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LA CAÍDA DE ARMANDO BRICEÑO
Cuento incluido en el libro “La lámpara e Kafka & otros cuentos”, 2013, Valparaíso, Ed. Inubicalistas.
Por Luis Herrera (*)
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A mi padre
Entre las víctimas del terremoto del 2010, se cuenta Armando Briceño, padre de familia, muerto bajo los escombros de un cabaret. Probablemente, era la primera y única vez que se atendía en esos tugurios. La concatenación de hechos que lo llevaron a la tragedia, parten muchos años antes.
A principio de los noventa, Armando Briceño regentaba una exitosa peluquería en la once oriente de la ciudad de Talca. Hábil en su oficio, mantenía cómodamente a la esposa y los dos niños: León y Saturnino. Cuentan anónimos cronistas de la época que en vísperas de dieciocho, navidad o entrada de los mocosos al colegio, la fila de clientes daba vueltas a la esquina. Su afición a la bebida era homérica: podía pasarse de jueves a domingo invitando a los amigos a monumentales ingestas de alcohol en un bar vecino que aún se mantiene en pie Los tres mosqueteros.
Encomiaba el corte a lo caballero y el rape militar. Junto a los espejos colgados de los muros, hermosas damas desnudas rescatadas en día viernes de las páginas centrales de La Cuarta, hacían más agradable la estadía de los clientes.
También era barbero y cada vez que usaba la navaja, se asía de un cinturón amarrado por un extremo al mueble y la afilaba con destreza.
Cuando Leoncito pasaba con su madre por ahí, don Armando debía fingir que le cortaba el cabello, sino el mocoso caía en la estrategia de la pataleta.
Eran tiempos felices para don Armando y las peluquerías tradicionales. Proveniente de una familia de peluqueros (el oficio lo aprendió del tío Chico), contaba con una competencia de caballeros y seres queridos: a una cuadra el tío Chico y su hijo Alfonso; a dos cuadras, Juan Ibacache, el primo; a la vuelta, el Flaco Bernal.
Todo comenzó a pudrirse alrededor de diez años después. Alfonso, hijo del tío Chico -reitero- decidió dar un giro a su negocio y contrató peluqueras para atender clientela femenina. Él se haría cargo de los hombres. Como corresponde. Pero realizando una proyección de mercado, Alfonso descubrió que la clientela femenina doblaba en proporción a la masculina y decidió estudiar peluquería unisex. Cuando don Armando Briceño supo la felonía, advirtió: ahora faltaría que el chuchesumare se nos ponga maricueca.
Por supuesto, esta crisis, revolución y cambio de paradigma en las peluquerías tradicionales debía ser acompañada, además, por un cambio estético. El local de Alfonso, hacía tiempo abandonaba el desnudo en la pared y se pasaba a la fotografía comercial de alguna tintura de cabello o shampoo.
El tío Chico, consciente de la ofensa al gremio, aun le perdonaba todo, era su hijo.
Tiempo después, olía a podrido en la once oriente. Los jóvenes ya no eran los de antes. Para don Armando Briceño era una siutiquería. No dando una oferta condescendiente con lo que exigían los jóvenes clientes, de a poco comenzaron a proliferar peluquerías atendidas por peluqueros unisex que no tenían ningún problema en complacer a los chiquillos.
A fines de los noventa, don Armando se mantenía con algunos clientes fieles que podríamos llamar de la vieja escuela, y los menos, jóvenes y niños que aún respetaban los gustos de sus padres. Por su parte, los peluqueros unisex, homosexuales en su mayoría, se ampliaban y si aún había alguien que no quisiera poner su cabeza homofóbica en tales manos, terminaba cediendo porque, además, eran profesionales con estudios en el rubro.
Se lamentaba don Armando en largas reflexiones que transmitía a sus fieles clientes. Don Máximo Parada, profesor de lenguaje, por ejemplo, lo escuchó atento y volvió al otro mes con una teoría: así como la poesía está llena de borrachos, y no precisamente porque el poeta de talento necesariamente lo sea, sino porque la poesía es el único lugar donde un borracho podría sentirse cómodo y representar cierto status, y de tal modo grandísimos ignorantes aferrados al bebestible -decía don Máximo- terminaban encontrando una validación social en la poesía; en la peluquería pasa exactamente lo mismo. No es que intrínsecamente la peluquería sea maricona, al contrario, sino que es ahí donde el homosexual ha encontrado un rol social, cierta supervivencia. Es aceptable un maricón peluquero, pero no un maricón militar, por ejemplo, meditaba el profe. Don Armando Briceño, ya entrado en edad, se tomaba la cabeza.
