicio de auto observación o auto aceptación llevar adelante?

 

 

 

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Juan Mihovilovich
(Punta Arenas, 1951)
Escritor y actual Juez en Puerto Cisnes,  Región de Aysén, Chile. Defensor y promotor de los derechos humanos durante la época dictatorial. Miembro correspondiente de La Academia Chilena de la Lengua.      
Entre sus premios: Pedro de Oña: La última condena, 1980; Finalista  Casino de Mieres, Asturias, España: Sus desnudos pies sobre la nieve, 1989;  Julio Cortázar, B. Aires, Argentina: Extraños elementos, 1985;  Revista Andrés Bello, El Mercurio, 1978; Cuentos de Mi País, Biblioteca Nacional  y Bata, 1982; Finalista Revista Paula, 1996;  Semifinalista Premio Herralde, España: El contagio de la locura, 2005; Premio Nacional de Narrativa Francisco Coloane 2016: Yo mi hermano. Distinción Letras de Chile, 2018.
Sus cuentos han sido antologados en publicaciones chilenas y extranjeras. Varias obras han sido traducidas al croata.
Sus libros: La última condena; El ventanal de la desolación: Sus desnudos pies sobre la nieve; Camus Obispo; El clasificador; Restos Mortales; El contagio de la locura; Los números no cuentan; Desencierro; Grados de Referencia; El asombro; Yo mi hermano; Espejismos con Stanley Kubrick; Útero.

Luis Herrera
(Talca, 1981)
Padre de Violeta y Gabriela, escritor e investigador. De profesión Profesor de español, con diplomado en lingüística aplicada, magíster en docencia universitaria y actualmente doctorando en el área de lingüística cognitiva en la Universitat Oberta de Catalunya. Ha publicado artículos en las áreas de la literatura, la educación y la lingüística.
Entre sus premios: primer lugar cuento en FUCOA, 2008; menciones honrosas en premios Stella Corvalán, 2007 y 2008;  Narrativa juvenil de la U. de la Frontera, 2011; entre otros; además de la adjudicación de becas de creación literaria del Fondart, 2019 y 2016.
Sus libros: La lámpara de Kafka & otros cuentos; Bolsa de gatos, modismos chilenos no autorizados por la RAE; Nacer Criar Poder; ¿Educación u obediencia?; Antología Primitiva.



 

 

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