Unas pocas palabras para
Enrique Lihn
por Roberto Bolaño
en Las
Ultimas Noticias
Lunes 30 de septiembre de 2002
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En mi adolescencia era lugar común hablar de Lihn y de Teillier como
de dos opciones enfrentadas. Los muchachos sensibles, los que no
querían envejecer (o los que querían envejecer de inmediato),
preferían a Teillier. Los que estaban dispuestos a discutir la
cuestión preferían a Lihn. No era esta la
única de sus virtudes. Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz
que lo cuestiona todo. Esa voz, sin embargo, no sale del infierno, ni
de las profecías milenaristas, ni siquiera de un ego profético, sino
que es la voz del ciudadano ilustrado, un ciudadano que espera llegar
a la modernidad o que es resignadamente moderno. Un ciudadano que ha
aprendido la lección de Parra, su maestro y compañero de travesuras, y
que en ocasiones nos ofrece una visión latinoamericana refulgente y
original. Todo el fulgor, sin embargo, en Lihn está tamizado por un
ejercicio constante de la inteligencia.
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¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que
él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no
tanto, pero lo merecimos.
..... Esa lucidez, en los años
setenta, le costará el estigma y el anatema de la izquierda dogmática
y neostalinista que incluso llegará a acusarlo de connivencia con el
pinochetismo. Esos mismos que entonces no levantaron la voz para
defender a Reinaldo Arenas y que hoy se acomodan como putines*
en la nueva situación, intentaron borrarlo del mapa, deslegitimar una
voz que por lo demás siempre se consideró a sí misma como voz
bastarda, hija del imperioso azar y de la necesidad, que tiene cara de
perro.
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¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que
él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no
tanto, pero lo merecimos, aunque sólo sea por las almas puras, por los
príncipes idiotas y por los alegres analfabetos que el país produjo
con extraña generosidad y que aún hoy, según cuentan los viajeros,
sigue produciendo, aunque en cantidades más limitadas. Bajo cierta
luz, Lihn también podría ser un príncipe idiota y un alegre
analfabeto.
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En el ejercicio de la poesía, a la que siempre le fue fiel, sólo hay
un poeta en lengua española que se le pueda comparar, Jaime Gil de
Biedma, aunque el abanico de registros de Lihn es mucho más
amplio. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e
incluso del libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más
libre. En la narrativa no alcanzó las cotas de Donoso o de Edwards,
aunque siempre quedará la sospecha de que en el fondo, como por los
demás todos los grandes poetas de ese país, juzgaba el arte de crear
ficciones como algo innecesario, algo que no le iba a salvar la vida.
Sus cuentos, sin embargo, siguen vivos, como sigue viva “La orquesta
de cristal”, libro mítico por inencontrable y al cual no me atrevo a
llamar novela, aun pese a saber que si hay que llamarlo de alguna
manera es la palabra novela la que más se acerca a ese libro
misterioso. De hecho, hay dos prosistas en la generación del cincuenta
que están por descubrir: Lihn y Giaconi.
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Es extraño pensar en Lihn ahora, en Giaconi, en Parra, en Teillier, en
Rodrigo Lira, en Gonzalo Rojas, en poetas como Maquieira y Bertoni, en
narradores como Contreras y Collyer, resulta extraño pensar en ellos y
en tantos más. Te queda la extraña sensación de que la literatura ha
estado a la altura de la realidad. La famosa rea, la rea, la rea, la
rea-li-dad.
*Ay,
mi hipócrita, no es argot mexicano, es Vladimir
Putin.