Al siguiente mes, don Máximo, completó la teoría: las conversaciones han cambiado, usted, don Armando, se maneja en política y futbol, pero los cabros y las mujeres de ahora quieren hablar de otras cosas. Recuerde que el barbero por excelencia, aparte de haber sido el dentista del siglo XIX, es un terapeuta. Ni aunque Ud. se vuelva unisex, tendrá clientas mujeres. Ellas quieren hablar de telenovelas y de hombres, pero con un hombre que comparta sus gustos, un marimacho, un ser que tenga fisiología de macho y sensibilidad de dama ¿Me entiende usted?
No obstante, don Armando no pensaba en cambiar. Cuando se encontraba con sus colegas homosexuales en la calle o el supermercado, solía escupir al suelo con repugnancia. Generalmente lo ignoraban, aunque más de una vez le espetaron el apelativo preciso de viejo culeao ordinario.
La gota que rebasó el vaso fue cuando una noche regresó a casa y notó que Saturnino se había cortado el cabello. En veinte años, nadie había tocado esa cabeza, sangre de su sangre. Luego de tragar un amargo fluido de saliva, preguntó: ¿dónde? Nervioso, el joven Saturnino hilvanó una tartamudeante respuesta. Es que la Sofi me pidió que me hiciera un corte más de moda y me llevó a la peluquería Ricardo & André, en la uno sur. ¡So, pendejo, no te parto la cabeza de un cornete porque debes tener SIDA, vergüenza! -amenazó el acongojado padre. Luego, tras un portazo que botó un cuadro de la pared (el niño que llora), se dirigió a pasar el oprobio en Los tres mosqueteros. Ahí, mientras veía como Colo Colo perdía la final de la Copa Sudamericana, entendió que su batalla no podía ser particular, que ese grupo de maracos se lo harían chupete. Como le entró el julepe, decidió que lo razonable era la organización, había otros peluqueros decentes y lo apoyarían.
De tal manera surge tiempo después el Gremio de Peluqueros Heterosexuales de la ciudad de Talca, con personalidad jurídica folio 1.011, siete integrantes, y cuyo presidente electo fue, como no, don Armando Briceño. En su discurso inaugural habló de moral y buenas costumbres; habló de hombría y de los jefes de hogar; habló de estética del cabello; habló de fútbol. En ningún momento mencionó a los peluqueros homosexuales, salvo en un par de oportunidades donde cuidadosamente refirió como el enemigo avanzaba sobre sus trincheras. El enemigo, eso fue lo que dijo.
Con tácticas aprendidas de una biografía de Jimmy Hoffa, durante los dos primeros años, podemos mencionar un par de triunfos para el gremio. Junto a la agrupación de Contadores Homofóbicos, dieron cuenta al fisco de la evasión tributaria que Ricardo & André realizaban hacía un tiempo. Esos maricuecas, pregonaba don Armando, dan boleta por cortar el pelo, pero no por vender sus aceites y cremas. Con video incluido, grabado a la mala, tuvieron una prueba irrefutable que llevó a Ricardo & André -la peluquería que profanó a Saturnino- a pagar una multa de 5 millones de pesos. En declaraciones a un periódico local, don Armando aseguró que no se trataba de atacar a los homosexuales, sino de defender el dinero de todos los chilenos. El segundo éxito consistió en donar las
primeras cuotas de los siete miembros del gremio a un par de neonazis al peo que le hicieron ver la suerte al peluquero Anastasio. Una temporada en el hospital y sus dedos destrozados para siempre, no pudiendo volver al oficio de su vida, daban cuenta de la eficiencia de las SS a la chilena.
Pero ni en las mejores epopeyas espartanas se podría encontrar un triunfo de un bando tan disminuido en número. Los 7 peluqueros heterosexuales afiliados al gremio, la mayoría pasados los cincuenta años, no poseían ni las energías, ni el apoyo ciudadano, ni las armas para combatir a 20 peluqueros homosexuales y sólo en la once oriente. Es cosa de imaginar a decenas de homosexuales furiosos a la siga de don Armando cuando cierra su peluquería alrededor de las ocho de la noche. Ni en las peores películas de terror.
Conocedores de su juventud y población, los peluqueros homosexuales tomaron la derrota de Anastasio y Ricardo & André con suma tranquilidad. El Gremio de Peluqueros Heterosexuales, que celebró ambas victorias con tomateras de suyo titánicas en Los tres mosqueteros, no comprendió los designios que la historia suele prodigar. Si el enemigo guarda silencio en relativa paz, sólo es una tregua simulada mientras se rearman para volver con más fuerzas. Y así fue.
La primera estrategia consistió en mermar al bando de don Armando mediante una lucha económica. Bien organizados y solidarios entre ellos, contaban con un fondo común en efectivo, decidieron bajar sus precios a valores irrisorios. Durante un mes, Don Armando y sus secuaces vieron como su clientela fiel decidía realizarse tratamientos capilares, cortes a navaja, masajes de cuero cabelludo, cortes a máquina, e incluso tinturas (¡tinturas también, los colepatos!, habría dicho don Armando) por precios que fluctuaban entre los quinientos y los tres mil pesos. Llegando fin de treintena, don Armando estaba aburrido de la sopita con pan quemado. No obstante, no se dejaba vencer.
La segunda estrategia, al segundo mes, una vez que se restablecieron los precios y por lo menos un porcentaje importante de clientes fieles regresó con los peluqueros heterosexuales, no sin recibir sendas reprimendas de éstos, consistió en una guerra psicológica.
Conocedores de la homofobia encarnada de don Armando y de su astronómica ignorancia sanitaria -creía que el SIDA era una enfermedad genética-, enviaron a otros homosexuales a cortarse el cabello con don Armando. En un principio, iban con una actitud altamente provocadora. Mano quebrada, saludo de beso -don Armando daba un salto hacia atrás-, ropa rosada. En todas y cada una de las ocasiones, el presidente del Gremio de Peluqueros Heterosexuales se negaba tajantemente a cortar sus cabellos. Los clientes no se ofendían. Le lanzaban un beso, le decían que sabían que también se le quemaba el arroz y le gritaban: ¡adiós, amor! en plena 11 oriente, hoy calle Salvador Allende.
Posteriormente, machos recios llegaban a la peluquería. Pedían un corte militar (a lo huaso bruto, exigían), don Armando, cómodo, satisfacía sus deseos estéticos hablando de fútbol, de las campañas presidenciales, del precio de la sandía y las alcachofas. Al pagar, le entregaban un billete enrollado con un papelito: 85057979. Llámame, potro. Cuando don Armando, navaja en mano, salía a la calle gritando ¡Colisones de mierda! ¡Colisones de mierda!, ya no había ni rastro.
Don Armando llamó a reunión en Los tres mosqueteros. La contienda es desigual, dijo (silencio). Habrán ganado unas batallas, pero no la guerra (tibio aplauso). El enemigo no da su brazo a torcer, no obstante les demostraremos que sus codos están hechos de hule (silencio). La sociedad nos exige que ganemos, que demostremos que somos hombres, Dios santo, somos hombres y estamos acá y veo rostros de pesadumbre y derrota, porque un grupo de marimachos nos vienen a ensuciar nuestras peluquerías, a robarnos nuestros clientes, a reírse en nuestras caras y por qué no, a corromper a varoniles y nobles ciudadanos que abandonan familias enteras, hijos, trabajos, para caer en las redes de esa mafia de
culos floreados y contagiarse por la sodomía y el mastique fiero a la almohada. Pero estamos cansados. Pero estamos ¡enojados! (sonidos de aprobación). Los invito a arriar nuestras banderas, a hacer sonar fuerte nuestras trompetas, a desenfundar nuestras tijeras y navajas, y decidirnos con coraje a enfrentar al enemigo en el campo de batalla (aplauso cerrado). ¡Más vale morir de pie que morir de rodillas, carajo!
Eran las siete de la tarde y salieron raudos y borrachos hacia la uno norte, territorio dominado por los 5 jefes naturales de los peluqueros homosexuales: Rubén, proveniente de la Carlos Trupp; Emilio del Barrio Norte; Ricardo & André, con domicilio en La Florida; Felipe Sol, de Villa Pucará y asociados; Alexander, con peluquerías en Linares, San Clemente y la uno norte.
A media cuadra, con una navaja en la mano derecha y una botella de vino vacía en la izquierda, gritando como William Wallace, don Armando
Briceño, presidente del Gremio de Peluqueros Heterosexuales,
mientras exclamaba ¡Al abordaje, muchachos! Descubre sin mediar vacilaciones
que está completamente solo. ¡Salgan soldados!, grita. ¡Levantad sus tijeras! Pero salvo un heladero que se pierde al interior de una micro, no hay señales de otros seres humanos en la once oriente. ¡Ah, esta batalla la gano solo, cobardes, sólo un verdadero hombre puede abrir la tierra con su sangre! ¡No podría vencer a esos maricones con un montón de cagones colepatos!, grita en un último arrebato.
Lo estaban esperando.
Alrededor de 15 enemigos lo esperaban en táctica triangular. Se encontraban a una distancia de 50 metros y hasta se podía oír la música de suspenso de Yojimbo en la escena final, cuando el guardaespaldas sale a enfrentarse contra los hombres de Ushi Tora. Por la once oriente sólo transitaba el viento y roídos periódicos provenientes del mercado, provenientes de los basureros, provenientes de las carnicerías desoladas. Quien comandaba al escuadrón de peluqueros homosexuales, Anastasio, portaba una jeringa. Tiene SIDA, advierte.
El brillo de una navaja en las manos de un peluquero ubicado a la derecha de Anastasio provocaba un resplandor poderoso que llamaba la atención de don Armando. Las cejas eran inundadas por el sudor.
-¡Ríndase, viejo pelota! -gritó uno-. ¡Únase a nosotros!
-¡Jamás, colisas! ¡A otros puede que les guste el mariconeo, pero en Talca hay gente decente todavía!- gritó don Armando, envuelto en un aura de heroísmo.
La tensión fue rápidamente cortada, dando paso a la acción, cuando Anastasio con sus manos como repollos se lanzó sobre el viejo, con la jeringa amenazante. De un giro magistral, don Armando le pegó una patada voladora en la oreja izquierda, lanzándolo sobre la cuneta. Pero en el impulso, Anastasio logró enterrar la jeringa sobre el tobillo de nuestro héroe, escuchándose un grito desgarrador que se confunde entre ambos peluqueros. De un salto, el señor Briceño se abalanzó sobre el caído y aplicó una técnica de fileteado veloz en la garganta de Anastasio. Tras el grifo sangriento, el peluquero homosexual murió.
Ante el terrorífico escenario del líquido vital, los peluqueros homosexuales de Talca huyeron despavoridos hacia la peluquería de Ricardo & André, lugar donde se atrincheraron. Pero nada detuvo a don Armando, a pecho descubierto embistió la puerta metálica, una y otra vez, gritando una consigna que por muchos meses se seguiría escuchando en la once oriente: ¡Les voy a afeitar la cola! ¡Les voy a afeitar la cola!
Tras un par de horas, un exhausto Armando Briceño abandonaba su batalla frente al portón y luego de orinar sobre el cartel de la peluquería, decide ir a apaciguar sus ánimos y preparar el contra ataque al Café Erótico Egipto, en la diez oriente. Eran las 3:30 de la mañana y la tierra comenzaba a temblar.
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(*) Luis Herrera (Talca, 1981) es escritor, profesor de castellano, magíster y diplomado en lingüística aplicada. Actualmente, se desempeña como académico de la universidad Autónoma de Chile y practica el oficio del mandala tejido. Ha publicado “la lámpara de Kafka & otros cuentos” (2013), el “Diccionario de neologismos y locuciones usuales” (2013) y su versión actualizada, “Diccionario de neologismos, disfemismos y locuciones usuales” (2015). Ha sido considerado en antologías, premiado en varios concursos, colaborador en prensa y gestor de eventos literario culturales.